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Alexander Cockburn (1941-2012)

El periodista en su atalaya

Fuentes: Rebelión

«Robert [Robin] MacNeil (voz superpuesta): ¿Debe un hombre comerse a otro? MacNeil : Buenas tardes. Llegan noticias de Donner Pass [1] que indican que un grupo de supervivientes se alimentó de sus acompañantes. Este es el tema de hoy: ¿Se debe regular el canibalismo? ¿Jim? [Jim] Lehrer : Robin, el debate contrapone dos posturas diametralmente […]

«Robert [Robin] MacNeil (voz superpuesta): ¿Debe un hombre comerse a otro?

MacNeil : Buenas tardes. Llegan noticias de Donner Pass [1] que indican que un grupo de supervivientes se alimentó de sus acompañantes. Este es el tema de hoy: ¿Se debe regular el canibalismo? ¿Jim?

[Jim] Lehrer : Robin, el debate contrapone dos posturas diametralmente opuestas: La Asociación de los Humanos Comedores de Carne, que está a favor de un mercado en que se comercie libremente con carne humana, y los oponentes, tanto en el Congreso [de los Estados Unidos] como en los movimientos de consumidores, que favorecen un comercio regulado. ¿Robin?

MacNeil : Señor Colmillo, ¿por qué comer carne humana?

Colmillo : Robin, no sólo presenta un alto contenido proteínico, además está deliciosa. Sin carne humana, nuestros pioneros tendrían dificultades para explorar el oeste del continente. Esto crearía una situación propicia para los franceses, que amenazan las rutas de los pioneros desde el norte.

MacNeil : Gracias, ¿Jim?

Lehrer : Exploremos ahora otra perspectiva sobre el canibalismo. Bertram Col de Bruselas está en vanguardia de los intentos por controlar la ingesta de carnes y grasas animales. Señor Col de Bruselas, ¿incluiría usted la carne humana en la regulación que proponen?

Col de Bruselas : Por descontado, Jim. Nuestros estudios muestran que parte de la carne humana disponible para la venta al público está infectada de larvas, cortada inapropiadamente y, a menudo, incorrectamente etiquetada. Pensamos que hay que proteger al público de semejantes abusos.

MacNeil : Algunos dicen que comer carne humana es moralmente reprensible. Señor Métome-en-todo , coméntenos este punto de vista.

Métome-en-todo : Robin, comerse a la gente no está bien. Afirmamos…

MacNeil : Mucho me temo que se nos acabó el tiempo. Buenas noches, Jim, etc., etc.»

Era obligado empezar con una cita para que el lector de esta nota pudiera tener una ligera idea del tipo de periodismo que practicó el recientemente fallecido Alexander Cockburn. Pero, claro, sólo podemos entender cabalmente una parodia si tenemos familiaridad con aquello que se imita para ser destruido. En este caso lo imitado es un noticiero de la televisión pública de Estados Unidos (PBS) que todavía está en antena y cuya cabecera fundacional fue The MacNeil/Lehrer Report. La parodia de Cockburn apareció en la revista Harper’s en agosto de 1982 con el jugoso título de «The Tedium Twins» -en referencia a los susodichos-. [2] El subtítulo del artículo aclara hacia dónde van dirigidos los tiros: «¿Hay dos caras en todo tema?»

El noticiero diseñado por MacNeil y Lehrer ejemplifica en forma eminente la perspectiva » liberal» acerca de lo que debe ser un periodismo irreprochable. [3] De hecho, el programa ha recibido a lo largo de los años premios y reconocimientos múltiples por la presentación equilibrada de la información, la profundidad de sus análisis y la renuncia a privilegiar la imagen en detrimento de las ideas, etc., etc. He aquí, en cambio, como lo describe Cockburn: «El programa de MacNeil y Lehrer comenzó a emitirse en octubre de 1975, justo en la estela del Watergate. [4] Se objetivo fue promover la idea de que todo asunto tiene dos caras. Un cambio de rumbo de lo más valioso en un periodo en que el pueblo americano había decidido finalmente que no se podía afirmar, definitiva y absolutamente, que todo asunto las tuviera. Nixon era un chorizo que había sido destituido correctamente de su alta jefatura; las grandes empresas estaban dirigidas a menudo por chorizos que paseaban de un lado para otro dinero especulativo en maletas; los funcionarios del gobierno federal eran chorizos que contravenían las leyes siguiendo los designios del presidente. Era un momento peligroso, porque una ciudadanía imbuida de la noción de que no sólo hay tesis y antítesis, sino también síntesis, es una ciudadanía capaz de poner en peligro los epiciclos armoniosos del status quo.»

Espero que puedan imaginar la sacudida liberadora que recibí cuando en el otoño de 1986 llegué a Estados Unidos -una vez concluida la transición a la monarquía constitucional con la traca final de la adhesión a la Comunidad Económica Europea y el fiasco del referéndum sobre la permanencia en la OTAN- y empecé a frecuentar las columnas semanales que Cockburn ya por entonces escribía en el semanario liberal The Nation. Y se puede entender mejor lo que quiero decir si consideramos que los años de la transición los recorrí de la benemérita mano consensual del diario independiente de la mañana, o sea, de El País. En fin, dado mi limitado conocimiento del inglés cuando llegué a USA, puedo alegar que Cockburn contribuyó sustancialmente a mi alfabetización en la lengua imperial, favor que le debo y credencial que comparte con otros dos grandes maestros del ensayo, John Berger y Steven Jay Gould.

Yendo al grano y teniendo en cuenta la atención que se presta en Rebelión a la función de los medios de comunicación en la reproducción del capitalismo, creo que la mejor manera de honrar la memoria de Cockburn será concluir con unos comentarios acerca de cómo este gran periodista de izquierdas entendía su intervención en la esfera pública. El primer dato a considerar es que la naturaleza de la labor periodística de nuestro autor queda bien recogida en la expresión inglesa political journalism. Esto quiere decir que su atención se centraba preferentemente en las instituciones y los agentes de la esfera política estadounidense. Dentro de este ámbito, la mayor parte de sus trabajos pueden ser clasificados como artículos de análisis de la coyuntura y artículos de opinión. No rehuyó, sin embargo, el periodismo de investigación, como queda atestiguado, por poner un ejemplo, en Whiteout: The CIA, Drugs and the Press (1998), libro escrito con Jeffrey St. Clair y que toma como punto de partida la serie «Dark Alliance» que Gary Webb dedicó en 1996 a la intervención de la CIA en el tráfico de cocaína. [5] Ahora bien, independientemente de que clasifiquemos de una manera o de otra la producción de Cockburn, es fácil detectar en toda ella la presencia de unos rasgos comunes que conformarían un modelo de intervención periodística digno de la mayor atención. Estamos hablando de un periodismo pasional e interesado en sacar a relucir la verdad, que presenta una inusitada conciencia sobre la naturaleza de la profesión, que es muy rico en estrategias retóricas y, además, ferozmente independiente.

Compromiso. El trabajo de Cockburn está sólidamente anclado en la tradición marxista y en sus ideales éticos de igualdad y justicia. A ello se debe añadir que nuestro autor fue un auténtico animal político, y lo digo en el sentido pleno de su significación, es decir, como pasión por la cosa pública. Se explica, por ello, que toda intervención periodística aparezca en Cockburn supeditada a objetivos políticos, sin que ello implique identificar, sin más, el ámbito total de la cultura con la política. En una sociedad degradada, la cultura no puede enarbolar frívolamente su autonomía.

Objetividad. La búsqueda de la verdad es una aspiración y la neutralidad un mito. A pesar de ello, el mito permanece. Échese un vistazo, si no, a la página que la Wikipedia dedica al punto de vista neutral para entretenerse en sus recovecos. [6] En el periodismo estadounidense, la pretensión de neutralidad se suele presentar como una búsqueda del equilibrio ( balance ). Pero, claro, no todo el mundo tiene acceso para poner sobre la báscula su palabra, y, además, ¿de quién es la báscula? En este sentido, la neutralidad es una estrategia que tiende a reproducir indefinidamente lo ya dado. Por contra, llegar a la verdad de las cosas es una esperanza de la humanidad que suele escurrírsele de entre las manos incluso al más pintado. Puesto que lo que permanece en el tiempo son las instituciones, un proyecto apasionante es construirlas de manera que fomenten la posibilidad de la objetividad. Y, claro, lo que mejor facilitaría tal anhelo sería un contexto de democracia real. La aguda conciencia de que este no es el caso explica que Cockburn fuera un enemigo declarado e intransigente del manido mito.

Reflexividad. Toda actividad, si nos preocupa el mejor cumplimiento de sus objetivos, involucra una sabia combinación de distanciamiento e implicación. En este sentido, una excesiva espontaneidad puede desembocar en mucho movimiento y poco pensamiento, mientras que la actitud contraria puede degenerar en mera abstracción desconectada de la práctica. Esta reflexión es útil para tomar conciencia del medio institucional en que se desarrolla toda actividad, sobre todo si queremos tener un módico conocimiento de eso en que estamos gastando el tiempo de nuestra vida. Ahora bien, gracias a su propia naturaleza -informar-, el incorporar la reflexión sobre el propio quehacer periodístico dentro del mensaje que se quiere comunicar no es, en principio, dificultoso. Pues bien, en este menester Cockburn fue, a la par que precursor, un auténtico maestro. El estado de la profesión periodística y la coerción ejercida por el entramado institucional en que consiste el cuarto poder fueron desde su llegada a Estados Unidos asuntos a los que dedicó especial atención. Cabe recordar que «Press Clips,» una columna que Cockburn escribió para el semanario neoyorquino The Village Voice de 1973 a 1983, tenía por objeto la crítica ácida e irreverente tanto de la profesión como de los profesionales y las instituciones periodísticas.

Retórica. Cockburn estudió literatura inglesa en Oxford, y se nota. La riqueza verbal de su prosa queda reforzada por una perspicaz conciencia del lector al que se dirige, una agudeza -tal como la define Gracián- fuera de lo común y un dominio muy efectivo del arsenal retórico legado por la tradición literaria. En particular, y dada una tendencia de fondo a la sátira, señalaré el uso experto de la ironía y la parodia, que, cabe añadir, están al servicio de una saludable mala leche. Ahora bien, esta fórmula no explica por sí misma la efectividad de su escritura y, sobre todo, su gran atractivo. Creo que si hubiera que señalar el aspecto clave, este sería el regocijante sentido del humor. Gracias a él la intervención periodística de Cockburn se vuelve afectiva sin caer en la sensiblería y nos descubre el amor que sentía por la humanidad sufriente.

Autonomía. Teniendo en cuenta el clarísimo compromiso político de Cockburn a lo largo de su trayectoria profesional, su libertad de acción sólo puede entenderse en el contexto de la fase final de la guerra fría -que coincide, anoto, con el comienzo de la fase neoliberal-. Siempre queda bien poner en nómina a uno o dos izquierdistas auténticos para exhibir pedigrí democrático. Con ello no quiero minimizar el dato incontrovertible de que Cockburn fue un excelente escritor que atrajo, gracias a su talento retórico y a su conocimiento enciclopédico, a un gran número de lectores. Pero el mismo Cockburn ha reconocido frecuentemente, a pesar de ciertas tendencias luditas, que la posibilidad de un periodismo autónomo -una vez implosiona la Unión Soviética- aumentó exponencialmente por mor del desarrollo de Internet. Ahí está CounterPunch para probarlo: El boletín que Cockburn había editado junto con Jeffrey St. Clair desde 1996 pudo convertirse en una fuente de noticias y comentario político de gran influencia gracias a la red. [7]

 

La palabra ‘atalaya’ se asocia espontáneamente con distanciamiento y contemplación, pero hay que recordar que el término designa asimismo al habitante de la atalaya, y el atalaya no sólo registra, sino que también comunica. En este sentido, ‘atalaya’ puede relacionarse con un proceso adaptativo para registrar y comunicar la presencia del enemigo. Así queda confirmado si consideramos ese lugar que el atalaya Cockburn construyó para sí y para los que le quieran seguir: compromiso, objetividad, reflexividad, poder retórico y autonomía.

Y nada mejor que cerrar esta nota laudatoria parafraseando las palabras que el bueno de Edward Said dedicó a uno de los mejores libros de Cockburn, Corruptions of Empire (1987): La industria a la que se dedicó Cockburn fue la de la toma de conciencia y el corrupto imperio que nos revela su brillante mirada es una colección de formas de engaño y crueldad supervisadas por expertos en la manipulación . [8]

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[1] Referencia a acontecimientos reales ocurridos a finales de 1846 y principios de 1847 cuando un grupo de pioneros quedó atrapado en las Montañas Rocosas en su intento por llegar a California ( http://en.wikipedia.org/wiki/Donner_Party ).

[2] Nada mejor que leer el original ( http://www.columbia.edu/~lnp3/Cockburn.pdf ) y la evaluación que el propio Cockburn hace del artículo al cabo de un montón de años ( http://www.counterpunch.org/2005/06/30/the-political-function-of-pbs/ ).

[3] Utilizo aquí el término ‘liberal’ a la manera estadounidense, es decir, con un significado cercano a lo que en España se suele normalmente calificar de ‘progresista’.

[4] De hecho, ambos periodistas empezaron a trabajar juntos comentando para la televisión pública las comparecencias que, en 1973, el Senado estadounidense organizó en torno al Watergate.

[5] Webb se suicidó en el 2004, al parecer por depresión causada por sus dificultades para encontrar trabajo como periodista ( http://es.wikipedia.org/wiki/Gary_Webb ).

[6] http://es.wikipedia.org/wiki/Wikipedia:Punto_de_vista_neutral .

[7] http://www.counterpunch.org/ .

[8] http://www.lrb.co.uk/v10/n04/edward-said/alexander-the-brilliant .

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.