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El planeta somos todos

Fuentes: Centro de Colaboraciones Solidarias

El desacuerdo y la falta de compromiso en la última cumbre de Montreal sobre medioambiente podrían invitar al desaliento. Pero cada vez son más los países y las organizaciones que unen sus esfuerzos para cumplir los compromisos de Kyoto. Saben lo que buscan y cómo lo tienen que hacer. Sólo queda comprometerse a hacerlo. Más […]

El desacuerdo y la falta de compromiso en la última cumbre de Montreal sobre medioambiente podrían invitar al desaliento. Pero cada vez son más los países y las organizaciones que unen sus esfuerzos para cumplir los compromisos de Kyoto. Saben lo que buscan y cómo lo tienen que hacer. Sólo queda comprometerse a hacerlo.

Más que esfuerzo y apertura al diálogo, han faltado compromiso y consenso. Estados Unidos no reducirá sus emisiones de CO2 mientras muchos países en desarrollo no hagan lo mismo. Estos países argumentan que necesitan más tiempo hasta alcanzar el nivel de desarrollo necesario. ¿Quién tiene razón? No importa, pero la tierra no puede soportar más agresiones ni puede esperar mientras se culpan unos a otros. Los niveles de CO2, los más elevados en 650.000 años, afectan a toda la humanidad.

Además de no reducir sus emisiones, EEUU ha insistido en que no firmará nada que le imponga pautas ni un calendario a seguir. Si Europa propone un desarrollo sostenible y endógeno demostrará que su discurso ecológico no es tan sólo demagogia.

Kyoto sentó unas bases básicas sobre las que se puede seguir construyendo. Los países desarrollados se comprometieron a reducir un 5,2% sus emisiones de CO2 entre 2008 y 2012 respecto a 1990. De acuerdo con la Organización Internacional de la Energía los países desarrollados lograrían reducir sus emisiones entre un 15% y un 20% si aplicaran todos sus esfuerzos y tecnologías disponibles.

Debido al crecimiento de países como India, Brasil y México, esa reducción no significaría más que una disminución del 5% de las emisiones totales en el planeta. Son datos duros y concretos que no deben desanimar a países ya comprometidos a continuar con sus esfuerzos. El modelo de desarrollo de los países emergentes, importado desde los más desarrollados, está en la raíz del problema y debe abrirse a tecnologías limpias y sostenibles.

Muchas de estas tecnologías ya existen. En Noruega se produce energía con un eficiente aprovechamiento del desagüe en algunas localidades. El agua que sale de las casas se conduce hasta plantaciones de eucaliptos que luego son cortados y utilizados para combustión que, a su vez, produce el 50% de la electricidad de esas localidades. Se contamina menos, se aprovecha el agua y muchos agricultores tienen trabajo.

Alemania, Dinamarca y España cuentan con una importante producción de energía eólica. Si la mayoría de los países europeos no pueden contar siempre con el sol como una fuente constante de energía limpia, España, Italia y Grecia sí pueden. La utilización del hidrógeno es otra opción y ya es una realidad para muchos países desarrollados. Estas opciones son caras por ahora, en parte porque no se han desarrollado a gran escala. Una nueva forma asequible y segura de producir energía consiste en «capturar» el dióxido de carbono emitido al quemar combustibles fósiles para evitar que entre en la atmósfera. El carbono capturado se bombea después a almacenes subterráneos y es reutilizado.

Se trata de esfuerzos de cada día que trabajen como los eslabones de una cadena. Si Europa crea un modelo energético sostenible, los países emergentes con los que tiene una relación comercial seguirán sus pasos para ser compatibles. Entonces China, que sobrepasará los niveles de emisión de EEUU si mantiene su actual ritmo de consumo, hará lo mismo para no perder socios clave para sus ambiciones políticas y comerciales. Los norteamericanos no dejan de estar a la cabeza en cuanto a tecnologías, pero han decidido guardar sus energías limpias mientras intentan controlar las reservas mundiales de petróleo.

El planeta es responsabilidad de todos los países, desarrollados o no. El rumbo que tomen unos cuantos puede ayudar a que el mar anegue muchas ciudades costeras europeas o que los huracanes se sigan llevando a poblados enteros en el Caribe. Por eso, tampoco la Amazonía es de Brasil; es patrimonio de la humanidad, sin que esto signifique que otros países puedan expoliar sus recursos naturales con esta excusa. Es preciso ratificar los esfuerzos y los compromisos ya hechos mientras se buscan nuevos acuerdos.

El objeto del Estado no es aumentar el PIB o dar seguridad a cualquier precio. Aún si lo fuera, atacar a nuestro planeta nos deja en un estado de inseguridad por el riesgo de producir más y más fuertes catástrofes «naturales». Lo primero es el bienestar de los ciudadanos: algo posible sólo en un mundo habitable.

* Periodista

http://www.ucm.es/info/solidarios/ccs/articulos/ecologia/el_planeta_somos_todos.htm