El pasado 9 de julio se cumplieron 7 años de la llamada, por parte de más de 170 organizaciones de la sociedad civil palestina, al Boicot, Desinversiones y Sanciones al estado de Israel (BDS). Haciendo un balance desde el movimiento internacional de solidaridad con Palestina existe la percepción que se ha logrado un consenso sobre […]
El pasado 9 de julio se cumplieron 7 años de la llamada, por parte de más de 170 organizaciones de la sociedad civil palestina, al Boicot, Desinversiones y Sanciones al estado de Israel (BDS). Haciendo un balance desde el movimiento internacional de solidaridad con Palestina existe la percepción que se ha logrado un consenso sobre la efectividad de esta herramienta de combate por y con el pueblo palestino. A la vez, su argumentario, cada vez más desarrollado, ha puesto en entredicho a muchas personas que durante décadas han vivido defendiendo la burbuja semántica bombardeada por los «mas media» sobre el «idílico» carácter del estado de Israel. Una visión que pierde fuerza en gran parte por la creciente producción de textos, por parte de historiadores judíos, que desde los años 90 están deconstruyendo una historia que nada tiene que ver con la propaganda Israelí y sus embajadores de pluma afilada.
Ese consenso al que se ha llegado, dentro del movimiento de solidaridad, nos sitúa en un punto de inflexión que nos permite impulsarnos de una fase de mera sensibilización, sobre la necesidad de una campaña de este tipo, y de su extensión estatal e internacional, a la imposibilidad de desvincular la solidaridad de Palestina con el carácter supremacista del estado de Israel y sus prácticas de apartheid, que son consecuencia del sionismo como ideología fundamental. Lo que sustenta a Israel como estado étnicamente puro, su razón de ser.
Es cierto que muchas organizaciones aún tienen reticencias para llamar abiertamente al boicot, a las sanciones y desinversiones a Israel, a pedir que no se normalicen las relaciones comerciales, institucionales, culturales, etc. con el estado de Israel, mientras éste no cumpla con la legalidad internacional. No es tanto una falta de convicción sobre ese consenso, desde las personas que hemos trabajado la solidaridad como una forma de internacionalismo sino, a menudo, a causa de ciertas inercias que se arrastran en el mundo de ciertas organizaciones de solidaridad, que hipotecan cierto discurso político, y que actúan, por cuestión de supervivencia financiera, e impulsando la campaña BDS a través de redes, plataformas o coordinadoras que les mantienen en un equilibrio entre institución y movimiento.
Los tiempos están cambiando
Llegados a ese consenso sobre la necesidad de impulsar e implementar esa herramienta, hay que situar el discurso en diferentes parámetros y sobre posibles futuros escenarios.
Uno de ellos es el de situar al conjunto del movimiento en una doble realidad objetiva que nos va a permitir avanzar y fortalecernos como militantes y activistas por la causa palestina. La primera es que después de 7 años, la campaña ha resultado ser todo un éxito. Tanto por su impacto en el discurso, como en la pequeña pero incesante acumulación de pequeñas victorias, tanto a nivel estatal como, y sobre todo, internacional. Pero también si nos atenemos a los efectos en relación a las medidas legales que se han impulsado desde el estado de Israel contra las personas que participan en la campaña. Medidas que se han extendido últimamente a Francia. Sin olvidar el ruido que generan ciertos «intelectuales» locales, al mando de la jefa de los «hoooligans» Pilar Rahola desde su gol sur particular en forma de variados medios de comunicación cada vez que un impacto de la campaña se convierte en noticia. Ya es un hecho asumido por muchos y muchas activistas, que si Rahola manda callar al moderador de turno para imponer sus tesis o decir algún exabrupto sobre las organizaciones solidarias palestinas, vamos por buen camino.
Por otro lado, la crisis económica actual va a hacer un «reset» en todas las organizaciones que hasta ahora dependían de la financiación pública. Es un hecho. No situarse en ese escenario es alargar la agonía. En este contexto habrá que hacer un balance sobre esa dependencia y lo que ha supuesto, de positivo y negativo, en estos últimos 20 años, pero en el tema que nos ocupa, no es menos cierto que ya no hay posibles hipotecas políticas, porque a falta de dinero ya nadie va a poder chantajear la orientación de ciertas campañas, entre ellas y en el caso de Palestina, la campaña del BDS.
De lo colateral a lo estructural, de la ocupación al sionismo
El BDS ha avanzado en discursos que hasta ahora muchos y muchas militantes se autocensuraban. Hablo del carácter del estado de Israel. El sionismo como la base del problema del conflicto árabe-israelí. Si hasta hace pocos años, la mayoría de las personas que visitábamos los territorios ocupados, o teorizábamos sobe el estado binacional, los dos estados, los planes de paz, etc, muy poquitas personas ponían en tela de juicio el mismo estado de Israel en su concepción sionista, se podría decir que la campaña BDS ha afilado ese discurso, ha abierto debates sobre la incompatibilidad de la legalidad internacional y el sionismo como base del estado de Israel. Esa autocensura que tanto ha sabido explotar el estado de Israel a través de la victimización del opresor, con la coartada histórica del holocausto y/o del antisemitismo (1) ha podido desviar el debate a sus hechos colaterales. La condena de la ocupación, las manifestaciones contra los ataques al sitio de Gaza, los atropellos contra la población árabe que habita en el estado de Israel, la increíble impunidad sobre hechos como el secuestro y asesinato de tripulantes de la «flotilla» por la libertad. Todo un relato de atropellos y de impunidad que no ataca el problema si no sus consecuencias. Y el problema es la existencia de un estado colonial en pleno s.XXI, con sus mismas prácticas que cualquier estado colonial del s.XIX, la aniquilación de la población indígena, su limpieza étnica, el expolio de los recursos en beneficio propio, su impunidad a prueba de resolución de NNUU o de dictamen del tribunal de la Haya…..
El historiador israelí-judío Ilan Pappe, uno de los más brillantes deconstructores de esa falsa historia machaconamente repetida por los aparatos de propaganda sionista lo explica muy bien. En la época del apartheid sudafricano nadie se manifestaba contra las matanzas de Soweto, las miles de manifestaciones, acciones y la campaña internacional que se puso en marcha se hacían por el fin del régimen de apartheid, no por las atrocidades que generaba ese régimen racial, justo lo que ahora identifica la campaña BDS. La denuncia de la existencia de un régimen de apartheid, racista, de un estado colonialista y la lucha por la desnormalización de un estado que, a costa del pueblo palestino, y presentándose de manera grotesca como la única democracia de Oriente Medio, ha sabido siempre desviar ese problema estructural, el etnicismo judío de Israel, a un conflicto de «complicadísima» resolución. El mismo Ilan Pappe, entre otros, desmiente esa complicación con la que se nos muestra el problema árabe-israelí. Simplemente la práctica colonialista, por parte de las potencias occidentales durante el siglo XIX, no se sostiene en la actualidad, es ilegal a todas luces y la causa de esa ilegalidad es el carácter sionista del estado de Israel. Por mucho que a una colonia se le llame asentamiento, que a un muro segregacionista se le denomine valla de seguridad, o que a los territorios ocupados militarmente se les considere territorios en disputa, por poner algunos ejemplos, lo que subyace sin mucho disimulo son típicas prácticas coloniales disfrazadas de nuevos vocablos. Estas prácticas asimiladas muchas veces desde occidente señalan perfectamente, en el sentido del lenguaje, los efectos colaterales del problema estructural, el propio carácter colonial del estado de Israel.
La campaña del BDS avanza y va extendiéndose de manera rápida. Y esta campaña, que se concibe a sí misma como estratégica, al pedir unos mínimos vinculados a la actual legalidad internacional, puede volverse táctica al poder desembocar, triunfo a triunfo, en un escenario de cuestionamiento de los principios del sionismo como forma de estado. En ese futurible todo puede pasar. Aún no se conoce, en la historia del movimiento, una manifestación o protesta contra el apartheid israelí como en su tiempo las hubo contra el apartheid de los «boers» sudafricanos. Tiempo al tiempo. Pilar Rahola nos avisará desde su gol sur de turno y Palestina habrá dado un paso más hacia la victoria. Los Derechos Humanos también.
(1) La industria del holocausto. Norman Filkenstein. «Todas las fuentes coinciden en señalar que el Holocausto no se incorporó a la vida judía estadounidense hasta después de la guerra árabe-israelí de junio de 1967»
Jorge Sánchez (Revolta Global-Esquerra Anticapitalista)
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