Lo que sigue a continuación es una secuencia epistolar digna de ser estudiada con atención y conservada a efectos forenses como ilustración y registro fidedigno de la auténtica temperatura moral de la sociedad israelí. La secuencia consta de dos artículos publicados en el mes de septiembre del 2010 en el diario israelí Haaretz. El primero, […]
Lo que sigue a continuación es una secuencia epistolar digna de ser estudiada con atención y conservada a efectos forenses como ilustración y registro fidedigno de la auténtica temperatura moral de la sociedad israelí.
La secuencia consta de dos artículos publicados en el mes de septiembre del 2010 en el diario israelí Haaretz. El primero, publicado el 1 de septiembre, lo firma Aluf Benn, editor de Haaretz y antiguo soldado del ejército israelí. La réplica, aparecida al día siguiente, se debe a la pluma del también periodista de Haaretz Gideon Levy.
En su artículo, Aluf Benn trata de demostrar la inocencia personal y colectiva del ejército en el que sirvió, para lo cual sazona su relato, enigmáticamente, con evocaciones de las humillaciones, malos tratos y torturas que él y sus compañeros de armas presenciaron y/o inflingieron a los prisioneros palestinos que custodiaban. Gideon Levy, enemigo acérrimo de la ocupación y fustigador infatigable de la degradación que ésta inflinge tanto a sus víctimas como a sus verdugos, responde con un ataque feroz a la oligofrenia moral que informa el paradójico razonamiento esgrimido por Aluf Benn, a quien erige en prueba viva del descalabro moral e intelectual que la ocupación ha provocado en el cuerpo de la sociedad israelí.
El detonante de este intercambio dialéctico lo constituye el llamado escándalo Eden Abergil, nombre de una ex sargento del ejército israelí que en agosto del 2010 se hizo mundialmente célebre por haber colgado en su perfil de Facebook fotografías tomadas durante su servicio militar en las que se la ve posando risueña junto a varios prisioneros palestinos vendados y maniatados. El carácter degradante de las imágenes y su similitud con las fotografías de Abu Ghraib hizo que el asunto se convirtiera en un escándalo de proporciones internacionales que dañó aún más si cabe la deteriorada imagen del Estado israelí (1).
En el argumentario que esgrimen Benn y Gilad en sus artículos se encuentra quintaesenciada la contradicción aparentemente irresoluble del sionismo, una ideología tribal y embrutecedora que anestesia la fibra moral del individuo y lo encierra en un gueto de autismo moral desde cuyo interior el sufrimiento inflingido a la población que vive extramuros del gueto siempre es percibido -cuando se percibe- como algo inevitable, justificado y necesario.
(I)
Cuando yo era Eden Abergil
Aluf Benn, Haaretz
Las fotografías de la mujer soldado Eden Abergil en Facebook [posando] al lado de jóvenes palestinos maniatados no me chocó tanto como lo hicieron las respuestas automáticas de gentes de izquierdas que se quejaron, como de costumbre, de la ocupación que nos corrompe y de nuestro deterioro moral. Por contra, las fotos me trajeron recuerdos de mi servicio militar. Hubo un tiempo en que yo también fui Eden Abergil: serví en una unidad de la Policía Militar en el Líbano encargada de trasladar prisioneros desde las salas de interrogatorios del Shin Bet hasta el gran campo de detención de Ansar. Vendé con tela los ojos de muchas personas y até muchas muñecas con esposas de plástico.
Nunca supe quiénes eran los prisioneros ni qué delito habían cometido, y nadie me entrenó para saber cómo tratarlos. Todo era improvisado. Me enseñaron cómo había que esposarlos, cómo colocar la pieza de tela y cómo cargarlos en vehículos militares. Y allá que nos íbamos. Rápidamente aprendí las cuatro palabras en árabe que los soldados utilizan para manejar a los prisioneros: aud (¡siéntate!), um (¡en pie!), yidak (¡extiende las manos!) y uskut (¡silencio!). En el sótano para interrogatorios que el Shin Bet tenía en Nabatieh, en una antigua fábrica de tabaco transformada en sede de la división regional, ví a presos comiendo como perros, acuclillados con las manos atadas a la espalda. Y olí su sudor y su orina.
Nunca he presenciado «irregularidades». Ni palizas, ni bofetadas, ni mutilaciones. Pero si les ponían las esposas un poco demasiado apretadas, medio centímetro de más que no podía ser aflojado, el preso sufría grandes dolores. Se le hinchaban las palmas a causa de la reducción del flujo sanguíneo, y el viaje se convertía en una pesadilla cuando los presos empezaban a implorar: «Capitán, capitán, ¡idi, idi! [¡mis manos!]». Había soldados que apretaban las esposas demasiado fuerte, una pequeña tortura que no consta en los informes de Amnistía Internacional o de la Comisión Goldstone. Es una tortura que depende de un solo soldado, quien no necesita recibir instrucciones de arriba o del abogado general militar. Es una espita para dar salida al odio contra los árabes durante una misión de rutina.
Y había humillaciones. No obligábamos a los presos a cantar «Ana bahebak Mishmar Hagvul» («Te amo, Policía de Fronteras»), como en los territorios [palestinos ocupados]. El gran éxito de aquel momento era «Yaish Begin, mat Arafat» («¡Viva Begin, Arafat está muerto!»). En retrospectiva, no es seguro que nuestros prisioneros libaneses se opusieran a la eliminación de Arafat; puede que incluso se identificaran con esa parte de la canción.
Una vez ejecuté un acto de valentía izquierdista. Me encontraba custodiando un camión lleno de prisioneros que esperaban al sol para ser procesados en Ansar. De repente apareció un reservista matón con zapatillas y sin camisa empeñado en subir al camión para golpear a los presos. No se lo permití. Hizo un movimiento amenazador. De hombre a hombre no tenía ninguna oportunidad contra él. Amartillé mi arma, dio un paso atrás y, enfurecido, dijo: «Es por tipos como tú que el país está como está».
No hubo nada especial en mi experiencia o en las fotografías de Edén Abergil. Decenas de miles de soldados que sirvieron en los territorios [ocupados] y en el Líbano, como Edén y yo, estuvieron expuestos a experiencias similares. Esa es la rutina de la ocupación: pedazos de tela, esposas, el sudor bajo el sol, aud, um, yidak, uskut. Así ha sido durante 43 años. Cuando soldados armados de 18 años de edad custodian a civiles maniatados y con los ojos vendados y ven a los prisioneros tirados en medio de charcos de orina en los sótanos donde se realizan los interrogatorios, la situación es violenta y humillante sin necesidad de apartarse de órdenes o reglamentos.
La ocupación no me «corrompió» ni a mí ni a ninguno de mis colegas de la unidad. No volvimos a casa para lanzarnos a la calle como salvajes y comenzar a abusar de personas indefensas. Los problemas propios de nuestra edad nos preocupaban mucho más que las molestias que padecían nuestros prisioneros. Nuestros puntos de vista políticos tampoco quedaron afectados. El que odiaba a los árabes en casa los odiaba también cuando se sentía derrotado y débil en el ejército, y los que leían a Uri Avnery antes de ser llamados a filas pensaban que había que salir del Líbano y de los territorios [palestinos ocupados], aunque participaran activamente en la ocupación.
Sin embargo, aprendimos una lección: con independencia de la política, es mejor ser guardián del preso que ser preso. Incluso aquellos que sueñan con una solución permanente y con un Estado palestino y que quieren desmantelar los asentamientos prefieren ser los que ponen las esposas y no los esposados. Es mejor custodiar al preso y almorzar en el comedor del cuartel que comer de rodillas con las manos atadas a la espalda en una habitación hedionda. La ocupación no nos ha convertido en delincuentes fuera de la ley, sólo nos ha enseñado que lo mejor es estar en el bando del más fuerte.
(II)
Los que obligan a la gente a comer como animales no están en el bando más fuerte.
Respuesta al soldado raso Benn
Gideon Levy, Haaretz
El soldado raso Aluf Benn cumplió sus años de servicio militar como miembro de la Policía Militar en el Líbano. Ayer, con valor encomiable, reveló en estas páginas su rutina militar (Cuando yo era Eden Abergil). Esposó y vendó los ojos a un sinnúmero de personas y condujo a muchos detenidos a sus jaulas. Vio a detenidos comiendo como perros, como lo expresó él -sentados en cuclillas, con las manos atadas a la espalda-, y olió su sudor y su orina.
Benn trató de argumentar que todo el mundo ha hecho lo mismo, miles de soldados del ejército de ocupación durante generaciones, y que por eso no le chocaron los actos de la soldado Eden Abergil. He ahí una explicación moral retorcida pero inquietantemente banal: todo el mundo lo hace, así que está bien. Nunca vi [que se cometieran] aberraciones, escribe Benn inmediatamente después de describir la horrenda pitanza perruna de los detenidos. La ocupación no me corrompió, añade después, sin pestañear.
Pues bien, mi excelente editor y buen amigo Aluf Benn: su artículo es la prueba inequívoca de lo mucho que se ha corrompido usted después de todo y, lo que es peor aún, de hasta qué punto es usted inconsciente de ello. Usted no sabía y no preguntó quiénes eran los prisioneros [que custodiaba] y por qué fueron detenidos de esa manera. Incluso el hecho de que comieran en cuclillas con las manos esposadas lo consideró usted -un soldado que en su juventud leía a Uri Avnery-, algo normal, no una monstruosa aberración moral. Pero, en verdad, ¿qué se puede esperar de un joven soldado con el cerebro lavado?
El problema es que, incluso hoy, a pesar de su capacidad de madura retrospección, todavía sigue sin considerar que aquello fuera una aberración. ¿Por qué? Simplemente porque todo el mundo lo hizo.
La ocupación no nos convirtió en delincuentes fuera de la ley, escribe usted con corazón puro. ¿En serio? Según su propio testimonio, usted esposó a miles de personas sin ningún motivo, sin juicio, en condiciones humillantes, causándoles dolor hasta hacerles gritar. ¿No es eso una pérdida de humanidad?
Usted no volvió a casa para lanzarse a las calles a provocar disturbios y abusar de personas inocentes, escribe usted, y todo eso está muy bien. Pero permaneció callado. Fue usted cómplice absoluto del delito, y ni siquiera tiene conciencia de su culpabilidad.
Trate de pensar por un momento en los miles de detenidos que esposó, humilló y torturó. Piense en la vida de todos ellos desde entonces, en los traumas y cicatrices que arrastran, en el odio que sembró en ellos. Ahora piense en usted mismo, en el soldado que ha madurado, que se ha convertido en padre familia y respetado columnista, editor liberal hasta la médula, con opiniones independientes e ilustradas. ¿Será posible que sea usted más ciego hoy de lo que lo fue en su juventud?
Así que eso es lo que todos hacían. Ha hecho usted una importante contribución a Breaking the Silence(3) aportando las pruebas de lo que la ocupación le hace al ocupante, el cual ya ni siquiera advierte la fea joroba que tiene en la espalda. El ocupante que ha descrito usted constituye un hecho grave. Un ocupante que se siente tan bien, tan en paz con sus acciones pasadas, necesita hacer un profundo auto-examen.
«Cuando yo era Abergil Eden» es un artículo importante. Expresa honestamente lo que la mayoría de nosotros no queremos admitir. No se lo puede llamar falsa propaganda y nadie se atrevería a acusar a su autor de antisemita. Fue un soldado que se desempeñó con dedicación en el ejército que cometió (y comete todavía) tales actos criminales.
Pero la lección que Benn extrajo de su servicio militar es probablemente lo más escalofriante de todo: es mejor ser el que captura al prisionero que el prisionero. Es mejor ser el que coloca las esposas que el esposado. Es mejor custodiar al detenido y luego ir a almorzar al comedor que comer en cuclillas con las manos esposadas en una habitación que apesta. Ese es el mundo binario del ex soldado israelí: o soldado brutal, o su víctima.
¿Y qué hay de la tercera posibilidad, que no es ni lo uno ni lo otro? En el mundo hay mucha gente así, personas que no son ni torturadores ni víctimas de la tortura, ni ocupantes ni ocupados. Sin embargo, [esas personas] han sido completamente borradas de la terriblemente estrecha y distorsionada imagen del mundo que Israel ha implantado en la mente de sus soldados.
Benn y sus compañeros sólo querían estar en el bando fuerte, les importaba un bledo estar en el bando justo. Pero quienes obligaban a la gente a comer como animales no están en el bando fuerte. Incluso el poderoso que en otro tiempo leía [la revista] izquierdista Haolam Hazeh(2) y que ahora edita la página de opinión de Haaretz, ha caído.
El soldado raso Benn ciertamente no se merece una medalla por su servicio militar. Después de tantos años sigue sin comprender todo lo malo que había en aquello.
NOTAS:
(1) La mayor sorprendida por el impacto mediático internacional de sus fotografías en Facebook parece que fue la propia señorita Ebergil, absolutamente incapaz de atisbar nada censurable en las imágenes que escandalizaron al mundo. En este sentido, la vapuleada ex soldado israelí es el típico producto de la tribalizada educación israelí, orientada a fomentar la guetoización mental y espiritual del individuo mediante la inculcación de valores etnicistas y terrores irracionales que perpetúan un estado de sitio mental desde el que se justifica la deshumanización y agresión permanentes del enemigo, palestino u otro. Esta ideología de corte supremacista socializa sus valores tanto en la escuela como en el ejército a lo largo de un arco cronológico que se extiende desde la primera infancia hasta los 45 años (edad con la que concluye el período de servicio obligatorio en la reserva), lo que da idea de su potencial poder de penetración. La oficializada, compulsiva y artificiosa pesquisa de trazas de antisemitismo por todo el mundo, más los viajes de escolares que el Estado israelí organiza a antiguos campos de concentración europeos y cuya intención tribalizante y manipuladora ha sido brillantemente expuesta por el director israelí Yoav Shamir en su documental Defamation (2009), completan este programa de inmersión vitalicia. Mediante esta indoctrinación intensiva el sistema sionista proyecta su propia esquizofrenia sobre la comunidad entera hasta hacer del grupo una tribu perfectamente compactada, atrincherada tras los muros de su gueto e impermeable a las acometidas de la realidad y a los susurros de la compasión. La señorita Ebergil constituye el ejemplo más acabado de esta patología: el escándalo de la fotos de Facebook no tuvo el más mínimo efecto pedagógico sobre ella sino que, por el contrario, reforzó aún más sus prejuicios y paranoias. En lugar de recular y reconsiderar su postura, se reafirmó agresivamente en ella, llegando a declarar lo siguiente en una entrevista concedida al diario Yediot Aharonot: «Odio a los árabes y les deseo lo peor. Muy gustosamente los mataría a todos e incluso los masacraría; uno no puede olvidar sus acciones«. Sería interesante conocer la repercusión que, comparativamete, tendrían en los medios internacionales las declaraciones de cualquier uniformado palestino que se expresara públicamente con semejante brutalidad.
(2) En la que escribía, entre otros, Uri Avnery, a quien alude Bennen su artículo.
(3) Breaking the Silence: Rompiendo el Silencio. ONG israelí formada por soldados y veteranos del ejército israelí dedicada a denunciar mediante testimonios de primera mano las vulneraciones de derechos humanos perpetradas por las fuerzas de ocupación israelíes en los territorios palestinos.
Fuente:
http://www.haaretz.com/print-edition/opinion/when-i-was-eden-abergil-1.311390
http://www.haaretz.com/print-edition/opinion/a-response-to-pfc-benn-1.311650