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Boicot académico

El programa de formación del Shin Bet pone de relieve la complicidad de los profesores universitarios con la ocupación

Fuentes: Electronic Intifada

Traducido para Rebelión por Felisa Sastre

El prestigioso sociólogo Baruch Kimmerling ha reconocido algunos hechos importantes en un artículo, publicado inmediatamente después de la votación del sindicato británico NATFHE [1] llevada a cabo esta semana, en la que se ofrece apoyo moral a sus afiliados si boicotean a las universidades israelíes. En la propuesta, se aconseja a los profesores británicos, que se oponen a la complicidad de sus colegas israelíes con la larga y continuada ocupación de los palestinos, que los boicoteen a ellos y a sus instituciones.

Un día después, y en el momento oportuno, Kimmerling hizo público en el periódico diario Ha’aretz la decisión de su propia institución, la Universidad Hebrea de Jerusalén, de ofrecer un programa especial acelerado de licenciatura para los miembros del Servicio General de Seguridad o Shin Bet, organismo que se ha servido de sus temibles y cada vez mayores experiencias para el mantenimiento de la ocupación en Palestina durante casi cuatro décadas.

El Shin Bet es posible que sea más conocido por sus métodos de interrogatorio para conseguir que los detenidos confiesen. Aunque la tortura fue prohibida por el Tribunal Supremo del país en 1999, el Shin Bet, según el grupo israelí de defensa de los derechos humanos, Public Committee against Torture, ha continuado con sus notorias prácticas durante la segunda Intifada.

Kimmerling afirma que no sólo se va a estimular al personal del Shin Bet para que continúe su educación con becas del Gobierno (algo que puede ser positivo) sino que el propio Shin Bet va a diseñar el programa del curso. Como subraya, el resultado más probable será un curso de «estudios profesionales» relacionado con el trabajo que desarrolla.

Acertadamente, destaca que semejante curso choca con los verdaderos valores de la libertad de expresión y pensamiento que, supuestamente, encarna su universidad: «Aunque ambas instituciones (el Shin Bet y la Universidad Hebrea ) se dedican a la «investigación», los fines y metodología que utilizan son como la noche y el día.»

Kimmerling señala que acuerdos de este tipo no son nuevos en el ámbito académico israelí y que existen fuertes vínculos entre las universidades y la industria de defensa porque «algunos dirigentes de la Universidad se incorporan al sector académico tras el servicio militar y después de desarrollar una carrera en altos puestos de la Defensa y no todos ellos consiguen «convertirse» en civiles.

Pero de hecho, Kimmerling subestima el problema. Cualquiera que haya pasado un tiempo en una universidad israelí sabe que su dirección académica y la enorme industria de la defensa del país se encuentran íntimamente entrelazadas. El Departamento de Geografía de la Universidad de Haifa, por ejemplo, ha estado dirigido hasta hace muy poco, por el profesor Arnon Sofer, a quien se conoce mejor en Israel por defender la limpieza étnica de los palestinos, de los palestinos ocupados de Cisjordania carentes de ciudadanía y de la minoría de ciudadanos palestinos de Israel.

Sofer, que también ha dado clase durante muchas décadas en el National Defence College y en el Police Training College, en una ocasión alardeó ante mí de haber impartido sus valores a casi todos los funcionarios de alto nivel de los servicios de seguridad en Israel. Las etiquetas en las puertas de los despachos de los profesores de su Departamento indican su pertenencia al National Security Studies Center, institución del propio Sofer dedicada a la investigación, y financiada con fondos gubernamentales, que se dedica a diseminar sus obscenas ideas.

Kimmerling ofrece un ejemplo destacado de esta «asociación». Menachem Milson, decano de la Facultad de Humanidades en la Universidad Hebrea, fue en los años 1970 y 1980 jefe del gobierno militar- falazmente conocido como administración civil- en Cisjordania. Desde ese puesto desarrolló las famosas «Village Leagues», unas milicias palestinas locales financiadas por Israel cuya misión era debilitar el apoyo palestino a Fatah y, con ello, prolongar la ocupación mientras Israel se concentraba en su ilegal colonización del territorio.

El propio Kimmerling ha escrito mucho sobre la terrible naturaleza de la ocupación de Israel, planteada para acabar con toda esperanza de una soberanía palestina, incluso en los pequeños guetos de su patria original que se asignan a los palestinos, al extender la dominación judía. Incluso ha acuñado un término para la lenta y continua erosión de los derechos del pueblo palestino: politicidio.

Así que, habida cuenta de su propia experiencia, ¿cuáles han sido las conclusiones de Kimmerling sobre la legitimidad del boicot impulsado por el sindicato británico? Pues denunciar «una gran hipocresía.» Este juicio repite su denuncia del año pasado sobre la decisión -que duró poco- de otro sindicato británico, la Asociación de Profesores de Universidad (AUT, en sus siglas inglesas) de recomendar el boicot a una serie de universidades israelíes y que, tras una feroz campaña de los partidarios de Israel, retiró rápidamente su propuesta.

¿Cuáles son los argumentos de Kimmerling para oponerse a esos boicots? » Porque nadie se ha atrevido a proponer el boicot a las instituciones académicas estadounidenses o británicas tras la invasión de Iraq, o a los académicos chinos por la violación de los derechos humanos.»

Se trata de comparaciones, sacadas a relucir rápidamente por apologistas de la ocupación israelí de menor talla intelectual que Kimmerling. ¿Es razonable? Vamos a analizarlas.

Los abusos chinos de los derechos de sus propios ciudadanos y la violación de los derechos del pueblo tibetano durante la larga ocupación de su país merecen las denuncias continuadas. Pero ¿un boicot a las universidades chinas tendría el mismo significado y efectividad que el dirigido a las universidades israelíes?

A China, occidente la ha tratado como un Estado paria durante mucho tiempo, incluso aunque con frecuencia se ocultara su comercio con los gobiernos occidentales. Pero nadie en occidente considera que China sea una democracia o cree que las autoridades chinas permiten que exista un espacio para que la sociedad civil se desarrolle. Y es cierto que sabemos que los disidentes chinos, entre ellos los profesores, han recibido terribles castigos: la cárcel, la tortura y el asesinato.

¿En qué medida cree exactamente Kimmerling que un boicot a las universidades de China provocaría que surgieran opiniones disidentes y cómo ayudaría al establecimiento de políticas progresistas en el país? Si el gobierno chino no permite la existencia de voces críticas, ¿de qué forma las actuaciones de los profesores británicos podrían cambiar las cosas?

En el caso de China, lo que se necesita son sanciones conjuntas de los gobiernos occidentales contra las autoridades chinas y el que no se lleven adelante no es responsabilidad de los académicos europeos o estadounidenses.

Al contrario que China, el diminuto país de Israel recibe enormes sumas de ayuda procedente de Estados Unidos- esta semana se ha hecho público que la Cámara de Representantes ha aprobado 2.500 millones de dólares para el próximo año- y goza de un estatuto comercial privilegiado con la Unión Europea que beneficia en gran medida a la economía israelí. La mayoría del dinero estadounidense no tiene que ser justificado, de ahí que sirva para financiar la industria de la ocupación de la que forman parte las universidades y las dañinas iniciativas de profesores como Arnon Sofer, patrocinadas gubernamentalmente.

Así que, mientras por una parte a China se la condena como estado autoritario y antidemocrático por sus violaciones de los derechos humanos, a Israel se la recompensa por su ocupación con ayuda financiera. Por ello, es responsabilidad de los profesores británicos y estadounidenses el distanciarse del apoyo que sus gobiernos prestan a Israel sirviéndose de los limitados medios de que disponen.

¿Y qué pasa con las universidades estadounidenses y británicas? Aplicando la lógica del NATFHE, ¿deberían ser boicoteados los profesores británicos por la invasión y ocupación de Iraq?

Pasando por alto el hecho obvio de que los británicos lo tienen difícil para boicotearse a sí mismos, analicemos el argumento de Kimmerling, quien insinúa que hay una doble vara de medir: los profesores británicos tratan de castigar a los israelíes por la ocupación palestina mientras que nadie castiga a los británicos por la ocupación de Iraq. Pero esta analogía es rotundamente falsa.

Primero, la razón por la que el sindicato británico quiere que los académicos israelíes sean castigados es su silencio colectivo y su colaboracionismo con la ocupación. Una de las principales universidades de Israel, Bar Ilan, tiene un campus en la colonia de Ariel en Cisjordania, zona que Israel quiere anexionarse una vez concluido el Muro. Dado que la colonia Ariel se encuentra a unos 14 kilómetros de la Línea Verde, es decir de la frontera anterior a 1967, esa operación acabaría con cualquier esperanza de un Estado palestino viable.

Con unas pocas y honorables excepciones- Ilan Pappe, Tanya Reinhart y el propio Kimmerling- casi nadie en la Universidad israelí habla claro contra la ocupación o sobre el implícito o explícito apoyo de ella. El artículo de Kimmerling sobre el programa de estudios del Shin Bet es un raro ejemplo de esa disidencia pública.

No ocurre lo mismo en Gran Bretaña, donde los académicos han estado en la vanguardia de la enorme oposición en el Reino Unido a la invasión de Iraq y a la subsiguiente ocupación del país. Los recintos universitarios vibran con protestas y debates sobre la legitimidad del papel de los británicos en Iraq. El hecho de que no se refleje en los medios de información británicos es culpa de los medios del país, no de los académicos.

No se puede decir algo semejante de las universidades israelíes donde no se han producido protestas por parte de sus dirigentes y estudiantes judíos. Los estudiantes árabes de la Universidad de Haifa que han intentado protestar contra la ocupación de los territorios palestinos, de donde la mayoría de ellos procede, tienen que obtener el permiso de las autoridades universitarias que casi siempre se les niega. Las manifestaciones habitualmente se graban por funcionarios de la universidad y la policía detiene después a los estudiantes, mientras que otros son castigados por los comités disciplinarios especiales de la Universidad. Los estudiantes árabes que se enfrentan a esas sanciones raramente han recibido apoyo de los estudiantes o profesores judíos.

(Debería subrayarse, asimismo, que a los palestinos se les niega el acceso a las universidades israelíes, mientras sus posibilidades de educación en instituciones propias se encuentran gravemente limitadas por los puestos de control, los toques de queda y las incursiones asociadas a la ocupación. Los estudiantes árabes pertenecen a la minoría de ciudadanos palestinos del país, un quinto de la población, que tienen una representación extremadamente insuficiente en los campus y a quienes se les niega el derecho a hablar. Los profesores árabes constituyen menos del 1 por ciento del claustro.)

El segundo punto es que, mientras que la ocupación estadounidense y británica de Iraq se encuentra en sus inicios, la de Israel está llegando a lo que sería la crisis de la mitad de su existencia. ¿Hasta qué punto la falta de acción, el hacer la vista gorda, se convierte en culpabilidad? Sin duda, cuatro décadas de ignorar la ocupación israelí resta credibilidad a nuestras negativas de cualquier responsabilidad moral.Si las universidades británicas se hubieran mantenido tranquilas en 2004, cuando la ocupación de Iraq todavía estaba en marcha, yo hubiera esperado fervientemente que los profesores universitarios de todo el mundo tomaran medidas también contra sus colegas británicos y estadounidenses.Lo que nos lleva a la tercera diferencia. Mientras el éxito o el fracaso de los objetivos estadounidenses en Iraq todavía es incierto, los planes de Israel para expoliar las tierras palestinas han tenido un éxito completo y se han llevado a efecto a un ritmo creciente. En efecto, tal como los delegados del sindicato británico parecen comprender, las esperanzas de conseguir cualquier tipo de Estado palestino viable casi se han agotado. El gobierno israelí planifica en la actualidad las últimas etapas de su anexión de territorio palestino- falazmente denominado «convergencia» – y con ellas la destrucción de cualquier posibilidad de un Estado palestino relevante. No obstante, Kimmerling expone una opinión válida. Ciertamente, sería difícil boicotear a los académicos y universidades estadounidenses incluso si demostraran a largo plazo ser tan débiles como las israelíes, porque los académicos estadounidenses sostienen el sistema académico occidental; sin ellos, el sistema, probablemente, se vendría abajo.El hecho de que sea difícil castigar a los universitarios estadounidenses puede ser injusto pero ello no justifica que los profesores británicos eludan su responsabilidad moral de presionar en lo que puedan para que Israel ponga fin a su injustificada ocupación. Ese tipo de campañas para boicotear pueden ser efectivas, como debería ser obvio ante los esfuerzos a alto nivel que llevó a cabo el gobierno israelí el año pasado para conseguir que la votación de la AUT se revocara.

Jonathan Cook, que vive en Nazaret , es autor de «Blood and Religión: The Unmasking of the Jewish and Democratic State», publicado por Pluto Press y disponible en Estados Unidos en University of Michigan Press. Su página web es www.jkcook.net

http://electronicintifada.net/v2/printer4752.shtml



[1] N.T.: National Association of Teachers in Further and Higher Education (Asociación Nacional de Profesore de Enseñanza Secundaria y Enseñanza Superior).