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Entrevista a Jose Luis Villacañas, historiador y catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid

«El PSOE vive esquizoide entre la verdad de su sentido de Estado, las verdades de su gestión y la participación en el imaginario de la España de la derecha»

Fuentes: Rebelión

Hipocresía, fanatismo y frialdad son tres conceptos a los que recurre José Luis Villacañas para representar el panorama político actual de la derecha común de PP y VOX.

El catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid (UCM) analiza las claves del éxito de la derecha, discute los retos de la izquierda y advierte de los peligros a los que se enfrenta la sociedad española tras la cita con las urnas del 28-M. Reivindica la necesidad de que la izquierda disponga de una política que vaya más allá de la política de medidas y de gestión.

¿Con qué tres adjetivos definiría la política actual?

Hay diferencias. En la derecha veo hipocresía, fanatismo y frialdad, aunque podría resumirse en una: vivir en la falsedad, una voluntad de construir una fantasmagoría, un imaginario. En la izquierda veo un estar atado al propio discurso, como una vía sin cambio de agujas, aunque sepa que ya no conecta más que con minorías ancladas en la militancia absoluta pero muy fragmentada. Obviamente la derecha ha sabido construir una especie de delirio compartido. La izquierda, no. El delirio tiene como finalidad negar la realidad, pero respecto de algo muy central e importante y con una proyección de afecto compacta. La izquierda ahora tiene realidades y gestiones, o militancias absolutas, pero no ofrece nada respecto de ese algo central e importante. En esta condición, la actitud de la militancia absoluta de las minorías de izquierda confirma el delirio propio de la derecha que crece sin alternativa. Creo que la derecha ha organizado la política española sobre un mundo de ficciones, y en él muchos actores no creen nada de lo que dicen pero mueven los hilos del fantasma, mientras otros creen demasiado, y el resto vive en un mundo más bien propio. El desencuentro es total, pero quien determina el juego es la derecha, y su aspiración es que toda la izquierda sea el PSOE y que este coincida en ese imaginario con el PP.

¿A qué cree que se debe que el discurso que emplean los políticos parezca ser ser inmutable?

Se debe a que las fantasmagorías no incluyen la posibilidad de la crítica. La opinión pública deslumbrada por ellas no está en condiciones de asumir un discurso verdadero. Sólo escucha un discurso afectivo porque está implicado algo fundamental, el imaginario de un futuro seguro. Eso es lo que no se ha visto en la izquierda. Sánchez apelaba a datos, resultados, leyes, pero eso no cala en un electorado instalado en una fantasmagoría sobre lo fundamental. Ese lenguaje de la gestión no forma parte del discurso político de la derecha porque está centrada en la escatología. Aquí emerge la autonomía de la política con todas sus ambivalencias, en las que sobresale el poder de las representaciones de seguridad y del tiempo largo de la vida.

Diré todavía más. Desde el punto de vista del realismo del Estado, Sánchez sigue una lógica arquetípica que fortalece España en el seno de las relaciones internacionales, que aumenta la estabilidad interna en tanto que dulcifica el problema catalán. Fortalece la estabilidad institucional e integra en el Estado a actores remisos a hacerlo. Pero la razón de Estado, monopolio de la derecha clásica, no puede formar parte de su argumento, hoy. La verdad, la realidad, no se puede decir. Si Vox o el PP entraran en estos argumentos, su discurso se caería por los pies. Lo que hay en la base de la política de la derecha no es sentido de Estado. Eso requiere una verdad. Lo que hay es un imaginario de España que se ha ido tejiendo desde las fotos de Colón y que se ha impuesto como un delirio colectivo, mezcla de miedos y deseos, de goces y angustias.

¿Piensa que las izquierdas están sabiendo comprender el éxito de las derechas?

Tenemos que preguntarnos cuál es la lógica de ese delirio. Y nadie lo hace. Y mi impresión es que el PSOE vive esquizoide entre la verdad de su sentido de Estado, las verdades de su gestión, y la participación en el imaginario de la España de la derecha. La consecuencia es que, cuando este imaginario se impone en su rutilante y deslumbrante autonomía -eso es Díaz Ayuso-, frente a la carencia de idea real de España por la izquierda, los votantes moderados del PSOE se inclinan a votar al PP. Así se perdió Andalucía, se ha perdido Aragón, Extremadura y en cierto modo Valencia, aunque aquí la injusticia histórica es todavía más profunda. Porque también en Valencia el PP supo recoger y utilizar el imaginario de VOX de una España paradisíaca y unida amenazada por Compromís. Que VOX tenga casi tantos votos como Compromís, debería dar que pensar.

Como es obvio, esa fantasmagoría de España, como todos los delirios, oculta la España real en la que ambos, PP y VOX, se mueven veloces. Ello nos sugiere que Bildu y ERC se deberían haber dado cuenta del gran error que han cometido en estos últimos 20 años. ETA perdió décadas creyendo que la democracia española era reversible porque era una concesión de mala gana de los militares. Fue un error de bulto. Ahora están en condiciones de hacer política. Y eso intranquiliza a la derecha, que le iba mejor cuando eran enemigos del Estado y ello cohesionaba a la población. La diferencia es que contra ETA había una unidad real sobre la violencia y la muerte. Eso fue ¡Basta Ya! Ahora, por el contrario, hay unidad sobre un fantasma.

La diferencia es que el fantasma nos vincula a un paraíso, pues siempre atiende poderosas pulsiones y relaja la angustia. España representa, para el votante de la derecha, un escenario paradisíaco que es puesto en peligro por cualquiera que lo niegue. Es la obligación de compartir un delirio propio. Incluso eso, claramente enfermizo, hay que entenderlo: hemos pasado la crisis de 2008, la pandemia, la guerra de Ucrania y hemos resistido. Pero muchos se dicen: no podemos ponernos adicionalmente en peligro. Todo lo que la izquierda dice sobre el futuro precario del Estado de bienestar, o que está en riesgo, todo eso se representa como un futuro que choca con la experiencia consoladora de que España ha resistido, con ese fantasma acogedor.

Ese fantasma no permite que asome las orejas un mínimo de crítica, y el PSOE tiene que preguntarse si ha contribuido a fundir ese fantasma con un acero refractario a toda contrastación. Cada vez que Sánchez apelaba a lo bien que nos iba, engordaba el fantasma del enemigo, pues sugería que con quienes respetan ese fantasma idílico de España todavía podría ir mejor. Él habla de detalles, mientras la derecha habla de lo que reúne todos esos detalles, la soñada España segura de sí misma. Esa es la idea política que ha ganado, y el PSOE contribuyó a forjarla. Respecto de los detalles de Sánchez, el votante piensa que con los verdaderos defensores del paraíso español se darían por añadidura.

Si a eso le sumas que Bildu tampoco puede decir que ETA fue un error gravísimo, o que ERC tampoco puede reconocer que el movimiento independentista se ha equivocado profundamente, por su necesidad de una militancia absoluta, entonces sus discursos refuerzan la idea de que el paraíso imaginario está amenazado. Al final nadie puede decir otra cosa que lo dice, el discurso no tiene recambio. Esa es la razón de la victoria del PP/VOX.

Decía Bertrand Russell que las personas buscan certezas en tiempos de incertidumbre…

En este caso son certezas falsas. En estos momentos, todo es una fantasmagoría que evita que se comprenda el proceso efectivo de la realidad y que, por lo tanto, estemos en una especie de delirio que sólo tiene una evidencia: ¡hemos salido de lo peor! ¡No hagan más olas! Eso alimenta una palabrería que no nos deja observar los procesos históricos de transformación radical del país desde el modelo de la gran metrópolis madrileña. Estos procesos deberían observar si un país tiene un rasgo de independencia nacional. Francia tiene un rasgo de independencia nacional: su armamento nuclear. Alemania tiene otro, el superávit nacional. España no tiene ninguno y, a pesar de eso, estamos construyendo relaciones internacionales lo suficientemente creíbles para que Europa y el mundo hayan defendido a España contra el asalto independentista. Ello ha permitido que este asalto no esté en condiciones de ser reconocido en su pretendida legitimidad. Esto, que es un éxito, es vendido de una forma totalmente falsa, como si en realidad entregáramos el Estado a los enemigos. Esto es una leyenda, pero oculta que en el proceso de la realidad el país está siendo vendido poco a poco a poderes tenebrosos.

¿Cómo valora el papel de los medios, las redes sociales y la comunicación política en el actual contexto de polarización?

En muchas ocasiones, los medios de comunicación se comportan como los actores de las redes sociales. Un periódico no es nada diferente a un usuario compulsivo de redes, y está dominado por sus propios antecedentes expresivos. Al final, únicamente está pendiente de producir una expresividad de aquello que constituye su propio lenguaje. Así, huye hacia adelante y construye un discurso que es una ficción. Es perfectamente afín a la construcción de la publicidad de las redes, donde el mundo expresa su propia obsesión y lanza su propia locura porque ya no está pendiente de la realidad. Está pendiente de su autoafirmación y de su goce, lo que implica hacer oídos sordos a cualquier cosa que lo ponga en duda. Así, el lector de periódico de este tipo es como un trol.

Se nos habla de la reducción del eros a pornografía en la medida en que el cuerpo queda reducido a imagen. Lo mismo sucede en política. La reducción de la política a la palabrería es una forma pornográfica de gozar. En este ambiente, gana quien pone más libido en las palabras. La idea de España que ha generado VOX todavía tiene carga libidinal. Eso no se ha visto porque no se ha entendido bien el franquismo. Él, con su cinismo brutal, enseñó a los españoles a despreciar el principio de realidad. Y esto existe a derecha y a izquierda, porque somos el pueblo que él hizo. Y no se ha querido hacer otro. Si así se forman los electorados, pueden vivir prendados del retablo de las maravillas sin encontrar ninguna base para diluirla y salir de ahí.

La responsabilidad de los partidos sería estar en condiciones de desmontar sus propias fantasías, mostrar una verdad que fuera comprensible en relación con la realidad. No lo hacen porque esas fantasías siguen siendo la fuente suprema de goce. Para unos, España; para otros, la independencia. En el fondo no lo hacen porque saben que ya han generado estructuras psíquicas tan ancladas en fijaciones, que no aceptarían que les cambiaran el afecto que sostiene su delirio. Lo único que no acepta el delirante es que le rompan su hablar.

¿Qué partido está llevando a cabo, desde su punto de vista, una comunicación política más eficaz?

En este punto distinguiría qué partido está atizando más el delirio y qué partido es el que está reconociendo más la realidad. Esa es la gran dualidad en el mundo de la política. Hay un partido que promueve la imagen de que Madrid, y por extensión España, es el paraíso. Es una imagen completamente delirante.

Esta imagen cala porque hay ciudadanos que son afines a esa imagen, y ahí hay un cálculo de frialdad. Ese cálculo consiste en que en la Comunidad de Madrid hay dos grandes masas de poblaciones: una es la masa de población que ya ha emprendido el camino de que tiene que pagarse sus propios servicios con la excusa de que no va a pagar más impuestos y, además, se lo puede permitir. Esto puede suponer un 35% de la población. Ya no llevan a sus hijos a los colegios públicos, ni a sus mayores a residencias públicas, ni a sus enfermos a hospitales públicos. No quieren pagar más impuestos porque, en el fondo, ya se pagan sus propios servicios. Pero luego hay alrededor de un 20% de población que, en el fondo, su estado social es tan precario, que cualquier servicio público ya les abre un mundo, y tienen cerca comparativos que les muestran que aún viven en el mejor de los mundos posibles.

En definitiva, por un lado, tenemos una población que ya ha roto sus amarras con las estructuras de solidaridad y busca el ‘sálvese quien pueda’; y por otro lado, un porcentaje de población que, en cierto modo, vive de manera tan precaria, y que se aferra a lo que hay como su tabla de salvación sin ponerlo en peligro bajo ningún concepto. Que la precariedad te inclina a conservar lo que hay, es un cálculo fácil cuando el otro lado ofrece la imagen de conflictualidad. Estos dos mundos son paralelos, pero los dos pueden tener el mismo interés en aceptar la imagen de prosperidad de que este es un buen mundo y de que en él podemos tener oportunidades. Unos lo hacen por desesperación y por cautela, y otros por egoísmo. Pero todos votan a Ayuso.

Ayuso ha conseguido pescar en el caladero de votos de partidos de izquierda en localidades donde tradicionalmente estaban muy asentados. Además de erigirse como adalid de Madrid y España, ¿cómo cree que ha logrado conectar con parte de las clases populares?

En la medida en que la izquierda no sea persuasiva acerca de la superación de las cuestiones internas y de las aspiraciones hegemónicas, no habrá posibilidad de que gran parte de las clases populares sigan confiando en ella. Son muchos los que perciben que eso se debe a cuestiones de reparto de botín y nadie confía en un representante ocupado en esas tareas. Una de las razones del éxito de Ayuso es que ella es demasiado gamberra para entrar en esas cosas, y esa dimensión antisistema conecta con eso que en otros lares se llama mentalidad plebeya, o con ciertas pulsiones libertarias e incluso anarquizantes frecuentes en algunos estratos. Por supuesto, su dimensión antisistema oculta tras una pantalla que está en el centro del sistema operativo. Pero hay una afinidad electiva entre su manera de expresarse, confusa, informal, plagada de anacolutos, que no se entiende bien pero que se sabe lo que quiere decir, y las maneras de esos estratos populares. Al final, la retórica de Ayuso es contradictoria y ambivalente, se mueve entre alguien que está fuera del sistema y que, a la vez, lo controla.

La clave de Ayuso es que es la política de los antipolíticos, de los que quieren que los dejen en paz, que el sistema político no presione sobre sus vidas y que, si hay que tomar decisiones políticas, entonces que sean expeditivas, rápidas, brutales, y a otra cosa; de los que no quieren elucubraciones. Ella se presenta como una líder resolutiva, segura de sí misma, que conecta con ciertas capas populares que no tienen confianza en la izquierda y que le han perdido el respeto. Pero en realidad los que acuden a Génova a vitorearla son los vecinos del barrio de Salamanca. Creo que ella ha sabido aprovechar ese momento.

¿Y qué partido ofrece una visión más veraz de la realidad social de Madrid?

En Madrid se impone un programa que no se detuvo ante la operación conocida por el ‘Tamayazo’. Esa turbia operación fue la fundación del modelo de Madrid y nos indica dos cosas: lo importante que era ese proyecto, que llevó al equivalente de un golpe de Estado en la Comunidad, y la facilidad con que mucha gente se avino a aceptarlo. Allí se produjo una constelación de intereses de tal magnitud, que hizo posible secuestrar prácticamente a dos diputados, y lograr que un partido que había ganado las elecciones las perdiera. No se investigó aquello, y la imagen que se ofreció fue que era necesario, que era inevitable. Hablamos de una presión sobre el sistema democrático completamente intolerable. Aquellos intereses concertados allí no fueron en ningún momento ni investigados ni atajados. El PSOE, que fue la víctima, no se movió para bloquear ese movimiento. Se olvidó que los partidos se van a pique por cosas muy lejanas. El sistema político italiano murió con Aldo Moro. El ‘Tamayazo’ destruyó al Partido Socialista. Desde entonces el PSOE no representa a los madrileños y no ha levantado cabeza. Y con ello es muy difícil que un presidente socialista no sea un íncubo en Madrid y que pueda realmente formar parte del fantasma de España.

Si estuviéramos atentos a lo que pasa más allá de nuestras ilusiones, creo que podríamos acordar que el gran problema de Madrid reside en la desconfianza estructural que mucha gente tiene respecto a un partido que no supo defender la legitimidad de su victoria. Eso no se perdona. Miren a Arrimadas, nadie le perdona que no supiera defender su victoria. Esto ha permitido que la izquierda en Madrid tenga que buscar cada vez nuevas siglas. El hecho de que el PSOE tuviera que recurrir a Ángel Gabilondo, Catedrático de metafísica, testimonia que no había en sus filas quien supiera de política.

Creo que, visto lo visto, el partido que reconoce la realidad es Más Madrid. Pero en Madrid no basta con eso. Es preciso oponer otro imaginario o disolver el imaginario de la España gloriosa, paradisíaca, imperial. Lo que ha hecho en el orden de la campaña Mónica García es muy meritorio; el mantenimiento de la marea blanca en la lucha por la sanidad es muy meritorio; y en sus múltiples intervenciones el grupo en la Asamblea autonómica ha mostrado a los madrileños cuál es el estado de la Comunidad. Pero como he dicho, eso no cala tanto cuando el discurso está instalado en el gozo. Quien haya hecho el slogan a Díaz Ayuso sabe de qué va el asunto. Va de lo que me da la gana, de apelar a las vísceras, de expresar que no molesten. Si ahora se presentara una crisis como la del 2008, la mayoría se plegaría a defender lo que hay por poco que fuera. Ese es el resultado de la manera en que se ha apreciado la conducta de quienes deseaban cambiar las cosas.

¿Qué pueden hacer las fuerzas políticas progresistas a partir de ahora?

Si no reconocemos que esto que acabo de comentar es una tragedia, entonces no tenemos ni corazón ni inteligencia política. Me sorprenden los que analizan la decisión de Sánchez desde el cálculo político. Es un gran gesto político que sigue la lógica democrática y debería quedarse ahí. Por supuesto, porque es un gesto democrático limpio, implica una pedagogía dura para actores remisos a entender el tiempo político y a abandonar para siempre el sentido événementiel de la política. La mayor parte de las veces la política es un proceso, no un acontecimiento. Pero todos deberían saber que lo que se ha votado es una idea política. No se ha votado sobre el índice de la inflación, los doscientos euros culturales o el índice de paro.

Por supuesto, habrá que seguir hablando, como Más Madrid, de unificar esas clases medias que, todavía, no han sido ni proletarizadas ni sometidas a un régimen de privatización de servicios, y generar una alianza con las clases populares que le digan a la señora Ayuso: “basta de poner a la Comunidad de Madrid al servicio de determinado capital financiero internacional, oportunista, depredador, turbio, no sistémico, de especuladores con la vivienda, la salud, la educación y la desgracia”. Pero no será suficiente. Tienen que ser capaces de mostrar que tienen una idea de Estado más responsable que la que tienen los que quitan la bandera europea de sus estrados. Y tienen que saber transmitir que esa idea de Estado es compatible con una forma de convivencia pacífica de los pueblos hispánicos. Pues ninguna idea de Estado genera confianza sin la idea subyacente de un modelo de convivencia pacífica de largo plazo. Yo creo que España no es una nación, pero no puede no ser nada. Esa posición genera adhesiones a un fantasma que no puede ser disuelto en unas elecciones, pero que seduce tanto más cuanto más precaria sea la vida del que goza con él.

¿Qué opina usted de la construcción del espacio a la izquierda del PSOE?

De entrada, Yolanda Díaz es el reflejo de lo más estable en la política de izquierdas en España desde la Transición, la seriedad de los sindicatos de clase. Aunque por extracción social no tenga experiencia sindical, no podremos valorar lo suficiente la gran tarea de los sindicatos en la construcción de una sociedad democrática. La existencia de grupos, asociaciones, estructuras organizativas, es el muro social más eficaz contra una relación delirante entre el poder y las masas amorfas. Eso por sí mismo es una buena noticia. Pero sucede lo mismo que en la Transición, que los sindicatos no pueden ser quienes dirijan la política, porque esta es de naturaleza transversal. Por eso es fundamental ir más allá de identificar qué tipos de intereses populares se deben tener en cuenta y encontrar lo que todo político debe encarnar: que hable de los intereses políticos de forma convincente a la comunidad política en su totalidad. No entender que España está en ese tiempo, es no juzgar de forma adecuada lo que ha significado el reto del independentismo catalán. Este ha llevado las cosas al nivel de la política con toda la seriedad posible. Y eso no se puede responder con que la inflación va bien, que el número de parados disminuye o que aumenta el número de contratos fijos. El problema de la política sólo puede resolverse con una idea política. El gobierno Sánchez ha puesto el carro antes que los bueyes. Ha echado a andar sin tener una idea política, y eso la gente no lo entiende o no lo acepta.

Ahora la cuestión es de vida o muerte. Estas elecciones de julio son la última oportunidad de revertir un proceso histórico que dura ya un cuarto de siglo, y de estar en condiciones de ofrecer una solución política clara al problema de la relación del Estado con los pueblos hispánicos. Si no se dan señales claras de avanzar por ese camino, el PP y VOX impondrán su visión política. Esa es la cuestión. Y nadie debe hacerse ilusiones de que, si eso sucede, se incendiará España y podría pasar cualquier cosa. No pasará nada, y la oportunidad de una mirada razonable para una España plural se habrá perdido. En la situación internacional existente, cualquier desestabilizador de la vida de los Estados europeos será visto como un huésped siniestro y se le exigirá silencio.

¿Qué predicción haría del 23-J?

La política se mueve por gestos que producen respeto y generan una imagen de coraje, de libertad, de seriedad y de aplomo. Por supuesto, esta es una parte de la política, que tiene que ser compensada con tacto, objetividad y discreción. Pero el regate, la negociación larga, la escenificación, el postureo, todo eso, hace que la gente pierda el respeto por los políticos y sus formaciones. La manera en que emergió Más Madrid mereció respeto y la ciudadanía lo hizo la segunda fuerza política. Fue clara, limpia y obedeció a valores políticos que fueron observados como diferentes y no se entendía que convivieran bajo una única dirección. Pero creo que la forma en que se han llevado las negociaciones para Sumar no ha sido clara ni ha tenido esa limpieza, y no han merecido ese respeto.

A los que se someten a la representación política se les debe exigir una grandeza de partida para aspirar a gozar de ella. Estos elementos del estilo político la izquierda no los frecuenta y eso es porque cree que todo en política consiste en compartir valores o dogmas, en “ser” de un lado o de otro. Pero no es así. De una manera u otra Sánchez es odiado por la derecha, pero tiene agallas. El adelanto electoral lo ha demostrado. En mi opinión, creo que no tiene la batalla perdida si logra que los grandes activos del partido, como Puig, Fernández Vara o Lambán, cierren filas. Sabemos que no le harán un favor ni Bildu ni Esquerra, y eso complicará que se produzcan novedades específicamente políticas. Esa es la mayor dificultad para la victoria.

A estas alturas, es evidente que Podemos ya no tiene margen para imponer condiciones a Yolanda Díaz. Eso es positivo, porque el único que puede dar a Sumar un impulso específicamente político es Errejón. Creo que en los últimos tiempos la actual dirección de Podemos ha disminuido el grado de hostilidad hacia él, lo que permitirá que trabaje en Sumar con más libertad. Eso facilitará además que Compromís pueda integrarse razonablemente en la plataforma y desde luego también la gente de Colau. Pero Sumar tiene que trascender la imagen sindicalista de Díaz, porque en julio se va a votar política, no medidas ni gestión. Si estas fuerzas, y otras, enseñan que federar opciones es posible, podrían ganar. Pues en esa federación de fuerzas hay una promesa de otra convivencia pacífica en las tierras hispanas, y eso ya es una posición política. Sin embargo, no hay que olvidar lo que sabe todo el que se ha aproximado a la forma de liga o federación: se requieren afectos comunes, y estos quedan diluidos e imposibilitados con racanerías negociadoras.

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Irene Guerrero Mayo y Joan Pedro-Carañana son periodistas

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.