Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Raed Mu’anis era mi mejor amigo. La pequeña cicatriz que tenía en la parte superior de la ceja izquierda fue cosa mía a la edad de cinco años. Le insté a que dejara de colgarse de una cuerda donde mi madre solía secar nuestra ropa. No me hizo caso, por eso le tiré una piedra.
No pretendía alcanzarle, pero la piedra le dio. Mi padre me arrastró hasta su casa gritando y pataleando, mientras le llevaba como regalo un balón de colores y una muñeca. Me sentía muy avergonzado de haber herido a mi mejor amigo.
Varios años más tarde, a Raed, ya con 15 años, le dispararon los soldados israelíes cuando ayudaba a nuestros vecinos a cavar una tumba para un hombre bondadoso al que habían asesinado las tropas israelíes con las primeras luces del alba mientras cumplía con los rezos del Eid.
Ese día, cuando se produjo la «Masacre del Eid» en el campo que era mi hogar, Nuseirat, mi padre nos había llevado a visitar a unos familiares de un campo de refugiados cercano en Gaza para hacerles llegar nuestras felicitaciones. Todos los años, durante las fiestas, algo parecido a una masacre tenía allí lugar. Nuseirat, el campo rebelde de refugiados resilientes, fue elegido en esa especial fiesta musulmana para dar una lección. Raed fue una de las muchas víctimas de ese día.
Un amigo me contó que Raed iba sangrando profusamente mientras caminaba tambaleándose poco después de que le disparara un helicóptero del ejército israelí. Llegó hasta mi casa, que estaba junto al cementerio, y llamó desesperadamente a la puerta gritando el nombre de mi madre: «¡Tía Sarifah, por favor, abra la puerta!».
Pero mi madre estaba ya muerta y enterrada en la «tumba de los mártires», donde mis abuelos, ambos refugiados de la Palestina histórica, yacían también en su descanso eterno. La tumba diminuta de mi hermano mayor, Anwar, estaba igualmente en aquel lugar. Murió a la edad de dos años porque mi padre no tenía dinero para que le trataran en un hospital adecuado. Raed está ahora enterrado allí, a tan sólo unos metros de distancia.
Nunca imaginé que un día iba a estar trazando paralelos entre Nuseirat, sus gentes heroicas y una película de Hollywood; la lucha de mi pueblo es demasiado sagrada para hacer comparaciones de ese tipo. Pero no pude evitarlo cuando contemplé lo último de la franquicia de Los Juegos del Hambre, «Sinsajo». Al principio me sentí abrumado por el sentimiento de rabia al ver los distritos destruidos por los desalmados gobernantes del Capitolio. Mientras veía la película, sólo Palestina, pero especialmente la resistencia de Gaza, ocupaba mi mente.
El Capitolio -con toda su tecnología militar sin parangón y su acceso a un enorme aparato mediático- era imparable en su brutalidad. Sus gobernantes, que proclamaban ser superiores a todos los habitantes de la distopia de Panem, no tenían tampoco límites morales de ningún tipo.
Los Juegos del Hambre, la versión de la historia de un reality de televisión, se crearon como acontecimiento anual para celebrar la victoria del Capitolio sobre una anterior revuelta de los distritos. También servía de recordatorio de lo que el Capitolio era capaz de hacer si alguien se atrevía a levantarse otra vez en el futuro. Los participantes en el show -la mayoría niños que habían sido elegidos o que se habían presentado voluntarios en un proceso denominado «la cosecha»- venían de todos los distritos. Los contendientes tenían que matarse unos a otros para divertimento del Capitolio, que sacaba su fuerza de la división y opresión de los otros.
Pero los distritos se rebelaron. Así tenía que ser. Resistieron porque no podía haber otra respuesta a la opresión sistemática que la resistencia. El distrito 13 fue aniquilado en las primeras etapas para que el resto de los distritos no se atrevieran a alimentar otra idea que no fuera la insistencia del Capitolio en que toda resistencia es inútil. El despiadado presidente de Panem se mostraba impávido refiriéndose a los que desafiaban al Capitolio como «radicales» y no como «rebeldes». En ocasiones, el Capitolio trataba de volver a unos distritos contra otros, incitando a la guerra civil.
La conexión con Gaza empezó a hacerse demasiado patente cuando Katniss, una de los primeros «tributos», y el simbólico «Sinsajo» de la resistencia, pronunciaron estas palabras poco después de que los bombarderos del Capitolio destruyeran un hospital lleno de hombres, mujeres y niños indefensos, asesinándolos a todos: «Quiero decirle a la gente que si por un segundo piensa que el Capitolio va a tratarnos con justicia en caso de alto el fuego, se están engañando a sí mismos. Porque sabéis muy bien cómo son ellos y qué es lo que hacen». Las similitudes con este drama eran espeluznantemente parecidas al bombardeo y destrucción total del hospital al-Wafa en Gaza a finales de julio de este año, el único centro de rehabilitación en la Franja para miles de víctimas de las atrocidades israelíes.
El mensaje de Katniss ante el Capitolio: «Podéis torturarnos y bombardearnos y arrasar nuestros distritos hasta los cimientos, pero, ¿sabéis qué? ¡Que el fuego acabará atrapándoos! Y que si nosotros ardemos, ¡vais a arder con nosotros!
Es como si la autora de los Juegos del Hambre, Suzanne Collins, supiera mucho de Gaza; como si hubiera confeccionado sus historias para contarnos una lucha real entre un brutal Capitolio, llamado Israel, y los distritos rebeldes, llamados Palestina; es como si Gaza fuera el distrito 13, en el que, a pesar de los repetidos intentos de aniquilación durante los últimos 65 años pero especialmente durante las dos guerras genocidas de 2008-2009 y 2014, la resistencia siguiera viva.
¿Sabe Collins que Katniss, que no eligió ese destino pero que tenía que intervenir en defensa de su pueblo, está representada en miles de hombres, mujeres, y sí, también niños, de Gaza? ¿Sabe que sus historias estaban ya escritas y representadas por gente de verdad, que puede que nunca hayan oído hablar de su franquicia y que quizá no vivan nunca para ver sus películas? ¿Sabe que los dirigentes criminales como el Presidente Snow no son fruto de la fantasía sino que existen realmente, aquí y hoy, en las personas de Benjamin Netanyahu e innumerables dirigentes israelíes que exigen la aniquilación total de los gazatíes a su libre antojo?
En cuanto a los Juegos del Hambre de Gaza, las similitudes son asombrosas.
Justo antes de que Israel impusiera duras sanciones contra Gaza para castigar a los palestinos por el resultado de sus democráticas elecciones, el alto asesor del gobierno israelí Dov Weisglass hizo una escalofriante promesa: «La idea es poner a dieta a los palestinos, aunque sin matarles de hambre» (AFP, 16 de febrero de 2006). Esa no fue una declaración pasajera.
Después de muchas discusiones legales, un grupo israelí por los derechos humanos, Gisha, consiguió obtener unos documentos que mostraban que la política oficial de Israel en Gaza desde entonces consistía en una «política deliberada de llevar a los palestinos a la casi inanición», y que la «seguridad» no tenía nada que ver con el bloqueo a Gaza.
En la Operación israelí Plomo Fundido, más de 1.400 palestinos murieron asesinados y hubo también más de 5.500 heridos. Pero en la última guerra genocida de Israel, el precio que la resistencia ha pagado aumentó a 2.137 muertos. Y aún sigue muriendo gente a causa de las heridas recibidas.
Gaza está en ruinas. Se destruyeron barriadas enteras, se borraron pueblos del mapa, se aniquilaron familias al completo. Cientos de colegios, hospitales y mezquitas quedaron arrasados en una orgía de muerte y destrucción sin precedentes.
Sin embargo, en Gaza no han podido destruir a la resistencia. Porque resistencia no es sólo hombres y mujeres con armas. La resistencia es un ideal, puro en sus intenciones, quizá romántico en ocasiones, pero es realmente el trabajo de todo un colectivo que ha decidido morir luchando si es necesario y que no está dispuesto a que le pongan jamás los grilletes de la esclavitud.
Ni siquiera las terribles palabras de Moshe Feiglin, portavoz adjunto del parlamento israelí (Knesset) fueron suficientes para intimidar a Gaza. En su plan para destruir la resistencia, mostrado en su Facebook el 1 de agosto de 2014, Feiglin pedía la «conquista de toda la Franja de Gaza y la aniquilación de todas las fuerzas combatientes y de sus seguidores», además de expulsar a los restantes habitantes hacia campos de concentración situados cerca del desierto del Sinaí. «Se instalarán tiendas de campaña en esas áreas hasta que se determinen los pertinentes destinos de emigración».
Feiglin, y su primer ministro, Benjamin Netanyahu, entre otros muchos del establishment militar y político de Israel, son los líderes de la vida real del Capitolio, esos a los que se permite actuar con total impunidad contra los oprimidos distritos de Palestina.
Y al igual que el Sinsajo que ha resucitado contra todo pronostico, Gaza seguirá siendo el distrito rebelde. La sangre de sus niños, «casi muertos de hambre», se unirá algún día a la de todos los distritos contra el Capitolio. Entonces, todas las voces que dudaban de la sabiduría de la resistencia irán acallándose ante el canto claro y armonioso de un pueblo unido. Mientras la resistencia continúe, los palestinos de todas partes expresarán su victoria y desafío alzando cuatro dedos, el «raba’a» de Egipto, al igual que los rebeldes de los trece distritos lo expresaban levantando tres.
Hasta entonces, el Sinsajo de Palestina, los miles de mártires vivientes, continuará surcando los cielos cantando la canción de una nación rebelde.
«¿Estás viniendo hacia el árbol?
El árbol al que te dije que corrieras para que ambos pudiéramos ser libres
Cosas insólitas han sucedido aquí
No sería extraño
Que nos encontráramos a medianoche en el árbol del ahorcado.»
Si tan sólo los otros distritos se levantaran…
Ramzy Baroud es Doctor en Historia de los Pueblos por la Universidad de Exeter. Es editor jefe de Middle East Eye, columnista de análisis internacional, consultor de medios, autor y fundador de PalestineChronicle.com. Su último libro es «My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story» (Pluto Press, Londres).
Fuente: http://www.counterpunch.org/2014/12/04/the-mockingjay-of-palestine/