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El teatro sueco de Netanyahu y la realidad de la ocupación

Fuentes: Gush-shalom

Traducido del inglés por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.

Durante días la clase dirigente israelí y los medios de comunicación de la corriente general han estado ocupados en una campaña de satanización de Suecia. Sólo después de reprender a los suecos por «antisemitas», el periódico de gran tirada Yediot Aharonot

dio el paso periodístico elemental de enviar a un reportero a verificar los hechos. El artículo de Ronny Shaked del 24 de agosto no revelaba ninguna horrible sustracción de órganos, pero demostraba bastante claramente cómo puede surgir una historia de este tipo de la grotesca realidad de la ocupación.

Es una vieja historia que se remonta a hace diecisiete años, la historia de un joven llamado Ahmad Ghanem, del pequeño pueblo cisjordano de Amatin. Ghanem fue una de las personas a quienes el Israel oficial castigó como terrorista y a quien su propio pueblo aclamó como combatiente por la libertad. A principios de los noventa figuraba en la lista israelí de «buscados».

En mayo de 1992, Israel estaba inmerso en una campaña electoral crítica. El líder de la oposición, Isaac Rabin, pedía la confianza de los votantes con el compromiso de hacer la paz con los palestinos; un compromiso que trató seriamente de poner en práctica y por el que pagaría con su vida tres años y medio después. Todo aquello formó parte de un futuro que Bilal Ahmad Ghanem no llegó a conocer. En la noche del 13 de mayo de 1992, sus perseguidores israelíes le tendieron una emboscada en los alrededores de la casa de sus padres y le mataron en el acto con una bala directa al corazón. Este hecho, por sí mismo, excluye la posibilidad de que los órganos de Ghanem se usaran para transplantes. Es una cuestión médica elemental que los órganos se tienen que extraer de pacientes con muerte cerebral cuyo corazón todavía late.

No hubo, y no pudo haber, una «extracción de órganos». Pero es verdad que se llevaron el cuerpo de Ghanem y no se lo devolvieron a la familia hasta una semana después, en la que obviamente le sometieron a una autopsia para la que no pidieron permiso a la familia que, por lo tanto, no pudo dar su consentimiento (En Israel sólo se puede efectuar una autopsia con el consentimiento de la familia o por orden judicial, pero esta norma no se aplica en el territorio gobernado por los militares). Cuando por fin devolvieron el cadáver a la familia, ésta se quedó conmocionada al ver una costura desde el cuello hasta el abdomen. No les dieron mucho tiempo para especular y allí no había nadie que pudiera responder a sus preguntas. Los soldados sobre el terreno apremiaron a los asistentes para que siguieran con el funeral y después se fuesen a sus casas. Un periodista sueco hizo algunas fotos del cadáver de Ghanem con su cicatriz, lo que despertó la ira de los soldados que inmediatamente le confiscaron la cámara. Pero se las arregló para sacar la película y arrojarla entre los arbustos. Al día siguiente volvió, recuperó las fotos y registró la reacción de cólera y dolor de la madre de Ghanem, de quien no podía esperarse que conociera o se interesase sobre los hechos médicos y las condiciones en las que el transplante de órganos puede o no puede ser posible.

Las fotografías y el reportaje se publicaron en Suecia en 1992, sin que suscitaran mucha atención. Se incluyeron, como uno de tantos artículos, en un libro del año 2001 sobre la situación en los Territorios Ocupados, a cuya publicación parece que contribuyó el gobierno de Suecia, aunque no es probable que efectuara una supervisión detenida y minuciosa. De nuevo pasó inadvertido. Y ahora ha salido, una vez más, a la superficie y se ha convertido, diecisiete años después, en el centro de una furiosa tormenta.

¿Por qué se ha resucitado el asunto en este preciso momento? Posiblemente porque la matanza masiva de civiles en la reciente guerra de Gaza, que es un hecho indudable, ha hecho también que las atrocidades israelíes no plausibles lo parezcan. Pero incluso así, un periódico debería haber examinado cuidadosamente sus datos, y algún médico podría haber declarado que esta acusación en particular no podía ser cierta. Hace un mes apareció un espantoso caso de tráfico ilegal de órganos para transplantes en el que los ciudadanos estadounidenses implicados, casualmente, eran judíos. Pero vincular este asunto con la mala conducta del ejército de Israel es una desagradable e inaceptable analogía que los editores de Aftonbladet deberían haber evitado. Pese a ello, no era necesario que el gobierno de Netanyahu estallara hasta el extremo del enfrentamiento entre los dos países. En realidad, los líderes de la comunidad judía de Suecia estuvieron lejos de sentirse satisfechos con la pasmarotada israelí. Pero el gobierno de Israel no actúa por la preocupación de ellos. Tenía su propio programa para hacer el máximo ruido.

Casi que desde el primer día que asumió el poder, Netanyahu se encuentra bajo la presión constante del presidente Barack Obama para que cese toda actividad colonizadora en los Territorios Ocupados. Los fanáticos de la línea dura de su gabinete exigen que Israel desafíe todas las presiones y siga construyendo y ampliando los asentamientos judíos y diga a los estadounidenses que se vayan al diablo. En el fondo de su corazón, Netanyahu puede simpatizar con ellos; pero sabe de sobra que semejante rumbo sería suicida y sería Israel el que se iría al infierno enseguida. Suecia es un objetivo alternativo adecuado al que se puede atacar con relativa impunidad. Además Suecia -que ostenta la presidencia semestral de la Unión Europea- hace muy poco presentó una enérgica protesta sobre los asentamientos y la expulsión de familias palestinas de sus casas en el barrio de Sheikh Jarah, en Jerusalén Este. Tiene prefecto sentido para Netanyahu tratar de poner al gobierno sueco a la defensiva.

 

La agarrada también ayuda a distraer las críticas a Netanyahu desde el interior de su gobierno de coalición. La ambigua histórica relación de Israel con Europa es una caja de Pandora de fácil apertura.

 

Por una parte, a los israelíes les gusta pensar que pertenecen a Europa, y por otro lado, en cuanto se enfrentan a las críticas, las acusaciones de antisemitismo salvaje vuelan inmediatamente por el aire y aparece la referencia selectiva a la historia de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto.

 

Los israelíes están encantados de que admitieran a su país en el Festival de la canción de Eurovisión y de que sus equipos de fútbol y baloncesto puedan participar en los campeonatos europeos. Pero esas mismas personas no admiten que Israel se someta a la autoridad del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo y que dicho tribunal se pronuncie con respecto a las acciones del ejército israelí con el mismo veredicto que pronunció sobre el ejército británico en Irlanda del Norte.

 

En la Europa actual se da por sentado que un Estado democrático es, por definición, «El Estado de todos sus ciudadanos». A la corriente principal de pensamiento israelí le gustaría que se aceptase a Israel como un Estado europeo mientras rechazan ese tipo de definición al insistir en que «Un Estado de todos sus ciudadanos» es una idea subversiva y extremista en lo que se refiere a Israel.

 

El enfrentamiento con Suecia es el más reciente -y seguramente no será el último- de estos casos.

 

Escrito por invitación del semanario sueco Efter Arbetet para su edición del 28 de agosto.

 

Fuente: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/archive/1251283699/