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El Terrorismo, la Agricultura y la Cooperación de Estados Unidos con India

Fuentes: Znet

El terrorismo y la agricultura han sido temas abordados en la declaración conjunta India-Estados Unidos, emitida el 18 de julio de 2005, durante la reunión mantenida por el primer ministro Man Mohan Singh con el presidente Bush. Según se afirma en la declaración, los dos líderes decidieron: – crear un clima internacional que conduzca a […]

El terrorismo y la agricultura han sido temas abordados en la declaración conjunta India-Estados Unidos, emitida el 18 de julio de 2005, durante la reunión mantenida por el primer ministro Man Mohan Singh con el presidente Bush. Según se afirma en la declaración, los dos líderes decidieron:

– crear un clima internacional que conduzca a la promoción de los valores democráticos, y a reforzar las prácticas democráticas en sociedades que desean llegar a ser abiertas y pluralistas.
– Combatir implacablemente el terrorismo .

Los dos líderes acordaron, asimismo:

– Lanzar un programa estadounidense-indio sobre conocimientos agrícolas, centrado en la promoción de la enseñanza, de la investigación y en las conexiones comerciales y de servicios.

El Memorando de Entendimiento, (Memorandum Of Understanding, en inglés), sobre Ciencia y Tecnología, firmado entre Estados Unidos e India el 20 de julio de 2005, deja bien claro que la formación y la investigación se centrarán en la Biotecnología o ingeniería genética, frecuentemente aludidos como la segunda Revolución Verde. El Acuerdo sobre Ciencia y Tecnología cita la Revolución Verde de los años 60 como el comienzo de la cooperación entre India y Estados Unidos. Para evaluar el impacto del nuevo Acuerdo es preciso llevar a cabo un examen objetivo del impacto que tuvo la Revolución Verde.

No es la primera vez que Estados Unidos impone un programa agrícola a la India. La supuesta Revolución Verde se llevó a cabo hace cuarenta años, y alentó el terrorismo y el extremismo en el Punjab en los años 80.

Mientras los dos dirigentes decidían «combatir el terrorismo implacablemente» estaban promoviendo las tecnologías y los modelos comerciales que sirven a los intereses de las multinacionales estadounidenses y destruyen la seguridad alimentaria de los agricultores, convirtiéndolos en campo abonado para la aparición del terrorismo, tal como he puesto de manifiesto en mi libro «The Violence of the Green Revolution» (Zed Books).

Cuando obtuvimos la independencia, nuestra agricultura estaba en crisis debido a la negligencia y la explotación. El ministro de Agricultura, K.M. Munshi consideró como prioritaria la reimplantación de los ciclos naturales hidrológico y alimenticio, que son los principios que se siguen en la agricultura ecológica sostenible.

Sin embargo, mientras los científicos indios y los responsables políticos trabajaban en alternativas independientes y ecológicas para regenerar la agricultura en la India, en las fundaciones estadounidenses y agencias de cooperación se diseñaba otra perspectiva del desarrollo agrícola, que no se basaba en la cooperación con la naturaleza sino en su conquista.

Desarrollo que no se sustentaba en la intensificación de los procesos naturales sino en el incremento del crédito y en la compra de bienes de producción como fertilizantes y pesticidas químicos; que se cimentaba en la dependencia en lugar de en la independencia; en la uniformidad en lugar de en la diversidad. Llegaron de Estados Unidos consejeros y expertos para cambiar las líneas de investigación y la política agrícola de la India, transformándola de un modelo ecológico y tradicional a otro extranjero que exigía grandes inversiones, y que encontró, por supuesto, socios en sectores de la elite porque el nuevo modelo satisfacía sus prioridades políticas y sus intereses.

En la trasferencia del modelo agrícola estadounidense a la India, se implicaron tres grupos de instituciones internacionales – Fundaciones privadas, el Gobierno estadounidense y el Banco Mundial. La Fundación Ford se había involucrado en la formación y en la extensión agrícola desde 1952. La Fundación Rockefeller se había involucrado en la reorganización del sistema de investigación agrícola en la India a partir de 1953. En 1958, el Instituto Indio de Investigación Agrícola (Indian Agricultural Research Institute), creado en 1905, fue reorganizado y Ralph Cummings, director de campo de la Fundación Rockefeller se convirtió en su primer decano. Fue sucedido en 1960 por A.B. Joshi, y en 1965 por M.S. Swaminathan.

Además de reorganizar los institutos indios de investigación según los criterios estadounidenses, la Fundación Rockefeller financió también viajes de investigadores indios a instituciones estadounidenses. Entre 1956 y 1970, se concedieron 90 becas para estancias cortas de dirigentes indios para que conocieran los institutos agrícolas y las plantas experimentales de Estados Unidos. 115 estudiantes terminaron sus estudios con la ayuda de la Fundación. En este mismo periodo, otros 2.000 indios recibieron financiación de la Agencia de Cooperación para el Desarrollo estadounidense (USAID) para visitar Estados Unidos y obtener formación agrícola.

El trabajo de las Fundaciones Rockefeller y Ford se vio facilitado por instituciones como el Banco Mundial, que aportó el crédito para la introducción del modelo de agricultura intensiva capitalista en un país pobre. A mediados de los años 60 se obligó a la India a devaluar su moneda hasta en un 37,5 %. El Banco Mundial y la Agencia de Cooperación estadounidense presionaron, asimismo, para conseguir condiciones favorables para las inversiones extranjeras en la industria india de fertilizantes, para la liberalización de las importaciones y la eliminación de controles internos.

El Banco Mundial proporcionó crédito para la obtención de las divisas necesarias para llevar a cabo aquellas políticas. Para el periodo de cinco años (1966-71) la necesidad de divisas de la estrategia de la Revolución Verde se previó en 11.140 millones de rupias, que al cambio oficial suponían cerca de 2.800 millones de dólares, lo que supuso algo más de seis veces la cantidad total dedicada a la agricultura durante el tercer plan precedente (1.910 millones de rupias). La mayoría de las divisas se necesitaron para importar fertilizantes, semillas y pesticidas, que constituían las nuevas inversiones en una estrategia de utilización intensiva de productos químicos.

El Banco Mundial y la USAID intervinieron para proveer con la inversión financiera necesaria para el paquete tecnológico que habían desarrollado y transferido las Fundaciones Rockefeller y Ford.

La sequía de 1966 ocasionó un grave descenso de la producción alimentaria en India y dio lugar a un aumento sin precedentes del suministro de cereales provenientes de Estados Unidos. La dependencia alimentaria se utilizó para imponer nuevas condiciones políticas a la India. El presidente estadounidense, Lyndon Johnson, apretó las tuercas con el abastecimiento de cereales al negarse a suministrar ayuda alimentaria para más de un mes hasta que se firmó el acuerdo, por el que se adoptaba todo el paquete de la Revolución Verde, entre el ministro indio de agricultura, C.S. Subramanian y el secretario de Agricultura estadounidense, Orville Freeman.

La combinación de ciencia y política para la instauración de la Revolución Verde se remonta al periodo de los años 40, cuando Daniels, embajador estadounidense ante el gobierno de Méjico, y Henry Wallace, vice-presidente de Estados Unidos, pusieron en marcha una misión científica para asesorar en el desarrollo de tecnologías agrícolas en Méjico. La Oficina de Estudios Especiales se estableció en Méjico en 1943 en el Ministerio de Agricultura como una empresa de cooperación entre la Fundación Rockefeller y el Gobierno mejicano.

En 1944, el Dr. J.George Harrar, director del nuevo programa de investigación mejicano y el Dr. Frank Hanson, funcionario de la Fundación Rockefeller en Nueva York, invitaron a Norman Borlaug a cambiar su trabajo en el laboratorio secreto de guerra en Dupont por el programa de cultivo de plantas en Méjico. Hacia 1954, aparecieron «las semillas milagrosas» de Borlaug con variedades enanas de trigo. En 1970, Borlaug recibió el Premio Nobel de la Paz por «su gran contribución al establecimiento de una nueva situación mundial en relación con la alimentación».

No obstante, la Revolución Verde no trajo la paz al Punjab, trajo el terrorismo.

La Revolución Verde, premiada con el Premio Nobel de la Paz en 1970, contribuyó a provocar dos desastres sociales y medioambientales en India. Uno, fue el movimiento extremista y el terrorismo en Punjab que llevó al asalto militar del Golden Temple y, finalmente, al asesinato de Indira Gandhi en 1984. El otro, el escape de gas de la fábrica de pesticidas de la Union Carbide en Bhopal, que mató a 3.000 personas en aquella trágica noche de diciembre de 1984. En las dos décadas transcurridas desde la tragedia, 30.000 personas han muerto en Bhopal por el escape de aquellos gases tóxicos. La violencia en Punjab se cobró la vida de otras 30.000 personas en los años que siguieron a 1984.

¿Por qué una «revolución», premiada con el Premio Nobel de la Paz, pudo provocar tanta violencia? La Revolución Verde llegó con la promesa de la paz, pero su cruda linealidad: tecnología-> prosperidad-> paz, fracasó. La razón de este fracaso fue que las tecnologías de la Revolución Verde, como las de la guerra, empobrecen a la naturaleza y a la sociedad. Esperar que la prosperidad aumente gracias a tecnologías que destruyen la tierra, erosionan la biodiversidad, contaminan y agotan el agua, y endeudan y arruinan a los campesinos fue la falsa premisa con la que se lanzó la Revolución Verde. Y esta falsa premisa es la que se repite en el lanzamiento de la Segunda Revolución Verde, basada en la biotecnología y en la ingeniería genética, que se encuentran en el núcleo del acuerdo entre Estados Unidos e India.

El «terrorismo» y «extremismo» en el Punjab surgieron de la experiencia de la injusticia de la Revolución Verde como modelo de desarrollo, en el que se centraliza el poder y se apropian de los recursos y tierras de la gente. En palabras de Gurmata de la All Sikh Convention (Citadas en mi libro, The Violence of the Green Revolution) del 13 de abril de 1986:

«Si los bien merecidos ingresos de la gente o los recursos naturales de cualquier nación o región son saqueados por la fuerza; si los bienes que producen se pagan a precios establecidos arbitrariamente mientras los bienes que compran se venden a precios más altos y, llevando este proceso de explotación económica a su conclusión lógica, se pierden los derechos humanos de una nación, una región o un pueblo, entonces la gente se sentirá como se sienten hoy los Sikhs, con los grilletes de la esclavitud».

Está claro que «los campesinos y la gente del Punjab no percibieron la Revolución Verde como una fuente de prosperidad y libertad. Para ellos significó la esclavitud. La Revolución Verde, el impacto social y ecológico que tuvo y las reacciones que provocó entre un campesinado enfurecido y desilusionado, nos ofrecen muchas lecciones para entender las raíces del terrorismo y para buscar soluciones a la violencia.

Esas son las conexiones que nuestros líderes son incapaces de establecer. Cuanto más luchan contra el terrorismo, más lo alimentan con sus políticas que producen inseguridad económica. Cuanto más hablan de democracia, más destruyen la libertad al imponer normas comerciales y políticas que niegan a la gente la libertad y se vuelven contra los agricultores y ciudadanos. El Acuerdo sobre Agricultura de la OMT lo redactó un funcionario de Cargill; el Tratado sobre Derechos de Propiedad Intelectual en el Comercio lo escribió un grupo de corporaciones estadounidenses entre las que se encontraba Monsanto. El monopolio de semillas de Monsanto ya ha empujado en la India a miles de agricultores al suicidio, y la promoción del comercio para Monsanto y Cargill a través del Acuerdo sobre Agricultura llevará a la muerte a más campesinos, y en último término, acabará con la seguridad alimentaria de India, con su soberanía y democracia, produciendo más terrorismo y extremismo.

El Tratado de Cooperación en Ciencia y Tecnología entre EE.UU. e India establece protocolos de propiedad intelectual sobre la investigación sin consultar a los científicos indios ni a la opinión pública que se ha estado resistiendo al estilo estadounidense de los regímenes IPR que obligan a los países a pagar patentes de por vida, y crean monopolios de semillas, en la medicina y en el software.

Para nosotros estos acuerdos son instrumentos de la dictadura de las corporaciones; no son instrumentos de la democracia. Y como las dictaduras, producirán más cólera, más descontento y más frustración.

El terrorismo es hijo de las políticas económicamente injustas y anti-democráticas, tal como ha quedado claro en Punjab en la India, y en Oklahoma en EE.UU. Como Joel Dyer expone en The Harvest of Race (La cosecha de la cólera), una investigación sobre el atentado de Oklahoma y sus raíces en la crisis agrícola estadounidense, en los agricultores que pierden sus granjas y medios de vida, y que son víctimas de una gran tensión sostenida mucho tiempo. Si no se les ayuda, se vuelven violentos. Si se culpabilizan dirigen su violencia hacia sí mismos y se suicidan. Si responsabilizan a otros, vuelcan su violencia hacia el exterior.

Esta es la violencia del terrorismo y del extremismo, y la única solución duradera para tratar con el terrorismo es aumentar la libertad y seguridad de la gente protegiendo sus medios de vida, sus culturas, sus derechos a disponer de recursos y sus elecciones democráticas sobre cómo organizar su sociedad y sus vidas.

El Acuerdo EE.UU.-India sobre Agricultura, Ciencia y Tecnología va a hacer todo lo contrario. Creará mayor inseguridad y erosionará la capacidad de la gente para elegir. De ahí que va a fracasar en sus dos objetivos principales de promover la democracia y acabar con el terrorismo.