Traducido para Rebelión por Caty R.
V. Estados Unidos, una justicia «a la carta». Francia, una sospechosa con fundamento
La justicia penal internacional, cuya llegada se celebró como anunciadora de una nueva era, aparece rápidamente constreñida por su selectividad y sus inmunidades, en una palabra, por su parcialidad. Estados Unidos, uno de los principales torturadores de la época contemporánea, el líder de la tortura en la base estadounidense de Guantánamo (Cuba), en Bagram (Afganistán) y en Abu Ghraib (Iraq), al igual que Israel, considerado por una parte importante de la opinión pública mundial como «el Estado canalla número uno» del escenario internacional, no han suscrito el tratado fundador de la Corte Penal Internacional. Por este hecho ambos disfrutan de un privilegio jurídico que les confiere una especie de inmunidad real, que los pone a resguardo de las persecuciones, heredero del antiguo «régimen de las capitulaciones» del imperio otomano.
«Desde Nuremberg, Estados Unidos siempre ha predicado y construido una justicia ‘a la carta'». Esta nítida declaración no procede de un opositor amargado del imperio estadounidense movido, según la expresión consagrada, por un «antiamericanismo primario», sino de un periodista del diario francés Le Monde, periódico de referencia donde los haya. Analizando «la nueva victoria estadounidense sobre la Corte Penal Internacional» tras la adopción de la definición jurídica de «crimen de agresión» en complemento de los crímenes de genocidio y crímenes contra la humanidad, Stéphanie Maupas sostiene «Que eso es para los crímenes nazis, japoneses, ruandeses o yugoslavos, Washington siempre consigue imponer su lista de sospechosos cuando otros son ‘olvidados’ o absueltos (…) En los asuntos claves de esta justicia que amenaza a jefes de Estados y altos oficiales, los objetivos de los sucesivos procuradores siempre son objeto de negociaciones», señala Maupas en una comunicación desde La Haya del 27 de julio de 2010. La reforma ha sido adoptada por 111 Estados miembros, pero la decisión de su puesta en marcha se ha aplazado siete años.
Es lo mismo en los demás países del campo occidental. Francia, anfitriona del falso testigo sirio Zouheir Siddiq, cuenta en su activo con la eliminación de los principales opositores del Tercer Mundo hostiles a su hegemonía: Félix Mounier (Camerún, 1958), Mehdi Ben Barka (Marruecos, 1965), así como los líderes del movimiento independentista kanak, Jean Marie Tjibau y Yéwéné Yéwéné, ambos asesinados en 1989 en Nueva Caledonia en un territorio cuya seguridad está a cargo de Francia; o, finalmente, el líder de la oposición de El Chad, Ibn Omar Mahmat Saleh (2008), detenido a raíz de unas informaciones procedentes de los servicios de escucha del ejército francés.
Por otra parte, una «sospecha fundada» afecta a Francia tanto en lo que concierne a Darfur como a Líbano, debido a su presunto papel en la eliminación del opositor de El Chad y su activismo para «internacionalizar» el asesinato de Rafic Hariri, un crimen que depende en principio del derecho penal libanés. El presidente francés de entonces, Jacques Chirac, un notorio deudor del antiguo Primer Ministro libanés, se aplicó a llevar ante la justicia penal internacional el caso Hariri. La gratitud no es razón para esos excesos ni para manipular falsos testigos. Y el honor de una persona no se lava recurriendo a testigos comprados.
Los errores que han salpicado el procedimiento, la parcialidad del primer investigador, el alemán Detlev Mehlis, han sumido al tribunal en un clima de sospecha generalizada tanto en lo que concierne a su función principal como a su finalidad y a la elección de sus funcionarios.
Después de cinco años de funcionamiento, el Tribunal Especial para Líbano constituye, hablando con propiedad, una parodia de la justicia tanto más sintomática en cuanto que constantemente ha excluido de su campo de investigación a la parte israelí, en oposición con el principio del debate contradictorio, cuando se demostró claramente que el sistema libanés de telecomunicaciones estaba bajo control israelí. Este descubrimiento, que podría tener graves implicaciones en la determinación de las responsabilidades, debería conducir al Tribunal a reconsiderar su posición tanto más imperativamente, ya que la credibilidad de los datos ya está afectada de sospecha debido al control del Mossad de las comunicaciones libanesas. Así, la investigación internacional en su conjunto corre el riesgo de fracasar.
El Tribunal Especial sobre Líbano, instituido por un acuerdo firmado entre Líbano y las Naciones Unidas el 5 de junio de 2005, confiere privilegios exorbitantes a la comisión de investigación de la ONU en tanto que ésta permite a dicha comisión ejercer una tutela de hecho sobre las autoridades locales libanesas, habilitándola para investigar sobre un hecho que no constituye un «crimen internacional» desde el punto de vista jurídico. Pero el hecho de privilegiar el caso jefe del clan saudí-estadounidense de Oriente Medio en detrimento de otras eminentes personalidades de la escena internacional (Benazir Bhutto, Pakistán 2007, Salvador Allende, Chile 1983, Patrice Lumumba, Congo Kinshasa 1961), en detrimento de decenas de personalidades libanesas, en detrimento de miles de víctimas civiles de la guerra libanesa, en detrimento de decenas de dirigentes palestinos y de miles de civiles palestinos asesinados por los israelíes, induce a pensar que la coalición occidental pretende poner a la defensiva a los principales opositores al orden hegemónico estadounidense en la zona, a Irán por medio del dossier nuclear, y a través del juicio del caso Hariri a Siria e Hizbulá, principal escollo de la capitulación encubierta dirigida por el presidente palestino Mahamud Abbas.
La selectividad en sus elecciones perjudica al Tribunal en cuanto que dicha selectividad constituye una negación del principio de universalidad de la justicia internacional y levanta el temor de una instrumentalización de esta instancia jurídica para fines políticos al servicio de propósitos del campo occidental. Salvo alteraciones posteriores, esa clasificación selectiva llevada a cabo en marzo de 2009 (Rafic Hariri/Líbano, 1 de marzo y Omar al-Bachir/Sudán, 4 de marzo), con exclusión de cualquier otro caso similar, podría cambiar la pretensión ética del Tribunal en una impostura, la propia negación del concepto de justicia. El punto de mira sobre el mundo árabe-africano, con exclusión de cualquiera otra esfera geopolítica, con las notables excepciones de la antigua Yugoslavia y Camboya, ambas del bloque comunista, parece señalar un proyecto dirigido a mantener bajo presión la zona privilegiada de expansión de China y Rusia, en el flanco meridional del campo occidental, señalando a la vindicta publica a sus tradicionales aliados regionales, Siria, Irán y Sudán. Aboga por esta tesis la elección discriminatoria de presentar ante la justicia internacional a los asesinos de Rafic Hariri y no a los de Benazir Bhutto; el procesamiento del sudanés Idris Deby con un balance sanguinario comparable; o incluso al libio Muammar Gadafi, responsable de la desaparición del jefe espiritual de la comunidad chií de Líbano, el Imán Moussa Sadr.
VI. La criminalización de Hizbulá, una guerra de sustitución contra Irán
La neutralización de un importante lote de agentes israelíes, en particular en el delicado sector de la telefonía móvil, cuyas revelaciones fundamentan el acta de acusación, plantea el problema de la fiabilidad de las pruebas de los investigadores internacionales. El acta de acusación se divulgó anticipadamente en mayo de 2010, sin que la autoridad competente se retracte, despreciando las reglas más elementales del procedimiento penal internacional. Su contenido se comunicó de forma oficiosa a Hizbulá, no por la vía judicial competente, sino por el propio jefe del Gobierno del país acusador e hijo de la víctima, Saad Hariri, a Hasán Nasralá en una conversación a puerta cerrada en un movimiento parecido a un mercadeo: la implicación de «tres miembros indisciplinados» de Hizbulá para saldar las cuentas del contencioso que enfrenta a suníes y chiíes en el mundo árabe desde la invasión estadounidense de Iraq en 2003.
La oferta fue rechazada y expuesta en la plaza pública. Para cualquiera que conozca el funcionamiento de Hizbulá, de una disciplina espartana, el señalamiento de un miembro «indisciplinado» del movimiento constituiría la confesión de una disfunción, de una falta de control del líder de la organización sobre sus tropas. Peor todavía, estigmatizaría a Hizbulá con la acusación de regicidio y le marcaría con el sello de la infamia frente a los suníes, la corriente mayoritaria del Islam en el mundo árabe y musulmán, y al mismo tiempo lastraría la legendaria reputación de Hizbulá como organización disciplinada dedicada exclusivamente a la lucha contra Israel. Una acusación que podría convertirse en el punto de inflexión hacia una guerra entre suníes y chiíes en todo el mundo árabe, en particular en Líbano y en las petromonarquías del Golfo (Arabia Saudí, Barhein y Kuwait) donde residen fuertes minorías chiíes.
A su liberación, uno de los principales inculpados, Jamil Sayyed, acusó públicamente al Tribunal de haberle pedido que se autodesignara como «chivo expiatorio» con el fin de concluir la instrucción y cerrar el expediente. Un escenario parecido parece reproducirse contra Hizbulá.
Desde el asesinato de Rafic Hariri el movimiento chií es objeto de una fuerte presión dirigida a marginalizarlo, ante la imposibilidad de ilegalizarlo. Iniciado por la prohibición en Francia de su cadena de televisión «Al Manar» en 2004, la presión continúa en un vano intento por desarmarlo tras el golpe demoledor a Israel en 2006. Sigue tras la neutralización del campo palestino de Nahr el Bared en 2007 con el asesinato en Damasco, en febrero de 2008, de su jefe militar Imad Mughniye, y continúa en un pulso con sus adversarios de la coalición occidental dirigido a neutralizar su red autónoma de transmisiones en mayo de 2008. Todo acoplado con las acciones hostiles dirigidas a su protectora, Siria, materializadas por el bombardeo de un sitio nuclear en noviembre 2007 y el asesinato del contacto sirio del Hizbulá libanés, el general Mohamad Sulimán, asesinado desde un yate en su chalé a la orilla del mar en Tartos (Siria), en agosto de 2008.
Proyecto de humareda mediática e interferencia diplomática dirigida a borrar la implicación del clan Hariri en la exacerbación de la corriente integrista suní en los campos palestinos de Líbano, la neutralización de Nahr el Bared se saldó con un duro balance a pesar del apoyo logístico del ejército sirio al ejército libanés. 143 personas (76 militares libaneses, 50 insurgentes y 17 civiles palestinos) perecieron durante los 32 días de enfrentamientos que se desarrollaron en ese campo palestino del norte de Líbano en mayo y junio de 2007 en una operación de distracción dirigida a neutralizar los efectos del fracaso israelí de julio de 2006 y a movilizar el campo suní frente a Hizbulá. La rendición del campo marcó la victoria moral del presidente Emile Lahud, fundador de la nueva doctrina militar libanesa de la estrategia de la respuesta, condenada por los occidentales que pretendían desestabilizarlo desde el asesinato de Rafic Hariri.
Un asunto tenebroso en todos los aspectos es que en el ataque palestino al campo de Nahr el Badel, el que fue celebrado como el héroe de la batalla, el coronel Mansour Diab, herido en el combate, se reveló que era un agente israelí. Ex director de la Escuela de las Fuerzas Especiales y de los comandos de marines, ¿favoreció en el ejercicio de sus funciones durante el período de su mandato el traspaso de material de espionaje y de sabotaje israelí?, ¿la exfiltración de agentes desenmascarados?, ¿la infiltración de agentes operacionales del Mossad para sus golpes de fuerza?, ¿su valentía en el combate estaba destinada a borrar las huellas de su connivencia con Israel, destruyendo en Nahr el Bared las pruebas de la colusión del clan Hariri con el integrismo suní yihadista?
Tantas preguntas legítimas que se añaden a otras cuestiones que permanecen sin respuesta relativas a las conexiones diabólicas de Gébrane Tuéni, el comportamiento desenvuelto de Marwan Hamadé sobre el que nunca se explicó, igual que Elias Murr, allegado a la presidencia libanesa en la época de la puesta en cuarentena de su suegro, el presidente Emile Lahoud, antes de su espectacular giro a favor del clan Hariri, sin olvidar la intrigante exclusión del campo de las investigaciones de dos personalidades de la escena libanesa particularmente informadas: el tránsfuga sirio Abdel Halim Lhaddam, ex vicepresidente de la república, procónsul sirio en Líbano durante treinta años, encargado de la gestión de los negocios de Hariri en Siria, cuya laxitud a favor de su correligionario suní, el multimillonario libanés-saudí, podría haber permitido, en conexión con el integrismo activista del movimiento wahabí, las intrigas de la marisma libanesa y su infiltración por los topos israelíes, así como Johnny Abdo, el hombre en la sombra por excelencia, testigo mudo de las operaciones secretas de sus dos caballos de batalla políticos, el efímero presidente de Líbano Bachir Gemayel y el Primer Ministro Rafic Hariri, ambos muertos en atentados, el cristiano en 1982 y el suní en 2005, clara señal del fracaso de este hombre secreto de los servicios de inteligencia, conector libanés de los servicios occidentales.
Concentrado de todas las infamias occidentales y saudíes, el grupo Fatah al Islam cuenta entre sus fundadores al jeque Naji Kanaan, procedente del movimiento de los Hermanos Musulmanes. Estuvo encarcelado una decena de años en las mazmorras sirias (hasta 2000) por «activismo religioso antinacional». A continuación fue el responsable de la movilización suní para «la Corriente del Futuro», la formación del Primer Ministro Saad Hariri, encargado de las cuestiones militares y de seguridad ante el coronel Ahmad al Khatib, ex oficial disidente libanés fundador del «ejército del Líbano árabe» durante la guerra civil libanesa (1975-1990). Líder del Movimiento de Unificación Islamista (MUI) implantado en la región de Trípoli a mediados de los 80, el grupo había reclutado a numerosos activistas saudíes, yemeníes salafistas, emplazados bajo el comando operacional al norte de Líbano de Chaker al-Absi, ex coronel del ejército del aire de Jordania. Unido a las tropas islamistas, Chaker Absi fue designado adjunto de Abdel Mussab al Zarkaui en Afganistán y después en Iraq. Se considera que el grupo se benefició de la generosidad económica del príncipe saudí Bandar Ben Sultan, quien habría financiado, dos meses antes de los enfrentamientos de Nahr el Bared, a las organizaciones «humanitarias y religiosas» suníes que operaban en los campos palestinos de Líbano, con el fin de contener la expansión del chiísmo en Líbano y frenar a Hizbulá.
Por otra parte, la denominación «Fatah al Islam» no es una casualidad, sino una elección deliberada para confundir las pistas con la combinación del término Fatha, que remite al movimiento palestino, e Islam, que recuerda a al-Qaida. ¿Casualidad o premeditación? En cualquier caso hay que señalar la oportuna eliminación de un presunto dirigente de Fatah al Islam, Abdul Rahman Awad, asesinado durante un tiroteo el sábado 14 de agosto en Chtaura, cerca de la frontera siria, tras las revelaciones de Hasán Nasralá sobre una posible implicación de Israel en el asesinato de Rafic Hariri.
Principal formación política-militar libanesa, cuyo desmantelamiento reclama Estados Unidos, Hizbulá dispone de una representación parlamentaria sin comparación con la importancia numérica de la comunidad chií, sin comparación con su contribución a la liberación del territorio nacional, sin comparación con su prestigio regional, sin comparación con la adhesión popular de la que disfruta sin buscar ventajas. Tanto en el ámbito de la democracia numérica como en el de la democracia patriótica, el lugar que ocupa Hizbulá es un puesto escogido. Un posicionamiento insoslayable.
Según confesiones, incluso de de los responsables estadounidenses, Estados Unidos libró en tres años, desde 2006, a través de la USAID y la Middle East Partnership Initiative (MEPI), más de 500 millones de dólares para neutralizar a Hizbulá, la principal formación paramilitar del Tercer Mundo, regando a casi setecientas personalidades e instituciones libanesas de una lluvia de dólares para «crear alternativas al extremismo y reducir la influencia de Hizbulá sobre la juventud» (10). A esta suma se añade el financiamiento de la campaña electoral de la coalición gubernamental en las elecciones de junio de 2009, del orden de 780 millones de dólares, es decir, un total de 1.200 millones de dólares en tres años, a razón de 400 millones de dólares anuales. En vano. Hizbulá ha salido victorioso de todas las pruebas de fuerza que ha debido enfrentar, confiriendo un confortable margen de maniobra diplomática a sus protectores, Irán y Siria. Al infligir dos derrotas militares a Israel, la séptima potencia atómica del planeta, Hizbulá ha volcado la ecuación regional con una ínfima parte de los medios que tuvo Osama bin Laden en Afganistán (50.000 combatientes árabes-afganos y 20.000 millones de dólares) desarrollando, según la declaración de un experto occidental, una versión de «baja tecnología» del sigilo, imponiéndose como un interlocutor clave de la escena libanesa.
El 29 de junio Israel anunció que el principal acusado del asesinato de Rafic Hariri no es otro que Mustafá Badreddine, cuñado de Imad Moughnieh, quien le sucedió al frente de la rama militar de Hizbulá. Israel no ha sido objeto de ninguna medida de instrucción durante esta investigación y por lo tanto, teóricamente, no ha tenido acceso a las piezas del dossier. Salvo que se acredite la idea de una connivencia con el Tribunal Especial, la difusión de esta información la víspera de una cumbre tripartita en Beirut entre Arabia Saudí, Siria y Líbano destinada a calmar el juego podría provenir de la manipulación y la provocación.
Hecho sin precedentes en los anales de la humanidad, el Tribunal está financiado a partes iguales por el denunciante y el culpable señalado de antemano por un país parte interesada en el conflicto libanés -Israel-, curiosamente apartado de la investigación; el inocente conminado a probar su inocencia y no el fiscal a demostrar su culpabilidad. Frustrando los pronósticos, jugando con el efecto sorpresa, Hasán Nasralá se salió del nudo corredizo que los países occidentales le pusieron alrededor del cuello para estrangularlo desvelando, el 9 de agosto de 2010, una serie de documentos sonoros y visuales que acusan a agentes libaneses a sueldo de los israelíes, uno de los cuales se encontraba en el lugar del atentado contra Hariri la víspera del asesinato del ex Primer Ministro libanés. En aplicación de la teoría de la disensión social, otro, Ahmad Nasralá, un homónimo del dignatario religioso, ha confesado que lanzó la sospecha entre el clan Hariri e Hizbulá desde 1993, avisando a la familia del nuevo Primer Ministro libanés de los preparativos de atentado urdidos contra él por el movimiento chií. Este hombre, convicto de colaboración con Israel, fue encarcelado en 1996 y, curiosamente, su condena alargada por el gobierno de Hariri en febrero de 2000, unos meses antes de la liberación del sur de Líbano por Hizbulá. El clan Hariri nunca se ha explicado sobre las motivaciones de la liberación de este agente israelí que ahora vive en Israel donde está encargado de reclutar nuevos colaboradores por cuenta del Estado hebreo. La presencia en la zona del hotel Saint Georges de un agente israelí, un oficial retirado del ejército libanés, en la zona del crimen la víspera del atentado, Ghassane Gerges El jed, ex jefe del Estado Mayor adjunto, fugado, debido al comportamiento dilatorio del poder político, plantea el problema de la laxitud del campo occidental de Líbano en la búsqueda de las pruebas del asesinato de Rafic Hariri y la caza de los espías israelíes.
En un movimiento que parece destinado a reducir el impacto de las revelaciones de Hasán Nasralá sobre una posible implicación de Israel en el asesinato de Rafic Hariri y a reducir las críticas sobre su pasividad en la búsqueda de los espías, el gobierno de Saad Hariri ha anunciado, una detrás de otra, la neutralización de un agente israelí cercano al general Aoun, el general Fayez Karam, y la eliminación de un presunto dirigente de Fatah al Islam, Abdel Rahman Aead, muerto el sábado 14 de agosto durante un tiroteo en Chtaura, cerca de la frontera siria, con el fin de sembrar la sospecha en el campo de sus adversarios. La grandeza de un hombre en la prueba se revela en su dignidad y su honor en vigilar la legalidad de las armas en su lucha contra sus adversarios, no en el recurso tortuoso a testigos pagados y a la instrumentalización del Tribunal Especial sobre Líbano como arma de destrucción masiva contra los opositores a la «Pax americana» en Oriente Medio.
Siete años después la gigantesca manipulación de la opinión internacional sobre la presunta existencia de armas de destrucción masiva en Iraq, las supuestas relaciones entre el régimen laico del baasista Sadam Hussein y la organización integrista al-Qaida y la acusación a Hizbulá en el asesinato de Rafic Hariri, si las informaciones del dignatario chií y del periódico libanés Al Akhbar se confirman, constituirían una intoxicación a escala mundial que desacreditaría para siempre a las llamadas «democracias occidentales» cuya reincidencia, de esta forma, habría deshonrado a la democracia y a Occidente, así como al propio concepto de justicia penal internacional.
En la perspectiva de la retirada estadounidense de Iraq y el pulso estadounidense-israelí en el asunto nuclear de Irán, la criminalización de Hizbulá tendría la quíntuple ventaja de:
– Ocultar la fragilidad de los indicios recogidos a través de las comunicaciones debida a la multiplicación de testigos falsos y el control israelí de la red libanesa.
– Permitir al Tribunal Especial una salida airosa al cabo de cinco años de procedimientos tan laboriososo como onerosos.
– Poner a Hizbulá a la defensiva, dependiendo de una agenda internacional de ultimátum y sanciones comparable al calendario observado contra Sadam Hussein, o al menos prohibirle retomar las armas para defenderse, privándole así de toda la legitimidad de la que goza como fuerza que combate a Israel.
– Llevar a cabo, por defecto, una guerra de sustitución contra Irán privando al campo antioccidental de los beneficios de las hazañas militares de su aliado chií libanés.
– Una maniobra de distracción dirigiendo la atención hacia la rebaja de la regulación de la cuestión palestina que los israelíes y estadounidenses pretender imponer al presidente palestino de la Autoridad Palestina, Mahamud Abbas, en una posición muy débil.
VII. Arabia Saudí, un bombero pirómano de asuntos que le sobrepasan.
El martirio es común a todos los países del mundo. Pero en ningún sitio como en Líbano el culto a los mártires está tan extendido hasta el punto de que la veneración póstuma de los jefes de los clanes, la mayoría extraviados en causas perdidas, resulta en una industria del martirologio, una renta de situación para quienes tienen derechos, un privilegio permanente. Bajo el halo del mártir anida en realidad una inmensa mistificación. Rafic Hariri (Líbano) y Benazir Bhutto (Pakistán), se sitúan en los extremos de un eje político con vocación de servir de palanca de transformación del Asia occidental en «Gran Oriente Medio». Los dos ex primeros ministros, el suní libanés y la chií pakistaní, ambos asesinados con dos años de diferencia, presentan casos muy similares en sus funciones, ambos, por otra parte, en estrecha conexión con Arabia Saudí en la medida en que Rafic Hariri era cogarante con el príncipe Bandar Ben Sultan, el presidente del Consejo Nacional de Seguridad, del acuerdo regulador del retorno del exilio del ex Primer Ministro pakistaní Nawaz Charif, rival de Benazir. Una garantía asumida a su vez por Saad Hariri, el heredero político del clan Hariri en Líbano.
Patrocinadora original de los talibanes de Afganistán, Arabia Saudí está considerada como la principal proveedora de fondos del programa nuclear pakistaní en contrapartida por la asistencia suministrada por Pakistán a la formación del ejército del aire saudí, en la que Pakistán garantiza durante veinte años la formación los pilotos saudíes y la protección de su espacio aéreo. Un buen acuerdo simbolizado por la denominación de la tercera ciudad de Pakistán como Faisalabad, antes Lyallpur, en homenaje a la contribución del rey Faisal de Arabia a la regulación del contencioso entre Pakistán, el segundo país musulmán más importante, ante Indonesia y Bangladesh, durante la secesión de su antigua provincia bajo la dirección del jeque Mujjibur Rahman, líder de la Liga Awami (11).
A pesar de esas grandes similitudes, en particular el doble patrocinio del rey saudí al multimillonario llibanés-saudí y a Pakistán, así como su posicionamiento similar en el plano de la geopolítica estadounidense, Rafic Hariri tendrá derecho a un tribunal especial internacional para juzgar a sus presuntos asesinos, pero no Benazir Bhutto, cuya dinastía completa, sin embargo, ha sido diezmada. En este sentido, el destino de Benazir Bhutto curiosamente se asemeja al del ex Primer Ministro Libanés Rafic Hariri, así como al del ex presidente egipcio Anuar el Sadatt, asesinado en 1991, y al del efímero presidente libanés Bachir Gemayel, el líder de las milicias cristianas asesinado en 1982. Los dirigentes más útiles muertos que vivos para la diplomacia israelí-estadounidense.
En el apogeo de la diplomacia saudí tras la invasión de Iraq en 2003, dos dirigentes árabes con nacionalidad saudí, Rafic Hariri (Líbano) y Ghazi Al-Yaour (Iraq), se encontraban simultáneamente en el poder en sus respectivos países. En este contexto es importante señalar que Rafic Hariri fue asesinado en la quincena siguiente a la elección al frente de Iraq de un kurdo, Jalal Talabani, y del nombramiento de un chií como presidente del Consejo de Ministros, excluyendo a los suníes del gobierno de la antigua capital de los abasidas en la que, por otra parte, ondeaba en la época la nueva bandera iraquí, concebida por el procónsul Paul Bremen, con los colores kurdos-israelíes (azul-blanco y amarillo-blanco), desencadenando una ola de atentados sin precedentes contra los símbolos de la invasión estadounidense en Iraq y sus aliados regionales.
Curiosamente se ha descuidado la pista de la única persona que reivindicó públicamente el asesinato el día del atentado en la cadena transfronteriza «Al Yazira», Ahmad Abu Addas. Este hombre, residente en el sector oeste de Beirut, desapareció de su domicilio tres semanas antes del atentado y su desaparición fue denunciada por su padre a la policía. «salafista-yihadista», según se autoproclamaba, quería poner en la picota a «todos los dirigentes árabes que gobiernan de forma contraria a la voluntad de Dios», e hizo declaraciones hostiles sobre Rafic Hariri.
Bombero pirómano, el monarca octogenario de Arabia Saudí, en el poder desde hacía quince años, estaba situado en el epicentro de un conflicto que no dejó de fomentar, bien con su aval a la invasión estadounidense de Iraq, con el contragolpe de eliminar a los suníes del poder o por el papel precursor del faso testigo sirio cuyo resurgimiento lleva la marca de las conexiones familiares articuladas en torno a los dos cuñados del rey de Arabia: Zouheir Siddiq en realidad es un intendente del general Rifa’at al-Assad, sobrino y rival del presidente sirio Bachar al-Assad y sobre todo cuñado del rey de Arabia. Su falso testimonio apareció oportunamente en plena campaña de desestabilización del presidente libanés Emile Lahoud, mientras que el segundo cuñado del rey de Arabia, el diputado libanés Nassib Lahoud, postulaba a su sucesión en la magistratura suprema libanesa (12). ¿Una casualidad? ¿Una enojosa coincidencia? ¿Un chanchullo familiar? ¿Escapó de la sagacidad de los investigadores internacionales? ¿De la perspicacia de los periodistas libaneses, en especial del imperio mediático del grupo de Hariri y sus aliados del diario An Nahar, teóricos eméritos del juego político libanés y moralizadores de la vida pública? ¿O avalado por ellos por la necesidad de acusar a Siria?
Desafiado en su flanco sur, Yemen, por la principal organización integrista suní del mundo musulmán a escala mundial, al-Qaida, excrecencia rebelde del modelo wahabí, el rey Abdalá de Arabia Saudí, que tiene ante sí el reto de la ecuación que representa el glorioso palmarés de Hizbulá, la principal formación paramilitar del Tercer Mundo de obediencia chií, ejerce de aprendiz de brujo en un objetivo que le sobrepasa, de demiurgo en juegos que no están a su alcance, tanto en Iraq como en Líbano y antes en Afganistán.
Frente a los riesgos de manipulación Walid Jumblatt, uno de los artífices de la revuelta contra Siria en Líbano, invitó públicamente el 24 de julio de 2010 a su ex compañero de viaje Saad Hariri a aflojar sobre este asunto que considera un elemento de división incitador de una nueva guerra civil. En apoyo de su requerimiento el jefe druso del Partido Progresista Libanés ha citado como ejemplo su propio caso, avanzando que el asesinato de su padre, Kamal Jumblatt, en 1977, no había dado lugar a la puesta en marcha de un tribunal internacional. Líbano cuenta con una cuarentena de personalidades de primera fila asesinadas, entre ellas dos presidentes de la república (Bachir Gemayel y René Mouawad); tres ex primeros ministros (Riad el-Solh, Rachid Karamé y Hariri); un jefe del Estado Mayor (el general François el-Hajj); el líder espiritual de la comunidad chií, el Imán Moussa Sadr y el Mufti suní de la república, el jeque Hassan Khaled; dos dirigentes del Partido Socialista Progresista; el druso Kamal Jumblatt; los diputados Maaruf Saad, Tony Frangieh y Pierre Gemayel, el antiguo jefe miliciano cristiano Elie Hobeika; así como los periodistas Toufic Metni, Kamel Mroue, Riad Taha, Salim Laouzi, Samir Kassir y Gibrane Tuéni. Jumblatt confesó sentirse engañado por las declaraciones de los falsos testigos que lanzan acusaciones contra Siria. Sostuvo públicamente que la votación de la Resolución 1559 del Consejo de Seguridad, en 2004, que obligaba a Siria a retirar sus tropas de Líbano, fue una «resolución maléfica que en el fondo buscaba el desgajamiento de Líbano de su medio ambiente árabe».
El destino de un país no se deriva de los juegos de azar y el espíritu cívico se alimenta del ejemplo de los hombres con valores. El clan Hariri monopoliza el poder en Líbano de una forma casi continua desde hace casi 18 años (1992-2010) excepto el paréntesis de Salim el Hoss (1998-2000) y Omar Karamé (2004), debido al chantaje occidental con desprecio e las reglas de la alternancia política. A riesgo de escandalizar, basta de bromas, Rafic Hariri no es el único mártir de Líbano, pero sí el único mártir del mundo que ha gravado las finanzas de su país con una cantidad del orden de 50.000 millones de dólares beneficiándose, por este hecho, de un mausoleo imponente en la principal plaza pública de una de las más prestigiosas capitales árabes, Beirut. El único mártir del mundo que ha acaparado a su memoria los principales servicios públicos del país -el único aeropuerto internacional de Líbano, aeropuerto Beirut-Khaldé, la única universidad libanesa, el único centro hospitalario universitario, tres establecimientos que ya llevan su nombre-, sin contar el imponente bulevar frente al mar de la capital libanesa. Ahí está la singularidad de un hombre que fue proveedor de fondos de todos los señores de la guerra de Líbano, el depredador de su parque inmobiliario, el sepulturero de su economía.
Entre los dos principales responsables de la vida política libanesa existe una diferencia de escala, una diferencia de nivel. Frente a un Hasán Nasralá imperioso, a pesar de la muerte en combate de su hijo Hadi, haciendo frente a Israel a quien humilló con su respuesta balística y su maestría en el arte de la guerra asimétrica, el heredero presentó, realmente, una figura mediocre hace tres años, en julio de 2006. Jefe de la mayoría parlamentaria y diputado por una ciudad reconstruida por su padre, destruida de nuevo por la aviación israelí, Saad Hariri, en vez de compartir la suerte de sus conciudadanos, en vez de preocuparse de las necesidades de sus electores, se puso a resguardo en el extranjero a miles de kilómetros del campo de batalla, dejando la dirección de las operaciones a sus rivales, el presidente Emile Lahud, ignorado por la comunidad internacional, y al líder de Hizbulá, ganándose de paso el mote de «el escondido de Beirut» cubriéndose de ridículo él mismo y a sus aliados de la coalición pro occidental y agacha finalmente la cabeza ante su rival chií propulsado al firmamento de la popularidad en el mundo árabe.
Hizbulá ha roto, psicológica y militarmente, el derrotismo ambiental del mundo árabe, mientras que el heredero teoriza la sumisión al dictado estadounidense con la excusa de proteger a su país con un cordón de seguridad. Líder de una formación que dispone de la más firme cohesión ideológica y social, brazo armado de la estrategia de la oposición a la hegemonía israelí-estadounidense en la esfera árabe, Hasán Nasralá saca su fuerza de sus hazañas, Saad Hariri de su papel de parapeto de las actuaciones de Israel y Estados Unidos. El monje soldado es un determinante fundamental del orden regional, el multimillonario líbanés-saudí un contratista de servicios por cuenta de sus comanditarios. Dicho de otra forma, el chií fuerza el destino mientras que el suní lo sufre.
El Tribunal Especial sobre Líbano pretendía ejemplarizar con el fin de eliminar cualquier reincidencia. Su razón debía ser conseguir que se fije en la conciencia del mundo la credibilidad del propio concepto de justicia penal internacional. Pero pasará a la historia como un caso de manual, el contraejemplo perfecto de una buena administración de la justicia. Por sus abusos, cualquiera que sea su acta de acusación, cualquiera que sea su veredicto, lleva implícita la condena del comportamiento de los países occidentales, parangón de la democracia, la condena del comportamiento de la magistratura libanesa y del «campo de la libertad de Líbano», todos los componentes de la heteróclita coalición occidental cuyas desviaciones llevarán, para siempre, los estigmas de su fallo moral en un asunto que pretendía actuar de jurisprudencia en el ámbito de la justicia penal internacional.
«Sólo existen dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana… pero en cuanto al universo no tengo la certeza absoluta». A la vista de ese balance calamitoso dejo a la sagacidad de mis lectores esta reflexión de Albert Einstein con el fin de relativizar el juicio propio de los grandes protagonistas del juego de Oriente Medio, en particular de los actores libaneses y árabes, y la pertinencia de su gestión en los asuntos del mundo.
Notas:
(10) Declaración de Jeffrey D. Feltman, asistente de la secretaria de Estado estadounidense y responsable de la oficina de asuntos de Oriente Próximo, y de Daniel Benjamin, coordinador de la oficina de lucha contra el terrorismo, ante una comisión del Senado estadounidense el 8 de junio de 2010. Véase al respecto el periódico libanés As Safir de 29 de junio de 2010, en la pluma de Nabil Haitam, que afirma que «una lista de 700 nombres de personas y organizaciones se benefició de la ayuda estadounidense que circulaba», y que algunos recibieron sumas comprendidas entre 100.000 y dos millones de dólares. El periodista se pregunta: «¿Qué cláusulas del código penal han violado esos grupos o personas? ¿Acaso contactar o actuar con un Estado extranjero y trabajar con dicho Estado a cambio de dinero en una campaña dirigida contra uno de los componentes de la sociedad libanesa -una campaña que podría haber desestabilizado la sociedad- es legal? (…) Y Haitam también se pregunta por qué Feltman ha entregado esa información pública dado que ésta corre el riesgo de comprometer a los aliados de Estados Unidos en Líbano. Según Haitam, la embajada estadounidense en Beirut ha tranquilizado a sus aliados asegurándoles que Feltman simplemente quería mostrar al Congreso que Estados Unidos actúa en Líbano y que no es cuestión que ellos revelen los nombres». A esa suma se añade la financiación de la campaña electoral de la coalición pro occidental de junio de 2009, que dio lugar a la nota 4 relativa a la información del New York Times acusando a Arabia Saudí y Estados Unidos, en un artículo titulado «Elecciones libanesas: las más caras del mundo», de injerencia en el proceso electoral de las pasadas elecciones legislativas de junio de 2009, de haber inyectado 700 millones de dólares para la financiación de candidatos opositores al movimiento chií Hizbulá, la financiación del viaje de expatriados libaneses, e incluso la compra de un voto colectivo de comunidades enteras a favor de sus aliados locales.
(11) Tercera ciudad de Pakistán, en la provincia del Punjab, Lyallpur fue fundada en 1895. Debe su nombre al de su fundador, Sir Charles James Lyall, lugarteniente gobernador del Pendjab en la época del imperio británico de las Indias. Designada durante mucho tiempo como «el Manchester de Pakistán» debido a su producción algodonera, Lyallpur es famosa por su plano del centro ciudad que recoge los colores de la bandera del Reino Unido (la Union Jack). Fue rebautizada en 1977 con el nombre de Faisalabad, en homenaje a la contribución del difunto rey de Arabia Faisal ben Abdel Aziz, al reglamento del contencioso entre Pakistán y su ex provincia secesionista Bangladesh.
(12) El rey Abdalá de Arabia, el antiguo vicepresidente sirio Rifa’at al-Assad y el diputado libanés Nassib Lahoud son cuñados. Se casaron con tres hermanas de la familia Fustock, el millonario sirio propietario de un hipódromo en Francia. La esposa del rey ha jugado un papel activo junto a su hermana en la preparación de la campaña presidencial del diputado libanés, finalmente descalificado debido a su fracaso en las elecciones legislativas.
Para saber más: Hasán Nasralá el indomable
Primera parte: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=112615
Segunda parte: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=112616
Fuente: http://www.renenaba.com/?p=
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