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Elecciones legislativas en el Líbano

El «tsunami» Hizbulá se quedó en borrasca

Fuentes: El Mundo

El triunfo del Partido de Dios se daba por hecho hace dos semanas. Finalmente, la mayoría prooccidental confirmó su permanencia en el poder. Nasrala, líder de Hizbulá, acepta el resultado ‘con espíritu democrático’.

Partidarios de Saad Hariri, líder de la coalición antisiria, celebran el triunfo en Trípoli.   Reuters
Partidarios de Saad Hariri, líder de la coalición antisiria, celebran el triunfo en Trípoli. Reuters

Hace dos semanas, la victoria de los aliados de Hizbulá en las elecciones legislativas del Líbano se daba por hecha. Las encuestas les otorgaban una ventaja de entre dos y tres escaños, los analistas especulaban con las consecuencias internas y externas de la coalición compuesta por cristianos y chiíes -hace unas décadas sin representación política en el país del cedro- y la mayoría parlamentaria, que el domingo confirmó su permanencia, cerraba filas tras el discurso del miedo para evitar la derrota.

«Si gana el 8 de Marzo, el Líbano estará dirigido por Irán y Siria», fue la consigna más escuchada. «Si vencen, nuevos frentes se abrirán para la resistencia», bramaba el líder de las Fuerzas Libanesas, Samir Geagea. «El Líbano se transformará en una república bananera», añadía en otro de sus mítines. «Si se hacen con la mayoría, cambiarán todo el régimen y echarán al presidente. Tengo miedo por el Líbano«, apuntaba por su parte el ministro del 14 de Marzo Elie Marouni a elmundo.es.

Hay que entender que en el Líbano coexisten dos mundos, tan complejos como alejados entre sí: los partidarios de la coalición de suníes y cristianos respaldada por EEUU y la Unión Europea -apodada el 14 de Marzo- y los seguidores de la coalición de chiíes y cristianos respaldada por Irán y Siria, conocida como el 8 de Marzo. Y en el primer campo, profundamente antisirio, el discurso del miedo ha calado tanto que muchos estaban convencidos de que una victoria del 8 de Marzo implicaría la imposición de un régimen islámico en el que las modernas libanesas estuvieran obligadas a llevar chador.

El voto del miedo parece haber sido determinante en la elección vivida el domingo en el Líbano, y que ha permitido a la coalición prooccidental renovar su mandato por otros cuatro años. Tambien ha habido fallos en la campaña de Hizbulá, inusitadamente agresiva. A diferencia de la táctica de Hamas en Gaza, cuando antes de las elecciones de 2006 dudaba razonablemente de la victoria, el Partido de Dios libanés ha dado por hecho que arrasaría en las urnas, una estrategia destinada, según algunos observadores, a perder para evitar un posible bloqueo internacional como ocurrió con la franja palestina y un ataque israelí que desde Tel Aviv se planteaba inevitable.

‘Hizbulá no quiere gobernar’

«Hizbulá no quiere gobernar, quiere participar en la toma de decisiones», explicaba a elmundo.es un analista europeo destinado desde hace ocho años en el país del cedro. En ese contexto inscribía el periodista estadounidense Nicholas Noe, director de la web Mideastwire.com, el discurso pronunciado por Hasan Nasrala a principios de mayo, en plena campaña, cuando se refirió a los combates de 2008 en los que el Partido de Dios tomó el Beirut musulmán por las armas para obligar a la mayoría a retirar una de sus decisiones gubernamentales como «una jornada gloriosa». «No tiene ningún sentido hace esa declaración si se pretende atraer el voto de todos los libaneses», apuntaba Noe.

Las repercusiones que podría conllevar un Gobierno de Hizbulá -aislamiento internacional, recorte de ayudas exteriores como ya adelantó Washington, o la posibilidad de un ataque israelí- han condicionado el voto de los libaneses, que han preferido la continuidad y la relativa protección de EEUU y la UE a verse catalogados como país miembro del ‘eje del mal’ que George W. Bush concibió en 2001.

Los observadores atribuyen el fracaso de sus predicciones a varios factores: el alto porcentaje de error de las encuestas electorales en Líbano, la incógnita del voto de los expatriados -masivo pero imposible de ser sondeado con antelación, dado que este electorado llegó horas antes de los comicios- y la compra de votos, según los expertos una práctica común entre todos los partidos y que por tanto no debería decantar la balanza hacia ningún bloque.

Aceptar los resultados

Sean cuales sean las razones de la opción libanesa lo más importante, como apuntó el ex presidente de EEUU y jefe de la misión de observadores Jimmy Carter, es que los partidos «acepten los resultados». Por el momento, el 8 de Marzo ha estimado su derrota como una expresión de la «voluntad popular», mientras que el líder de Hizbulá, Hasan Nasrala, ha asegurado que «acepta» la votación «con un espíritu deportivo y democrático».

Durante la campaña, el 14 de Marzo y en especial su máximo responsable, el líder suní Saad Hariri, rechazó semejante posibilidad, pero el domingo su socio de coalición Walid Jumblatt sí admitió que la fórmula de la cohabitación es la más razonable para un país profundamente polarizado.

Todos los analistas coinciden en que un Ejecutivo de coalición -«el primer gobierno americano-iraní de la Historia», como lo describe el politólogo Ramy Khouri- es el más deseable para impedir un bloqueo de las instituciones, que ya mantuvo al país sin presidente y con el Parlamento cerrado durante dos años. En Hariri recae la última palabra, y algunos estiman que tras el informe de ‘Der Spiegel’ en el que se acusaba al Partido de Dios del magnicidio de su padre es poco probable que desee gobernar en coalición con Hizbulá.

Pero tampoco podrá hacerlo a espaldas del 8 de Marzo, dado que mantienen 58 escaños en un nuevo Parlamento que se enfrenta a diferentes desafíos en esta legislatura, como mejorar las relaciones con Siria -con quien el Líbano inauguró relaciones diplomáticas hace solo unos meses-, el desarrollo de la investigación del Tribunal Internacional que investiga los crímenes políticos en el Líbano -considerado un instrumento político por parte de Hizbulá y sus socios- y el debate sobre las armas del Partido de Dios, que los chiíes no están dispuestos a entregar. Se espera que el presidente de la República, Michel Sleiman, siga jugando el papel de mediador que ha desempeñado desde su nombramiento y conserve la mesa de diálogo nacional que obliga a las partes a encontrarse cara a cara periódicamente como vía para hallar un consenso.

Fuente: http://www.elmundo.es/elmundo/2009/06/08/internacional/1244481780.html