Edición y traducción CSCA
El lunes 6 de mayo parecía que por fin se vislumbraba el fin del baño de sangre en la Franja de Gaza. Hamás aceptó la última propuesta de alto el fuego presentado por Egipto y Qatar, según anunciaron altos cargos de Hamás en diversas entrevistas en los medios de comunicación. En el proceso, proporcionaron detalles clave del plan en tres fases, que incluiría la liberación de todos los rehenes y cautivos israelíes en Gaza, junto con un número indeterminado de palestinos detenidos en cárceles israelíes. Según el alto el fuego propuesto, el cese inicial de las hostilidades conduciría al fin de las operaciones militares israelíes y a la retirada completa de las tropas israelíes de Gaza.
Casi inmediatamente, estallaron celebraciones espontáneas en las calles de Rafah, Deir El Balah y otras ciudades y pueblos palestinos asediados de Gaza. Dado que el Secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, y otros funcionarios estadounidenses han insistido repetidamente en que Hamás constituye el único obstáculo para un alto el fuego – «Lo único que se interpone entre la población de Gaza y un alto el fuego es Hamás», declaró Blinken hace tan sólo unos días-, se podría perdonar a los palestinos que creyeran que el día 213 de este calvario genocida sería el último.
Sin embargo, la euforia duró muy poco. Varias horas después, la oficina del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, anunció que el gabinete de guerra de Israel había acordado por unanimidad que la propuesta «dista mucho de los requisitos necesarios para Israel» y que su inminente ofensiva sobre Rafah, donde se han refugiado más de un millón de palestinos desplazados del norte de Gaza, continuaría según lo previsto. El ejército israelí, que cuenta con suministros y apoyo de Occidente, lanzó intensos ataques aéreos y de artillería en apoyo de una incursión en Rafah, junto a la frontera con Egipto, que comenzó poco después del anuncio de Netanyahu.
Tanto en El Cairo como en Doha se llevan celebrando desde hace tiempo negociaciones para un alto el fuego. Egipto y Qatar han sido mediadores evidentes, ya que mantienen relaciones de trabajo tanto con Israel como con Hamás. Egipto también mantiene estrechas relaciones con Israel, mientras que Qatar acoge a los dirigentes de Hamás en su territorio.
En la mayoría de los informes sobre las negociaciones de alto el fuego se suele identificar también a Estados Unidos como mediador, pero esto no es del todo exacto. No sólo es el principal patrocinador de Israel en todos los sentidos de la palabra, sino que Estados Unidos también comparte el objetivo maximalista de Israel en Gaza, exigiendo abiertamente la destrucción y eliminación de Hamás, con quien no mantiene contacto ni comunicación. Aunque participa en las conversaciones sobre el alto el fuego, como atestiguan las declaraciones de Blinken, Washington actúa principalmente como representante de Israel y no como lo que cualquier observador razonable calificaría de mediador. Dado el poder de Estados Unidos y el apoyo incondicional del presidente Joe Biden a Israel y a su gobierno de extrema derecha, la hipótesis de trabajo en El Cairo y Doha ha sido que cualquier cosa que Washington acepte se traducirá en un respaldo israelí. Ésta, más que la creatividad diplomática o la mediación de expertos, es la principal razón por la que Estados Unidos ha participado estrechamente en las negociaciones.
Pero las cosas no han salido como estaba previsto en lo que respecta al papel de Estados Unidos. La razón principal es que el incomparable apoyo de la administración Biden a Israel y la impunidad israelí en sus tratos con los palestinos se ha convertido en el principal obstáculo para poner fin a la guerra en Gaza, ya que Washington ha permitido que Israel pase por encima de las preferencias políticas de Estados Unidos sin consecuencias, una y otra vez.
Mientras Blinken ocupe el centro del escenario en la diplomacia estadounidense en Oriente Medio, esa diplomacia es en gran medida performativa y puede ser ignorada con seguridad. En su último viaje a la región, a finales de abril, Blinken volvió a dar prioridad a un acuerdo de normalización saudí-israelí, que a pesar de todas las pruebas disponibles parece creer sinceramente que es inminente. En cuanto al fin de la guerra, que está complicando aún más cualquier acuerdo de normalización, Blinken no pudo contenerse a la hora de elogiar la oferta «extraordinariamente generosa» de Israel de «pausar» su ataque contra Gaza durante unas semanas, con el fin de liberar a los rehenes y cautivos israelíes del territorio asediado, sin ningún acuerdo sobre el fin real de la guerra.
Las cosas no empezaron a cambiar hasta que Blinken regresó a Washington, donde no ha dejado de ignorar más memorandos de desacuerdo del personal del Departamento de Estado mientras expedía certificados de buena conducta a los militares israelíes para permitir nuevas transferencias de armas estadounidenses. Una vez más, no vino del Secretario de Estado, sino del Director de la CIA, William Burns, un diplomático serio, que conoce bien Oriente Medio y que, a diferencia de su jefe en la Casa Blanca, sabe distinguir entre los intereses estadounidenses y los israelíes. Su presencia en la región también envió la señal de que Washington quería que se llegara a un acuerdo y estaba dispuesto a ir más allá de prodigar elogios a Israel para conseguirlo.
Con las cuestiones relativas a la retirada gradual de Israel de Gaza y el regreso de cientos de miles de palestinos desplazados a lo que queda de sus hogares en el norte de Gaza aparentemente resueltas, el principal punto de fricción era la exigencia de Hamás de poner fin a la campaña militar israelí, que Israel ha insistido en continuar. Dada esta contradicción, los mediadores no podían incorporar una redacción explícita que pusiera fin o no a la guerra, y aun así cerrar el acuerdo. Lo que parece haber ocurrido es que se incluyó en la propuesta una fórmula suficientemente vaga, acompañada de garantías informales estadounidenses de que si Hamás aplicaba las primeras fases del acuerdo en tres etapas, Washington garantizaría el cese de las hostilidades israelíes al final de su última etapa.
Para que conste, las garantías de Estados Unidos a los palestinos a lo largo de los años se han cumplido principalmente en el incumplimiento. Este fue el caso más notorio en 1982 durante la invasión israelí del Líbano, cuando la administración Reagan garantizó la protección de los civiles palestinos que permanecían en Beirut tras la retirada de la OLP de la capital libanesa, pero posteriormente no hizo nada para detener las masacres de Sabra y Shatila.
Con este telón de fondo, y dada la reiterada insistencia de Hamás en que cualquier alto el fuego debía conducir a un final explícito de la guerra de Israel, Netanyahu confiaba en que no se alcanzaría ningún acuerdo y, por si acaso, informó a los mediadores y a Estados Unidos de que Israel sólo enviaría representantes a El Cairo si Hamás aceptaba formalmente la última propuesta que Blinken había calificado de tan generosa. Al no haber logrado ninguno de sus objetivos declarados en Gaza durante los últimos siete meses, ya fuera «eliminar» a los dirigentes de Hamás o recuperar a los rehenes y cautivos israelíes, Israel estaba decidido a invadir Rafah con la esperanza de salvar una «victoria» de sus fracasos estratégicos.
Pero entonces se supo que la delegación de Hamás enviada a El Cairo tenía instrucciones de comprometerse positivamente con la propuesta de alto el fuego y asegurar un acuerdo. Netanyahu, aparentemente acorralado, se puso furioso. Emitió una serie de declaraciones en las que afirmaba que Israel estaba decidido a invadir Rafah tanto si se alcanzaba un alto el fuego como si no, y que sólo pondría fin a su campaña tras lograr la «victoria total» que había prometido y no había conseguido. Mientras tanto, el gabinete israelí -también en este caso por unanimidad- prohibió a Al Jazeera operar en Israel, en aplicación de una nueva ley aprobada por la Knesset el mes pasado. Aunque obviamente se trata de un ataque a la libertad de prensa, parece una maniobra deliberadamente calculada para enfadar al gobierno qatarí y provocar que suspenda su participación en la mediación de un alto el fuego.
Hamás interpretó estos movimientos como una burla de Israel a la propuesta de alto el fuego que había sobre la mesa y, lo que es más importante, al papel de Estados Unidos en su aplicación. La delegación de Hamás regresó a Doha para celebrar nuevas consultas. Igualmente indignados, egipcios y qataríes refinaron su propuesta -y presumiblemente también las garantías estadounidenses- para hacerla más aceptable para Hamás. En contra de las expectativas y de los informes sobre el fracaso de las conversaciones, Hamás aceptó esta vez el acuerdo. Presentada como una iniciativa egipcio-qatarí, es inconcebible que ni siquiera un signo de puntuación de la propuesta de alto el fuego no se aclarara primero con Burns, que también está en Doha, o que Burns no consultara igualmente con Washington antes de aprobarla.
Hamás afirma que los egipcios y los qataríes le aseguraron que Biden garantizaría la aplicación del alto el fuego si Hamás lo aceptaba. Probablemente pronto descubriremos la realidad tras esta afirmación. O bien Hamás se lo está inventando para encubrir su aceptación de un alto el fuego que en algunos aspectos se queda corto con respecto a sus demandas, o bien los mediadores árabes asumieron compromisos no autorizados con los palestinos, o bien -en mi opinión la hipótesis más probable- Qatar y Egipto actuaron con autorización de Estados Unidos. Es perfectamente posible que Burns o los funcionarios de Washington nieguen haber desempeñado un papel en la elaboración de la última propuesta de tregua para legitimar el rechazo de Israel, pero también en este caso cabe esperar que los detalles se filtren y revelen en poco tiempo.
Israel ya está tratando de controlar la narrativa, culpando del colapso de este alto el fuego a EE.UU., que afirma que lo mantuvo al tanto de los términos que se negociaban en El Cairo (a pesar de que Netanyahu, por supuesto, se negó a enviar una delegación israelí para participar en esas conversaciones). Pero una vez que se le quita la vuelta al asunto, este relato no hace más que confirmar que Estados Unidos estuvo profundamente implicado en la elaboración de la última propuesta de alto el fuego, que Hamás aceptó e Israel rechazó.
En un mundo diferente, uno podría pensar que todo esto significa que Washington ahora obligaría a Israel a aceptar este acuerdo para poner fin a la guerra en Gaza, ya que Estados Unidos ayudó a negociarlo y porque Biden ha identificado públicamente una invasión israelí de Rafah como una «línea roja». Pero ese es un mundo que no existe. Netanyahu confía en que puede cruzar las líneas rojas de Washington a voluntad, porque Estados Unidos ha demostrado una y otra vez que en realidad no le impondrá ninguna consecuencia cuando lo haga. De hecho, Washington ya está dando marcha atrás, afirmando ahora que sólo se opone a una «importante» operación terrestre israelí en Rafah, mientras Israel lanza precisamente eso.
Los próximos días revelarán si los cálculos de Israel sobre las «líneas rojas» de Estados Unidos son correctos, o si realmente existe un límite para la administración Biden en cuanto a hasta qué punto se dejará llevar por sus aliados israelíes de extrema derecha. En cuanto a la idea de que todo esto es obra de Netanyahu y está motivado únicamente por su deseo de permanecer en el poder para eludir un juicio por corrupción, no cuadra con un gabinete de guerra que rechazó unánimemente el alto el fuego que había sobre la mesa y respaldó en su lugar la invasión de Rafah. Lo que está ocurriendo en Gaza, y contra todos los palestinos, trasciende la determinación de un político israelí de aferrarse al poder.
Mouin Rabbani es investigador no residente de DAWN. También es coeditor de Jadaliyya e investigador no residente del Center for Conflict and Humanitarian Studies.