George Bush ha sido reelegido Presidente de los EEUU tras unas elecciones atípicas que sin embargo nos proporcionan una muy interesante «foto fija» de la actual sociedad norteamericana. Se trata en resumidas cuentas de una sociedad muy polarizada- entre el apoyo entusiasta o el rechazo contundente -por lo que respecta a su percepción de la […]
George Bush ha sido reelegido Presidente de los EEUU tras unas elecciones atípicas que sin embargo nos proporcionan una muy interesante «foto fija» de la actual sociedad norteamericana. Se trata en resumidas cuentas de una sociedad muy polarizada- entre el apoyo entusiasta o el rechazo contundente -por lo que respecta a su percepción de la política desarrollada en los últimos tiempos desde la Casa Blanca y en particular de la política exterior y de la «lucha antiterrorista».
Rechazo y aceptación de la política de Bush
El porcentaje de participación electoral ha sido el más alto desde 1968 y cercano al 60%, después de un esfuerzo intenso por parte de lo partidos republicano y demócrata por llevar a sus apoyos potenciales a las urnas. En esta situación, que no permite hablar de deformación del sentir general a causa de una abstención muy elevada, el 51% de la gente votante se ha manifestado a favor de la opción conservadora. Dicho porcentaje se ha nutrido fundamentalmente de la población de las zonas rurales, mientras que el 48% de votantes demócratas mayoritariamente radica en las grandes ciudades. Se pueden hacer pues dos constataciones, la primera de ellas es que la política de Bush tiene un amplio apoyo social en la «norteamérica profunda», es decir en la totalidad geográfica de los EEUU, con exclusión de la costa oeste y de la zona nordeste del país. La segunda, que se debe matizar, es que dicha política es rechazada por la «norteamérica urbana, industrial y culta», que en número resulta ser prácticamente igual a la «conservadora».
Los matices a introducir respecto de la segunda constación guardan relación con el tipo de programa, campaña y mensajes lanzados por Kerry. El candidato demócrata no se ha querido diferenciar en casi nada de Bush en materia de política exterior y de «lucha antiterrorista», de forma que «sobre el papel», los votantes republicanos y demócratas estarían validando en dicho caso lo mismo. Sin embargo las campañas de apoyo a Kerry desde los movimientos sociales y antiguerra o desde el activismo individual, como el del director de cine Michael Moore, se han hecho partiendo del supuesto que dicho candidato iba a desarrollar una política «distinta» de la actual. Es indudable que la discrepancia entre los mensajes de Kerry y la voluntad de una parte de sus votantes implica un oscurecimiento del significado real del voto «Kerry» (cosa que no ocurre con el voto «Bush»). Formulándolo como interrogante: ¿Hasta qué punto el voto a Kerry ha sido un voto contra la política exterior y de guerra de Bush?
Ha existido por lo tanto una victoria electoral de Bush basada en una mayoría porcentual de votos muy ajustada (aunque en términos absolutos sea de más de tres millones y medio de votos). A partir de este hecho es fácil ver que hablar de que su política «ha sido legitimada» resulta del todo abusivo. Lo correcto es decir que la política de Bush «ha sido legitimada» por la mitad de la población votante y «ha sido rechazada» -con los matices que se planteaban en el párrafo anterior- por la mitad restante. Este es un hecho importante y que no conviene perder de vista en ningún momento para no caer en visiones «desesperanzadas» respecto de la evolución futura de los EEUU o de «magnificación» del poder real y de las bases de apoyo de sus gobiernos.
El sistema electoral y el mismo diseño del aparato de estado de EEUU permiten al Presidente Bush ejercer un poder casi absoluto en materia de política exterior y de defensa, pero lo anterior no se corresponde con ningún tipo de hegemonía ideologica y política paralela de los ultraconservadores sobre el conjunto de la sociedad norteamericana. Ésta se encuentra en estos momentos fuertemente fraccionada, situación que llevará con toda probabilidad a múltiples tensiones y enfrentamientos con las políticas gubernamentales en los tiempos inmediatamente venideros.
¿Cambiará la política imperial?
El apoyo explícito proporcionado por la mitad de los votantes supone de todas formas un refuerzo para Bush. Por contra, la derrota de Kerry puede desmoralizar y frenar, por lo menos en un primer momento, al movimiento norteamericano contra la guerra (posiblemente también al movimiento mundial) y a los sectores sociales opuestos al ultraconservadurismo, que habían depositado esperanzas en su victoria. Los resultados electorales favorecen pues, sobre el papel, la continuidad y consolidación de la política exterior que el gobierno Bush ha venido desarrollando.
Sin embargo no es el factor electoral el único que debe ser considerado. La situación en Iraq se les ha puesto muy cuesta para arriba a los ultraconservadores norteamericanos. Cada vez resulta más evidente que el país no puede ser estabilizado a corto plazo y que para intentar hacerlo se requiere de medios militares y materiales que el gobierno y las empresas norteamericanas no están dispuestos a aportar de su propio bolsillo. Se necesita pues del auxilio de los tradicionales «aliados europeos», a los que se ninguneó anteriormente. Esto puede suponer un cierto cambio en la forma de gestionar la evolución del conflicto y el reparto de los beneficios derivados de la «reconstrucción» y del control sobre el petróleo, para pasar a ser todo ello negociado con las potencias europeas y en particular con Alemania y Francia. Las mismas dificultades habidas para encauzar el conflicto iraquí pueden frenar por un tiempo el camino hacia otros objetivos neocoloniales ya manifestados, como Irán, por ejemplo.
Pero el mantenimiento de la voluntad de dominación neocolonial sobre Iraq y sobre el Oriente Medio en su conjunto, amparado bajo la cobertura de la «lucha contra el terrorismo internacional», hay que darlo por cosa hecha. Tal eje de la política norteamericana (y neoliberal mundial) requiere para ser alterado de la persistencia de la resistencia en los países ocupados (Iraq y Afganistán) y también de la reactivación de un movimiento norteamericano y mundial contra la ocupación que recupere el ímpetu que en su momento tuvo el movimiento de oposición a la guerra.