En occidente celebramos el nacimiento de Jesús, con los acordes del conocido villancico «Noche de paz…»: esa melodía que lejos de conmemorar una efemérides cristiana ha acabado por convertirse en seña de identidad y en banda sonora de los templos del consumismo: los grandes almacenes. Pero ¿es noche de paz en Palestina? Los que hemos […]
En occidente celebramos el nacimiento de Jesús, con los acordes del conocido villancico «Noche de paz…»: esa melodía que lejos de conmemorar una efemérides cristiana ha acabado por convertirse en seña de identidad y en banda sonora de los templos del consumismo: los grandes almacenes.
Pero ¿es noche de paz en Palestina?
Los que hemos recorrido esa tierra y hemos pasado allí ¿la Nochebuena? sabemos de sobra que la noche del 24 es cualquier cosa menos una noche de paz, pues un día sí y otro también los casi imberbes muchachos y las muchachas del ejército sionista practican el deporte nacional: el desprecio al palestino, la humillación de sus niños, ancianos, incluso el tiro al blanco en que las siluetas son seres humanos.
Cualquiera que visite la ciudad de Belén, salvo que sea ciego y sordo, verá que esa ciudad nada tiene que ver con esas estampas idílicas de «alabanza de aldea» que reproducen los belenes: con molinos, lavanderas, pastores, herreros y pescadores… Todo lo contrario, Belén es una ciudad en estado de sitio; esto no lo digo yo, lo han relatado con todo detalle también los tres Reyes Magos en las paginas de su blog; nos dicen que cada año, les resultaba más difícil llegar hasta la cueva y que, de un tiempo a esta parte la amenaza no viene del temible rey Herodes sino del estado sionista, con soldados persiguiendo a los inocentes en sus todo terreno y sus blindados, prestos a disparar a los niños palestinos que les increpaban porque estaban derribando sus viviendas y arrancando sus olivos; pero cuentan que lo que más los impactó fue ver la ciudad de Belén rodeada de colonias israelíes pobladas de nidos de ametralladoras, y la basílica cercada por el muro. Siguen relatando que no salieron de su asombro cuando supieron que los pastores de Beith Sahur y de Beith Yala, no podían salir para llegar a la cueva porque el muro los tenía encerrados en sus pueblos.
Pero incluso ellos, como Reyes Magos, tampoco corrieron mejor suerte; de camino por el desierto de Judea tuvieron problemas para abrevar a sus camellos, porque las autoridades israelíes habían sellado los pozos y al haber echado a los beduinos del desierto de Judea y al haberles derribado las escuelas que les hizo «Siloé» , no pudieron hacer un alto en el camino para tomar con ellos una taza de té; el camino hacia Belén fue un sobresalto tras otro, con los continuos controles militares y, en un momento determinado, teniendo que esquivar los disparos que les hicieron algunos colonos de Maaleh Adumín.
Dicen que aquel año sus peores pronósticos se cumplieron, cuando llegaron al «check point» de Calandia; de nada sirvieron sus pasaportes diplomáticos y sus ruegos de que su única intención era dirigirse a la cueva de Belén. Aquellos soldados los tuvieron retenidos como al resto de los palestinos; allí asistieron al espectáculo, desolador, de parturientas esperando la orden para poder ir al hospital más próximo, de madres con niños de pocos meses que no cesaban de llorar, de muchachos desesperados porque iban a llegar tarde al colegio.
Por un momento creyeron atisbar un rayo de esperanza cuando sobre el cielo vieron un objeto brillante; pensaron que era la estrella, pero tenía un brillo frío, era un objeto metálico; tomaron los prismáticos y comprobaron que era un «dronne», con la mueca fría del verdugo y todo su arsenal de misiles dispuesto a poner en practica los asesinatos selectivos.
Nos relatan en su «blog», que, por lo que les dijeron los pocos que habían llegado hasta la cueva, aquella noche en el portal no hubo pastores ni música de panderos y zambombas; incluso María, José y el Niño, ante el peligro de que la cueva fuera tiroteada precipitaron su salida y, en lugar de marchar a Egipto como cada año, optaron por el camino más corto y salieron huyendo con miles de conciudadanos palestinos a los campos de refugiados de Jordania.
Aquel año, Melchor, Gaspar y Baltasar decepcionados por no haber podido llegar hasta la cueva decidieron volver a sus hogares; pero nos cuentan que todavía les esperaba lo peor; en el retorno a Tartesós, al pasar por Gaza, oyeron tronar el cielo y vieron la tierra desangrada: montones de muertos y cientos de heridos clamando al cielo en busca de socorro; a su lado, indiferentes al dolor, pasaban sacerdotes, levitas, tenían prisa por llegar al templo a sacrificar el becerro; también, ajenos a la tragedia, pasaron algunos purpurados, con sus oropeles, camino de una basílica donde los esperaban los mercaderes del templo. Aquellas víctimas sólo hallaron el amparo de unos pobres samaritanos.
También nos relatan que aquel año en Belén no faltó la música; en este caso no fueron villancicos interpretados por voces infantiles, sino tambores de guerra anunciando, de nuevo. la llegada a Palestina del Ángel Exterminador, con sus «drones» y blindados prestos para dejar aquella tierra convertida en cementerio.
Desde entonces, los Magos nos dicen que no han vuelto a Belén en Nochebuena.
Miguel A. San Miguel Valduérteles es miembro del Comité de Solidaridad con la Causa Árabe.
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