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En el abismo del 18 de julio de 1936

Fuentes: Rebelión

Han pasado ochenta años y España sigue en el agujero negro en el que entró aquel día. Hay quien pretende presentar la Constitución de 1978 o la muerte del Caudillo de 1975 como puntos de inflexión. No lo son. No existe ninguna ruptura desde 1939 porque todo ha sido encefalograma plano, muerte cerebral de la […]

Han pasado ochenta años y España sigue en el agujero negro en el que entró aquel día. Hay quien pretende presentar la Constitución de 1978 o la muerte del Caudillo de 1975 como puntos de inflexión. No lo son. No existe ninguna ruptura desde 1939 porque todo ha sido encefalograma plano, muerte cerebral de la sociedad. Una aburrida etapa tras otra del tour del Franquismo en el que el sucesor del dictador ocupó su lugar a la muerte de este. Un sucesor que llevaba desde los diez años en las rodillas del dictador o arrodillado ante él, todavía no lo sabemos.

Es innegable la concentración de las tres funciones existentes (judicial, legislativa y ejecutiva) y la perversión de estas ante el poder económico. Nadie puede ocultar que los políticos usan las puertas giratorias para llegar al dinero y los empresarios el dinero para llegar a los políticos. Ello hace que el sistema se haya podrido y respiremos un ambiente mafioso hasta el extremo en el que políticos, periodistas o empresarios solo pueden hacer dos cosas: carroñear o taparse la nariz como si nada sucediera.

No es menos incontestable el control absoluto de la mayoría de los medios de comunicación por este mismo poder económico.

Un país sin separación efectiva de funciones o poderes y sin medios de comunicación libres (solo hay que recordar las purgas producidas en El País, El Mundo, Cadena Ser, etc.) no es un país plenamente democrático. España no lo es. Participar cada cuatro años en una carrera en la que varios corredores están dopados y no todos tienen que recorrer la misma distancia no es democracia.

Aunque sea más fácil asumir la versión oficial de la idílica Transición, de Juan Carlos I Salvador Nacional y de toda esa basura, aunque sea mejor para el bolsillo y la salud de uno, es todo demasiado repugnante para callar. Ahí están la mayoría de presentadores y periodistas de televisiones, radios y diarios cobrando cada mes mientras perpetúan un Franquismo 3.0, una versión más suave en las formas e igual de letal en el contenido. Ahí están los intelectuales, por llamarles de alguna manera, teniendo que fingir una ceguera permanente para poner el cazo y llevarse este premio o el otro.

Los que ganaron aquella guerra son los que hoy continúan en el poder y el que habla de República, igualdad, libertad o Ilustración es un radical, un extremista o un antisistema. España no es tierra de repúblicas, es tierra de caciques, organizaciones terroristas de extrema derecha, golpistas, cuentas en paraísos fiscales, corrupción, elefantes, amigas entrañables y volquetes de putas. Esa es nuestra España, la España del Franquismo 3.0, la de Felipe VI y Letizia consolando al compi-yogui de las tarjetas black y las denuncias por acoso mientras llaman «mierda» a los medios de comunicación. Esa es la España que nació en 1936 y que continúa viva.

Son los últimos ochenta años del Régimen, los de secuestro y desinformación institucional, los que hacen posible que doce millones de ciudadanos hayan votado y voten corrupción (PP y PSOE). Y al mismo Franco si se presentara le votarían porque somos una nación recluida en un centro psiquiátrico que ha terminado por creer que es real la fantasía inducida de democracia mientras seguimos amarrados y somos medicados hasta la anulación cada vez que un brote de lucidez nos hace ver la realidad.

Fue justo hace dos años cuando fui encerrado por primera vez en un centro disciplinario, un 18 de julio como no podía ser de otra forma. En la transición del Franquismo 2.0 a la versión 3.0 que un militar escribiese un libro, propusiera un nuevo modelo de Fuerzas Armadas y denunciase corrupción, privilegios anacrónicos o abusos se castigó con el calabozo, el despido y el ostracismo. Como hace veinte o cuarenta o sesenta años. Igual. Eligieron tan señalada fecha como una muestra más de su arrogancia, de ese poder de quien se sabe dominador absoluto del tablero.

Ochenta años después nada ha cambiado. Jorge Fernández Díaz, ultracatólico y aspirante a mafioso, dirige el ministerio del Interior; Arsenio Fernández Mesa, cadenero que en su juventud atemorizaba demócratas, es director de la Guardia Civil; Pedro Morenés, Señor de la Guerra que se ha enriquecido convirtiendo el mundo en una carnicería, se encuentra al frente del ministerio de Defensa; Jaime Dominguez Buj, que entró en la academia militar cuando todavía vivía Franco (1970) y se dedica a amenazar al Estado y a los catalanes, es Jefe de Estado Mayor del Ejército; y Mariano Rajoy, político hechizado, es presidente de nuestro país. Los cuatro primeros habrían ocupado sus cargos si Franco siguiera vivo y fuéramos una dictadura oficial, lo que es un indicador tan revelador como tétrico de nuestro nivel democrático. El quinto, seguramente, no habría pasado de pipero en el Bernabéu.

No somos una dictadura, es cierto, pero seguimos estando a ochenta años de ser una democracia.

Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de Tierra, miembro del colectivo Anemoi

Notas:

En la actualidad, sobrevive gracias a las ventas de Código rojo, ¡CONSÍGUELA AQUÍ FIRMADA Y DEDICADA!. «Código rojo le echa huevos al asunto y no deja títere con cabeza. Se arriesga, proclamando la verdad a los cuatro vientos, haciendo que prevalezca, por una vez, algo tan denostado hoy en día como la libertad de expresión» («A golpe de letra» por Sergio Sancor).

El colectivo Anemoi recomienda la lectura de las novelas «Código rojo» (2015) y «Un paso al frente» (2014).

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Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.