Tal como lo quería el ex ministro Rehavam Ze’evi, partidaario de la expulsión de los palestinos de la Gran Israel, el gobierno de Tel Aviv viene haciendo todo lo posible, y un poco más, para vaciar el valle del Jordán de población árabe.
Varias decenas de miles de habitantes de ciudades y pueblos vecinos, al norte de Cisjordania, situados a veces a sólo algunos kilómetros de allí, están ausentes del valle, aunque tengan allí familia, amigos, tierras, casas, comercios y trabajos. Faltan también los autos palestinos que, en un pasado no tan lejano, solían transportar a los ausentes. Faltan también miles de viajeros potenciales hacia Jordania, familias de vacaciones y estudiantes. Ningún rastro de potenciales clientes en los coloridos quioscos situados en los cruces.
Los soldados controlan esta ausencia con cuatro puestos de control principales, que separan el valle del resto de Cisjordania. Obedecen órdenes: la prohibición a todo palestino (en otros términos, a dos millones de personas, ya que los 1,4 millones de gazanos tienen de cualquier manera prohibido entrar en Cisjordania) de ingresar en el valle, salvo aquellos cuya dirección oficial, la que figura en el documento de identidad, sea el valle del Jordán.
Algunos dirán que éstas son medidas de seguridad -legítimas o excesivas, se podría discutir-, y citarán los ataques sufridos por los colonos de la región desde hace cinco años. Pero en realidad, se trata de la continuación de una política de Israel a largo plazo que se intensificó durante el período de Oslo. Esta política hizo del valle del Jordán palestino, que representa alrededor de un tercio de Cisjordania, una historia de oportunidades perdidas desde el punto de vista del potencial que representa para los palestinos: potencial de desarrollo agrícola y turístico, mejoramiento y ampliación de las comunidades o construcción de nuevos pueblos, para una gran variedad de estilos de vida: urbano, rural, seminómade, moderno o antiguo y casi bíblico. Los ideólogos de Oslo del lado israelí se aseguraron de que la Autoridad Palestina no pueda desarrollar esta región durante este período crítico, cuando muchos pensaban que la rehabilitación de la economía constituiría una buena base, a la vez para una solución pacífica y para el aumento del respaldo popular a esta solución. Entonces ellos concibieron la parte más grande de Cisjordania oriental como una zona C (bajo el total control israelí), es decir, impidieron el desarrollo palestino. Solamente las colonias estaban autorizadas para desarrollarse, gracias en gran parte al robo y la explotación de los recursos hídricos palestinos. Una zona de maniobras militares, donde el ejército opera desde la conquista de Cisjordania, ocupa 475 kilómetros cuadrados del valle e invade la forma de vida tradicional de miles de pastores seminómades. Pastores que, a menudo, son expulsados de sus tiendas, o a los que se les prohibe pastorear y procurarse el sustento.
Hubo un tiempo en el que la explicación era que se trataba de una zona de tiro, luego fue un problema de construcción ilegal. Hace pocos días, funcionarios de la administración civil destruían las tiendas, las cabañas y los rebaños de una veintena de familias de agricultores, en cinco lugares diferentes del valle. Lo que temen los planificadores israelíes es claro: hacia los años 50, una parte importante de los pueblos palestinos del valle pasaron del estatus de morada transitoria para los del norte de Cisjordania al de residencia permanente. Entonces utilizan todos los métodos posibles e imaginables para disuadir a los palestinos.
Al impedir el desarrollo, al detener un proceso natural y tradicional de construcción y expansión demográfica, se vació el valle. Pero, en estos últimos meses, esta política se volvió más activa: de tanto en tanto, los soldados vienen a la noche y desplazan al otro lado del puesto de control a los que viven o trabajan en el valle pero cuya dirección oficial está en otro lado. A la mañana, la gente vuelve a través de las colinas, escapando de los soldados, pero con el riesgo de caminar sobre un campo minado.
En octubre, la gente tuvo otra razón más para estar harta de su vida en el valle: los agricultores palestinos se vieron impedidos de vender sus productos a los agricultores israelíes en la frontera más próxima entre el valle e Israel. En lugar de hacer cinco kilómetros, debieron hacer cincuenta, hacia una lejana terminal de fletes (Jalameh), y esperar indefinidamente en los puestos de control intermedios lo que les hizo perder una parte de sus frutas y verduras destruidas por el sol. Sabiendo que no habría paga por su trabajo.
El ejército jura que estas prohibiciones no tienen nada que ver con las declaraciones políticas según las cuales el valle quedará para siempre en manos de Israel. Pero, en la práctica, contribuye a vaciarlo de sus habitantes palestinos, y a preparar la anexión oficial a Israel.
La fuente: la autora es periodista del diario israelí Haaretz. La traducción del inglés pertenece a Sam More para elcorresponsal.com.