Hoy se conmemora el cuarto aniversario de la Revolución del 25 de enero en Egipto. Una revolución que por mucho que desde Occidente intentemos controlarla con las etiquetas de nuestro arraigado orientalismo, o con fechas que le otorgan un erróneo principio y fin, todavía continúa. Continúa bajo una brutal represión y unas fuerzas contrarrevolucionarias que […]
Hoy se conmemora el cuarto aniversario de la Revolución del 25 de enero en Egipto. Una revolución que por mucho que desde Occidente intentemos controlarla con las etiquetas de nuestro arraigado orientalismo, o con fechas que le otorgan un erróneo principio y fin, todavía continúa. Continúa bajo una brutal represión y unas fuerzas contrarrevolucionarias que ya se empezaban a vislumbrar a mediados de 2011 y que, como tantos otros días, sacan a relucir su cara más sangrienta con el asesinato de la estudiante de 17 años Sondos Reda en Alejandría y el de Shaimá el-Sabbah, activista y miembro del Partido Alianza Popular Socialista en pleno centro de El Cairo.
La contrarrevolución ha tomado diferentes formas y se ha desarrollado en distintas fases. Este último año han sido dos sus prioridades: la reapropiación de los espacios de autonomía y la reescritura del imaginario de la Revolución. El centro de El Cairo, punto de encuentro de los jóvenes de Tahrir, donde se concentran los espacios de creatividad (graffitis, centros sociales, centros culturales autogestionados), los cafés populares en la calle, y por todo ello epicentro de debate, discusión, encuentro de activistas y grupos de afinidad, ha cambiado totalmente su arqueología social. Consciente del peligro de estos espacios de libertad, el General al-Sisi no ha dudado un minuto en volver a la fórmula de su antecesor: controlar el centro de El Cairo, pues, como aseguraba el titular de The Guardian, «es la lucha por el futuro de Egipto». El proyecto empezó cuando se desalojó a los vendedores ambulantes de la calle Talaab Harb. El mensaje era claro: el Estado ha vuelto. El incremento de la prostitución controlada y de su red clientelar es más que evidente en las cafeterías del Borsa, el Lavapiés cairota. Así mismo, más allá de la realidad de una vuelta del «informante» para controlar la disidencia política, el propio ciudadano se convierte ahora en el estandarte del régimen, otorgándole la posibilidad de denunciar a su coetáneo. En el espacio público no se debe hablar de política, y si se hace, se enmascara bajo sinónimos, fórmulas y bromas, que enriquecen su vocabulario político pero que hacen más sutil e imperceptible la resistencia cotidiana, menos popular también, más elitista, como le conviene al poder.
En 2014, la universidad fue uno de los pocos focos de manifestaciones contra el gobierno militar de Sisi. Las idas y venidas con las fechas oficiales para la apertura y clausura del curso, denotaron desde inicios de año el miedo del régimen a lo que de allí podía surgir. Por ello, en este año académico las reglas fueron marcadas desde un principio: se prohibió cualquier eslogan, manifestación o atuendo con simbología política en la Universidad. Así mismo, la empresa de seguridad privada FALCON, junto con las fuerzas de seguridad egipcias, hacen que la entrada matinal a la universidad se convierta en una odisea de carnets universitarios, registros, y en definitiva, de un control absoluto del cuerpo y del individuo. A comienzos de este curso se contabilizaron 318 estudiantes detenidos en las universidades (según los datos de AFTE).
Estas medidas han venido acompañadas de una progresiva reescritura del lenguaje de la Revolución. En las librerías del centro de El Cairo es difícil poder encontrar libros que hablen de este episodio de su historia, que se sustituyen por libros sobre la «naksa» (la derrota). Nadia el-Kholi, periodista del diario al-Shorouk, asegura que desde hace dos años los medios de comunicación instauran el miedo en torno a la Revolución. Querer unir la inestabilidad política del país, «el terrorismo» y el consecuente aumento de la seguridad no es inocente, el régimen egipcio ha usado esta fórmula desde antaño para apagar las voces disidentes y dar la imagen de un Estado que vela por la seguridad del ciudadano. Por ello, horas después del asesinato de la activista Shamia el-Sabah, el presentador de televisión Ahmad Musa no ha tardado en acusar a los Hermanos Musulmanes de perpetrar dicho asesinato.
Hoy, 25 de enero, con una plaza Tahrir acordonada por tanques, con la prohibición de la celebración por el luto al rey saudí y tras el asesinato de Sondo y Shaima (y según algunos informes, con 4 asesinados más por confirmar), el mensaje es evidente: no es el aniversario de la Revolución, es el Día de la Policía (declarado así por Hosni Mubarak en 2009). Sin embargo, y a pesar de los intentos de las autoridades por el control del relato, éste no ha finalizado, y mientras la población continúe gestionando sus espacios de autonomía y, como ya ha venido haciendo, poniendo palabras a su historia, la revolución continúa, por mucho que la mayoría de analistas y medios de comunicación se empeñen en lo contrario.
Laura Galián es doctoranda en la UAM y elabora su tesis doctoral sobre el anarquismo en Egipto.
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