La belleza es un código, la belleza es una orden. Cuando aparece en una combinación de sonidos, rasgos, palabras, antes de que nuestro cerebro piense algo en nuestro cuerpo se pone en disposición de atender, quizá por abatimiento. Demasiados empujones, demasiada pena y asfixia para rechazar su convocatoria: ahí se está bien, la música nos […]
La belleza es un código, la belleza es una orden. Cuando aparece en una combinación de sonidos, rasgos, palabras, antes de que nuestro cerebro piense algo en nuestro cuerpo se pone en disposición de atender, quizá por abatimiento. Demasiados empujones, demasiada pena y asfixia para rechazar su convocatoria: ahí se está bien, la música nos proyecta sobre un mar de cabezas y sentimos las manos que nos tocan sin dejarnos caer. Ahí en esos ojos, ahogándonos en ellos, si no se fueran, seríamos invulnerables a cualquier desdicha. Ahí el verso quema el espanto, estalla y, al amanecer, armadas de una ardiente paciencia, entraremos en las espléndidas ciudades.
La belleza es un código, pero no, en realidad no: son muchos códigos; cada uno lleva su orden y su espera. Por eso a veces la belleza de curso legal nos cansa y vale ya de esa música cuya armonía nadie negará pero cuya orden de mecernos como barquitos de papel en el estanque rechazamos; vale también de los muchachos de barba de dos días, torso de acero y edad inmóvil cuya media sonrisa puntúa piruetas como hazañas: un solo pie sobre el ala del avión mientras nos dicen, ésta es su orden, que nos quedemos quietas y quietos, que ellos se ocuparán; vale de las dulces muchachas de cuerpo moreno y bikini blanco, mariposas clavadas con vitrina, una vitrina impuesta para que no nos muerdan, porque su orden dice: no te muevas, como tampoco yo me muevo.
En estos días, otra belleza ha quebrado la verja, dejó atrás la señal indicadora y nos requiere en donde no mirábamos: la pintada pisada sin fijarse al principio, cemento sucio, plantilla de las letras movida por la urgencia. Desde unas caras impropias, extrañas y perfectas en cada uno de sus desequilibrios, la belleza emite su encomienda, actuar ahora, estar dispuesto o dispuesta ahora, el tiempo apremia y todo es valentía. La belleza no preexiste; como al código, se le asignan valores y secretos para decir qué y a quiénes, y cuándo; entonces, al pensar en la ardiente paciencia ya no imaginas sólo pequeñas llamas bamboleantes iluminando calles o jardines, sino también las manos de la desesperación, voces heridas y palabras que al romperse nos ponen en pie; entonces la belleza, como la inteligencia, es el hambre.
Fuente:http://www.diagonalperiodico.net/culturas/20133-estos-dias.html