Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.
Aunque Israel es su tierra natal, y aunque lo más probable es que quiera servir en su ejército, a mi hija se le niega uno de los más elementales derechos humanos, como el derecho a casarse en su propio país.
Al menos, uno de los principales obstáculos impide que todos los ciudadanos israelíes disfruten de la igualdad de derechos: la ausencia de matrimonio civil. Hay cientos de miles de israelíes «que carecen de filiación religiosa» que no pueden casarse en su propio país, donde nacieron y se criaron. Mi hija es una de ellas.
Mi hija nació en Jerusalén y asiste a una escuela de lengua hebrea. Su padre es un judío israelí. Pero como yo no soy judía y no me identifico con una religión en particular, en su certificado de nacimiento dice que nuestra hija es «sin filiación religiosa». Cuando nació, el Ministerio del Interior israelí ni siquiera quiso reconocer a nuestra hija como ciudadana israelí. A fin de que mi marido pudiera dar su apellido a la niña, el Ministerio exigió la prueba extrema, la de ADN (a nuestro costo) para demostrar su paternidad.
Mientras a mi hija se le concedió la condición de ciudadana y lleva el apellido de su padre, su partida de nacimiento aún se esfuerza en recalcar que no es judía y no forma parte de la nación judía.
En la década del 60, el israelí Benjamín Shalit, que estaba casado con una mujer cristiana, trataba de registrar a sus hijos en el Ministerio del Interior como sin afiliación religiosa, pero judío por su origen étnico (le’om). El oficial del registro, sin embargo, se negó a escribir eso. Shalit llevó el caso a la Corte Suprema, que falló a su favor. Sin embargo, como la decisión generó controversia, en los años 70, en una enmienda aprobada en la Knesset que indica que sólo alguien considerado judío por la Halajá (ley religiosa) puede ser étnicamente judío. Esta es la razón por la cual mi hija, a pesar de ser hija de un judío israelí, carece de filiación étnica y religiosa.
Esto significa que aunque Israel es su tierra natal, y aunque lo más probable es que le gustaría servir en su ejército, a mi hija se le niega uno de los más elementales derechos humanos, como el derecho a casarse en su propio país.
Cada día, al llevar a mi hija a dar un paseo en el Parque de la Independencia de Jerusalén, me encuentro con otras madres nacidas en el extranjero y casadas con judíos israelíes, y cuyos hijos están en la misma situación. Algunos de estos niños tienen los ojos asiáticos, mientras que otros tienen la piel de color chocolate o las mejillas como las muñecas babushka, pero todos son niños israelíes. Su país, sin embargo, se niega a aceptarlos como propios y a tratarlos como ciudadanos iguales.
El Convenio para los esponsales de personas que carecen de afiliación religiosa, aprobado por la Knesset en 2010, fue promocionado como una solución al problema, pero en realidad es sólo una manera vergonzosa de evadir y encarar el tema. La ley permite a las parejas formar una unión civil, pero sólo cuando ambos cónyuges carecen de afiliación religiosa. La ley básicamente establece que esas personas pueden casarse con otros de su calaña, pero no se deben «mezclar» con los judíos. La única manera de evitar esto es ir al extranjero para casarse. Por lo tanto, en lugar de ser un paso en la dirección correcta, sólo refuerza el carácter sectario de la sociedad israelí.
El único recurso que queda para las parejas mixtas en Israel es ir al extranjero para casarse. Cada año, miles de israelíes viajan a Chipre, la isla de Venus, para ejercer el derecho básico de casarse con la persona que aman. Como cuestión de hecho, el fracaso de Israel para implementar el matrimonio civil es una clara violación del artículo 16 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que establece que «los hombres y mujeres mayores de edad, sin restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión, tienen el derecho a casarse y fundar una familia». Cuando fuimos a Chipre para casarnos, mi marido y yo conocimos a otras parejas que habían llegado con el mismo propósito, incluyendo algunas parejas de libaneses que, como nosotros, no podían casarse en su propia tierra. La ausencia de matrimonio civil, una clara violación de las libertades civiles, es una característica de los países conocidos por su falta de respeto a los derechos humanos, como Siria, Líbano, Arabia Saudí, Yemen e Irán. Israel no debería estar en la lista de la vergüenza. Pero mientras los ciudadanos no actúen para cambiar la situación, por desgracia, se mantendrá.
Anna Mahjar-Barducci, es una periodista y escritora italiana-marroquí. Es la presidenta del Partido Asociación Árabe Liberal y Democrática con sede en Roma, que promueve las libertades civiles y la integración de los inmigrantes en Europa.
Fuente: http://www.haaretz.com/print-