Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Hay unos 1.450 kilómetros de autopistas interestatales entre el este de Pensilvania y Columbus, Georgia. La Ruta 78 va de este a oeste hasta la Ruta 81 a lo largo de la ladera sur de Blue Ridge, la 81 se desliza al sur y al oeste pasando por Pensilvania, Maryland, Virginia Occidental y luego por el valle Shenandoah de Virginia por más de 320 kilómetros hasta que se llega a la Ruta 77 por sobre las montañas hacia Carolina del Norte a Charlotte, luego al oeste en la 85 hacia Atlanta, cortando finalmente hacia el sur por la 185 a Columbus, Georgia. La 185 va directo a nuestro destino, Fort Benning, una de las mayores instalaciones militares del mundo, dentro de la cual se encuentra el Instituto De Cooperación para la Seguridad Hemisférica (WHINSEC, por sus siglas en inglés), llamado anteriormente Escuela de las Américas (SOA).
He estado haciendo este viaje de fin de semana antes del Día de Acción de Gracias desde 1998 para sumarme a miles en protestas contra la SOA. Este año me acompañaron Sarah Snider, Tim Chadwick, y Art Landis, en su primera visita a Columbus. El viaje se ha convertido, en términos de vida, en un metrónomo, un largo paseo en auto que marca el otoño del año.
La cultura de gasolineras, abarroterías, y mala comida de los largos viajes interestatales en auto seduce a albergar la ilusión de que en realidad no se ha llegado a un lugar diferente, especialmente si el destino es Columbus, Georgia. Columbus moderno es una extensión de comercios adosados, comida chatarra, cultura automóvil de la interestatal, una superficie de hormigón y autopistas de cuatro carriles, casas de empeño, moteles baratos, tiendas de equipo militar y bares de strip-tease.
Este año, supe de otro Columbus, el Columbus del Viejo Sur, de la cultura que fue derrotada en la Guerra Civil y que sigue aferrada al Noble Mito de un Sur que fue injustamente avasallado por los ejércitos merodeadores de la Unión. Ese Columbus me fue presentado por el reciente libro de David Rose: «The Big Eddy Club: The Stocking Stranglings and Southern Justice» [El Club Big Eddy: Los estrangulamientos de las medias y la justicia del sur].
«The Big Eddy Club» rastrea la pista de la historia de Columbus desde antes de la Guerra Civil hasta la actualidad a través de la investigación de Rose de una serie de asesinatos llamados «»The Stocking Stranglings» [Los estrangulamientos de las medias]. Siete mujeres de edad de Columbus fueron violadas y asesinadas durante un período de nueve meses de 1977 en la parte más elegante, rica, blanca, de Columbus, conocida como Wynnton. Cinco de esas mujeres eran miembros de The Big Eddy Club, un club social exclusivo para blancos que está al borde del río Chattahoochee dominando un área conocida como lago Oliver, creado por una represa hidroeléctrica al norte de Columbus.
Salir de la ajetreada Buena Vista Road hacia Wynnton es entrar al antiguo Columbus que fue creado para los ricos propietarios de las plantas industriales a lo largo del río Chattahoochee, una de las cuales ha sido ahora reconstruida como Centro de Convenciones, ocupado por los talleres y programas presentados durante este fin de semana para y por activistas de Latinoamérica que se coordinan para el trabajo de los próximos años. Wynnton contiene ricas casas de piedra; las calles están enmarcadas por altos pinos, el follaje y los céspedes son exuberantes. Es un refugio tranquilo dentro de la agitación y ajetreo de Columbus.
The Big Eddy Club está al final de una carretera que serpentea alrededor del lago Oliver, frente a casas de un millón de dólares, la más opulenta de las cuales está frente a la entrada. Sarah y yo no nos quedamos en ninguno de esos vecindarios. En nuestra calidad de forasteros sin cartera en un destartalado Oldsmobile 88 de 1994, nos sentimos suficientemente edificados con una mirada al pasar.
David Rose recuenta la historia del racismo en Columbus, la esclavitud, los linchamientos, los años de discriminación y segregación, y la vincula con el arresto, el juicio y la condena en 1986 de Carlton Gary por los estrangulamientos de las calcetas. Carlton todavía está en el corredor de la muerte de Georgia. Su juicio y condena fueron una parodia de un debido proceso, y se sigue descubriendo evidencia que apunta a su inocencia. Es negro, condenado por un crimen por un departamento de policía que necesitaba desesperadamente encontrar a un sospechoso después de una investigación chapucera. Carlton era un acusado que podía ser fácilmente condenado por un jurado de Columbus, ante un juez de Columbus.
Los que han seguido la lucha de Roy Bourgeois y de School of the America’s Watch (SOA Watch) [Observatorio de la Escuela de las Américas] recordarán al primer juez en el caso Gary, el segregacionista Robert Elliot, conocido como «Maximum Bob» por su inclinación a infligir a los convictos la máxima sentencia permitida por la ley. La entrevista de David Rose con Elliott es escalofriante, ya que el anciano jurista sólo le relataba una cosa – su recuerdo de un mitin al que asistió en Alemania nazi.
Elliott sentenció a numerosos manifestantes de SOA a meses y años en la prisión por su protesta no-violenta. Marcó la pauta para su sucesor, el magistrado federal G. Mallon Faircloth, quien sigue dictando sentencias de prisión contra monjas y curas, abuelas y abuelos, y cualquier otra persona de la que se pueda presumir que cuestione la existencia de una escuela de tortura y asesinato en suelo de EE.UU., incluyéndome a mí mismo. Pasé tres meses en una prisión federal por mi protesta minimalista, después de que se me negara un juicio por jurado y fui pronunciado culpable sumariamente por el juez Faircloth.
Este año, entre 11.000 y 25.000 personas estuvieron ante las puertas de Fort Benning, exigiendo la clausura de una escuela que provee ayuda y entrenamiento a los militares más represivos y terroristas del mundo. En SOA/WHINSEC se han enseñado técnicas de tortura y asesinato, como lo prueba la revelación de manuales utilizados en cursos durante los años ochenta y noventa. En agosto de este año, aparecieron informaciones de que graduados e instructores colombianos de SOA/WHINSEC han estado implicados en recientes asesinatos de equipos estadounidenses de destrucción de drogas en Colombia, y han estado asegurando la protección de un señor de la droga colombiano, Diego León Montoya Sánchez, alias «Don Diego».
WHINSEC sigue presentando una soberbia fachada de relaciones públicas, con protestas de que enseñan derechos humanos y democracia. Columbus estrecha filas tras Fort Benning, y realizó un Día de Apoyo a Fort Benning el mismo fin de semana que nuestra manifestación. Hubo música, lucha libre profesional, juegos y juguetes para los niños, y la asistencia obligada de unos 10.000 soldados de la base. El periódico y la televisión de Columbus informaron diligentemente sobre el triste evento, tratando de generar un pulso de excitación en ese patriotismo manufacturado.
Mi amigo Art Landis, de Perkasie, Pensilvania, cruzó la línea este año, y enfrentará al juez Faircloth en enero. Cuando se le pregunta el motivo por el que toma esa actitud de protestar contra la SOA, dice: «La SOA es un campo terrorista y el terrorismo y la tortura y el asesinato son cosas que no apruebo, lo hagamos nosotros o nuestros amigos o si es hecho en otras partes del mundo.»
Es probable que Art vaya a la cárcel por arrastrarse bajo de una alambrada con otros 10 manifestantes. El traspaso ilegal es un crimen serio para los tribunales de EE.UU., que lo utilizan para reprimir toda protesta que busque genuinamente que se exija responsabilización imponiendo una presencia humana en el campo sagrado del imperio.
El mitin ante las puertas de Fort Benning de este año estuvo dedicado a la vida de Rufina Amaya, la única sobreviviente de la masacre de El Mozote de 1981, cometida por el Batallón Atlacatl entrenado por la SOA. Se ocultó entre arbustos y escuchó los últimos momentos de las vidas de sus niños atravesados por las bayonetas de los soldados. Falleció en febrero de 2007, y su testimonio y calma dignidad serán recordados junto con nuestras esperanzas.
Mis pensamientos de este año durante la manifestación hicieron las conexiones entre WHINSEC/SOA y las matanzas que apoya y apoyó y la cultura que ahora alberga y defiende la escuela/instituto – una cultura elitista, racista, que nunca ha abandonado sus privilegios y que también tiene que ser llevada ante la justicia, cuando aparecen nudos corredizos en los patios de las escuelas y hombres negros inocentes son enviados al corredor de la muerte, y cuando un miedo retrógrado impregna nuestros días y vidas y la violencia se extiende a la ocupación de Iraq, la subyugación de Palestina, la guerra en Colombia, los femicidios de México y Guatemala.
Es lo que pasa por la mente en la Ruta 81 a las 2 de la mañana, con el estímulo de la gasolina y la cafeína, aullando hacia el norte a 140 kilómetros por hora por el valle Shenandoah, pasando por Virginia Occidental, Maryland, y Pensilvania.
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Joe DeRaymond vive en Freemansburg, PA. Para contactos escriba a: [email protected]