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En Palestina, en la piel de cada palestino, se delinea un mapa del dolor

Fuentes: Rebelión

Ahí mismo, un poco al este, un pueblo lamenta su desdicha. Cada día, desde hace casi sesenta años, el ejército israelí traza una esquirla en ese mapa. La historia reciente de Palestina es una alegoría del quebranto que sólo el ser humano es capaz de infligir a sus semejantes pero a su vez el pueblo […]

Ahí mismo, un poco al este, un pueblo lamenta su desdicha. Cada día, desde hace casi sesenta años, el ejército israelí traza una esquirla en ese mapa. La historia reciente de Palestina es una alegoría del quebranto que sólo el ser humano es capaz de infligir a sus semejantes pero a su vez el pueblo palestino ha escrito páginas de dignidad. Es la historia reciente de un pueblo que sobrevive porque de su acervo histórico supieron extraer una enseñanza: un colectivo es más que la suma de sus individualidades. Les mintieron, expulsaron de sus casas, redujeron su territorio, esquilmaron sus tierras, arruinaron sus medios de subsistencia, sufrieron la traición de los que consideraban suyos. Muchos se fueron con la esperanza de un próximo retorno, nunca volvieron. Otros con idéntica esperanza tomaron el mismo camino del exilio, siguen esperando. Aprendieron. El resto no se irán. Saben que sería el triunfo definitivo de quienes usurparon su pasado para esquilmarles el futuro. En su reducto resisten, es la esperanza ardiendo a la que se agarran.

Entretanto han sido y son asesinados, vejados, humillados. Un estado creado artificialmente por el sentimiento de una culpa europea sin purgar, un país armado hasta los dientes como base de un colonialismo económico, un fundamentalismo bíblico como excusa occidental, nuestros aliados. Palestina sufre en silencio. El sufrimiento lo aportan ellos, el silencio nosotros.

No eran ricos pero sabían aprovechar los recursos que la naturaleza les brindaba. El agua era escaso pero nunca tuvieron sed. Un pueblo es una tierra, una forma de subsistir enraizada en las posibilidades de su medio, la lucha eterna, unas contradicciones. Pero les echaron, arbitrariamente su tierra fue elegida para penar culpas ajenas. Olvidaron que ellos nacían, reían, amaban, sufrían allí. Un pueblo sin tierra para una tierra sin pueblo dictó la Jefa de Gobierno israelí Golda Meir. Una tierra sin pueblo. Les echaron y no habían existido. En Palestina se teje el futuro con el hilo de la memoria, Israel cual Penélope nocturna descose las costuras.

Cada día un poco menos tierra, cada hora un poco más de orgullo, cada segundo aumenta el desamparo pero también su dignidad. Esperan que sea contagiosa, que su razón camine y nos encontremos con ella, que les acompañemos, que exijamos a nuestros gobernantes – los mismos que callan cuando el ejército ocupante arrasa un aeropuerto financiado por España, los mismos que firman acuerdos económicos privilegiados con el estado de Israel-, que tomemos partido, que nunca callemos.

La historia, como la de cualquier espera se hace larga, eterna, fría. El calor de nuestras palabras pretende ser una caricia de aliento en un momento de esperanza. Oímos hablar de globalización y se refieren al dinero de los poderosos, nosotros queremos globalizar el sufrimiento para que entre todos lo paliemos, queremos globalizar la justicia para que nadie se escude en su soberanía para asesinar, esa justicia de la que ahora se escabullen los poderosos. Queremos que la orgullo del pueblo palestino sea la base sobre la que se construya en libertad, que el pueblo palestino tenga lo que nosotros queremos tener y no hablo de cosas materiales, que miren al sol y vean que es de todos , también de ellos.

Un día cerraron sus puertas y se llevaron la llave, pero nunca pudieron volver. Sus casas ya no están pero esas llaves tienen que salir de los arcones para abrir de par en par las puertas del futuro. Nos piden que no les dejemos solos. Aquí estamos.