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Sobre el Manifiesto: “Por una vuelta al sentido común en la enseñanza”

En tierra de oscuridades conocidas: Anotaciones críticas sobre un manifiesto de y para gentes selectas

Fuentes: Rebelión

Corre en páginas de la red y en institutos de secundaria un manifiesto titulado: ‘Por una vuelta al sentido común en la Enseñanza’. Ahí es nada. Ni más ni menos. El regreso del sentido común cartesiano a un ámbito desnortado. Y, además, con la «e» de «Enseñanza» en mayúsculas, como la «e» mayúscula de doña […]

Corre en páginas de la red y en institutos de secundaria un manifiesto titulado: ‘Por una vuelta al sentido común en la Enseñanza’. Ahí es nada. Ni más ni menos. El regreso del sentido común cartesiano a un ámbito desnortado. Y, además, con la «e» de «Enseñanza» en mayúsculas, como la «e» mayúscula de doña Esperanza Aguirre..

Según se afirma es un manifiesto escrito o ideado por Ricardo Moreno Castillo, el exitoso autor de Panfleto antipedagógico, aquel discutible y discutido opúsculo que mereció los parabienes de Antonio Muñoz Molina y Fernando Savater y arrasó entre un sector inquieto, y algo conservador, del profesorado.

El manifiesto tiene el apoyo de la Federación de Sindicatos de Profesores de Enseñanza Secundaria de la que forma parte, y es miembro fundador, ASPEPC-SPS. Una federación de sindicatos corporativos en el sentido más aceptado y usual del adjetivo.

Me permito trazar unos breves comentarios al hilo de su presentación y desarrollo. No altero una coma para exagerar. Tal como son, tal como escriben.

Presentación: «Los abajo firmantes quieren hacer pública su preocupación ante el imparable deterioro de la educación en España y proponen una nueva ley de educación que contemple lo siguiente…»

Si nos ponemos lógico-analíticos, ya no es necesario continuar. Como solían repetir los lógicos medievales: ex contradictione quodlibet sequitur. De una contradicción se sigue cualquier cosa y, por tanto, nada se sigue con validez. Si, como se afirma, el deterioro de la enseñanza (suponemos preuniversitaria) es «imparable» -no importante, acelerado o creciente-, ¿qué puede ganarse con una nueva ley de educación si nada ni nadie es capaz de parar lo que, por suposición previa, no puede detenerse?

Sigamos en todo caso.

Punto 1: «Un bachillerato considerablemente más largo que el actual. Es una injusticia que, en nombre de una falsa equidad, se prive de la posibilidad de un bachillerato serio y exigente a los buenos estudiantes para que quienes no lo son no se sientan discriminados».

¿Bachillerato considerablemente más largo que el actual? ¿No deseábamos la vuelta del sentido común y la precisión que le es afín? ¿Cuatro o cinco años en lugar de dos? ¿Los jóvenes españoles tendrán que esperar a los 20 o 21 años para acceder a la universidad?

¿Falsa equidad? ¿De qué equidad se habla? ¿De la que, como suelen afirmarse, «rebaja contenidos»? Cojamos un examen de selectividad, por poner un ejemplo poco afable, de hace 10 años; cojamos uno de ahora mismo. ¿Dónde está esa disminución de exigencias? ¿Dónde están las diferencias sustantivas?

Y si fuera así, que no lo es, ¿cuál sería el problema? Hay alumnos que tienen más conocimientos, acaso por capacidades personales y situaciones familiares de apoyo, y otros que tienen un poco menos. ¿Se ha derrumbado la universidad española en estos últimos años? ¿No surgen licenciados ni doctores de valía? ¿Los investigadores, filólogos o médicos de ahora no valen un pimiento comparados con los de hace veinte años?

¿Qué es eso de «buenos estudiantes»? ¿Los lumbreras? ¿Los que estudian mucho? ¿Los que valoran el saber o el conocimiento en si mismo? ¿Un bachillerato serio y exigente que discrimine si tiene que discriminar y arroje a los que no son buenos estudiantes a los ciclos formativos, a la frustración personal o a las filas de los desempleados? ¡Qué finalidades poliéticas tan potentes y justas!

Con menos detalle.

Segundo punto: «Un centro de estudio no es un simple lugar de permanencia, sino un lugar de trabajo. Y como no hay calidad sin exigencia, consideramos que la promoción automática debe ser eliminada para evitar que pase de curso quien no haya estudiado ni se haya esforzado. Asimismo creemos necesaria una prueba general externa al final de la ESO y otra al final del bachillerato».

Como en los viejos tiempos, cuando sobrevivían los mejores y los demás caían en las heladas aguas de la desesperación. El que vale vale y el que no a la FP o al curro. ¿Quién ha afirmado alguna vez que un centro de estudios es simplemente un lugar de permanencia? ¿Quién sostiene que no hay que exigir esfuerzos al estudiantado? ¿De qué promoción automática hablan?

¿Pruebas finales? Es decir, el alumno/a finaliza la ESO si aprueba todas las asignaturas, sólo en ese caso, no, en cambio, si se le atraganta las ciencias sociales de 4º por ejemplo. Luego, primera prueba final. Estudia un bachillerato de cuatro o cinco años y otra prueba final. Después, una selectividad dura, nada descafeinada. Y luego, si se tercia, los que queden en el camino, sin apenas aliento, estudios universitarios. Supervivencia del más apto. ¿Será por lo de los aniversarios de Darwin y de El origen de las especies?

Más sucintamente. Tercer punto: «La vuelta a la disciplina en las aulas, para que el derecho de quienes quieren aprender esté siempre por encima del de quienes boicotean la clase, y los derechos del alumno agredido por encima de los del alumno agresor. Para ello, es indispensable el reconocimiento del profesor como autoridad pública, y aceptar sin complejos que el profesor ha de ser quien manda en la clase».

Se comenta a si mismo. ¡Aceptar sin complejos que «el profesor ha de ser quien manda en la clase»1 Valores militares en estado puro, el profesorado en el puesto de mando. Disciplina en las aulas como si alguien defendiera la indisciplina generalizada.

¿No tendrá que ver la situación que sin duda se vive, y se sufre en ocasiones, en los centros se secundaria con el número de alumnos por clase y con la diversidad y difíciles situaciones a las que se enfrenta el profesorado? ¿No habría que pensar que la mayor inversión que se pide, y se debe exigir razonablemente, para la enseñanza debería aspirar a reducir sensiblemente el número de alumnos por clase y esta vez en serio? ¿No deberíamos pensar en la figura del ayudante de aula de forma generalizada?

Cuarto punto: «Consideramos que la pedagogía no es una ciencia, sino un lenguaje sin contenido que ya ha hecho mucho daño en la enseñanza. Por esta razón, la formación de los futuros profesores ha de estar a cargo, exclusivamente, de las facultades de las especialidades correspondientes».

No me pronuncio sobre el segundo punto que depende de cómo se concrete puede señalar una vía razonable pero la primera afirmación es una cuestión epistemológica de difícil aceptación. Un ejemplo.

Invitado por la Universidad Central de Venezuela, inició una fructífera carrera filosófica en la entonces recién fundada Facultad de Filosofía y Letras de Caracas, la que posteriormente fue la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central. Paralelamente ejerció la docencia en el Instituto Pedagógico (1947-1962) y en 1952 obtuvo la nacionalidad venezolana. Decano de la Facultad de Humanidades y Educación entre 1959 y 1960, director fundador del Instituto de Filosofía, su labor como pedagogo y filósofo recibió innumerables distinciones. Fue además miembro del Colegio de México, de la Sociedad Matemática Española, del Instituto Internacional de Filosofía de París, de la Academia Platónica de Grecia y de otras numerosas instituciones internacionales. Se trata de Juan-David García Bacca. Fue alumno, como es sabido, de Hans Reichenbach en los años treinta y uno de los grandes impulsores de la introducción de la lógica en España. ¿Fue un farsante García Bacca por ejercer docencia en el Instituto Pedagógico?

Desde luego que la Pedagogía puede ser (o es) una disciplina no científica, un saber en construcción y poco afín a la teoría. Es cierto que la terminología de artículos y de pedagogos profesionales, en ocasiones, echa para atrás pero ¿no es cierto también que el Juan de Mairena de don Antonio Machado es un excelente libro pedagógico? ¿No se aprende con el? ¿No hay ahí excelentes reflexiones sobre el trabajo del profesor y sobre la enseñanza?

Quinto punto. «Que en la promoción profesional de los profesores se valore de verdad el saber. Actualmente, por ejemplo, para acceder a una cátedra puntúan más los cursillos y los cargos directivos que los méritos académicos, los libros y las publicaciones. Y por buenas que puedan ser éstas, no cuentan absolutamente nada a la hora de reconocer los complementos de productividad, para cobrar los cuales es indispensable realizar unos cursos, la mayoría de ellos inútiles y alejados de la realidad de las aulas. El saber y la excelencia están hoy día, en el mundo de la enseñanza, perseguidos y despreciados».

No sé si la afirmación vale de forma generalizada, para todo el país de Sefard. Es cierto que mucho podría mejorarse en este apartado. Pero es obvio también que esto es un asunto estrictamente funcionarial, de ubicación académica, de retribuciones, y que poco tiene que ver con la enseñanza y con su situación actual. ¿Mejoraría algo la enseñanza en nuestro país porque la publicación de cuatro libros y de cien artículos otorgase 250 puntos en tal o cual promoción «profesional»?

Por lo demás, el saber es hoy en día despreciado. Sin duda. Pero no en el mundo de la enseñanza, sino en una sociedad regida por los valores de la pasta y la codicia, causante en gran parte de muchos desaguisados y desvaríos en jóvenes y familias.

Sexto punto:·»Para que esta nueva ley sea posible, es indispensable, en primer lugar, que quienes elaboraron la LOGSE y la LOE reconozcan de una vez el monumental error y la necesidad de rectificar, y en segundo lugar, llegar a un pacto de Estado para dejar la educación al margen de la contienda política. A continuación, nombrar una comisión con representantes de todos los partidos para la elaboración de una nueva ley de educación. Los miembros de esta nueva comisión han de ser profesores (no pedagogos), y los partidos han de procurar nombrar a sus representantes en función de su valía profesional, no de su fidelidad política».

Lo del Pacto de Estado de Educación es totalmente imposible con la Iglesia católica en plena acción sin ponerle bozal como bestia insaciable que es.

No se ve por qué los representantes tienen que ser profesores con los riesgos corporativos que ello conlleva y, finalmente, los mecanismos de la forma Partido son muy complejos para ser disueltos con un simple manifiesto.

En síntesis. Poca cosa, por no decir nada, en un Manifiesto que lo único que conseguirá es mal orientar las inquietudes y el desánimo que habitan, ciertamente, en el ánimo de sectores no minoritarios del profesorado.

Por lo demás, ¿leen ustedes en el Manifiesto alguna línea, alguna vindicación, alguna razonamiento, alguna chispa, que les recuerda a alguna aspiración de izquierdas, ilustrada? Yo me he empeñado pero no lo he logrado.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.