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Lecciones para Puerto Rico y El Caribe en el siglo XXI

Endeudamiento, racismo y la anexión violenta de Hawái, 1893-1901

Fuentes: Rebelión

El estudio de la experiencia de Hawái, así como de los otros territorios adquiridos por Estados Unidos en su agresiva expansión territorial, lo que llevó al revolucionario boricua Pedro Albizu Campos a enunciar de manera enfática en 1923 el vínculo indisoluble entre el racismo y la propuesta reaccionaria de estadidad para Puerto Rico.

La Revolución de Enero de 1893

A mediados de enero de 1893, los intereses agrícolas, comerciales y financieros dominantes en la economía de Hawái, todos racistas y de origen anglosajón, organizaron un golpe de Estado con el propósito de derrotar el proyecto antianexionista y monárquico que defendían tres sectores: la monarquía hawaiana, los nacionalistas liberales (autonomistas) y Claus Spreckler, el poderoso financiero dueño de la California Sugar Refining Company. Esta última poseía entonces las facilidades de refinación más modernas del mundo, lo que le permitió monopolizar, a fines del siglo XIX, el proceso de refinación azúcar en toda la costa oeste de Estados Unidos. Recientemente, la California Sugar Refining Company había adquirido grandes extensiones de terreno para la siembra de caña en el archipiélago hawaiano.

Dado el apoyo de masas que tenía el proyecto antianexionista en 1893, y dada la composición étnica de Hawái en esa fecha (en que solo 22% de la población total era de origen caucásico, y de ésta última, únicamente 10% era norteamericana), los intereses agrícolas, comerciales y financieros dominantes no podían derrocar a la monarquía, sino combinando sus fuerzas paramilitares con una acción de parte del ejército o la marina de Estados Unidos. El 15 de enero de 1893, un día después de que los líderes del planeado golpe de estado se organizaron en un Comité de Seguridad Pública, el ministro estadounidense en Hawái ordenó el despliegue de las tropas de la marina de guerra de su país, que se encontraban estacionadas en las islas. Estas se encargaron rápidamente de inmovilizar a la policía monárquica y a los simpatizantes de la monarquía, que clamaban por una acción armada en contra de la Liga Anexionista. Al día siguiente, el Comité de Seguridad proclamó la disolución de la monarquía hawaiana, se constituyó él mismo en un gobierno provisional, declaró un protectorado estadounidense sobre las islas, implantó un régimen de terror sobre la inmensa mayoría de la población, y envió una comisión anexionista para solicitar del Presidente y del Congreso de Estados Unidos la anexión inmediata del archipiélago. Sin lugar a dudas, los intereses agrícolas y comerciales dominantes en Hawái no tenían la más mínima idea de que sus acciones provocarían que surgiera a flote el debate que venía desarrollándose calladamente en las esferas de poder estadounidenses, acerca de cuál habría de ser la política exterior del país y quién o quiénes estaban llamados a determinarla. Esta disputa, que se abrió de manera algo tímida con la «Revolución Hawaiana» de 1893, adquirió su clímax, poco después, durante la Guerra Hispanoamericana y la posterior inclusión de Puerto Rico en las barreras arancelarias de Estados Unidos. Veamos.

Entre el 4 y el 14 de abril de 1893, la Comisión Anexionista Hawaiana se reunió varias veces con el entonces subsecretario de estado norteamericano, John W. Foster, buscando redactar una propuesta de anexión del archipiélago que fuera aceptable para la mayoría demócrata en el Congreso y, en general, que fuera del agrado de los intereses imperiales que, de una forma u otra, se habían opuesto a la renovación del Tratado de Reciprocidad de 1876. Foster y el presidente Harrison no solo habían propulsado la anexión de las islas, sino que en gran medida habían promovido la revolución de enero de 1893. Aunque no se esperaba una oposición de gran envergadura a la anexión de Hawái, las enmiendas que tanto Harrison como Foster introdujeron en la propuesta originalmente redactada por el Gobierno provisional de Hawái dejaban ver la naturaleza del conflicto que habría de suscitarse.

Foster presentó tres enmiendas al documento original. En primer lugar, eliminar la petición de un bono tarifario de 2 centavos por cada libra de azúcar exportada de Hawái a los mercados de la costa oeste norteamericana. En Segundo lugar, eliminar la petición de un cable transoceánico entre Estados Unidos y el archipiélago. Finalmente, eliminar la petición de que Hawái retuviera sus leyes inmigratorias propias, así como el sistema jurídico que permitía el trabajo feudal o semifeudal.

El presidente Harrison, por su parte, introdujo una enmienda que proveía para la realización de un plebiscito en Hawái. Con ello, el primer mandatario buscaba darle una apariencia de democracia al proceso de anexión. Para sorpresa de muchos, y especialmente para Spreckler, los representantes en Washington del Gobierno Provisional aceptaron todas las enmiendas presentadas por Foster y Harrison.

Que el Gobierno Provisional hawaiano aceptara la enmienda introducida por el presidente Harrison, para la celebración de un plebiscito, no es en realidad nada sorprendente; dado el régimen de terror implantado por el «golpe de estado» y dado el carácter racista y antidemocrático de la Constitución aprobada en 1893 (muy similar a la de Misisipí). Ambas cosas garantizaban que solo una porción ínfima de la población podría participar en la consulta. Mas, lo que resulta sorprendente es que el Gobierno Provisional aceptara las enmiendas introducidas por Foster, relativas al bono arancelario y al sistema de contrato de trabajo casi feudal. Estos dos factores habían sido, precisamente, los pilares del desarrollo de los intereses agrícolas y comerciales dominantes en Hawái entre 1876 y 1890. ¿Por qué renunciar ahora a estos, a cambio de una anexión rápida del archipiélago?

El 14 de febrero de 1983 Harrison recomendó favorablemente el proyecto de anexión, y lo envió al Senado. El Comité de Relaciones Exteriores de este cuerpo legislativo lo aprobó el mismo día. Pero casi de inmediato, el proyecto de anexión provincial de Hawái tropezó con la misma oposición que habría de caracterizar su discusión hasta mediados de 1898. De un lado, los republicanos favorecían la anexión inmediata de Hawái; del otro, los demócratas favorecían esperar. Es decir, todo el mundo, tanto los republicanos imperialistas como los demócratas «antimperialistas» de fines de siglo, estaban de acuerdo en la aspiración de mantener al archipiélago bajo el control estricto de Estados Unidos. La divergencia era en cuanto a cómo iba a ejercerse ese control y qué intereses dominarían en el gobierno de Hawái, si los capitalistas locales o el monopolio de la refinación de azúcar, con base en la costa occidental de Estados Unidos.

El debate en torno a la anexión de Hawái no pudo desarrollarse de modo pleno (mucho menos resolverse) bajo la administración republicana de Harrison. En realidad, el proyecto de anexión llegó al Senado apenas pocos días antes de que se cumpliera el término del mandatario republicano en la Casa Blanca. Las elecciones presidenciales de 1892 dieron el triunfo al candidato demócrata, Grover Cleveland, y este había mantenido repetidamente una posición ambigua frente a la política de Estados Unidos para con Hawái. Eso hizo que la mayoría demócrata en el Congreso aplazara toda discusión del proyecto hasta que Cleveland tomara la silla presidencial.

La actitud de Cleveland ante el tema de la anexión de Hawái ciertamente era imprecisa, pero se enmarcaba dentro de lo que habría de ser su enfoque supuestamente antiimperialista. Así, por ejemplo, en 1885 este se había declarado partidario de los postulados «anticolonialistas» de los fundadores de la nación norteamericana:

«Maintaining, as I do, the tenets of a line of precedents from Washington’s day, which subscribe entangling alliances with foreign states, I do not favor a policy of acquisition of new and distant territory of our own.» (Osborne, 1981, p. 10)

Un año después, sin embargo, Cleveland justificó en los siguientes términos su apoyo a la renovación del Tratado de Reciprocidad de 1876:

«I express my unhesitating conviction that the intimacy of our relations With Hawaii should be emphasized. Those islands, in the highway of Oriental and Australian traffic, are virtually an outpost of American commerce and a stepping stone to the growing trade of the Pacific.» (Osborne, 1981, p. 10)

Una declaración no era contradictoria con la otra. En lo que toca al caso específico de Hawái, no era un secreto que Cleveland favorecía un protectorado político, con fuerte presencia militar. Pero cuando llegó a la Casa Blanca en marzo de 1893, el presidente no se expresó de manera clara sobre el asunto.

El 9 de marzo de 1893, Cleveland retiró del Senado la petición de anexión de Hawái que había hecho Harrison. Públicamente, señaló que había retirado el proyecto con el propósito exclusivo de examinarlo, pero que en principio no se oponía a la anexión del archipiélago. Dos días después, ordenó una investigación de los eventos conocidos como la Revolución de Enero, y designó a un excongresista de Georgia, James H. Blount, para que la hiciera.

El 1 de abril de 1893, o sea, precisamente el día de los «ingenuos», Blount bajó la bandera de Estados Unidos en Hawái, y declaró como terminado el protectorado que unilateralmente había declarado tres meses antes el Gobierno Provisional. Cleveland se mantuvo callado al respeto, tácitamente endosando las acciones de su enviado. No fue sino hasta principios del otoño de 1893 que comienzan a vislumbrarse los elementos de la política del nuevo presidente hacia el archipiélago. Concretamente, Cleveland favorecía tres acciones: la no anexión de Hawái a Estados Unidos, negarle todo reconocimiento al Gobierno Provisional y la pronta restauración de la monarquía.

 

 

El imperio y la monarquía

A principios de agosto de 1893, Blount finalizó su investigación sobre la Revolución de Enero. En un informe sometido a Cleveland, le señaló que las acciones del ministro de Estados Unidos en Hawái, así como las de los tripulantes del USS Boston, fueron factores decisivos para que las fuerzas policiacas y civiles de la monarquía se rindieran ante el gobierno provisional. Además, advertía que de realizarse el plebiscito al menos dos terceras partes de la población se opondría a la anexión de las islas.

Ya a mediados de septiembre de 1893 el nuevo secretario de estado, Walter Q. Gresham, hizo varias declaraciones favoreciendo una política de restauración de la monarquía. Poco después, Cleveland nombró un nuevo ministro de Estados Unidos en Hawái y, sin mucha explicación, retiró al más alto oficial naval en las islas.

El 9 de octubre el procurador general bajo la administración de Cleveland rindió un informe en que se declaró partidario de la restauración de la monarquía e insinuaba la legalidad, no así la deseabilidad, de una acción militar en contra del Gobierno Provisional. Aun así, el informe del procurador general tenía un carácter conciliador. Si bien favorecía la restauración de la monarquía, exigía de esta última dos cosas: la ratificación de las medidas del gobierno provisional e inmunidad para los participantes del golpe de estado.

Entre el 9 y el 16 de octubre, Gresham elaboró una posición final del Departamento de Estado y se la comunicó a Cleveland. En ella criticó el comportamiento del ministro de Estados Unidos por su reconocimiento «prematuro» del gobierno provisional, y recomendó dos medidas: no devolver el proyecto de anexión al Senado y restaurar la monarquía. Dos días después, Cleveland se reunió con su gabinete y todas las sugerencias de Gresham fueron aprobadas. Este último se las comunicó al nuevo ministro norteamericano en Hawái, Albert Willis.

Para sorpresa del propio Gresham, la reina Liliuokalani rechazó la propuesta de restauración que él y Cleveland habían elaborado entre agosto y octubre. La reina consideraba inaceptable la cláusula que otorgaba plena amnistía a los miembros del gobierno provisional y se pronunció al respecto de manera inequívoca: «My decision would be, as the law directs, that such persons be beheaded and their property confiscated to the government». (Osborne, 1981, p. 54)

Willis le reiteró al presidente su punto de vista de que la única manera de restaurar el régimen monárquico a Hawái era mediante el empleo de las fuerzas armadas de Estados Unidos. De hecho, mientras el debate continuaba, el gobierno provisional reforzó su artillería y aumentó su milicia armada a más de 1,500 efectivos. Desde el punto de vista del líder de la rebelión, Sanford B. Dole, el proyecto de restauración de la monarquía era equivalente a un acto de interferencia en los asuntos internos de un país soberano.

El 4 de diciembre de 1893, Cleveland rindió su primer informe anual ante el Congreso. En él, se declaró defensor de la democracia y paladín del respeto a la independencia de todas las naciones. Luego de criticar el anexionismo de los republicanos, Cleveland expresó su visión de que la marina de Estados Unidos había intervenido incorrectamente en el derrocamiento de un gobierno constitucional, y, por ello, la única salida era la de restaurar la monarquía y volver al estado de cosas prevalecientes antes del 17 de enero de 1893.

El 18 de diciembre de 1893 dio inicio en la Cámara de Representantes el debate relativo a la restauración de la monarquía y anexión del archipiélago. Los republicanos favorecían la anexión inmediata y, como era de esperarse, los demócratas se oponían. Al día siguiente, los miembros republicanos de la Cámara presentaron una moción acusando a Cleveland de haber instruido al entonces ministro de Estados Unidos en Hawái, Albert Willis, para que conspirara en contra del gobierno provisional. Pero el 21 de diciembre, la Cámara aprobó una moción opuesta, condenando al anterior ministro de Hawái (bajo la administración de Harrison), por haber participado en el derrocamiento ilegal de la monarquía en enero. Además, se expresaron en contra de la anexión del archipiélago. El debate continuó hasta el 6 de febrero de 1894, en que se aprobó una moción favoreciendo la no intervención en los asuntos internos de Hawái. El voto fue bastante dividido (177 a favor, 78 en contra, y 96 abstenciones).

En el Senado, la discusión relativa a la anexión de Hawái se inició también el 18 de diciembre de 1893, pero se extendió hasta el 31 de mayo del año siguiente. La oposición a Cleveland era aquí mayor, pero de todos modos los demócratas presentaron el 8 de enero una moción oponiéndose a la anexión del archipiélago. Nada decisivo ocurrió, en realidad, durante los siguientes cuatro meses. Finalmente, el 31 de mayo de 1894 se aprobó una moción que de ninguna manera resolvía el asunto. Cierto es que no apoyaba la anexión, pero tampoco favorecía la restauración de la monarquía. La política ante el gobierno provisional sería, al menos formalmente, una de no intervención y de neutralidad.

Ante la indecisión del Congreso, el gobierno provisional se reunió en una convención constituyente en julio de 1894, y proclamó la República de Hawái. Seis meses después, ocurrió un intento de derrocar la república recién creada. Pero las fuerzas policiacas y militares de Liliuokalani fueron fácilmente derrotadas. El nuevo gobierno duraría hasta el 12 de agosto de 1898 cuando, consumada la invasión de Cuba y Puerto Rico, Hawái fue anexado como territorio incorporado de Estados Unidos. De hecho esta invasión coincide con un cambio radical en la política de expansión territorial de Estados Unidos. Es el bautismo de la moderna política imperialista.

Agricultura comercial de exportación

 

 

La proclamación de la República de Hawái en 1894 fue el resultado de un proceso de explotación colonial que se extendió por más de un siglo. Ello incluyó el desarrollo de una economía agrícola y comercial de exportación, y el genocidio brutal de la población indígena aborigen.

Algunos historiadores sostienen que la primera expedición de europeos llegó a Hawái en 1778. El objetivo de la expedición, al mando de James Cook, presagiaba lo que habría de ser el destino de las islas, al menos, por los siguientes sesenta años: un punto intermedio entre Oriente y Occidente. Todavía en 1778 la sociedad hawaiana, con su pesca y agricultura de subsistencia, estaba totalmente aislada del desarrollo comercial e industrial moderno. Pero entre esa fecha y fines del siglo XVIII, Hawái es transformado en un lugar de aprovisionamiento para el comercio de pieles y otras mercaderías que Inglaterra mantenía con China. En particular, el archipiélago era parada frecuente de los barcos peleteros provenientes del área norte del Pacífico, en su rumbo a Asia.

Aunque el uso de Hawái como centro de aprovisionamiento de barcos europeos no tuvo mucho impacto sobre las relaciones de producción comunales existentes en las islas, sí afectó el sistema político, hasta entonces dominado por la presencia de un sinnúmero de monarcas, situados más o menos en condiciones igualitarias de poder. Siguiendo la perversión empleada en todas las posesiones coloniales, los invasores intervinieron en los conflictos menores entre los distintos «reyes», y apoyaron militarmente a unos contra otros. El resultado fue la creación propiamente de la monarquía absolutista hawaiana; es decir, la unificación del reino bajo el mando de Kamehameha, con la gran batalla de Kalanikipule en 1795.

Ya para fines de la primera década del siglo XIX, sin embargo, Hawái pierde su importancia como lugar de aprovisionamiento de los barcos de pieles, en particular de los ingleses. Desde ese momento en adelante, los comerciantes estadounidenses, casi todos de Nueva Inglaterra, se interesan en el control económico y estratégico del archipiélago. Y es que en esos años la región noreste de Estados Unidos ya mostraba una diversificación económica y un desarrollo manufacturero (textiles y pesca de ballenas) extraordinario. Boston era uno de los tres centros internacionales de embarques de la costa del Atlántico. Mas, a pesar de su gran desarrollo industrial y comercial, la ciudad era altamente deficiente en medios de vida. Su especialización en el comercio internacional le permitía no obstante, mantener una relación «semimetropolitana» con las colonias esclavistas del sur de India y las Antillas Británicas. El comercio de Nueva Inglaterra se había extendido ya por todas partes del Pacífico asiático, en busca de pimienta, nuez moscada, sedas y otras mercaderías en demanda en los centros de embarques de la costa del Atlántico.

El sándalo era una mercancía cada vez más en demanda por los mercaderes y artesanos de Asia y China. Hawái, para bien o para mal, poseía bosques extensos de esa materia prima. Los comerciantes de Nueva Inglaterra se interesaron, como era de esperarse, en combinar el comercio de especies, provenientes de China, con el sándalo hawaiano; máxime, cuando para la fecha este se cotizaba en China a 34 centavos la libra, y en Hawái a un centavo.

El comercio entre Oriente y Occidente comenzó enseguida a impactar la estructura de la sociedad hawaiana. La alianza entre los comerciantes europeos y Kamehameha solidificó una formación social jerarquizada, como Hawái nunca había visto. La monarquía, y en particular Kamehameha, mantenían un monopolio efectivo sobre la producción de sándalo. La mayoría de población, hasta entonces dedicada a la agricultura y pesca de subsistencia, empezó a verse desplazada hacia el trabajo forzado en la recolección de este producto. Y, como era la norma en otros lugares conquistados por el capital comercial, según avanzaba la producción de sándalo, la monarquía se fue endeudando cada vez más hasta caer en manos de un número, todavía insignificante, de comerciantes ingleses y estadounidenses ahora residentes en Hawái. Estos venían a succionar una porción del excedente generado por el trabajo forzado de la población indígena. La combinación del intercambio de especies con China y de sándalo con Hawái determinó, pues, el surgimiento de un excedente comercial y agrícola con una cierta base local. Esto, a su vez, hizo posible el establecimiento de comerciantes locales (la mayoría originarios de Estados Unidos) que iniciaron un proceso de acumulación originaria de capital, fundado sobre todo en el endeudamiento de la monarquía. Así se sentaron las primeras bases para el desarrollo ulterior en Hawái de un capital comercial relativamente autónomo frente a la metrópoli estadounidense.

Aunque ya a mediados de la década de los 20 del siglo XIX comienza a decaer la producción de sándalo hawaiano, el agotamiento progresivo de las áreas balleneras del Atlántico del Norte provocó que la flota pesquera de Nueva Inglaterra se desplazara a la región norte y central del Pacífico. El archipiélago de Hawái se convirtió en su principal base de estacionamiento, o sea, las islas cumplirían una vez más la función de centro de aprovisionamiento para los barcos y mercaderes de Estados Unidos.

La industria ballenera, sin embargo tuvo un impacto mayor sobre la estructura social hawaiana que el que tuvo la producción y exportación de sándalo. En primer lugar, determinó una incorporación significativa de la población al intercambio y a la economía de mercado. En segundo lugar, llevó a un desarrollo incipiente del trabajo asalariado, especialmente en las facilidades portuarias. Finalmente, aceleró la comercialización de la agricultura interior. La agricultura de subsistencia fue desplazada por una producción de medios de vida para el aprovisionamiento de los barcos balleneros.

En esa época el trabajo agrícola se realizaba principalmente como trabajo semiservil, y de la venta de todo producto la monarquía exigía 2/3 partes. Pero la condición de endeudamiento de la monarquía determinaba que fueran los mercaderes locales los que se apropiaran del grueso del excedente. Pasaba como con España y sus posesiones coloniales durante la época de la conquista de nuestros pueblos latinoamericanos, todo se iba a manos de los comerciantes y financieros extranjeros.

Para 1830 había en Hawái seis casas comerciales locales, cuatro de ellas de procedencia norteamericana, y dos inglesas. Dos de las cinco grandes compañías comerciales y financieras del azúcar hawaiano se originaron precisamente entre 1826 y 1846; derivándose el grueso de sus ganancias del comercio y la especulación. Y aunque ya para la década de los sesenta decae la importancia de Hawái como base de operaciones de la flota ballenera de nueva Inglaterra, lo cierto es que fue durante el período de 1826-1846 que surgió la burguesía comercial anglosajona local, en adelante residente del archipiélago.

Entre 1778 y 1846, la economía de subsistencia hawaiana adquiere, pues, un carácter cada vez más mercantilista. Pero esta modificación no se operó al margen de ciertos cambios de la superestructura. El aparato estatal se adecuó progresivamente al surgimiento de la burguesía comercial local. Fueron precisamente los misioneros, llegados a principios de la década de los 20 del siglo XIX desde Estados Unidos, los que se encargaron de realizar las principales modificaciones en el aparato de gobierno.

Muchos historiadores han destacado el papel que jugaron los misioneros en la conversión de la monarquía y la población indígena al cristianismo. Pero también es importante mencionar la influencia cada vez mayor que adquirieron sobre el aparato estatal, convirtiéndose incluso en los principales asesores de la monarquía y la alta burocracia. En 1852, por ejemplo, lograron que la monarquía les otorgara poderes ministeriales.

Al hablar de los predicadores que llegaron a Hawái, es necesario destacar su lugar de origen y la ideología particular que profesaban: el calvinismo de la burguesía comercial y manufacturera de Nueva Inglaterra. Para ellos era crucial la acumulación de propiedades, al menos por parte de la población blanca. De ahí que no solo buscaran la modernización del aparato de estado, sino también la creación de una infraestructura comercial y el avance económico del archipiélago. Aunque vinculada a la de Estados Unidos, esta secta religiosa concebía la economía de Hawái con un cierto carácter de independencia regional. Todo ello se haría posible a través de una alianza entre los misioneros y la emergente burguesía comercial.

Cierto es que por un período breve, antes de la reformas de 1852, la burguesía comercial se resistió al dominio cada vez mayor del aparato de estado por los misioneros. Al menos formalmente, los religiosos condenaban el carácter excesivo de la opresión racial de los hawaianos por lo anglosajones y la brutalidad del sistema de explotación de los trabajadores en las plantaciones. Pero esto no duró mucho. A mediados del siglo XIX, se sientan las bases de la integración plena, política y económica, de ambos sectores, con la repartición de tierras que se inicia en 1848; y que vendría a legalizar la tenencia de tierra, tanto por los comerciantes como por los religiosos.

El cambio comenzó en 1848, cuando los religiosos y los comerciantes anglosajones pactaron una alianza para lograr una reforma agraria que, además de transformar la tierra en una mercancía con titularidad libre, facilitara las inversiones a gran escala. En 1848 la monarquía traicionó al pueblo hawaiano, y llevó a cabo la Gran Mahele o División de Tierras. Cerca de 25% de los terrenos arables de Hawái (un millón de acres) pasaron a ser propiedad personal del monarca de las islas, el rey Kamehameha III. El gobierno, ahora bajo el control de los misioneros en alianza con los comerciantes, recibió 37% (un millón y medio de acres). Los demás miembros de la monarquía, 208 en total, recibieron también 37%. El 1% que quedó (30,000 acres) se distribuyó entre 11,000 indígenas que entonces trabajaban la tierra en común.

Entre 1840 y 1850 Hawái experimenta, pues, un proceso peculiar de expropiación forzada de la población indígena. Por un lado, desaparece la tenencia común sobre la tierra por los productores directos; del otro, se crea, bajo la influencia de los invasores anglosajones, una gran clase terrateniente. Esta, en alianza con los intereses comerciales, vendría a dominar la vida económica y social del archipiélago por los próximos cien años.

Uno de los factores, que más sirvió de estímulo al desarrollo de la gran agricultura de latifundio en Hawái, era en realidad externo a las islas. Se trata del Gold Rush. El descubrimiento de grandes yacimientos de oro en California, y su explotación sobre bases capitalistas, creó una demanda grande de medios de consumo de parte de la masa trabajadora en todo el oeste norteamericano. Uno de esos medios de vida solamente se podía producir en condiciones geográficas como las de Hawái: el azúcar. Así, espoleados por el Gold Rush, los nuevos terratenientes de las islas, en su junte con los religiosos y la monarquía, encontraron un mercado seguro para el nuevo producto de exportación. Y no un mercado cualquiera, sino un mercado internacional.

La economía de Hawái parecía entonces moverse casi esquizofrénicamente. Por un lado, surgían grandes latifundios, o sea, elementos característicos del sistema feudal; por el otro; emergía una clase de trabajadores desposeídos. Y, junto a la agricultura de plantación, se operó una fuerte centralización de los capitales invertidos en el comercio y las finanzas. La economía del archipiélago terminó, así, dominada totalmente por cinco grades empresas comerciales y financieras, propiedad no de corporaciones extranjeras, sino de residentes anglosajones acabados de llegar. Ese dominio absoluto, de carácter racista y aterrador para las masas trabajadoras y los pequeños campesinos, permanecería intocable hasta 1945:

«The setting, typical of the pre-monopolistic stage of capitalist industrial development, was one of numerous small enterprises, lacking adequate capital, frequently going bankrupt, while the industry consolidated itself into larger and larger productive units. By 1848 only five plantations had survive this vigorous ‘weeding out’ process. The origins of the economic domination of Hawaii by the Big Five companies thus lay in this period, as entrepreneurs moved into the vacuum created by the rapid expansion of the plantations, gradually assuming the role of factors for the planters. They performed such essentials functions as banking, floating loans, making contacts with shippers and purchasers, and warehousing, and in the process gained control over almost every aspect of the Hawaiian sugar industry. Henry Hackfeld, proprietor of a small fleet of vessels running between Bremen and Honolulu, early realized the possibility presented by the new industry and became the agent for Koloa and East Maui plantations. Charter Brewer, a relatively venerable merchant house, made the transition from whaling provisions to sugar factor. A shrewd Englishman, Theophilius Davier, owner of a well-known Honolulu emporium, also began to dabble in the ‘white gold’, while two former members of the mission party, Messrs. Castle and Cooke, operating out of their general merchandise store at King and Fort Streets, handed and increasingly lucrative sideline in sugar marketing and loans. Two members of the Maui missionary contingent became involved in the larger scale cultivation of sugar in Maui. Thus from such a humble start evolved the Big Five: Hackfield and Company (AMFAC), C. Brewer and Co., Theo Davier Co., Castle and Cooke, and Alexander and Baldwin.» (Kent, 1983).

Es importante resaltar la naturaleza híbrida, comercial y financiera, de estas empresas, así como su inserción agresiva en el mercado internacional. Es esa combinación de factores lo que les permitió un dominio cada vez mayor sobre todos los aspectos de la economía hawaiana y una autonomía significativa frente a los intereses azucareros en desarrollo pujante en Estados Unidos. Conforme avanzó el siglo XIX, el carácter comercial y financiero de estas empresas se tornó más agresivo, en lo que toca a la relación de la burguesía hawaiana y el gobierno estadounidense.

Ya desde principios de la década de 1850 la burguesía hawaiana buscó la aprobación de un tratado de reciprocidad que garantizara la libre entrada de sus azúcares en el mercado de Estados Unidos. Aunque no lo lograron inmediatamente, la Guerra Civil provocó un incremento gigantesco de la demanda de azúcar de Hawái. La producción de caña de Luisiana había quedado prácticamente destruida por las operaciones militares. La libra de azúcar exportada de Hawái alcanzó precios exorbitantes. A pesar de la ausencia de lazos comerciales formales, pues, el vínculo entre el archipiélago y el mercado estadounidense se solidificó. Junto a la masiva importación de fuerza de trabajo asiática, también se dio una modernización de las plantaciones controladas por las Cinco Grandes (empleo de fertilizantes, nuevas métodos de irrigación, máquinas, etc.).

Aquí surgen varias contradicciones. La primera, fue el exterminio casi total de la población aborigen. La llegada de extranjeros de todas partes, en particular de Estados Unidos, provocó epidemias masivas, que decimaron comunidades enteras. Ello, junto a la brutalidad de la explotación semifeudal, hizo que la población aborigen se redujera a menos de 20% de lo que había sido en 1778. Únicamente el sistema de trabajo semiforzado de trabajadores inmigrantes permitió el increíble desarrollo de la industria azucarera en Hawái.

La segunda, fue incrementar la dependencia de la producción local frente los vaivenes del mercado estadounidense. Durante la década de 1860-1870, el avance de la industria azucarera hawaiana parecía imparable. Los elevados precios, y la tremenda demanda causada por La Guerra Civil, compensaban por el impacto negativo de la exclusión de Hawái del sistema arancelario estadounidense, que protegía naturalmente a los productores del sur. Además, las Cinco Grandes del archipiélago refinaban considerablemente su azúcar, para hacerla menos tributable al entrar en Estados Unidos. Pero ya para 1870 comienza la recuperación de la producción de azúcar en Luisiana. El mercado mundial estaba abarrotado de este producto, y el Congreso responde con una política arancelaria altamente restrictiva de las importaciones. Desconocido por los productores hawaianos, las elevadas tasas arancelarias estaban siendo impulsadas en la costa oeste de la nación por el emergente trust del azúcar.

En 1876 Hawái y Estados Unidos firman el Tratado de Reciprocidad Arancelaria. Este dio un respiro temporal a los productores de azúcar en Hawái, pero no eliminó ni mucho menos la competencia con los refinadores continentales. Además, abrió de par en par el mercado hawaiano para la entrada de productos provenientes de los grandes centros industriales de la metrópoli. Este conflicto es el que estallaría de forma aguda en la Revolución de Enero de 1893.

La década de 1870 también mostró la primera fractura en la alianza entre la burguesía hawaiana y la monarquía. Los nuevos intereses capitalistas anglosajones, desarrollados al amparo de la política represiva del estado, comenzaron a cuestionar los antiguos poderes monárquicos. En 1874 muere el rey Lunalilo, el primer monarca designado por la legislatura. Por la posesión del trono se enfrentaron David Kalakaua y la reina Emma. Kalakaua, a pesar de cierta retórica nacionalista y popular, se convirtió rápidamente en el candidato de los intereses azucareros y la burguesía. La reina Emma, por su parte, criticó duramente el control extranjero de Hawái y la política anexionista de la minoría anglosajona. Con ello, su candidatura se convirtió del agrado de la inmensa mayoría de los hawaianos.

La legislatura hawaiana, controlada por los misioneros y los intereses azucareros, impuso a Kalakaua sobre Emma. Ello llevó a que los partidarios de un mayor control hawaiano de la economía se rebelaran. Pero, al ser estos apoyados por la policía monárquica, Estados Unidos intervino militarmente a favor de Kalakaua. Hawái permanecería relativamente en calma hasta principios de la década de 1890, cuando las Grandes Cinco tendrían que enfrentarse, política y militarmente a un enemigo poderosísimo: el proyecto antianexionista, apoyado por la monarquía, los nacionalistas liberales y el gran monopolio conocido como la California Sugar Refining Company.

Noel T. Kent, en su libro Hawái: Islands Under the Influence, define del siguiente modo la naturaleza de la burguesía hawaiana a fines de la década de 1880-1890:

«Despite their need for capital, at no time did this agro-mercantile oligarchy permit ‘outsiders’ to gain control over its economic basis. Although by 1885 Hawaiian plantations had about $3.5 million loans outstanding from San Francisco banks, stockholder investment came entirely from Island sources. And given the high rate of profit earned by Hawaiian sugar plantations during this period, this was not difficult […] Local ownership of the dominant industry defined the unique relationship of the Hawaii plantation elite to the elites in the United States, with whom it was to negotiate Hawaii’s future. Although Hawaiian economic dependency was conditioned by an ongoing reliance upon access to the U.S. sugar market and U.S. sugar technology, it was also affected by the fact that the local business elite managed -at least in this period-to retain financial control over the basic economic sector. This gave the bourgeoisie in Hawaii a certain flexibility in dealing with metropolitan elites, as well as high level of political leverage within the Islands. The elite in Hawaii was thus not a typical collaborationist class, as was (and is) found in many areas of Africa and Latin America, functioning primarily as a commercial intermediary for the penetration of foreign capital. In Hawaii, it was a class that was able to establish a real grip on the productive and financial apparatus, and to maintain it until well after W.W. II.» (Kent, 1983).

Se trataba, pues, de una burguesía con un control extraordinario sobre la economía local. Este control, unido a su inserción acertada en el mercado mundial, era la base de su poder de regateo frente a la metrópoli estadounidense y sus gigantescos capitales. En 1890, tres años antes de la revolución, la burguesía azucarera local controlaba 80% de la tierra arable del archipiélago, y poseía 70% del capital-dinero invertido en la producción de azúcares.

 

 

El trust de la refinación

El período de 1870 a 1890 estuvo marcado, además, por una transformación radical de la industria de refinación de azúcar, a escala nacional. Fue toda una época de tránsito a la gran industria, lo que se dio acompañado de una centralización extraordinaria de capitales. Ya para 1887, la agudización de la competencia, y su acompañante concentración y centralización capitales, llevó a la formación del trust que en 1891 se incorporaría bajo el nombre de American Sugar Refining Company. El nexo entre el arancel azucarero y el monopolio puede juzgarse por el hecho de que, a lo largo de toda la década de 1880-1890, el tributo representó mucho más del 100% de los costos de refinación. Es decir, el arancel apropiado por el trust era mayor que lo que le costaba refinar el azúcar. Matemáticamente, esto no se puede expresar sino como un regalo escandaloso al gran capital azucarero. Y, dado que la American Sugar Refining Company controlaba la casi totalidad de la capacidad de refinación en Estados Unidos, se puede comprender por qué la azúcar era considerada entonces como el «oro blanco».

Pero este gigantesco monopolio enfrentó una fuerte competencia a partir de 1885. Claus Spreckler fundó entonces la California Sugar Refining Company, que pronto monopolizó la refinación y distribución de azúcar en toda la costa del Pacífico. El secreto del éxito de Spreckler no era tan secreto: el elevado costo de la transportación terrestre del azúcar desde los centros de refinación en el noreste hasta los mercados del oeste. La California Sugar Refining Company no solo invirtió en la compra y venta de caña de azúcar barata proveniente de Hawái, sino que empezó a especular con la diferencia de precio entre las costas. Así Spreckler montó en California -en un santiamén- la refinería tecnológicamente más avanzada del mundo. F. W. Taussig, en su libro The Tariff History of the United States, explica las mañas exitosas de este magnate y especulador capitalista, del siguiente modo:

«Hawaiian sugar was sold in the United States from the beginning of reciprocity in 1876, on the basis of New York price of raw sugar. But the planter never received quite the full New York price; they sold their sugar at that price less a fraction of a cent. The Hawaiian sugar naturally went to San Francisco, the nearest port. There it was sold at the New York price, less a sum that roughly represented the difference between the cost of carrying the sugar to San Francisco and that of carrying it to New York. This arrangement began in the days before the formation of the trust, and was then due to the circumstance that on the Pacific Coast refining was in the hands of a monopoly. The same extraordinary growth of large-scale operations had taken place in California as in the eastern region, and had led to the disappearance of all refineries except one (that of well-known Spreckler). If there had been effective competition among refiners in California, the Hawaiian planters doubtless would have secured the full benefit of the remission of duty on their sugar, without the loss even of their small slice. But as there was but one purchaser for their sugar in California, he could confront them with the alternative of either accepting from him a slightly lower price or transporting their sugar to the more distant market of New York. Hence the arrangement by which Hawaiian sugars are regularly sold in California at a fraction below the New York price. Needless to say, no benefit arose to the consumer from this reduction. The Californian refiner, so far from selling his product at a lower price than that of the east, sold it on the Pacific Coast at a price higher by the cost of transportation from the eastern refineries across the country. The refiner pocketed an extra profit in both directions. He bought the raw sugar at a price below the New York quotation. It is not surprising that one of the great fortunes of the country was accumulated.» (Taussig, 1910, pp. 108-109).

Los años inmediatamente anteriores a la Revolución Hawaiana de 1893 fueron testigos de una agudización de la competencia entre el trust de New Jersey y la California Sugar Refining Company. Esta última, buscando fortalecer su posición, comenzó una integración de sus facilidades en California con la producción de azucares no refinados en Hawái. Para 1893, Spreckler adquirió grandes extensiones de siembras en el archipiélago (particularmente en Maui), las que equipó con modernos sistemas de riego y maquinaria sofisticada.

La California Sugar Refining Company contaba con varias ventajas. Tenía un gran poder económico y financiero, que se extendía a la banca, los ferrocarriles, los medios de transporte y la producción de goma. Ello le permitió establecer una alianza con Kalakaua, basada en el endeudamiento cada vez mayor de la monarquía. En 1878 Spreckler obligó a Kalakaua a que destituyera un gabinete que se había opuesto a concederle un monopolio casi absoluto sobre las aguas de irrigación en Maui. Kalakaua nombró un gabinete «sugerido» por Spreckler e, inmediatamente después, se aprobó una enmienda constitucional permitiendo que las corporaciones no locales obtuvieran propiedad sobre la tierra del gobierno. A partir de entonces, Spreckler se convirtió en el agente crediticio de la monarquía, controlándola mediante una deuda impagable.

Además, a fines de la década de 1880-1890 la California Sugar Refining Company, por vía de sus representantes en Hawái, estableció una alianza con Walter M. Gibson; quien, gracias a su retórica nacionalista y antielistista, convenció a Kalakaua para que lo nombrara ministro de relaciones exteriores, secretario de guerra y ministro del interior de Hawái. Gibson era un personaje excéntrico. Antes de llegar a Hawái se dedicada al contrabando de armas y municiones en El Caribe, empresa para la cual fomentaba también rebeliones. Llegó a Lanai en 1861, y estableció enseguida una comuna de religiosos mormones, a los cuales desfalcó y dejó en la miseria. En la década de los 80 Gibson adquirió una gran popularidad entre las masas y la población no anglosajona de Hawái con una retórica pseudonacionalista, razón por la cual la burguesía azucarera se enfrentó a él.

En las elecciones de 1886, Gibson (apoyado por Spreckler y la monarquía) derrotó al Partido Independiente de Hawái, que representaba los intereses de la minoría blanca dominante en Hawái, o sea, de los anglosajones ricos. Además de defender una ideología de superioridad racial, con ecos que hacían recordar el sur esclavista, el Partido Independiente reclamaba la abolición inmediata de la monarquía y la anexión por Estados Unidos. Pero en 1886 Gibson se alzó con el favor popular. Ante esa derrota, el Partido Independiente se reorganizó en una estructura paramilitar de racistas blancos, que vendría a conocerse como la Liga Anexionista de Hawái. Esta buscó el apoyo de un número reducido, pero virulentamente racista, de pequeños productores y comerciantes blancos en las islas. En cosa de un año, la Liga contaba ya con cerca de 400 milicianos blancos fuertemente armados y decididos a dar un golpe de estado en contra de la monarquía. Fue Hawái y no Europa la que vio, pues, el primer impulso fascista en la historia del capitalismo.

El inicio en ese momento de la discusión relativa a la renovación del Tratado de 1876 aceleró el golpe de Estado que se venía fraguando. La oposición en el senado estadounidense reflejaba el gran poder de los productores de azúcar de Luisiana y los intereses de la American Sugar Refining Company de Nueva Jersey. Ante esa situación, la Liga Anexionista de Hawái ofreció a la marina de Estados Unidos derechos absolutos sobre el estuario del río Pearl, a cambio de la concesión del arancel sobre los azúcares exportados a Estados Unidos.

El 30 de junio de 1887 la Liga de Hawái se lanzó a la calle con sus bandas de fascistas blancos reclamando la renuncia del gabinete, una nueva constitución y el establecimiento de medidas limitantes de los poderes de la monarquía. Kalakaua intentó defenderse, pero no pudo. Gibson fue arrestado y expulsado de Hawái de por vida. Rodeado de las milicias blancas, apoyadas estas por la marina estadounidense, Kalakaua fue forzado a proclamar una nueva constitución que, además de reducirlo a una mera figura decorativa, excluyó a la población de origen no caucásico de cualquier participación en el gobierno o en los procesos electorales de Hawái. Se establecía así una dictadura racial que, por diversos caminos, sobreviviría de manera abiertamente violenta más allá de la Segunda guerra Mundial. De ahí que los pobladores originarios de las islas, descendientes de los verdaderos dueños del archipiélago, bautizaran la nueva constitución con un nombre que se merecía por completo: la Constitución Bayoneta.

Pero, ni la renovación del tratado de 1876 (que conduciría a la inclusión temporal del archipiélago bajo los términos del Acta Tarifaria de 1890) ni la «Constitución Bayoneta» bastaron para crear condiciones de estabilidad económica y política en Hawái. Esto se debió a dos factores decisivos: Primero, la política anexionista y tarifaria de la administración el presidente Harrison; segundo, la muerte de Kalakaua, y la ascensión al trono de Liliuokalani.

Tanto el presidente Harrison como el entonces Secretario de Estado, James Blaine eran abiertamente partidarios de la anexión del archipiélago. En 1889, Blaine comienza a organizar un movimiento que impulsó la misma desde los Estados Unidos. Este esfuerzo anexionista encontró simpatizantes entre los que promovían desde Washington una expansión imperialista de Estados Unidos, así como entre los comerciantes y financieros de San Francisco (que desde hacía tiempo aguardaban por la construcción de un cable transoceánico que uniera a California con Hawái).

Igualmente significativo fue el efecto de la política tarifaria de Harrison. Bajo los términos de la McKinley Tariff Act, aprobada el 1 de octubre de 1890, solo los azúcares refinados recibieron protección y, por tanto, un sobreprecio arancelario. Los no refinados, vinieran de donde vinieran, entrarían al mercado libre del pago de derechos. Esto equivalía a abrir las puertas de ese mercado a los azúcares no refinados producidos en otras regiones (particularmente en Cuba), y a desvalorizar los producidos en lugares como Hawái y Luisiana. Pero, mientras que los productores continentales de remolachas y cañas quedaron protegidos por un subsidio directo de 2 centavos por libra, los hawaianos quedaron excluidos de todo pago. El efecto no se hizo esperar en el archipiélago: ya para 1892 los intereses agrícolas, comerciales y financieros que dominaban en Hawái reportaron pérdidas de 12 millones de dólares. Los términos de la McKinley Tariff Act solo se podían modificar a discreción del presidente, y esto, únicamente mediante tratados de reciprocidad. La burguesía hawaiana se percató de que la tarifa arancelaria estadounidense era un instrumento de imposición imperialista, en que se daban o quitaban beneficios, conforme las naciones más débiles accedieran o no a la voluntad de Washington.

La muerte de Kalakaua en 1891 complicó aún más el escenario. Su hermana, Liliuokalani, ascendió entonces al trono. Pero ella era más partidaria de la restauración de los poderes de la monarquía que el propio Kalakaua. Así, lo primero que hizo fue aliarse con Spreckler y la California Sugar Refining Company. El 14 de enero de 1893 Liliuokalani proclamó la restauración absoluta de la realeza hawaiana. Dos días después, espoleados por el secretario de estado de Estados Unidos, y con el apoyo de la marina, la Liga Anexionista de Hawái, una genuina banda de fascistas blancos, hizo lo que se vino a conocer como la Revolución de Enero de 1893.

 

 

El racismo y las vías de anexión

¿Tenía otra salida histórica el proyecto de restauración de la monarquía, que no fuera un mayor dominio de las islas por parte del poder financiero de Spreckler y su monopolio de la refinación y distribución de azúcar? Dos factores indican que probablemente no. En primer lugar, los vínculos existentes entre el archipiélago y el mercado estadounidense de mercancías y capitales. El 92,92% del comercio exterior de Hawái en 1893 era con Estados Unidos. De una exportación cuyo valor ascendió en ese año a 9,1 millones de dólares, casi 9 millones, o sea, 99% fueron a parar a la metrópoli norteamericana, y más del 92% de las exportaciones totales eran por concepto de azúcares. Del otro lado, Hawái recibió de Estados Unidos el grueso de su consumo de medios de producción, alimentos y hasta azúcar refinada. Su economía estaba volcada al exterior, y dependía de este último.

En segundo lugar, los cambios en la estructura de la economía capitalista mundial. A fines del siglo XIX, como sabemos, se da el paso del capitalismo de libre competencia al de los monopolios. Las décadas finales del siglo XIX fueron claves tanto en lo que respecta al control que establecerían los grandes capitalistas sobre el mercado de dinero, como en cuanto a las modificaciones que estos gigantes de las finanzas impulsarían en las relaciones políticas internacionales. En eso hay que creerle a Lenin, un conocedor del trust internacional de azúcar, cuando decía: «El monopolio, una vez que está constituido y maneja miles de millones, penetra de un modo absolutamente inevitable en todos los aspectos de la vida social, independientemente del régimen político y de otras particularidades«.(Lenin, 1917)

Al menos desde la perspectiva de la burguesía azucarera de Hawái, ligada como ya estaba en 1894 a la metrópoli norteamericana por estrechos lazos de dependencia económica y militar, así como por su origen étnico, no se percibían sino dos posibles caminos para resolver la crisis: la transformación del archipiélago en una colonia o semicolonia de Estados Unidos o, alternativamente, su conversión en una provincia (estado) del imperio. Bajo el primer escenario, se abriría el camino para un rápido dominio del gran capital financiero sobre las islas y su clase capitalista regional de origen anglosajón. Bajo el segundo, la burguesía local escaparía, al menos parcialmente, a la suerte de las burguesías del Tercer Mundo. Tan sencillo y tan complejo como eso.

En un intento final por preservar la posición de privilegio del trust del azúcar californiano sobre la burguesía anglosajona de Hawái, Claus Spreckler cedió ante la idea de que las islas fueran anexadas. Pero, en un lenguaje que no tardaría en retumbar en el Congreso de Estados Unidos al debatir el caso de Puerto Rico, el gran magnate de las finanzas californianas enunció de la siguiente manera su preferencia ante el tema del status de las islas: «By and by, some time, they may be annexed, but not now». (Osborne, 1981, p. 22).

El 12 de agosto de 1898, menos de un mes después de la invasión de Cuba y Puerto Rico, el archipiélago hawaiano fue convertido en un territorio incorporado de Estados Unidos, en contra de la voluntad de sus pobladores autóctonos. Lo que vendría después sería uno de los regímenes de opresión racial y laboral más violentos en la historia moderna de Estados Unidos, junto a la explotación desenfrenada de todos los recursos del archipiélago para el beneficio de la burguesía anglosajona de Hawái; ahora formalmente reconocida como parte integral, racial y económicamente, del imperio estadounidense.

Fue precisamente el estudio de la experiencia de Hawái, así como de los otros territorios adquiridos por Estados Unidos en su agresiva expansión territorial, lo que llevó al revolucionario boricua Pedro Albizu Campos a enunciar de manera enfática en 1923 el vínculo indisoluble entre el racismo y la propuesta reaccionaria de estadidad para Puerto Rico: «No creo posible el Estado Federal. La unidad nacional (de Estados Unidos) requiere homogeneidad en el elemento que debe gobernar en cada ‘estado’. Este elemento tiene que ser anglo sajón o anglo-celta, por ser el que ha dado forma a la nación. No se ha admitido a la unión a ninguna comunidad hasta no haber ganado este elemento ascendencia definitiva. En Puerto Rico eso es imposible por nuestro aislamiento geográfico, por la densidad de la población, por tener una cultura tan o más alta como la norteamericana, y por ser un pueblo que defiende con tenacidad su historia y civilización». (Obras Escogidas, 1975, p. 15)

 

 

Referencias:

Albizu Campos, P. (1975). (Torres, B., ED). Obras Escogidas: 1923-1936. Tomo I. San Juan de Puerto Rico: Editorial Jelofe.

Hollingsworth, J. R. (1983). American Expansion in the Late Nineteenth Century. New York: Holt, Rinehart & Winston.

Kent, No. (1983). Islands under the Influence. New York: Monthly Review Press.

Kline, J.M. (1983). State Government Influence in the U.S. International Economic Policy. Idaho Falls: Lexington Books.

Lenin, V.L. (1917). El imperialismo: fase superior del capitalismo. En línea: https://www.marxists.org/archive/lenin/works/1916/imp-hsc/pref01.htm.

McLaughlin, A.C. (1935). A Constitutional History of the United States. New York: D. Appleton and Century Co.

Osborne, T. (1891). Empire Can Wait: American Opposition to the Annexation of Hawaii. Ohio: Kent University Press.

U.S. Department of Commerce. (1917). The Sugar cane Industry. Washington. D.C.

Taussig, F. W. (1888). The Tariff History of the United States. New York: G.P. Putnam.

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