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Reseña del libro "Todos los animales somos hermanos. Ensayos sobre el lugar de los animales en las sociedades industrializadas" de Jorge Riechmann.

Ensanchando el ámbito ético

Fuentes: El Viejo Topo

Todos los animales somos hermanos. Ensayos sobre el lugar de los animales en las sociedades industrializadas. Jorge Riechmann. Prólogo de Carlos Piera Gil Granada, Editorial Universidad de Granada 2003, 623 páginas. Recordemos algunos puntos básicos1: 1. Los estudios realizados sobre el comportamiento social de los cerdos señalan que estos animales necesitan cariño, que se deprimen […]



Todos los animales somos hermanos. Ensayos sobre el lugar de los animales en las sociedades industrializadas.

Jorge Riechmann.

Prólogo de Carlos Piera Gil

Granada, Editorial Universidad de Granada 2003, 623 páginas.

Recordemos algunos puntos básicos1: 1. Los estudios realizados sobre el comportamiento social de los cerdos señalan que estos animales necesitan cariño, que se deprimen fácilmente si les aislamos o negamos el juego y que la falta de estímulos mentales y físicos puede ocasionar un deterioro grave de su salud. Consiguientemente, los cerdos, unos animales no humanos, necesitan, como nosotros, el contacto, el juego y no alcanzan una vida buena si malviven en inmundas pocilgas de aislamiento. 2.La prestigiosa revista científica Science publicó un trabajo de unos investigadores de Oxford en el que informaban de las aptitudes de dos cuervos de Nueva Caledonia: a Betty y a Axel se les dio la opción de utilizar un alambre recto y otro curvo para sacar un trozo de carne del interior de un tubo y ambos eligieron el curvo; cuando Abel robó el gancho de Betty, ésta colocó el alambre recto que le quedaba en una grieta y lo dobló con el pico hasta curvarlo y conseguir un gancho como el que se le había sustraído, con el que extrajo la comida del interior del tubo. De 10 experimentos realizados, en los que sólo se le dieron alambres rectos, Betty fue capaz de construir instrumentos curvos en nueve ocasiones. Por lo tanto, los animales, como quería Marx, son también capaces de fabricar instrumentos. 3. Alex, un loro africano, es capaz de identificar siete colores, más de 40 objetos y puede juntar o separarlos en categorías. Ha aprendido conceptos como mismo o distinto. Así, pues, los animales, loros en este caso, pueden acceder a ciertas nociones abstractas. 4. El gorila Koko, al que se enseñó el lenguaje de los signos, ha aprendido más de mil signos y entiende miles de palabras en inglés. En los tests de inteligencia se le puntúa entre 70 y 95. Se encuentra en la categoría de aprendizaje lento sin retraso, muy por encima de algunos animales humanos. Los animales no humanos son también seres simbólicos, con una determinada capacidad intelectual y capaces de adquirir niveles de lenguaje y manejarse con él. 5. En el Zoo Nacional de Washington, los orangutanes exploran con espejos partes de su cuerpo que, de otra forma, no podrían ver. Ello es muestra de que, en contra de afirmaciones usuales, los animales pueden tener consciencia de sí mismos. 6. ¿Es entonces el duelo por los muertos la línea divisoria? En ocasiones, los elefantes se quedan en silencio varios días junto a sus parientes muertos, tocándoles con cuidado con su trompa. El biólogo keniata J. Poole infiere que ese comportamiento deja pocas dudas sobre si los elefantes experimentan o no emociones y sobre si poseen una cierta compresión de la muerte. 7. Finalmente, experimentos recientes señalan que, al jugar, los cerebros de las ratas liberan dopamina, una sustancia asociada con el placer y la emoción en los seres humanos. Probablemente, las ratas también tengan esas sensaciones.

¿Cabe entonces afirmar la existencia de un abismo ontológico insalvable entre el Ser de los animales humanos y la entidad de todos los otros animales no humanos? ¿No éramos chimpancés y animales humanos la misma especie hace sólo unos 6 millones de años? ¿Se comportan todas las criaturas no humanas por instinto y sus comportamientos son sólo actividades impulsadas genéticamente? ¿No tienen acaso que enseñar los gansos a sus hijos las rutas de emigración? ¿No son la mayoría de animales criaturas popperianas partidarias del aprendizaje e invención por prueba y error? ¿Es nuestro mayor cerebro -1500 cm3 en el caso del Homo sapiens, pero apenas 500 en el australopiteco- tan distinto del de otros animales? Si lo fuera, ¿esta cuestión fáctica podría justificar los dolorosos experimentos a los que se ven sometidos millares de animales en nuestros laboratorios de investigación o las (in)humanas condiciones en que millones de animales son mantenidos para su consumo más irresponsable? ¿Puede aceptarse asépticamente la zafia alegría de las fiestas del toro, de la caza del zorro o de las peleas de gallos? Si suponemos, aunque no admitamos, una distancia evolutiva radical, si no hubiese empatía alguna entre nosotros y los otros animales, ¿podría ello justificar el maltrato sin disimulo, la cosificación más abyecta, la crueldad más inimaginable? ¿Alguien sería capaz de mirar y ver sin dolor los medios de vida y de transporte a los que sometemos a millones y millones de animales diariamente? ¿Estamos autorizados a patentar formas de vida y planear una producción cosificadora de seres vivos como si fueran tornillos o gomas de borrar o acaso, como señala la legislación holandesa desde 1996, los animales son seres sintientes con un valor intrínseco? ¿Es nuestro trato con los animales no humanos una cuestión meramente estética, acaso educativa? ¿Es una mera emoción indignada lo que sentimos cuando sabemos que en noviembre de 2001 un grupo de individuos, por simple e irresponsable diversión, entraron en las instalaciones de una sociedad protectora de animales de Tarragona y serraron las patas de quince perros? ¿No hay aquí cuestión ética alguna sino una simple broma de mal gusto o tal vez una prueba de idiotismo social?

Jorge Riechmann, filósofo moral, ensayista, poeta, ecologista en acción, traductor (y largo etcétera) contesta a estas, y a otras muchas cuestiones, en Todos los animales somos hermanos [TASH], y lo hace con la información, el rigor, la búsqueda de educación científica y la sensibilidad a las que nos tienes acostumbrados. Si el lector/a tiene ocasión de hacerlo, le sugiero leer TASH en paralelo, cerca de o en compañía de Cuidar la T(t)ierra (Barcelona, Icaria 2003), otro esforzado trabajo de Riechmann, que en mi opinión es uno de los mejores ensayos de filosofía moral publicado en estas últimas décadas (Puede y debe verse sobre él una documentada reseña de Francisco Fernández Buey -«Filosofía y práctica de la sostenibilidad»- en www.lainsignia.org). Si en otra estantería próxima, puede situar Una mirada en el aire (El viejo Topo, Barcelona 2003), la conjunción deparará netos beneficios. Hay certeza.

Riechmann señala en las páginas iniciales la finalidad central de su ensayo «cuestionar el mencionado prejuicio [el prejuicio que identifica la preocupación por los animales no humanos con síntomas histéricos]; convencer a nuestros reticentes filósofos de que los animales sí que plantean problemas filosóficos de envergadura (especialmente para la filosofía práctica), estimular un debate social más amplio sobre el lugar que los animales ocupan y el que deberían ocupar en las sociedades industrializadas; y proporcionar a los enseñantes, quizá, una herramienta pedagógica útil para abordar algunas importantes cuestiones de ética aplicada» (p.23).

Doce son los capítulos que componen TASH. Las cuestiones tratadas abarcan desde la experimentación con animales, las razones para incluir a éstos en la comunidad moral, pasando por una aproximación documentada a la cuestión jurídico-moral de si los animales tienen o no derechos o por interesantes anotaciones sobre la problemática de los xenotrasplantes y las esperanzas de clonación terapéutica. No es posible dar breve cuenta de todas estas cuestiones pero sí cabe destacar aquí las siguientes cualidades:

1. Hay en el hacer de Riechmann un ejemplar tarea de educación científica, con tensión moral y reflexión filosófica incorporada, que está en línea consistente con la mejor tradición ilustrada. No puede haber hoy una ciudadanía responsable y activa socialmente que esté alejada de informaciones y discusiones básicas sobre estos u otros temas cruciales.

2. Hay, por otra parte, el intento de construir, de señalar los caminos de una nueva cultura, de una nueva forma civilizatoria, que entienda fraternalmente la relación entre nuestra especie y otras especies hermanas, que reconstruya las relaciones de dominio y privilegio de capas minoritarias sobre gran parte de la población mundial y que entienda y asuma que la Tierra, y las tierras, exigen cuidados y una relación equilibrada y no una mera e irresponsable explotación sin límite. La supuesta modernidad es, en ocasiones, una forma neta de barbarie.

3. El estilo de Riechmann, su armoniosa y buscada fusión de información, argumentación y comentario moral-poético, persiguen educar científicamente al lector, al mismo tiempo que le ayudan a cultivar su sensibilidad y su gusto moral.

4. Todo ello escrito desde con un virtud infrecuente: la honestidad intelectual. Un ejemplo. En el capítulo 10 de TASH -«La complejidad del concepto de persona-«, Riechmann construye la noción de cuasi-persona y señala que sólo con este concepto podemos hacer frente al poderoso argumento de los casos marginales. Y, entonces, en nota a pie de página apunta que esa noción, ese hallazgo intelectual que creía original la encontró, posteriormente, en un trabajo de Harlan B. Miller recogido en The Great Ape Project, editado por Peter Singer y Paola Cavalieri, y añade: «(…) De hecho, ha sido una experiencia recurrente durante la redacción de estos ensayos: casi cada ideílla o argumentación que se me ocurría la encontraba después formulada previamente por algún otro autor, a medida que me adentrada en la amplísima literatura especializada. En ese caso, ello ha sido un sido un motivo de satisfacción más que de incomodidad: pues pone de manifiesto que estas «nuevas» ideas sobre animales, ética y derecho, por contrarias a nuestras idées reçues que parezcan en un primer momento, se asientan en realidad sobre intuiciones éticas ampliamente compartidas (apenas uno supera el prejuicio de especie)». (pp. 372-373)

5. El combate contra el especieísmo no hace a Riechmann olvidar las enormes desigualdades que asolan a nuestra especie. No es sólo que los animales humanos maltratemos a los animales no humanos, sino que muchos animales humanos son salvajemente maltratados -es decir, humanamente maltratados- por sus hermanos más próximos. Como señala el autor de Un zumbido cercano: «Como se ve en estos pocos ejemplos, como atestigua la historiografía para épocas anteriores, y como por otra parte cabía esperar, son especialmente los grupos más vulnerables y desprotegidos (presos, locos, deficientes mentales, minusválidos, enfermos terminales, usuarios pobres de la sanidad pública) quienes históricamente se han convertido en involuntarios cobayas humanos para los mayores abusos» (p. 257).

A la cuestiones y temas señalados hay que sumar tres anejos que merecen una atenta mirada. El primero, «Asamblea de filósofos (más dos o tres infiltrados) sobre animales, ética y derecho», es una cuidada antología de textos centrales sobre el tema que incluye más de una sorpresa agradable. El segundo, «Notas sobre derechos morales y derechos legales», es una excelente aproximación a una de las cuestiones básicas del debate y, finalmente, «En torno a la noción de valor», aparte de darnos una interesante visión histórica y analítica de esta noción, finaliza con el esbozo de un programa ético para el siglo XXI que tendría como valores centrales la pacificación de la existencia, el florecimiento de la persona y la calidad de las relaciones humanas.

Finalmente, cabe llamar la atención sobre el hermoso prólogo de Carlos Piera Gil, en el que apunta una interesante perspectiva complementaria: paliar el sufrimiento o tratar de eliminarlo cuando nos lo encontramos no debe depender de que el mal nos afecte, sea directamente, sea por empatía. «No es la identidad del destinatario la que determina que sepamos lo que deberíamos hacer con respecto a éste (…) La empatía es, ciertamente, primordial entre esos factores, pero, como el resto de ellos, no es determinante» (p.11)

En síntesis: Jorge Riechmann, con este nuevo ensayo, no sólo da razones sustantivas para modificar nuestras usuales consideraciones e inquietudes éticas sobre nuestros hermanos evolutivos, no sólo da trabajados y sentidos argumentos que señalan que los animales son seres sintientes con derecho a nuestro respecto moral sino que posibilita que nuestra mirada corrija sus usuales puntos de interés y sea capaz de observar con atención y mimo no siempre cultivados. Con J. M. Coetzee (Desgracia, p.107), podemos asentir: «Es miércoles. Se ha levantado temprano, pero Lucy madruga más que él. La encuentra contemplando los gansos silvestres de la presa. -¿No son hermosos?- dice ella. Vienen todos los años sin falta, y siempre son esos tres, siempre los mismos. Me siento muy afortunada de recibir su visita, de ser la elegida.»

(1) Los ejemplos están extraídos de: Pablo de Lora, Justicia para los animales (Madrid, Alianza 2003); Jesús Mosterín, ¡Vivan los animales! (Madrid, Temas de Debate 1998); Peter Singer, Liberación animal (Madrid, Trotta 1999) y Jeremy Rifkin, «¡Lo que podemos aprender de los animales!»,El País, 26/10/2003.