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Epílogo del libro «Ciencia en el Ágora»

Fuentes: Rebelión

Ciencia en el Ágora es un libro de Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal publicado en 2012 por El Viejo Topo

Estimado lector:

Este libro que has leído trata aparentemente de ciencia y tecnología, pero va mucho más allá porque informa con seriedad y rigor de lo que se debe conocer como mínimo para empezar a opinar sobre los temas tratados, temas que nos afectan muy directamente, pero también trata de los métodos de la ciencia, no sólo en sentido conceptual, sino también en su evolución concreta, incluidos sus tanteos y la práctica humana. No es frecuente la difusión seria de las cuestiones científico-técnicas ligada a sus consecuencias para la vida y la salud de las personas; la forma de entrevista, que tan bien domina Salvador y tan ágilmente trata Eduard, nos ha hecho fácil la lectura sin dejación del rigor. Por supuesto, no vamos a repetir lo que ya conoces, únicamente te proponemos compartir unas reflexiones sobre el sentido, no el contenido, claramente expresado, de lo leído.

Es un libro importante. Un libro puede ser importante por distintas razones; éste también: sus razones últimas están contenidas en su título: La ciencia en el ágora. La ciencia es el conocimiento, la búsqueda de la verdad y de la realidad; el ágora es, al mismo tiempo, y con ese sentido sintético y poético de los griegos, discurso, asamblea del pueblo, plaza y mercado, es decir, el lugar -no necesariamente físico- de encuentro de los ciudadanos, y también su entendimiento de la vida o el clamor de sus necesidades y reivindicaciones. La naturaleza de la humanidad está en gran parte contenida en estas palabras. Sin humanidad no hay ciencia; sin ciencia, la humanidad permanece en la infancia presa del terror religioso y de la manipulación que de él se deriva. Los conocimientos llegan a ser ciencia cuando dejan de ser sectarios y ocultos y se hacen colectivos, sociales, contrastables, van al ágora, se mezclan con el resto de la vida, con el arte, con la política de la polis, y reviven en ello. La ciencia se realimenta de la vida, la vida se eleva con la ciencia.

Sin embargo, la ciencia rara vez se discute directamente en el ágora y la voz del ágora tiene difícil acceso a la ciencia. La mediación la realizan la tecnología en las ciencias de la naturaleza y las construcciones ideológicas -no necesariamente en sentido peyorativo- o lingüísticas en las ciencias sociales, sin que eso quiera decir que los caminos entre estas grandes ramas estén separados ni que las interacciones entre ellas sean despreciables, sino, muy al contrario, el terreno de la mediación es en el que se producen principalmente al mismo tiempo los encuentros fértiles y las mistificaciones.

La tecnología proporciona bienes -y a veces males- a los ciudadanos y les hace entender su uso, sus ventajas e inconvenientes y algo de su origen, y, en sentido contrario, recoge sus necesidades y las eleva a problemas a resolver. La ideología -transmitida por la literatura, el arte y los medios de información/desinformación entre otras fuentes- soporta su visión del mundo y sus respuestas primeras, y se realimenta de la experiencia cotidiana de las grandes masas que no tienen fácil acceso a las fuentes científicas, pero son fuertemente influidas por los estudios y trabajos de los grandes grupos de manipulación mediática al servicio de los intereses de la clase dominante. Por ello es necesario que en este terreno de encuentro estén presentes las voces, los resultados y las opiniones de los que saben y tienen algo que decir como consecuencia de su estudio y no de la venta de su conciencia.

La verdad nos hace libres, pero, para conocerla o siquiera asomarnos a ella, hay que sortear la ideología importada y la ideologización del conocimiento, la opresión de clase y la propaganda inmisericorde que nos domina. Tan grande es el prestigio de la ciencia que, intencionadamente, la minoría que detenta el poder, a través de sus acólitos, presenta como científicas las conclusiones que la benefician, sin que el acceso a los orígenes sea posible o llegue al ágora de forma contrastable. El colmo es la economía, que se usa para presentar un saqueo organizado como una crisis que requiere los mayores sacrificios, en la misma forma indiscutible que los oráculos de la Pitia, pero, si nos fijamos, lo mismo ocurre con todos los terrenos -sean éstos ecología, salud, libertad, educación, solidaridad…- en los que hay algo que ganar o un foco de lucidez que desmontar preventivamente a la implantación del negocio.

Esta utilización espuria de la ciencia convive -todo vale para el negocio y la dominación ideológica que éste requiere- con el cuestionamiento de la misma ciencia y con la promoción sin vergüenza del relativismo científico y de toda clase de supersticiones. Es el asalto a la razón, para que no seamos conscientes de los intereses y necesidades de la mayoría, ni siquiera de los auténticamente nuestros. La ciencia y sus consecuencias se pueden discutir; la ignorancia, la pseudociencia y los oráculos no lo permiten. Eso explica que sobre esos temas haya tanto falso debate en el ágora y justifica la importancia de los medios y de la literatura de contra-información.

La ciencia no está hecha de tablas de la Ley inmutables, sino que es el resultado del esfuerzo de hombres y mujeres concretos en el seno de una sociedad compleja en la que interaccionan en múltiples sentidos. Todo esfuerzo en dar a conocer este aspecto es fundamental para una sociedad democrática, que, por lo mismo, debe ser responsable de todas sus actividades. Hilbert escribió en 1900 que un matemático francés -que desafortunadamente no cita- le dijo que uno no sabe algo hasta que es capaz de hacérselo entender al primer señor que encuentra en la calle; la contrapartida es que dicho señor sea consciente de que debe saber.

Hacen falta muchos matemáticos -y físicos, biólogos, economistas…- que sepan tanto de tantas cosas que puedan hacérnoslas entender a todos para que seamos libres. Aunque no necesitemos llegar a comprender la física cuántica para hablar de radioactividad, sí debemos estar convencidos de que podemos entender lo suficiente como para que tomemos decisiones sin que nos engañen y de que tenemos derecho a tomarlas. El que no sabe no puede siquiera preguntar nada, ni proponer o discutir, y lo deja todo en manos de ‘expertos’ como si se tratase de cuestiones con solución única técnica.

Es inquietante pensar que el problema de la seguridad es estadístico, se formula en probabilidades de fallo, que no existe la seguridad absoluta para la vida, la salud o el bienestar. Pero, precisamente por ello, no se trata de un problema técnico y, como en muchas encrucijadas de la vida, hay que continuar sin esperar a saberlo todo.

En realidad, la humanidad siempre ha convivido con numerosas fuentes de inseguridad, bien naturales, bien producto de nuestra propia actividad social. No podemos escapar a un terremoto ni modificar su intensidad, pero podemos disminuir los efectos y daños que produce; necesitamos energía, pero podemos optar entre formas de obtenerla o renunciar a determinadas necesidades; padecemos enfermedades, pero podemos priorizar socialmente la atención médica a algunas de ellas y apoyar con más fuerza las investigaciones en algunos campos; necesitamos consumir, pero podemos regular el consumo. La pregunta es: ¿quién decide y con qué medios? No hay alternativa posible a la democracia si queremos evitar la deshumanización.

El derecho a estar informados es la condición previa para que podamos elegir, condición indispensable, aunque no suficiente, por lo mismo que la opinión no se forma exclusivamente con la razón y los conocimientos, pero sin ellos no existe.

Sabemos ya muchos que el capitalismo es incompatible con la democracia, pero necesitamos empezar a crear islas de democracia -y por tanto de conocimiento- y espacios de libertad y contestación. Por eso necesitamos libros como éste que nos informen de lo que científicamente se conoce, de los problemas y las soluciones técnicas posibles y sus consecuencias, e, incluso, de las dudas que un científico honesto tiene sobre su trabajo. Luego está en nosotros debatir libremente en el ágora y hacer que se cumplan nuestras decisiones.

¿Estamos de acuerdo, lector?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.