Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Da lástima el primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan. Al parecer no puede encarar correctamente el problema kurdo.
A principios de junio, cuando Erdogan visitó Diyarbakir, la capital extraoficial del sudeste kurdo de Turquía, los negocios cerraron en señal de protesta. Unas pocas semanas después, cuando anunció que se permitirá que las escuelas ofrezcan clases optativas en lenguaje kurdo, políticos opositores kurdos lo acusaron de negar su identidad al rehusar la educación para los kurdos en su lengua materna. Ni siquiera los islamistas kurdos son sus partidarios. «Turcos y kurdos lucharon juntos para crear el Estado, pero de alguna manera después se olvidaron de nosotros», afirmó el abogado kurdo Huseyin Yilmaz, que dirige la asociación con raíces en Hizbulá, Mustazaf-Der (sin relación con Hizbulá en el Líbano). «Tenemos nuestro propio idioma, nuestra propia identidad. Tenemos nuestros propios deseos».
No se puede decir que la impopularidad de Erdogan entre los kurdos sea una sorpresa. Desde que su Partido Justicia y Desarrollo (AKP) logró una inaudita tercera mayoría parlamentaria en junio del año pasado parece que Erdogan ha abandonado los planes de reforma democrática que le otorgaron el respeto de los kurdos y el apoyo de los turcos liberales. Agoniza la promesa electoral del primer ministro de revisar la constitución, impuesta por la junta militar de 1980-1983. Políticos kurdos en Ankara de los principales partidos políticos dicen que es poco probable que cualquier propuesta que produzca satisfaga las demandas kurdas de que su identidad y lenguaje sean reconocidos en la constitución. Y en lugar de cambiar leyes restrictivas del código penal utilizadas durante décadas para reprimir la identidad kurda y silenciar sus demandas, ahora las utiliza para silenciar a los que cuestionan sus políticas o propugnan el cambio.
Casi cuatrocientos funcionarios del Partido Kurdo Paz y Democracia (BDP) están en prisión, entre ellos treinta y seis alcaldes electos y trece vicealcaldes, junto con más de seiscientos activistas de la sociedad civil kurda, incluyendo activistas de los derechos humanos, sindicalistas y personas que no han hecho nada más que asistir a reuniones. Muchos llevan más de tres años en la cárcel mientras se celebran los juicios. Las acusaciones se concentran en su presunta afiliación en la Unión de Comunidades en Kurdistán (KCK) que, según los fiscales, fue establecida por la fuerza rebelde PKK para controlar el sudeste kurdo. Las pruebas contra los acusados, incluidas conferencias de prensa que organizaron e informes legales que escribieron, son de pésima calidad incluso según los estándares judiciales notoriamente permisivos de Turquía.
Mientras tanto, la cantidad de periodistas encarcelados -en su mayoría kurdos- ha aumentado vertiginosamente a un nivel inédito desde los años noventa, cuando una amplia ley antiterrorista convirtió en un crimen que el escribir sobre la insurgencia kurda. Y más de setecientos estudiantes universitarios se encuentran en prisión, la mayoría desde el golpe militar de 1980, muchos de ellos acusados de ayudar al grupo rebelde PKK a través de su ala política urbana KCK. Las pruebas, de nuevo, se suelen basar en actos no violentos o discursos que promueven la identidad kurda o critican políticas gubernamentales, incluido el coste de las matrículas. Mientras se limita el espacio para la política legal kurda, el PKK no da señales de debilidad: en junio, los rebeldes mataron a unos veinte soldados turcos, incluidos ocho en un ataque contra un puesto avanzado fortificado turco cerca de la frontera con Iraq.
Erdogan niega que haya dado marcha atrás en su agenda de reforma y cita frecuentemente los cambios que ha realizado en sus períodos en el gobierno: abrió un canal de televisión kurdo de 24 horas, permitió programas de posgrado en idioma kurdo en la universidad, abrió el camino para clases optativas en lenguaje kurdo en escuelas primarias y secundarias, y posibilitó que las familias hablen en kurdo con sus hijos encarcelados. El cuello de botella, afirma, no es él, sino los kurdos. Señala que el BDP, que obtuvo treinta y seis escaños en las últimas elecciones parlamentarias nacionales, no lo apoya en la condena de los ataques «terroristas» del PKK y no reconoce las reformas que ha realizado. También lo acusa de no ir siquiera al baño a menos que primero el PKK «afloje la cuerda».
Erdogan no se equivoca totalmente. El BDP no lo apoya. No es porque tema al PKK o porque sea rencoroso. Es porque, desde el punto de vista de muchos kurdos, la lucha del PKK sigue siendo legítima en vista de los ataques judiciales contra el activismo democrático y la falta de un proceso de paz formal. Al mismo tiempo, las reformas de Erdogan podrán ser nuevas para los turcos, pero para los kurdos esos cambios son irrelevantes respecto a sus principales preocupaciones o a los veinte años que duran sus demandas. Por ejemplo, la televisión en lenguaje kurdo: es una hermosa idea, por lo cual los activistas a favor del PKK en Europa iniciaron su propia programación satelital en 1995. Los programas de posgrado en estudios de idioma kurdo no fueron mal recibidos, el único problema es que hay tantos estudiantes y profesores en la cárcel, que cuesta saber quién dará las clases o asistirá a ellas. Los cursos opcionales en lenguaje kurdo podrán ser una buena idea para estudiantes turcos, pero los kurdos quieren que sus hijos estudien en su propio idioma, no que les den clases sobre el tema. Y permitir que las familias hablen kurdo con sus hijos durante el día de visita en la prisión es excelente. Pero sería mejor que fueran liberados.
No es que los kurdos no sepan lo que quieren. Más bien es que los turcos no quieren escucharlos. En una declaración pública del año pasado, destacadas organizaciones y partidos políticos kurdos solicitaron «autonomía democrática» y un plan realista para terminar la guerra del PKK y desmovilizar a unos ocho mil rebeldes cuya base está en las remotas montañas Kandil del Kurdistán iraquí. En una entrevista en junio con el periódico liberal turco Taraf, el copresidente del BDP Selahattin Demirtas presentó un marco para llegar a la solución: que se detengan las detenciones de funcionarios y activistas kurdos, que se les libere de la prisión, que se mejoren las condiciones en las que está encarcelado el líder del PKK Abdullah Ocalan, que no ha tenido ninguna visita, ni siquiera de sus abogados, en casi un año, y que se instituya un mecanismo para el diálogo.
Intransigencia de Erdogan
Por desgracia, al igual que los que gobernaron antes que él Erdogan tiene dificultades para aceptar el nacionalismo kurdo y la influencia popular que el PKK ejerce sobre la opinión kurda. A consecuencia de ello, sigue dedicado a la idea de que podrá encontrar a alguien que se dé por satisfecho con los cambios que ha hecho hasta la fecha si logra suprimir al PKK y a determinados activistas kurdos. Pero no esa no es una vía para hacer la paz. Si quiere acabar con los combates, tiene que hablar con los que poseen las armas. Si quiere un acuerdo político con los kurdos, tiene que negociar con su partido político. Cualquier cosa que no contemple estas condiciones es una simple pérdida de tiempo.
Es popular sugerir que Erdogan quiere un acuerdo, pero que tiene que moverse lentamente debido al ala nacionalista en su partido y dentro de su base electoral. Pero es posible que convencer al público turco no sea tan difícil como parece. El gobierno de Erdogan no cayó cuando el año pasado se filtraron noticias sobre conversaciones secretas entre el PKK y el jefe de la agencia nacional de inteligencia de Turquía, MIT, y sus resultados en los sondeos no disminuyeron. Cuando Erdogan anunció el nuevo paquete de reformas para el idioma kurdo, lo más sorprendente fue la ausencia de reacción entre los votantes del AKP. La fuerza de Erdogan es que ha logrado el apoyo del público turco una y otra vez. Su debilidad es que todavía no ha decidido cómo utilizar ese capital político para solucionar el problema más fundamental de Turquía.
El problema kurdo no depende de que se convenza de algo a los votantes. Lo importante es convencer a Erdogan.
Aliza Marcus es escritora en Washington, DC, y autora de Blood and Belief: The PKK and the Kurdish Fight for Independence.
Fuente: http://nationalinterest.org/commentary/erdogan-vs-the-kurds-7209
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