Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Hay algo de engañoso en los informes en los medios que describen rutinariamente los combates en Gaza como enfrentamientos entre Hamás y fuerzas de Fatah o personal de seguridad «leales al presidente Mahmud Abbas.» Esa caracterización sugiere de cierto modo que esa catastrófica guerra civil que ha costado la vida a más de 25 palestinos desde el domingo es una confrontación entre Abbas y la dirigencia de Hamás – lo que simplemente no es verdad, aunque una confrontación semejante ciertamente se ajustaría a los deseos de los que dirigen la política de la Casa Blanca para Oriente Próximo.
Los pistoleros de Fatah que habrían iniciado la ruptura del gobierno de unidad palestino y provocado los últimos combates podrán profesar su fidelidad al presidente Abbas, pero las órdenes no las reciben de su persona. El líder al que obedecen es Mohamed Dahlan, el señor de la guerra de Gaza que ha sido el favorito ungido por Washington para tener el papel de un Pinochet palestino. Y mientras Dahlan está formalmente subordinado a Abbas, al que supuestamente sirve como Consejero Nacional de Seguridad, nadie cree que Dahlan obedezca a Abbas – en realidad, se sugirió en la época que Abbas nombró a Dahlan sólo bajo presión de Washington, que estaba irritado por la decisión del presidente de la Autoridad Palestina de participar en un gobierno de unidad con Hamás.
Si Dahlan toma sus órdenes de alguna otra persona, no es ciertamente de Abbas. Abbas reconoció hace tiempo la legitimidad democrática y la popularidad de Hamás, y aceptó la realidad de que ningún proceso de paz es posible a menos que los islamistas reciban el sitio en la estructura del poder palestina que su apoyo popular requiere. Siempre ha estado a favor de la negociación y la cooperación con Hamás – causando considerable exasperación en el gobierno de Bush, y también entre los señores de la guerra de Fatah cuyo poder de influencia se veía amenazado por la victoria electoral de Hamás – y pudo ver la lógica del gobierno de unidad propuesto por los saudíes a pesar de que Washington no fue capaz de hacerlo. Por cierto, como señalan los indispensables Robert Malley y Hussein Agha, nada ha afectado más la reputación política de Abbas que los esfuerzos disparatados de Washington por reforzar su reputación esperando debilitar al gobierno elegido de Hamás.
Sobra decir que sólo un gobierno tan equivocado en cuanto a su capacidad de reordenar las realidades políticas árabes siguiendo sus propias fantasías – y también, francamente, tan extremadamente despectiva ante la vida árabe y la democracia árabe, a pesar de las consignas vacías de contenido – como ha demostrado ser el actual podría imaginar que los palestinos pueden ser hambreados, golpeados y manipulados para que escojan una dirigencia política aprobada por Washington. Sin embargo, es exactamente lo que USA ha tratado de hacer desde que Hamás ganó la última elección palestina, imponiendo un estrangulamiento financiero y económico contra una población que ya estaba afligida, enviando un diluvio de dinero y armas a las fuerzas bajo el control de Dahlan, y finalmente aceptando canalizar dinero sólo a través de Abbas, como si asignarle el papel de una especie de proveedor de Quislings fuera acicalar de alguna manera su atractivo para los votantes palestinos. (Como dije, su desdén por la inteligencia árabe no conoce límites.)
Pero mientras el desventurado Abbas es poco más que un pasajero renuente en la estrategia de Washington – y sigo creyendo que volverá a sus antiguos aposentos en el exilio en Qatar en un futuro no demasiado distante – Mohamed Dahlan es su hombre punta, el señor de la guerra que comanda las tropas y que ha estado ansioso de un combate contra Hamás desde que tuvo la audacia de asestar una paliza a su organización en las elecciones en su propio terreno.
Las ambiciones de Dahlan coincidieron claramente con planes elaborados por el jefe de la política en Oriente Próximo de la Casa Blanca, Elliot Abrams – veterano de las guerras sucias en Centroamérica del gobierno de Reagan – de armar y entrenar a leales a Fatah para prepararlos para derrocar el gobierno de Hamás. Si Mahmud Abbas se mostró renuente a compartir la política de confrontación promovida por la Casa Blanca, Dahlan no albergaba escrúpulos semejantes. Y ya que Abbas no posee una base política propia, depende enteramente de Washington y Dahlan.
Ante las implicaciones desastrosas de la política de USA, los saudíes parecían haber dado al traste con el plan de golpe de Abrams al atraer a Abbas a un gobierno de unidad con Hamás. Y como detalló Mark Perry en Conflict Forum en un excelente análisis, Dahlan era prácticamente lo único que USA tenía a su favor para la resistencia al impulso hacia un gobierno de unidad. Aunque su nerviosismo y sus mohines en La Meca no pudieron impedir el acuerdo, USA parece haberle ayudado a contraatacar posteriormente asegurando que fuera nombrado consejero nacional de seguridad, una operación calculada para provocar a Hamás, cuyos dirigentes tienden a considerar a Dahlan como poco más que un torturador y un matón de facto para Israel.
Pero Dahlan parece haber realizado su acción cuando se trató de integrar a las fuerzas de seguridad de la Autoridad Palestina (actualmente dominada por Fatah) integrando a combatientes de Hamás y sometiendo las fuerzas al control de un ministro del interior políticamente neutral. Dahlan simplemente se negó, y provocó las actuales confrontaciones al ordenar a sus hombres que salieran a las calles el fin de semana pasado sin ninguna autorización del gobierno del que supuestamente forma parte.
La nueva provocación parece concordar con un plan revisado de USA, sobre el que informan Mark Perry y Paul Woodward, que subraya la urgencia de derrocar el gobierno de unidad. Sugieren que el plan proviene de Abrams, de quien dicen que opera en oposición a los esfuerzos de Condi Rice de apaciguar a los regímenes árabes moderados reanimando alguna forma de proceso de paz. Señalan, por ejemplo, que fuentes judías estadounidenses han dicho a Forward y a Haaretz que Abrams recientemente informó a republicanos judíos y les aclaró que los esfuerzos de Rice eran sólo un ejercicio simbólico orientado a mostrar a los aliados árabes que USA está «haciendo algo,’ pero que el presidente Bush aseguraría que nada resultara de ellos, en el sentido de que no se requeriría que Israel hiciera alguna concesión.
Sea cual sea el resquebrajamiento preciso dentro del gobierno de Bush, está claro que Dahlan, como Pinochet hace un cuarto de siglo, no se movería por un camino de confrontación con un gobierno elegido a menos que creyera que cuenta con la aprobación fuerzas poderosas en el exterior para hacerlo. Si actúa para convertir la actual batalla callejera en un ataque frontal contra el gobierno de unidad, es probable que fuera porque cuenta con la luz verde de alguna parte – y ciertamente no será de Mahmud Abbas.
Pero la confrontación que tiene lugar ha asumido una dinámica propia, y su contención podría estar actualmente más allá de la dirigencia palestina en su conjunto. Si resulta ser así, la petulancia que ha sustituido a la política en la reacción del gobierno de Bush ante la elección palestina de 2006 habrá logrado convertir a Gaza en Mogadishu. Pero sería demasiado esperar que el gobierno sea capaz de hacer algo diferente – después de todo, está todavía ocupado en convertir de nuevo a Mogadishu en Mogadishu.
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