En los términos siguientes se expresaba nuestro premio Cervantes en Vendrán más años malos y nos harán más ciegos: «(Anti-España, 2). ¡Ay, Dios mío! Tengo miedo de haberme vuelto tan histérico para ciertas cosas que ya es que no me van a aguantar ni las paredes. Me basta con que se me junte, por un […]
En los términos siguientes se expresaba nuestro premio Cervantes en Vendrán más años malos y nos harán más ciegos: «(Anti-España, 2). ¡Ay, Dios mío! Tengo miedo de haberme vuelto tan histérico para ciertas cosas que ya es que no me van a aguantar ni las paredes. Me basta con que se me junte, por un lado, en el rabillo del ojo el tremolar de la más inocente rojigualda, limitándose acaso a celebrar la cobertura de aguas de una obra, por otro, ya de frente a la pupila, un cartel de toros de una corrida en Castellón de la Plana todavía chorreando pegajosos y hasta obscenos goterones de engrudo blanquisucio y, en fin, para rematar, en el oído cuatro o cinco compases de «El gato montés» o de «Marcial, tú eres el más grande», allá en la lejanía para que, literalmente, me prendan fuego cuerpo y alma a la vez en medio de la calle y clame a toda voz, no sé si al cielo, a la tierra o al infierno, como si fuese mi último suspiro «¡¡¡Odio España!!!» (Os juro, amigos, que no puedo más)».
Algunos lectores comprendimos su queja, su fastidio, su hastío, su «no poder más».
Un amigo suyo de juventud (que hastiado también por otro nacionalismo ya entonces bastante enérgico había señalado en una entrevista de 1979 que «España no es propiedad de los reaccionarios, yo me siento y soy español aunque fuera de una España pequeña que limitara con los Picos de Europa, Andalucía, Galicia y el área catalana, porque España no es una ficción, es la nación de mis padres y abuelos, de Garcilaso, de Cervantes») escribía igualmente sobre España en 1984, en mientras tanto [2], la revista de expresión lorquiana que tanto hizo suya:
«Estaba yo pensando profundamente en todo eso cuando me llegó un sobre voluminoso con el membrete de El País. ¡Cáspita! me dije, como si estuviera traduciendo el Cuore, esta carta debe ser muy importante, a juzgar por su remitente y por lo gorda que es. Abrí el sobre y vi que era una carta con título. Y qué titulo. A saber. «¿Qué es España?». Me precipité a consultar el Ferrater [Mora, el Diccionario de Filosofía], para ver si don Miguel de Unamuno, o don José Ortega y Gasset, don Ramiro de Maeztu, o incluso don Ángel Ganivet (todos esos autores son inevitablemente «don») estaba todavía vivo. Comprobé que no. Por otra parte, la carta no da muchas pistas para responder a la pregunta; es verdad que dice que España no es una unidad de destino en lo universal, pero eso no me lo resuelve todo, porque también podría ser un dolor, o un enigma histórico, o un problema, o un sin-problema, o incluso un invertebrado. Ni tampoco contribuye mucho a resolver la cuestión el encomiable ejemplo de las democracias occidentales ante las que se postra la carta al exhortarnos a adoptar «la perspectiva moderna con que, con la ayuda de la razón crítica, los países más civilizados afrontan sus problemas». Es obvio que la Gran Bretaña es un país de los más civilizados, por lo menos desde que Astérix y sus amigos enseñaron a los anglos a tomar el té. Entonces, la razón crítica que según El País, nos permitirá descubrir qué es España ¿tendrá que ver con la muerte por inanición de algún preso del IRA? O tal vez con algún bombazo corso, ya que también Francia es un país muy civilizado.
Consulté el diccionario de María Moliner, cosa siempre recomendable. Y en la página 1199 de su primer volumen descubrí que la autora no se atreve a definir «España». Pero, sin decirlo, explica, en realidad, por qué no define, enjaretándonos la retahíla de términos que transcribo sólo parcialmente: «alanos, arévacos, ártabros, astures, autrigones, bastetanos, benimerines, béticos, cántabros, caporos, cartagineses, celtas, celtíberos, cerretanos, cibarcos, contestanos, cosetanos, deitanos, edetanos, fenicios, godos, iberos, ilercavones, ilergetes, iliberritanos, ilicitanos, ilipulenses, iliturgitanos, indigetes, italicenses, lacetanos, layetanos, masienos, moriscos, mozárabes, numantinos, oretanos, pésicos, saldubenses, santones, suevos, tartesios, tugienses, turdetanos, túrdulos, vacceos, vándalos, várdulos, vascones». Entonces me puse a pensar profundamente sobre todo eso» [3].
Casi 30 años después, el consejero (conseller) de cultura catalán, don Ferran Mascarell (un ex Bandera Roja, un ex PSUC (si mi memoria no me falla), un ex PSC, un «independiente» del sector «socialdemócrata» que apoya a Artur Mas, un político institucional de largo alcance, trabajados contactos y ambición desmesurada) se ha puesto también a pensar profundamente «sobre todo eso» y en una conferencia sobre la Diada pronunciada el lunes 9 de septiembre en el castillo-monasterio de Sant Miquel d’Escornalbou (Tarragona), un marco más que adecuado para ello, llegó a la siguiente conclusión (¡que suenen las trompetas, todas tromperas por favor!): «España es una anomalía histórica» [4]. ¡Tachín tachán: España como problema, España como anomalía!
Desde 1714, aseguró don Mascarell, España está perdida en su «propio laberinto». La consecuencia de ello, prosiguió don Ferran, ha conducido a un modelo «autoritario y jerárquico», un modelo que, por supuesto, «niega los derechos democráticos a los catalanes». El agravio, ni que decir tiene, sólo puede resolverse con la independencia. Es la poza mágica para todo: crisis, agravios, desigualdades, Estado de bienestar, deuda pública, salud pública, desempleo, jubilaciones, educación pública demediada, rentas básicas de inserción. Etc
España, aseguró don Ferran, nunca ha tratado de redimir ese «pecado original», el que supone haberse configurado «cuando el absolutismo derrotó en aquella guerra al modelo de «republicanismo monárquico» (¡nada menos!)» que Cataluña ¡encabezaba!, «antesala de las naciones estado que Europa vio despuntar en las décadas posteriores». Desde 1714, España se ha ido construyendo «en manos de una élite alejada del pactismo, con un espíritu autoritario y jerárquico, sin más objetivo que construir un Estado único, unificado, centralizado, radial, jerárquico, que unificara en una sola nación de matriz castellana todo lo que respiraba bajo sus dominios». Sin más matices, sin Repúblicas, sin estatutos, sin Estados autonómicos, sin divisiones internas en la Cataluña en 1714, sin apoyos de las patronales catalanas (¡estás sí, élites altamente democráticas, pactistas y en absoluto jerárquicas!) a dictaduras como las de Primo de Rivera y el general asesino Francisco Franco. Todo es uno y lo mismo… Menos Cataluña por supuesto, Cataluña es otra cosa… ¿Qué cosa? Catalonia is not Spain.
Transcurridos 300 años, el conseller considera que la «anomalía continúa vigente». España sigue estando configurada por un «conjunto de instituciones estatales perdidas en su propio laberinto incapaces de pensar en los intereses de los ciudadanos y que se consideran propietarias de la soberanía de los catalanes». Como ejemplo contrario, como contraejemplo de laberintos inexistentes y de instituciones fuertemente preocupadas por la situación de los ciudadanos, su gobierno, el gobierno neoliberal y nacionalista conservador de Mas, Mas-Colell, Felip Puig, Boi Ruiz, Ortega es una ilustración irrefutable. España, la España de Negrín, Castelao, Aresti, Espriu, Puig Antich, García Lorca, es una anomalía histórica, de hecho, un imposible metafísico. Cataluña, la actual y el futuro Estado «independiente», la de Fainé, Millet, Molins, Alavedra, Pujol y Cambó es una equilibrada, democrática, equitativa, libre y justa realidad histórica. ¡Una Arcadia alimentada por los informados y equilibrados discursos, en absoluto sectarios, de Carme Forcadell!
PS: En unas observaciones de 1972 a un documento interno del PSUC, Sacristán sostenía que dada la complicación e incluso confusión con que se presentaban en aquella época las cuestiones fundamentales del socialismo, un documento como el discutido -«Proyecto de introducción al programa del PSUC»- debía contener una presentación de principios sobre la naturaleza de los partidos comunistas y sus objetivos finales, «un planteamiento de futuro, no de pasado», señalando que en una introducción así debían aparecer reflexiones y tesis sobre, básicamente, dos series de cuestiones.
Una de ellas se enmarcaba en lo que él llamaba «problemas post-leninianos» (ecologismo, antimilitarismo, etc). La otra serie afectaba a la naturaleza del partido comunista. Sobre este punto, el traductor de El Capital indicaba la conveniencia de recordar algunas de las posiciones básicas del Manifiesto Comunista, y añadía:
«(…) Como es sabido, Marx y Engels dicen allí, entre otras cosas más importantes, una que tiene, en cambio, especial interés para estimar este proyecto de Introducción, a saber: que los proletarios no tienen patria; en cambio, el arranque del presente borrador de Introducción acarrea un desarrollo enteramente limitado a España y Catalunya. No es que haya que teorizar explícitamente sobre la naturaleza, apátrida e internacional del proletariado y, por lo tanto, del partido comunista, pero sí que conviene atenerse, en una Introducción, a los principios generales del comunismo y a una exposición muy breve de su génesis histórica, sin aludir a ninguna «patria» en particular. A lo sumo, si el desarrollo lo exige, se puede aludir a la nacionalidad como simple hecho, como un rasgo más -muy secundario- entre los que componen la realidad proletaria, su perspectiva o futuro y el intento de formulación de esa perspectiva por el Partido comunista».
Sobre la unidad de los pueblos de España en una república federal, se manifestaba de la forma siguiente en la nota 14 de estas observaciones:
1. Esta posición política es una tesis que debería restringirse al período histórico durante el cual subsistan aún un Estado español y un Estado francés.
2. España y Francia no son naciones en sentido primario, pero tampoco son exclusivamente estados, como sostienen algunos sectores catalanistas.
3. Son más bien formaciones para-nacionales, «menos intensamente unificadas que el conglomerado de nacionalidades que ha dado lugar a la super-nación germánica, por ejemplo, pero que, de todos modos, han originado, con el paso de los siglos, ciertos rasgos nacionales de segundo orden», por así decirlo, en millones de individuos de nacionalidades básicas diferentes.
4. Desde un punto de vista marxista, añadía, «se debe dar la opción primaria de organización política -mientras las sociedades sigan siendo políticas- a las nacionalidades básicas o primarias. Sobre todo en casos como el español o el francés…»
Notas:
[1] Destino, Barcelona, pp. 42-43
[2] «Otra página del diario filosófico de Filóghelo», mientras tanto nº 18, pp. 151-152.
[3] Por esas mismas fechas, en sus clases de metodología de las ciencias sociales de la Facultad de Económicas de la UB, Sacristán señalaba: «(…) Es muy interesante que en ese momento, de principios del siglo XIX, la acentuación de lo nacional tiene claramente una función conservadora. El partido, por así decirlo, o la mentalidad que está intentando innovar en Europa es la mentalidad racionalista, universalista, la que intenta abolir las viejas leyes basándose en la idea de un derecho universal, igual para todos los pueblos y frutos de la simple razón. Derecho que ha de incorporar y realizar los principios de la revolución francesa: la igualdad, la fraternidad, la libertad, mientras que el pensamiento nacionalista es claramente en ese momento una reacción conservadora, que lo que intenta es preservar, conservar los derechos nacionales, los derechos que existen, los derechos anteriores a la revolución francesa, las costumbres de origen medieval. En el caso español, es la mentalidad carlista la que recoge la herencia de la escuela romántica de un modo directo. Los pensadores tradicionalistas españoles, incluso los que lo son tibiamente, como Alonso Cortés, son directamente discípulos de la escuela histórica. El caso español es muy visible por la circunstancia de que se mezclara una pugna dinástica en medio, dando un carácter particular, muy concreto a esa lucha (…). Pero verdaderamente todo nacionalismo es idéntico, con conservación de los derechos tradicionales».
[4] http://politica.elpais.com/politica/2013/09/08/actualidad/1378670011_823097.html
Salvador López Arnal es miembro del Front Cívic Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra, director Jordi Mir Garcia)
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