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Entrevista a Armando Fernández Steinko, Carlos Martínez y Juan Torres López sobre las mesas de convergencia ciudadana y de acción

«Espacios de proximidad en donde los ciudadanos opuestos a una salida regresiva a la crisis participen, deliberen, se informen sobre lo que no dicen los periódicos»

Fuentes: Rebelión

Recordemos algunos datos para enmarcar la conversación si os parece. Celebrasteis un concurrido acto fundacional el pasado 19 de febrero en Madrid, en la sala Marcelino Camacho. Surgió de ese encuentro un llamamiento a la convergencia y a la acción. Convergencia (confluencia hubiera sonado mejor en Catalunya), ¿de quiénes? ¿Ciudadanos, movimientos sociales, partidos, asociaciones populares? […]

Recordemos algunos datos para enmarcar la conversación si os parece. Celebrasteis un concurrido acto fundacional el pasado 19 de febrero en Madrid, en la sala Marcelino Camacho. Surgió de ese encuentro un llamamiento a la convergencia y a la acción. Convergencia (confluencia hubiera sonado mejor en Catalunya), ¿de quiénes? ¿Ciudadanos, movimientos sociales, partidos, asociaciones populares?

La iniciativa parte de una sensación muy clara este otoño pasado de que había que dar un paso al frente, de que ya no podíamos esperar más a que los sectores organizados de la izquierda decidieran en algún momento tomar la iniciativa. No hay que olvidar que el proyecto de refundación de la izquierda lanzado por Izquierda Unida unos meses antes estaba de hecho estancado, que había incluso pasos encaminados a dividir aún más a la izquierda como la creación de Equo, y que las relaciones entre varios sectores dentro de IU no terminaban de mejorar realmente. Por otro lado el desconcierto empezaba a cundir seriamente en sectores del PSOE tras la capitulación de Zapatero a los mercados financieros y sus principales clientes, las oligarquías del norte y del sur. Las cosas se movían pero justo en dirección contraria a la que se imponía en una situación de emergencia social y política como la que se estaba viviendo en esos momento y seguimos viviendo ahora. En este contexto una serie de personas fuertemente comprometidos con los movimientos sociales, con los sindicatos y con los partidos de la izquierda, nos autoconvocamos para pensar un «qué hacer». Muchos sólo nos conocíamos de nombre. Aquella fue la hora cero del proceso aunque no realmente. La hora cero es una acumulación invisible de luchas, iniciativas y hartazgo que se van extendiendo tras el gran crack del 2008 o incluso antes, como son las iniciativas para la regulación de los mercados financieros de ATTAC y muchas otras.

Mesas de convergencia y de la acción añadís. ¿De qué tipo de acción estás hablando? ¿Pensáis en un nuevas formas de acción que vayan más allá de las formas tradicionales de intervención sociopolítica?

Llegamos a la conclusión de que había que hacer un llamamiento a la sociedad para que dijera basta, de que la ciudadanía tenía que tener un papel mucho más activo y más directo en la oposición a las recetas neoliberales elegidas para solucionar la crisis causada por el propio neoliberalismo. Desde el principio también quedó claro, sin embargo, que para generar una dinámica lo suficientemente importante había que contar con todos: con los no organizados, con los organizados, con las diferentes organizaciones de la izquierda, con los sindicatos: con todos los ciudadanos de buena voluntad que rechazaran dichas recetas.

Convergencia ciudadana y acción, ¿para qué? ¿Para despertar consciencias dormidas? ¿Para montar un pollo anti-neoliberal? ¿Para defender aristas dañadas del Estado de bienestar? ¿Para abonar sendas anticapitalistas? ¿Para dar más aire a la izquierda?

Desde el principio estaba claro que el «para qué» tenía que definirse sobre la base de un programa mínimo común. Todos éramos y somos muy conscientes de que la izquierda española es sumamente compleja y diversa. De hecho el grupo que nos reunimos en otoño ya reflejaba esa diversidad, pero pronto nos dimos cuenta de que la situación era tan grave que muchas de las diferencias de fondo, que antaño tal vez hubieran resultado determinantes, estaban desapareciendo, cuando decidimos que lo principal era actuar.

Se está haciendo simplemente imprescindible converger, separados no podemos, hay que agrupar a personas muy diversas y con experiencia muy diferente. Hay que encontrar un lugar común, cómodo y no dogmático, sin premuras electoralistas y sin cortoplacismos. Es fácil hacerlo si ponemos empeño en olvidar viejas rencillas y sobre todo agrupar a gente con poca experiencia pero indignada y sufridora de la crisis neoliberal. Gente joven sin referencias claras pero harta; paradas y parados; hipotecados; consumidoras y consumidores que se sienten estafados y no pueden llegar a fin de mes; personas trabajadoras en riesgo de exclusión; funcionarios congelados o pensionistas y prejubilados con ganas de hacer algo para cambiar esto. El antineoliberalismo, puede ser un buen cemento generador de unidades de acción, define un marco amplio. Hay que explicar bien claro de lo que estamos hablando, pues muchas personas son antineoliberales sin saberlo, sin tener claro que es exactamente eso, sin tener ideas claras, pues su rechazo de lo actual, puede incluso llevarles a votar al PP como un acto de protesta.

En cuanto al anticapitalismo.

El anticapitalismo es algo que se sobreentiende y se sobreentenderá más y más a medida que quede claro que, dentro de este sistema, la crisis no tiene realmente solución, ni tampoco la exclusión, ni el paro. El capitalismo le es simpático a poca gente y hay encuestas muy interesantes que así lo demuestran. Lo que hay es que hacer es encontrar las formas de identificar al capitalismo de forma clara. Por ejemplo: hoy, la banca, encarna perfectamente la mayoría de las contradicciones del sistema. Hay que encontrar esos símbolos, esos indicadores que les permitan también a las clases populares identificar lo negativo del sistema. Lo del anticapitalismo es una cosa más compleja de lo que se puede pensar cuando uno se queda en las palabras. Anticapitalistas, ¿para qué? Los falangistas, los fascistas, hablaban mal del capitalismo sin dar más pistas. Hay que precisar ese anticapitalismo y no conformarse con enunciarlo; hablar, por ejemplo, de Democracia Económica, de un sistema social justo, del reparto de recursos. El reparto puede ser un concepto unificador de naturaleza fuertemente anticapitalista cuando se combina con formas democráticas y participativas. Algunos llaman o llamamos a eso socialismo, pero lo importante ahora es difundir lo que hay detrás de las palabras, el concepto más que el nombre.

La Izquierda necesita aire, claro que lo necesita, pero para ello hay que abrir las ventanas.

¿Qué puntos esenciales vertebran vuestro llamamiento? ¿Qué posiciones políticas creéis que pueden encontrarse cómodas en él?

Fundamentalmente los que tienen que ver con hacer frente al recorte en los derechos sociales que estamos viviendo y con la casi completa desaparición de la capacidad de decidir de la ciudadanía. Y, lógicamente, también los que apuntan al cambio en las coordenadas de la política económica. Los primeros giran en torno a la necesidad de recuperar las políticas de igualdad y contra la exclusión. Los segundos tienen que ver con la necesaria reconducción de los poderes representativos, hoy día esclavos de los financieros. Y en relación con las políticas creemos que hay que garantizar, sobre todo, la financiación de la economía mediante la banca pública y poner en marcha políticas que garantices el empleo y la actividad sostenible. La propuesta que algunos gobiernos han hecho para proceder a cambio drástico del modelo productivo es imprescindible aunque se ha quedado en un brindis al sol. Creemos que hay que avanzar decididamente en esta línea y, además, forzar cambios en las directrices de la política europea.

¿Y en cuanto a las políticas que creéis que pueden encontrarse cómodas en vuestro llamamiento?

Esta segunda cuestión que planteas la haríamos al revés: ¿quién puede sentirse incómodo cuando se reclama nacionalizar la banca, políticas efectivas contra la exclusión, políticas de radical defensa del medioambiente, aumentos del gasto social, más justicia fiscal y las demás propuestas de este tipo que hacemos? ¿Alguien puede decir que lucha sinceramente contra el capitalismo sin defender esto, sin tratar de aglutinar en torno a reivindicaciones como estas al mayor número de personas? ¿Alguien puede decir que luchar por un sentido elemental de justicia sin asumir esto?

¿Cómo pensáis recoger las nuevas aportaciones, las nuevas ideas que vayan surgiendo a lo largo del proceso? Los puntos del llamamiento, ¿no son modificables?

Es importante no tocar mucho el llamamiento, al menos en este primer momento. Es un mínimo común denominador y refleja un consenso que hay que mantener por encima de todo. Esto no quiere decir que, a medida en que el movimiento se vaya consolidando, se puedan ir ampliando los acuerdos. De hecho esta es nuestra apuesta: la práctica facilita los consensos también político-ideológicos de forma mucho más eficiente que las discusiones. Estas, cuanto más eruditas sean -y hay una especie de erudición roja tan nominalista como estéril- más bloquearán las iniciativas prácticas. Con esa advertencia de por medio (la práctica va por delante de las palabras y no las palabras por delante de la práctica) es evidente que los consensos pueden ir ampliándose lo cual se puede reflejar en futuros documentos.

¿Cómo pensáis organizaros? ¿Tenéis alguna idea original al respecto? ¿No es posible que las meses sean una flor instantánea de una primavera adelantada?

Los movimientos ciudadanos tienen una grave deficiencia: su intermitencia. Pueden generar un enorme poder, pero tienden a apagarse en poco tiempo. Eso fue lo que sucedió en las movilizaciones contra la guerra de Irak. La población estaba en la calle pero no había nada para estabilizar su participación más allá de los partidos, las ONGs y las organizaciones sindicales que no tuvieron conciencia de la necesidad de crear espacios de participación más estables más allá de su propio ámbito. Había que encontrar un formato que, por un lado, se adaptara a las formas de compromiso que puede desear hoy el grueso de la ciudadanía: participación en espacios de proximidad, de barrio, en los espacios naturales de vida y de trabajo de la gente, en estructuras porosas, flexibles, que no requieran de un compromiso elevado y «orgánico» -al menos en un primer momento- sino que simplemente definan un marco amable, sugerente y abierto de participación que permita una incorporación progresiva de sectores mucho más amplios de la ciudadanía a la participación pública. Esa es la idea de las «mesas de convergencia social»: espacios de proximidad en los que los ciudadanos opuestos a una salida regresiva a la crisis se sientan para participar, deliberar, hacer cosas juntos, informarse sobre cosas que no dicen los periódicos. Primero identificándose mutuamente, conociéndose a nivel personal y superando viejos recelos, que los hay y muchos. Segundo: difundiendo el espíritu del llamamiento, adaptándolo a las circunstancias concretas de su pueblo, su barrio o su territorio. Y, tercero, emprendiendo acciones conjuntas, acciones nuevas o acciones que los diferentes grupos, iniciativas, etc. tenían pensado de todas formas emprender por su cuenta.

Disculpadme pero tengo la obligación de haceros la pregunta: ¿estáis pensando en alguna operación política más o menos oculta? Siendo mal pensados: ¿no podéis ser el embrión de una nueva formación política de izquierdas?

Sería absurdo y al mismo tiempo suicida plantear un escenario así en este momento y quien lo hace está torpedeando de hecho la iniciativa. Estamos hablando de un agrupamiento, convergencia, encuentro, confluencia o llámese como se quiera de ciudadanos. Muchos de ellos están vinculados a proyectos políticos distintos o no están vinculados a ninguno. Estos últimos se dividen, al menos, en dos grupos: los que simpatizan con un proyecto partidario ya existente y los que no quieren saber nada con ninguno de ellos. El que todo este mosaico se traduzca en la articulación de una nueva organización política depende de tantas cosas aún completamente abiertas, que sería de una enorme temeridad empezar a plantear este tema ahora. Esto no es óbice, sin embargo, para que un proceso así, que se da desde abajo, desde las entrañas de la sociedad, pueda actuar de revulsivo para que las organizaciones políticas de la izquierda dejen de practicar esa cultura suicida de la división, la exclusión, la endogamia y el vanguardismo estéril que la han llevado a su debilitamiento, para que se formen plataformas políticas o electorales locales ahí donde sea posible o deseable. Sólo hay una línea que no se debe traspasar bajo ningún concepto: todo lo que divida debe ser relegado a un segundo plano y la integridad del movimiento a medio y largo plazo está por encima de los intereses electorales a corto plazo.

El llamamiento a la convergencia y a la acción del que hablamos se inicia hablando de despertar la conciencia dormida de la opinión pública y de la urgencia de que la ciudadanía pase a la acción. ¿Por qué es tan importante? ¿No obráis contra corriente? Muchos ciudadanos y ciudadanas están preocupados esencialmente por su trabajo, por tener algún trabajo, sea el que sea. E incluso con las condiciones que sea, y no están para aventuras o ensoñaciones. ¿No estáis intentado dar una batalla que se sabe perdida de antemano?

Es la madre de todas las batallas. El actual sistema político-institucional se parece cada vez más al turnismo del siglo XIX, con todos esos filtros electorales, poderes locales semicaciquiles generadores de servidumbres y de corrupción en una situación de creciente desempleo y desconcierto. Sólo si la ciudadanía introduce un nuevo foco de poder social, político, cultural y mediático seremos capaces de cambiar las cosas. ¿Cómo movilizar a esa ciudadanía? Nuestra propuesta son las mesas, pero somos conscientes de la dificultad del asunto, conocemos muy bien que el neoliberalismo es una máquina cultural de producir individualismo y competencia de unos contra otros. Pero no nos engañemos. Una parte de la ciudadanía, muchos de ellos profesionales urbanos, está organizándose, participando, implicándose en los países capitalistas desarrollados. El problema es que lo hace para forzar un proyecto de radicalización del neoliberalismo como el Tea Party en los Estados Unidos. Sabemos también que es mucho más difícil llegar a los principales perdedores del neoliberalismo: las clases populares que intentan subsistir con cada vez menos. Sabemos que hay que inventar un nuevo lenguaje para llegar a ellas. No es sólo necesario repetir de nuevo que hace falta una «nueva» forma de hacer política. Además hace falta una reflexión en profundidad sobre el valor de los sentimientos y de las emociones para cualquier proyecto de regeneración social que tenga en cuenta a las clases populares. Y sabemos también que los que está sucediendo en el norte de África, la región de Murcia y ahora en Portugal es una referencia cultural que puede ir calando en la gente: las mayorías tienen un poder extraordinario cuando actúan directa y conjuntamente. Ese es el reto: generalizar esa conciencia, que ya están adquiriendo las masas de los países árabes, generalizarla a este lado del Estrecho.

Varias voces han señalado algunas críticas al proyecto. Os resumo algunas de ellas: neto cariz socialdemócrata: no se aspira a nada más que a reconstruir la regulación perdida y a preservar el denominado Estado del bienestar; ausencia de cualquier consideración de la crisis ecológica; exculpación de los sindicatos mayoritarios por su actuación en las últimas semanas. ¿Qué podéis decir frente a estas consideraciones?

Como todo el mundo sabe, la socialdemocracia está reclamando hoy día lo que nosotros: nacionalización de la banca, impuestos globales, aumento del gasto social… Hay que ser serios. Puede ocurrir, y de hecho ocurre, que el capitalismo neoliberal haya radicalizado tanto las cosas (la explotación) que reivindicaciones que hace años eran no ya socialdemócratas sino incluso más conservadoras (pensemos, por ejemplo en la negociación colectiva que quieren hacer desaparecer, o el propio carácter tuitivo y protector del derecho del trabajo) hoy día son sumamente radicales, anticapitalistas. El Estado de Bienestar no es algo a reivindicar. Fue un resultado histórico concreto que nació de la correlación del poder de las clases sociales en un momento del capitalismo. Nosotros no reclamamos una vuelta a esa situación porque sabemos muy bien que la historia es irreversible. Queremos contribuir al empoderamiento de las clases trabajadoras y en ese proceso es cuando se irán logrando equilibrios políticos más favorables que los de ahora aunque naturalmente en un contexto histórico nuevo, único, nuestro.

En cuanto a la ausencia de preocupaciones ecologistas.

Decir que hay ausencia de consideración de la crisis ecológica es simplemente una maldad. ¿Alguien cree que personas como José Manuel Naredo que nos ha enseñado a todos a tenerla en cuenta y a analizarla iba a apoyar activamente el proyecto si fuese así? Se podría criticar que las mesas hayan nacido sin un análisis exhaustivo de la crisis pero es que no era necesario: nos limitamos a proponer la convergencia, precisamente, de quienes vienen tomando en cuenta desde muy diversas perspectivas, esos problemas. Lo mismo podría decirse de los sindicatos. Basta ver quiénes están apoyando las mesas para comprobar que ahí hay posiciones muy dispares sobre los sindicatos. Lo que sí es cierto es que no predomina el maniqueismo: traidores sí, traidores no; culpables sí, culpables no.

¿Cómo ha sido recibido vuestro llamamiento en otras zonas del Estado? ¿Se han constituido ya en algún lugar esas mesas de convergencia de las que hablamos?

Estamos haciendo un primer inventario de lo que hay o va a haber muy próximamente pues la idea es que todas las mesas que se formen se vinculen a nuestra página web con el fin de que todos sepamos cuántos somos, dónde estamos y para que también fluya la comunicación entre todas ellas. La verdad es que los saludos que nos está mandado la gente son francamente esperanzadores. Tenemos la sensación de que la ciudadanía está madura para embarcarse en un proceso complejo como este, no le interesa el sectarismo, no le interesa tanto el pasado como el futuro, es consciente de que estamos asistiendo a un cambio político y económico de dimensiones tectónicas. Ha escrito bastante gente pidiendo instrucciones sobre cómo crear mesas, cómo vincularse a la red, sobre cómo participar. Estamos trabajando en la extensión de dicha red dentro de nuestras limitaciones que son muchas pues todos trabajamos, tenemos nuestras ocupaciones familiares y no somos políticos profesionales. Hemos recibido el apoyo inestimable de alguna que otra organización de la izquierda organizada pero estamos completamente solos para adelante el trabajo de coordinación y de seguimiento de la iniciativa.

¿Qué actos tenéis programados para las próximas fechas? ¿Quiénes pueden participar en ellos?

Se ha formado una coordinadora estatal provisional de unas 40 personas, provisional hasta que en algún momento tenga una legitimidad, es decir, sea elegida. También se están formando coordinadoras territoriales, de nacionalidad etc. y a medida en que vaya creciendo el movimiento tendremos que dedicarle más trabajo a coordinarlo. El principal objetivo ahora es crear mesas, cientos, miles, si fuera posible en todo el Estado, en cada pueblo y barrio. La extensión del movimiento se puede producir de muchas formas: por medio de presentaciones, de asambleas locales o con la disculpa de una acción conjunta, de apoyo de alguna iniciativa convocada por otras organizaciones. Desde luego la idea es que todo el mundo participe sin exclusiones con una única condición: que suscriba el llamamiento y que esté dispuesto y dispuesta a trabajar en un escenario de unidad de acción, ausencia de sectarismo y de trabajo práctico con el objetivo de provocar un vuelco antineoliberal en todo el Estado.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.