La crisis que padece el Régimen nacido de la Transición es algo más que episódica o parcial. Es una crisis sistémica que afecta a sus pilares esenciales. A la propia monarquía, que ha sido y es cuestionada de forma creciente; a la España «indisoluble e indivisible», heredera de aquella otra «una, grande y libre» franquista; […]
La crisis que padece el Régimen nacido de la Transición es algo más que episódica o parcial. Es una crisis sistémica que afecta a sus pilares esenciales. A la propia monarquía, que ha sido y es cuestionada de forma creciente; a la España «indisoluble e indivisible», heredera de aquella otra «una, grande y libre» franquista; a un aparato de Estado, inmune siempre al reclamo de «verdad, justicia y reparación»; al sistema bipartidista corrupto que amparó y bendijo todo lo anterior; a una judicatura voz de su amo donde las haya; a la jerarquía eclesiástica rancia y atapuercana…..
Esta crisis, claro está, no ha llovido del cielo ni es fruto del desgaste motivado por el paso del tiempo, no. Tan solo hace cuatro años nadie hubiera podido pensar que hoy se hablaría en todo tipo de tertulias, artículos de opinión, declaraciones de partidos, etc…, de lo que hoy se está hablando: el futuro de la propia España; una segunda Transición y un proceso constituyente; la necesidad de desinfectar con lejía y aguafuerte todo tipo de instituciones,…. Cuatro años han bastado para que todo esto ocurriera, no más.
La lucha sí ha pagado. Quizás en algún momento ha podido parecer que no daba frutos, pero no ha sido así. La firme resistencia plantada durante décadas en Euskal Herria a este fraudulento Régimen; las huelgas y movilizaciones sociales de todo tipo habidas durante estos años (mareas, aborto, desahucios, marchas, ..); el arrollador proceso independentista catalán; la irrupción de Podemos…., han sido auténticos torpedos en la línea de flotación de un Régimen que ha pasado de tener pequeñas goteras y grietas a importantes problemas de cimentación y resquebrajamiento de su estructura.
Ante todo esto, al igual que ayer, las fuerzas del Régimen -políticas, financieras, militares,…- buscan recomponer el puzzle institucional. Los artífices del fraude de la Transición y sus discípulos vuelven a tener trabajo. Se trata de cambiar cuantas piezas sean necesarias a fin de no modificar lo esencial. Entonces no lo hicieron mal. Hoy cuentan con experiencia. Nosotros también.
Como lo contó en su día uno de ellos -Jordi Solé Turá-, mientras los siete padres y ninguna madre de la actual Constitución redactaban la susodicha, los militares les pasaron un papelito «recomendándoles» la redacción de uno de sus artículos. Se trataba del referido a la definición de la propia España -artículo 2º- y señalaba que ésta debía afirmarse como «unidad indisoluble», pues para ellos, como en su día para Calvo Sotelo, «España, antes roja que rota». A los siete padres y ninguna madre les pareció de interés la aportación cuartelera y la incorporaron al texto. Y a eso llamaron consenso.
Hoy como ayer, uno de los principales problemas -no el único, por supuesto- a abordar en esta recomposición del puzzle institucional es el de la definición del Estado español y de la propia España que le da sentido. Se buscan así fórmulas más amables, que reflejen de otra manera la realidad de la piel de toro y aligeren la tensión y el conflicto soberanista e independentista existente en Catalunya y Euskal Herria, principalmente. «Estado plurinacional», dicen unos; «España, nación de naciones», los otros. Formaciones de todo tipo, principalmente de izquierdas pero también algunos sectores de la derecha, buscan de nuevo solución para esta irresoluble cuadratura del círculo español.
Evidentemente, estas nuevas formulaciones suponen un indudable avance terminológico. En tiempos de Franco, lo más que se permitía era referirse a la «rica variedad de los pueblos y tierras de España». Por eso, hablar en su día en el texto constitucional de la existencia de «nacionalidades» supuso también un paso positivo a nivel de léxico. Ahora bien, ¿estamos abordando en sus raíces el problema nacional o jugamos sin más con nuevos conceptos que ocultan el conflicto político real que hoy se vive en el Estado español?
Es decir, está muy bien reconocer que en el Estado español no existe una única nación, sino varias, pero dicho esto es necesario también señalar que estas distintas naciones no se encuentran en pie de igualdad, sino de desigualdad. Es decir, hay una nación que es dominante y otras que son dominadas; hay una que cuenta con Constitución, Ejército, máximos Tribunales y poder para dictar leyes orgánicas y básicas y otras que se quedan con los restos; hay unas que pueden hacer consultas y referéndum y otras que carecen de este derecho; las hay cuyos Gobiernos pueden suspender leyes autonómicas y otras que legislan bajo cien espadas de Damocles.
Euskal Herria no aprobó la Constitución, pero esta se nos aplica. Rechazó la OTAN, pero ahí estamos metidos. La Comunidad Autónoma Vasca quiso reformar su Estatuto -Ibarretxe- y ni siquiera se admitió en el Congreso debatir la propuesta. En Nafarroa llevamos en esta legislatura trece leyes aprobadas por nuestro Parlamento y suspendidas por el Gobierno central. Minorías sindicales en Euskal Herria -CCOO y UGT- firman en Madrid reformas de las pensiones y Acuerdos con el Gobierno y la CEOE rechazados frontalmente nuestras mayorías sindicales, pero estos se nos aplican.
No, el problema va bastante más allá de una mera definición terminológica. El problema es dar respuestas concretas, no retóricas, a todo lo expuesto en el párrafo anterior. Hablemos claro: ¿se sacará el Ejército español al servicio de la OTAN de Euskal Herria, capital en su día, además. de la insumisión al ejército, o seguirá teniendo allí sus cuarteles?, ¿abandonará la guardia civil nuestra tierra cuando lo exijan nuestros Parlamentos para dejar en nuestras propias manos la competencia en materia de seguridad ciudadana o tendremos que seguir soportando su presencia?, ¿será soberano nuestro pueblo y nuestra clase para contar con un marco propio de relaciones laborales o tendremos que someternos a lo que acuerden quienes no nos representan?
Bienvenido sea pues el reconocimiento de la realidad plurinacional del Estado español, pero no olvidemos que el problema principal sigue sin abordarse: ¿contaremos con soberanía y poder de decidir?, ¿podremos ejercer algún día el derecho de autodeterminación?, ¿la independencia será reconocida si esta es la opción democráticamente tomada por nuestro pueblo?
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