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¿Está preparado Israel para el nuevo Oriente Próximo?

Fuentes: challenge-mag.com

Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.

Ocurre que la misma semana de la Revolución Jazmín en Túnez también fue una semana de travesuras en la política interna israelí. El ministro de Defensa, Ehud Barak renunció al Partido Laborista y formó una facción llamada «Independencia» a la que atrajo a otros cuatro laboristas. El movimiento, coordinado con el Primer Ministro Benjamín (Bibi) Netanyahu, permitió qui Barak evitara su derrota en las próximas elecciones del Partido Laborista. También permitió que el gobierno de Netanyahu pueda mantenerse a flote, apoyado ahora por la nueva facción, Independencia. Los ministros del partido laborista vienen amenazando desde hace mucho tiempo con retirarse de la coalición por la falta de progresos en el camino hacia la paz. Cumplieron la amenaza, pero con escasos resultados. Gracias al bloque Independencia, el gobierno ahora parece inquebrantable.

La maniobra de Barak y Netanyahu se produjo después de las fuertes pérdidas del partido demócrata en las elecciones del Congreso de EE.UU., que impulsan al presidente Barack Obama a concentrarse en los asuntos internos de su país. En lo que se refiere al tema palestino, Bibi y Ehud podían exhalar un suspiro de alivio. La presión se diluyó. Se podía seguir sin hacer nada.

Y entonces ocurrió lo inesperado. El 25 de enero de 2011 Oriente Medio se vuelve del revés. Hosni Mubarak, que mantuvo relaciones amigables con Estados Unidos y eliminó la amenaza estratégica de Israel, fue derrocado por un levantamiento popular. ¡El paraguas de acero que durante 30 años permitió que Israel abusase de los palestinos de repente desapareció! Bibi se quedó varado con la ocupación y su gobierno de derecha sin Mubarak para que lo cubra, ni a Ben Alí de Túnez, ni a ninguno de los dictadores árabes amigos que aún se mantienen en el poder con el temor de perderlo.

El primer paso hacia la revolución actual en Egipto se dio hace unos diez años. Mencioné en mi último artículo que las huelgas de los trabajadores de 2008 en el Mahalla el Kubra fueron la chispa. En una visión más amplia, sin embargo, podemos identificar la Intifada palestina de octubre de 2000 como el principio del fin de Mubarak.

Esa Intifada estalló tras el fracaso de las conversaciones entre el entonces Primer Ministro Ehud Barak y Yasser Arafat. La protesta, en un principio, no estaba especialmente dirigida contra Israel, sino contra la Autoridad Palestina (AP). Los Acuerdos de Oslo, firmados por la OLP e Israel en 1993 no trajeron la paz, ni la prosperidad ni la democracia. En vez de eso habían establecido en régimen corrupto y dictatorial como los que se están desmoronando en estos días, donde reinan la pobreza y el desempleo, mientras se llenan los bolsillos de los compinches.

Pero no fueron sólo los palestinos, ni los árabes de Israel quienes salieron a las calles en octubre de 2000. Fue todo el mundo árabe, unido en solidaridad contra Israel. Y aquí hay un punto crucial: en octubre de 2000 fue la primera vez que los jóvenes egipcios llenaron la plaza Tahrir, rompiendo la barrera psicológica que hasta entonces les impedía manifestarse. El régimen egipcio estaba impotente frente a la ira que se manifestaba contra Israel. También estas manifestaciones eran contra Mubarak, que había colaborado con Israel. Tres años después la plaza se llenaba de nuevo, esta vez en señal de protesta contra la invasión estadounidense a Irak.

El gobierno de EE.UU., especialmente Obama, entendió por dónde soplaba el viento. Se entendía la crisis como resultado de ocho años de gobierno de George W. Bush, quien había incitado contra el Islam. Por esa razón Obama decidió dar su primer discurso en el extranjero en la Universidad de El Cairo, sobre la cabeza de Mubarak, en un intento de conciliar el mundo árabe. Durante los años siguientes Obama se dirigió a Israel, le rogó y le presionó con la esperanza de conseguir un cambio real en sus relaciones con los palestinos y así rescatar a sus aliados de Medio Oriente. Fue en vano.

El discurso de Obama en El Cairo se presentó en Israel como antisemita. Bibi Netanyahu y Ehud Barak se quedaron clavados en la posición de que no había nadie con quien hablar y nada de qué hablar. El bienestar de su coalición, como se vio después, era más importante para ellos que el bienestar de sus aliados. No tenían ninguna preocupación por lo que podría suceder a los dictadores amigos árabes, que se habían mantenido firmes bajo sus presiones de 30 años. Después de todo, dos guerras en el Líbano, dos Intifadas, dos ataques de Israel contra instalaciones nucleares árabes, y numerosos asesinatos misteriosos no habían hecho nada que amenazara la permanencia de esos dictadores en el poder.

Sin embargo, los tiempos cambian. Surge una nueva generación, urbana y educada, relacionada con el mundo a través de Internet y expuesta a las emisiones por satélite sin censura. Esta generación modeló las herramientas para la revolución. No a Israel y la ocupación, sí a la democracia y la justicia social, estos son los temas centrales de estos días. El mundo árabe odia a Israel, no sólo porque oprime al pueblo palestino, sino también por su colaboración con los regímenes árabes ignorantes de las tribulaciones de sus ciudadanos.

Efectivamente, los tiempos han cambiado. En 1956, como se recordará, Israel intentó, en coordinación con Francia y Gran Bretaña, derrocar a Gamal Abdel Nasser de Egipto conquistando el Sinaí, pero ante la insistencia de Washington se retiró. En 1982, el primer ministro israelí Menahem Begin invadió el Líbano para imponer a Bashir Gemayel, como presidente, pero Gemayel fue asesinado un mes después y las consecuencias de aquella invasión nos persiguen hasta la actualidad. Desde entonces Israel es más consciente de los límites del poder. Las desventuras de los Estados Unidos en Irak y Afganistán mostraron una vez más la locura de tratar de imponer un cambio de régimen desde el exterior. Netanyahu está cada vez más cercado, y el estrecho corredor conduce a una conclusión: los días de la ocupación están contados.

Esta semana hemos recibido un primer indicio de esto, cuando Bibi envió al ejército para destruir el asentamiento ilegal de Havat Gilad. ¿Se dio cuenta, por fin, de que tendrá que enfrentarse a los colonos y éstos, a su vez, tendrán que tragar el hecho de que su presencia en Cisjordania es temporal? Para los asombrados colegas del Likud, Bibi explicó que las condiciones cambiaron, que la comunidad internacional está perdiendo la paciencia, y que él «no está preparado para dar cabezazos contra la pared».

¿Quién si no Bibi entiende el dolor del impacto de una cabeza terca contra la pared? Si no se da prisa y hace algo, perderá también a Mahmud Abbas y no estará lejos el día en que los palestinos renueven su lucha por la libertad y la justicia social, haciendo que Israel se vea como Sudáfrica en el ocaso del apartheid.

El nuevo Egipto, después del 25 de enero, está tratando de deshacerse del antiguo régimen. Israel está considerado parte de ese régimen. Los procesos de democratización y modernización no pueden ser detenidos por misiles Arrow o por aviones de combate. No existe el arma que pueda detener la unión de los pueblos árabes con los demás pueblos del mundo. Años de aislamiento e introversión han despojado al mundo árabe de los derechos humanos básicos dejándolos sin empleo, sin perspectivas y sin dignidad. Esos años están llegando a su fin.

Durante mucho tiempo Israel ha intentado mantener el viejo orden, apelando a su propia seguridad, presentándose como defensor de la democracia y la civilización. Esa pretensión ha fracasado. La realidad demostró lo contrario. La democracia es el oxígeno de las masas árabes. Para conseguirla salen a las calles y arriesgan sus vidas. El resultado es que se revirtió la situación. ¿Está dispuesto Israel a renunciar a la vergonzosa y anacrónica ocupación? ¿Está preparado Israel para la democracia?

Fuente: http://www.challenge-mag.com/en/article__283