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Exyihadista en el poder: Siria un año después entre fachada y violencia

Fuentes: Rebelión[Foto: Trump recibe a Ahmed al-Sharaa en la Casa Blanca (Het Witte Huis, Wikimedia Commons)]

Traducido del neerlandés por el autor

Un año después de la caída de Asad, Siria vuelve a ser «aceptable», aunque está dirigida por un exyihadista. Esta fachada de normalidad oculta un país profundamente fragmentado, lleno de violencia que se propaga y de viejos reflejos.

Caída de una dinastía

El 8 de diciembre de 2024 el régimen de Asad cayó tras una ofensiva de once días liderada por Hay’at Tahrir al-Sham (HTS), una organización que había estado afiliada de Al-Qaeda en Siria. Este avance llegó en ese momento de manera inesperada, pero en realidad no surgió de la nada,fue el punto final de un punto de inflexión militar que desde hacía tiempo venía madurando en detrimento del régimen.

Lo que en 2011 comenzó como protestas pacíficas en el marco de la Primavera Árabe descarriló debido a una represión implacable y pronto se convirtió en un conflicto armado. Trece años después el gobierno de Asad estaba agotado y debilitado, mientras que la oposición, con apoyo extranjero, entretanto se había recuperado y desarrollado hasta convertirse en una fuerza de combate mejor organizada.

En ese vacío, una coalición militar, encabezada por el HTS anclado en Idlib, coordinada con grupos apoyados por Turquía y con cobertura de Israel, pudo golpear. El 8 de diciembre de 2024 conquistó ciudades clave, presionó a Damasco e hizo huir a Asad.

El contexto internacional y regional influyó enormemente. La atención de Rusia fue absorbida por la guerra con Ucrania, por lo que redujo su compromiso. Irán, que era un apoyo esencial para Asad, estaba fuertemente debilitado por ataques desde Israel. Esto también afectó a los combatientes de Hezbolá del Líbano.

Los adversarios tradicionales de HTS, como Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, toleraron el derrocamiento porque el retroceso de la influencia iraní pesó más.

Ejecuciones masivas

En Damasco decenas de miles de personas recorrieron hoy las calles por el primer aniversario. Hay alegría, alivio y esperanza. Pero al mismo tiempo se preguntan con un nudo en el estómago: ¿quién tiene ahora las armas y cómo mantenemos este país unido?

Después de diciembre de 2024 los rebeldes asumieron tareas militares y se rebautizaron como «Seguridad General». Cuadros de HTS tomaron Defensa e Interior. Mientras tanto, antiguos miembros del ejército se retiraron y formaron milicias locales de defensa, sobre todo en zonas alauitas y cristianas.


Mapa etno-religioso de Siria.
Mapa: Tanvir Anjum Adib, Wikimedia Commons / CC BY-SA 4.0

Seguridad General golpeó con dureza a quienes querían reagruparse. En redadas como la del 23 de enero en Fahel y Mreimin los residentes fueron golpeados y torturados, varias casas saqueadas y civiles asesinados. Durante las llamadas «campañas de limpieza» se escuchó un lenguaje de odio contra los alauitas, el grupo minoritario en el que se apoyaba principalmente el presidente Asad.

En marzo grupos de combatientes irrumpieron en aldeas en Latakia, tras lo cual encarcelaron, torturaron y ejecutaron a hombres y niños. La mayoría de los muertos eran civiles. Entre marzo y mayo 40.000 personas huyeron al Líbano. La violencia también afectó a Damasco, Alepo, Homs, Deir ez-Zor y el valle del Éufrates.

En julio la violencia se extendió a Sweida. Fuerzas gubernamentales y elementos tribales vinculados mataron a civiles drusos. Sweida quedó después «efectivamente aislada» del resto del país y creció el apoyo al líder druso de línea dura Hikmat al-Hijri, que exige más autonomía. Bahaa (33), exempleado gubernamental, primero sintió esperanza, pero ahora lleva un fusil y se niega a marcharse.

En Homs el peligro sigue siendo tangible. A finales de octubre la maestra alauita de 32 años Riham Hamouyeh fue asesinada cuando atacantes arrojaron una granada en su casa, ante los ojos de sus dos hijos pequeños. Su esposo había sido arrestado dos meses antes; la familia llevaba tiempo siendo intimidada.

«Ninguno de nosotros se siente cómodo; todos estamos agotados. Mi esposa se ha derrumbado, ya no abre la puerta», dijo su suegro, Mohammed Issa Hameidoosh (63). El asesinato encaja en una serie de ataques selectivos que en la ciudad multirreligiosa ocurren casi a diario, a pesar de una amnistía general por parte de las nuevas autoridades para quienes no sean acusados de delitos directos.

La inseguridad es más amplia que la violencia religioso-étnica: también aumentan los atracos y los asesinatos por venganza. Según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (SOHR), el número de muertos desde la toma de poder por el nuevo gobierno se dirige hacia los 11.000, y eso mientras Ahmed al-Shara’a aún no lleva un año en el poder.

Como ya muchas veces desde 2011 probablemente sea una subestimación: el registro es incompleto y circulan afirmaciones de que la cifra real es de tres a cuatro veces mayor, aunque por ahora falta una prueba concluyente de ello.

Guerra civil que se propaga

Esas cifras muestran sobre todo cuán engañosa es la imagen de que la guerra habría terminado. Siria sigue viviendo en la lógica de una guerra civil que se propaga.

El gobierno creó un consejo para la «paz civil» y un órgano para la justicia transicional, destinados a abordar disputas de propiedad, crímenes de guerra y cohesión social. Pero activistas dicen que falta una estrategia nacional integral y que las instituciones están infrafinanciadas.

Las víctimas del régimen anterior a menudo saben quién las aterrorizó, pero chocan contra un muro. «Sabemos quién cometió las crueldades contra nosotros, todavía están presentes en nuestras casas», dice Ali, un trabajador de medios digitales. «Pero para presentar una denuncia necesitas pruebas. ¿Y quién las tiene?»

En ese vacío entre saber y probar crece la desconfianza. Y la desconfianza, en un país lleno de armas, es combustible. Sin plan ni medios, se cierra la ventana hacia la justicia. «Estamos un año en la liberación: si siguen habiendo asesinatos cada día, ¿a dónde nos lleva eso?», pregunta el activista Alaa Ibrahim en Homs.

Sin una justicia transicional rápida y creíble, y sin un espacio político real, la sociedad permanece en un estado de nerviosismo permanente. El viejo miedo no ha desaparecido. Solo ha recibido nuevos nombres, nuevos uniformes y nuevas alianzas.

Seudodemocracia

A pesar de los intentos del excomandante yihadista de pulir su imagen, de democracia en Siria hay poco que hablar. La nueva constitución otorga al presidente poderes muy amplios y el sistema electoral tampoco apunta a una verdadera soberanía popular.

En las elecciones parlamentarias del 5 de octubre no hubo votación popular directa: unos comités conformaron los «distritos electorales» y, en la práctica, nombraron a dos tercios del parlamento, mientras que el presidente llena por sí mismo los escaños restantes. Eso produce una Asamblea del Pueblo que ha sido más bien compuesta por los gobernantes que elegida por los votantes.

Además, regiones enteras quedaron fuera del proceso: no hubo distritos electorales en las provincias dominadas por los kurdos de Raqqah y al-Hasakah, ni en la región mayoritariamente drusa de Suwayda. Las minorías quedan así notablemente subrepresentadas, y pese a cientos de candidatas mujeres, solo seis mujeres resultaron elegidas.

El resultado es un parlamento que consiste sobre todo en hombres árabes sunníes, probablemente más bien conservadores, en un país donde las minorías y la población urbana laica juntos constituyen una gran parte de la población.

Encima de ese sesgo institucional está una «Oficina de asuntos políticos» que se ha apoderado de edificios del antiguo partido de Asad. Los críticos ven en ello un nuevo servicio de seguridad política. Así, un jurista que organiza talleres sobre cohesión social testimonia que funcionarios primero querían aprobar el contenido del curso antes de que se concedieran permisos.

También Radwan Ziadeh, un escritor que está cerca de Sharaa, advierte que las instituciones cada vez más adquieren rasgos de un modelo autoritario: sin partidos, sin reuniones sin permiso.

El conjunto le recuerda inquietantemente a Juan Cole a Irak en 2005, donde un parlamento con una fuerte subrepresentación de grandes grupos de población socavó la legitimidad del nuevo orden y empujó también hacia una escalada sectaria.

Siria es posiblemente aún más vulnerable que Irak: el país no tiene un verdadero ejército nacional funcional e intenta forjar diversos grupos armados en una sola fuerza. Si la violencia a gran escala vuelve a estallar, la pregunta es quién todavía podrá contenerla.

Fragmentado

La pregunta es además si todavía se puede hablar de un «país». Siria está hoy tan fragmentada porque el Estado, tras años de guerra, ya no puede imponer en todas partes el monopolio de la violencia y la administración cotidiana. En los vacíos que surgieron por ello, bloques de poder locales (milicias, clanes, movimientos políticos) han construido sus propios «minigobiernos», casi siempre con apoyo o protección desde el exterior.

De este modo ha surgido un mosaico de esferas de influencia que puede desplazarse en cuanto se combate en algún lugar o un patrocinador cambia de rumbo.

El gobierno (autoridad de transición) en Damasco controla ciertamente muchas zonas urbanas y occidentales, pero su control sigue siendo desigual: la seguridad, los impuestos y los servicios son determinados en muchos lugares también por grupos armados locales y una economía de guerra.

La SDF (Fuerzas Democráticas Sirias) dirigida por los kurdos administra de hecho el noreste de manera autónoma, mientras que en el sur alrededor de Sweida redes drusas y milicias locales a menudo siguen su propia línea. En el noroeste resiste un enclave de la oposición y a lo largo de la frontera norte hay una esfera de influencia turca con grupos sirios proturcos.

EE. UU. sigue presente militar y oficialmente sobre todo para la lucha contra ISIS, que ya no tiene un gran «califato» pero todavía puede golpear como una red de células en zonas poco pobladas y mal controladas.

A todo eso se suma el factor israelí: desde el cambio de poder tras el 8 de diciembre de 2024 y las escaladas posteriores, Israel ha ampliado considerablemente su posición en el suroeste de Siria y ha presionado para una zona meridional desmilitarizada. Las tropas israelíes se han acercado hasta 20 kilómetros de Damasco.

Nueva fase

A un ritmo récord, el exterrorista yihadista Ahmed Al-Sharaa ha sido reciclado como un político respetable. Apenas tres días antes de que fuera recibido con todos los honores en la Casa Blanca a principios de noviembre, todavía figuraba en una lista estadounidense de terroristas.

Tras su encuentro con el jefe de Estado sirio, Donald Trump dijo en una rueda de prensa: «Me cae bien. (…) Tiene un pasado violento y, honestamente, creo que sin un pasado violento no tienes ninguna oportunidad.»

Al parecer hay terroristas buenos y malos, o mejor útiles e inútiles. En cualquier caso, Al-Sharaa se ha convertido en una de las piezas más importantes de Trump para su estrategia regional. La rehabilitación internacional de este excombatiente yihadista funciona como una fachada para la situación en el propio país.

Quien presenta a Siria como «estabilizada» ignora que el conflicto no ha terminado, sino que se ha desplazado a una nueva fase. Esto, por cierto, está confirmado por el número de retornados. Tras un año, solo han regresado unos 1,2 millones de sirios, de entre 6 a 7 millones de personas que huyeron del país desde 2011.

La diplomacia internacional podrá celebrar una normalización superficial con los nuevos dirigentes en Damasco, pero la profunda fragmentación y la violencia interna que se propaga revelan que la guerra civil solo ha entrado en una nueva fase precaria. Sin un respeto fundamental por las minorías y una reforma política ampliamente respaldada, la incertidumbre fundamental seguirá determinando el futuro del pueblo sirio.

Fuente: https://www.dewereldmorgen.be/artikel/2025/12/08/ex-jihadist-aan-de-macht-syrie-een-jaar-later-tussen-facade-en-geweld

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.