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¿Fábricas de futbolistas o centros educativos?

Fuentes: Progreso Semanal

¿Qué les parece este comienzo de artículo? Esta semana quiero escribir acerca de algo que no conozco: el fútbol universitario. En serio, no sé cuáles equipos son miembros de cuál división, cuáles son los mejores o cuáles van a las finales. Y no podría importarme menos. Pero hay algo que sí sé: se le da […]

¿Qué les parece este comienzo de artículo? Esta semana quiero escribir acerca de algo que no conozco: el fútbol universitario.

En serio, no sé cuáles equipos son miembros de cuál división, cuáles son los mejores o cuáles van a las finales. Y no podría importarme menos. Pero hay algo que sí sé: se le da demasiada importancia al fútbol universitario y la prominencia de esta actividad en la mayoría de las universidades es desproporcionada respecto a lo que estas deberían ser. Limítense a observar el caso de la universidad estatal de Ohio.

Los fanáticos de los Buckeyes estaban totalmente fuera de sí esta semana con la contratación del nuevo entrenador Urban Meyer. Y, sin dudas, Meyer exuda un aura de vencedor. Antes de llegar a e esta universidad, condujo a los Caimanes de la Florida a un record de 65-15 en seis temporadas, con dos títulos nacionales. Su récord total en 10 temporadas con la Florida, Bowling Green y la universidad de Utah es de 104-23.

La universidad de Ohio estaba tan ansiosa por conquistar a Meyer que tiraron la casa por la ventana, al hacerle una propuesta de 26 millones por seis años. Anualmente recibirá, por encima de su salario de 4 millones, 700 000 en bonos, un estipendio para usos de automóvil, 50 horas de jet privado, la membrecía en un exclusivo club de golf, y 12 entradas para cada juego en casa. En comparación, el presidente de la universidad gana una «despreciable» cifra de 1.32 millones. ¿No les parece que algo anda mal en esta película?

Por supuesto, la de Ohio no es la única universidad que se las gasta en grande en el fútbol ni es el caso más escandaloso. USA Today reporta que 64 entrenadores de fútbol universitario ganan al menos un millón. Nick Saban (Alabama), Bob Stoops (Oklahoma) y Les Miles (Lousiana) ganan cada uno más de cuatro millones. Y el coach de los Cuernilargos de Texas, Mack Brown, se lleva el trofeo con más de 5 millones de dólares.

Perdónenme, pero ningún entrenador de fútbol, por exitoso que sea, vale tanto. El presidente Gee, que gana menos de un tercio de lo que su nuevo coach se echa en el bolsillo, defendió el contrato de Meyer con la universidad que preside como «un signo de nuestra dignidad y nobleza». Buen intento. Si me preguntan, es un signo de estupidez y prioridades fuera de lugar.

Este no es precisamente un buen año para glorificar el deporte universitario. Los norteamericanos estábamos aún anonadados con los repugnantes detalles de la conducta de Jerry Sandusky en la universidad de Pennsylvania, y el subsiguiente encubrimiento por parte de funcionarios del departamento atlético, cuando un escándalo y encubrimiento similares salieron a la luz en la universidad de Syracuse. La de Miami quedó convulsionada por reportes de la actitud de Nevin Shapiro, un acaudalado seguidor que premiaba a jugadores con espléndidos regalos que incluyen desde pagos en efectivo hasta entretenimientos, joyas y prostitutas. Y la posición que ahora ocupa Meyer con los Buckeyes sólo estuvo disponible luego de que Jim Tressel renunciara debido a un caso de jugadores cambiando suvenires deportivos por dinero o tatuajes.

A la luz de esos escándalos, la columnista deportiva Christine Brennan ha considerado este como un «momento crucial» para el fútbol universitario. Y tiene razón. En vez de seguir bombeando dinero a los deportes, es un momento para que los funcionarios universitarios se detengan a reflexionar profundamente acerca del verdadero propósito de sus instituciones – y de qué papel deben jugar en ellas los deportes, si es que han de jugar alguno.

Cierto, el fútbol y el baloncesto generan toneladas de ingresos para las universidades, en especial a través de los contratos televisivos, pero ¿con qué fin? ¿Para ayudar a las universidades, que existen primeramente como centro de conocimiento, a formar mejores investigadores y científicos cuyo trabajo, algún día pudiera cambiar el mundo? ¿O para confirmar la reputación de la universidad como un gran centro de entretenimiento deportivo?

Desafortunadamente, a mi juicio, conocemos ya la respuesta. Justamente esta semana, la Cámara de Representantes votó para eliminar el cupo de visas para trabajadores altamente calificados de la India, China y otros países. Era necesario actuar así, explicó el autor Steve Cohen (D-Tenn.), a fin de que «los empleadores en Estados Unidos puedan atraer y retener ciertos trabajadores esenciales que necesitan para contribuir a que el país se mantenga competitivo».

Sí, hemos flexibilizado nuestras leyes de inmigración para permitir que las compañías importen más ingenieros y científicos del extranjero. ¿Por qué? Pues porque no estamos produciendo suficientes de estos profesionales en nuestras propias universidades. En su lugar, estamos fabricando futbolistas y entrenadores mimados.

Finalmente, en caso de que se estén haciendo la pregunta: según el Buró de Estadísticas Laborales de los Estados Unidos, el salario promedio de un profesor universitario a tiempo completo es de 79, 439 dólares. ¿Es preciso decir algo más acerca de tener las prioridades al revés?

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