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País Vasco

Frente al inmovilismo de los invasores, la esperanza está en las calles

Fuentes: Rebelión

Hablar o escribir sobre Euskal Herria, la nación de todas y todos los vascos, es sumergirse en una vorágine de acontecimientos que llegan al corazón y también a las entrañas. La alegría contagiosa de ese pueblo, que por estos días del verano europeo se halla celebrando todo tipo de fiestas, algunas de ellas francamente multitudinarias, […]

Hablar o escribir sobre Euskal Herria, la nación de todas y todos los vascos, es sumergirse en una vorágine de acontecimientos que llegan al corazón y también a las entrañas. La alegría contagiosa de ese pueblo, que por estos días del verano europeo se halla celebrando todo tipo de fiestas, algunas de ellas francamente multitudinarias, se mezcla con el sinsabor de comprobar que aún falta mucho recorrido que hacer para llegar a las soñadas metas de ser definitivamente libres del yugo español y francés.

En un marco muy especial de una transición compleja, el independentismo busca la luz al final del túnel. Hay optimistas y desilusionados sobre el viaje emprendido desde una durísima lucha político-militar a otra cuyos perfiles no son fáciles de traducir, ya que por un lado se centra en combinar la organización popular, la gestión institucional y la desobediencia pacífica, y por el otro se enfrenta a una realidad que no deja de agudizar la represión. Es evidente también que hay mucha tela para cortar sobre lo hecho y lo que aún falta por conseguir.

La primera comprobación es que está ya muy claro que los Estados español y francés no van a mover un dedo para solucionar el prolongado conflicto que los tiene como unos de los protagonistas del conflicto. Se muestran renuentes a las continuas invitaciones del independentismo político vasco y también a las que le ha hecho la organización armada ETA para crear un escenario donde se planteen los problemas vitales que afectan al pueblo vasco. Tanto Rajoy como Hollande hacen todo lo posible por bloquear el proceso y continuar con la «solución policial», las detenciones, los golpes, las torturas, a todo aquel que les plante cara.

«En estos últimos seis meses, la situación de los presos y presas vascas se ha agravado hasta límites insoportables», cuenta un integrante de una de las instancias orgánicas de defensa de los prisioneros políticos. La lógica de los gobiernos que ocupan Euskal Herria no ha cambiado, utiliza a los presos y presas como rehenes y desde esa posición chantajea, trata de humillar, machaca los cuerpos de los detenidos, cierra puertas a cualquier posibilidad de salida dialogada. Revienta, o por lo menos lo intenta, el proceso abierto unilateralmente por la izquierda abertzale.

Allí está como uno de los tantos ejemplos, el «asesinato legal», en abril pasado, del prisionero Xabier López Peña (Thierry), quien según sus familiares fue tratado por carceleros, médicos y jueces del Estado francés, «peor que un perro salvaje», dejándolo morir sin prestarle tratamiento a una importante dolencia cardiovascular, y coronando de esta manera algo que el mismo detenido había denunciado tiempo atrás: «no tengo dudas que me van a matar».

Allí también el caso de los presos y presas gravemente enfermas, que como ocurre con Gotzone López Luzuriaga, se le niega la libertad para que puedan ser convenientemente tratados. O el del recientemente liberado Iosu Uribetxeberria, quien padece una dolencia terminal, y que ahora quieren volver a meter en la cárcel simplemente porque aún no se ha muerto.

Los presos y presas vascas son ahora -lo han sido siempre- el lado más sensible de la sociedad, de allí que la gran mayoría de los independentistas exijan que, como ocurriera en el caso irlandés, su libertad sea un tema prioritario, más allá de las triquiñuelas burócráticas o constitucionales de los Estados que los mantienen detenidos. Es por eso que la consigna «Euskal Presoak, Euskal Herrira» (Presos y presas vascas a casa!) se mezcla continuamente con la de «Amnistía», más allá de que ésta reivindicación pueda ser concretada o no a corto plazo. «Para sacarlos a la calle, tenemos que ser cientos de miles movilizándonos, y para ello hay que ampliar el consenso y las alianzas», dice un dirigente de Sortu, el partido político de la izquierda abertzale. Por lo pronto, en lo que resta del año, las campañas solidarias se incrementarán, exigiendo el urgente acercamiento de presos y presas al País Vasco como paso previo a la libertad tan anhelada. También se ampliarán las estrategias de respuesta en las calles para evitar que se detenga a casi dos centenares de jóvenes vascos que se hallan en una lista de «condenados», que ya han pasado por las cárceles y sufrido torturas, que fueron liberados pagando fianzas altísimas y que ahora la mano vengativa del gobierno Rajoy quiere hundir en las prisiones. «Reforzaremos los muros populares (Aske Gunea, en lengua vasca) en cada pueblo a los que las fuerzas policiales se presenten para llevarse a nuestros hijos», afirma la madre de uno de los tantos jóvenes sobre los que pende la amenaza. «Ninguno de nuestros familiares, los que están presos desde hace años o los que se aprestan a detener, son terroristas, sino luchadores por la libertad y la independencia de Euskal Herrira», apunta otra, con varios hijos condenados a decenas de años. Y agrega: «Es muy simple lo que pasa aqui. Estamos luchando por ser, no queremos más que eso. Si somos perros, por más que nos digan que siendo elefantes tendremos más beneficios, nosotros elegimos seguir siendo perros. ¿Es tan difícil de entender?».

En otro plano similar, en lo que hace a lo represivo, en octubre comenzará el mega-juicio a varios conocidos dirigentes independentistas que también ya pasaron varios años en el calabozo. Ahora volverán a ser juzgados acusados de ser los responsables de las Herriko Tabernas, sitios gastronómicos por excelencia de este pueblo, que según los dinosaurios del Estado español, son «antros de reclutamiento de ETA». Por medio de un nuevo disparate judicial-policial-mediático, se tratará de encarcelar precisamente a quienes impulsan la «vía política de resolución del conflicto». Parece un contrasentido, pero no es otra cosa que la esencia de vida del imperialismo español: aniquilar cualquier tipo de disidencia que ponga en peligro su historia de latrocinio.

Todos estos episodios, son demostrativos de que, a pesar del aluvión de votos recibidos y de cierta legalidad inestable obtenida en los dos últimos años, la paz no está a la vuelta de la esquina y esto genera lógicas tensiones en la masa de la izquierda abertzale. Algunos opinan que «no es poco» lo conseguido en el último tiempo, más aún si se tiene en cuenta la situación que se vivía anteriormente, de acoso represivo más total ilegalidad. Otros, en cambio, sostienen que el tiempo juega en contra y que se hace imprescindible readaptar la estrategia original, «frente al inmovilismo del enemigo», poniendo el acento en radicalizar la campaña por los presos, pero también enfrentar con todo al sistema capitalista. Las contradicciones, lógicas en todo cuerpo que esté vivo y activando, son abordadas también por un reconocido intelectual vasco, cuando trata de dar pistas sobre el actual momento: «Se ha pasado de una cultura de la épica a otra que apuesta, entre otros temas, a la gestión administrativa, y eso cuando ocurre suele desmoralizar y hasta desmovilizar temporalmente».

Sin embargo, por más trampas que intentan los gobiernos involucrados en el conflicto y sus cómplices del terrorismo mediático, la unidad de la izquierda abertzale sigue intacta. «Estar juntos aunque tengamos opiniones diferentes sobre tal o cual táctica a seguir, es nuestra arma más mortífera, incluso mucho más que las metralletas de antaño», opina un veterano dirigente independentista. Otro de sus colegas, influenciado por el bolivarianismo apela a la conocida frase del maestro de Bolívar, Simón Rodríguez: «O inventamos, o erramos».

Navarros y «pescadores»

Por otra parte, en el marco de las acciones motivantes e imaginativas a las que apelan para demostrarle a los Estados, pero también al mundo, de que son muchos los que no se avienen a ser ni españoles ni franceses y sí simplemente vascos, levantó mucho los ánimos (o sirvió contundentemente para recuperar la autoestima) el episodio recientemente ocurrido durante la inauguración de las populares fiestas navarras de San Fermín. Pocos minutos antes del célebre «chupinazo» (lanzamiento en Pamplona-Iruñea del cohete que inaugura varios días de fiesta) un grupo de jóvenes abertzales disfrazados con largas barbas y portando cañas de pescar, desplegaron frente a los ojos de lo más granado del ultraderechismo español que gobierna el territorio navarro, una gigantesca ikurriña, la bandera de los vascos y vascas, que como en tiempos del dictador Franco hoy está prohibida por el gobierno local de Unión del Pueblo Navarro (UPN), que dirige una alcaldesa que no hubiera pasado desapercibida en la Italia fascista de Mussolini, Yolanda Barcina. Los «pescadores barbudos», como se los conoce desde ese día, desplegaron una creatividad a prueba de balas y con la caña de pescar lanzaron las cuerdas que amarraron y permitieron que la ikurriña fuera vista por decenas de miles de personas que estaban en la plaza mayor de Iruñea y también por millones de espectadores que seguían los acontecimientos por TV. La cara de las autoridades y políticos presentes (de todos ellos, desde los derechistas de UPN, hasta los social.derechistas del PSOE, y otros pertenecientes a la burguesía vasca) son un tema aparte. Abajo, en la plaza, los gritos no dejaban dudas de como se sentían los navarros, cuando anunciaban: «Ikurriña bai, Española ez» (Si a la ikurriña, no a la bandera española!).

Lo que vendrá

Mirando persistentemente hacia Irlanda, por las similitudes de los procesos, pero también muy pegados a todo lo que ocurre en Venezuela, Bolivia, Ecuador o Nicaragua, con cuyos pueblos y gobiernos se sienten identificados (amén de desearle mucha suerte a la guerrilla de las FARC que discute con el Gobierno), los vascos y vascas no bajan la guardia, saben que más allá de las advertencias verbales que pudieran hacerle a los gobiernos que los sojuzgan, lo más importante consiste en no dejar la calle, en combatir la ideología del desánimo o del acomodamiento a los vicios que conviven con la institucionalidad. El enemigo que tanto los ha tratado de destruir sigue en pie (más tambaleante que otras veces por la crisis que no resuelve, pero igual de sanguinario a la hora de atacar los sueños independentistas de catalanes y vascos) y no va a soltar la presa si no se lo enfrenta cotidianamente. Hablar de reconciliarse con quien tensa la cuerda de la horca, parece no tener sentido en las actuales circunstancias, tampoco renunciar a la ideología de izquierda que aspira a sumar independencia más socialismo. El devenir, a pesar de los pesares, es esperanzador, no porque sobren las facilidades, sino porque, al igual que los «pescadores» navarros de la ikurriña, siempre habrá quienes estén dispuestos a mostrarle los dientes a aquellos que siguen apostando a la destrucción de la sociedad vasca.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.