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Fukushima ya es Chernóbil

Fuentes: Eurasian Hub/GReHA

Los periódicos anuncian en portada una noticia que nadie quería leer: la catástrofe de Fukushima ya es, a día de hoy, casi en el día exacto de la conmemoración de su vigésimo quinto aniversario, equiparable a la de Chernóbil. Japón, el país que fue bombardeado por dos veces con artefactos atómicos a mediados del siglo […]

Los periódicos anuncian en portada una noticia que nadie quería leer: la catástrofe de Fukushima ya es, a día de hoy, casi en el día exacto de la conmemoración de su vigésimo quinto aniversario, equiparable a la de Chernóbil. Japón, el país que fue bombardeado por dos veces con artefactos atómicos a mediados del siglo XX, se enfrenta nuevamente a un desastre nuclear que le sitúa como el país del mundo que alberga el peor desastre nuclear de nuestra historia.

Los últimos acontecimientos han hecho reabrir un debate que permanecía en un letargo como es el de la viabilidad, necesidad y seguridad de la energía nuclear. Sin embargo, la circunstancia nos abre a otra consideración al margen del debate de la energía atómica que tantas páginas está ocupando. Se trata de una reflexión de tipo social en torno al carácter japonés. Un carácter que ha hecho que tras un terremoto terrorífico de grado 9 en la escala de Richter, tras la gran ola que ha engullido literalmente el nordeste de Japón y tras el accidente nuclear que mantiene en vilo al mundo entero con nuevas cada vez más catastróficas, en medio de todo esta coyuntura, increíblemente, la ciudadanía se mantiene en calma. La vida no se ha detenido, el orden reina y la histeria y, en apariencia, el pavor parece que no tienen cabida en el espíritu japonés. En los primeros días transcurridos desde el fatídico 11 de marzo, tal actitud no pudo sino despertar la mayor de las admiraciones. Dicha entereza y capacidad de superación de las adversidades dejaba atónitos a unos observadores extranjeros que se estremecían tan sólo de imaginarse estar en su piel. Pero a estas alturas, el hecho de que el pueblo japonés no se exalte, no alce la voz y no se lance a la calle contra un gobierno que no está siendo capaz de dar una solución al asunto de Fukushima, es una actitud que genera desconcierto y, por qué no decirlo, desconfianza.

Esta pasividad nipona es un reflejo de un sistema político enquistado que si bien democrático, ha estado dominado casi ininterrumpidamente, durante más de cincuenta años, por un solo partido: el Liberal Democrático. Tan sólo desde hace unos años, el partido Democrático Japonés está al frente del país sin que eso haya supuesto un golpe de timón significativo. Naoto Kan, el primer ministro actual, y su partido siguen las pautas conservadoras, utilizando palabras huecas que sirven para dar la información sobre el desastre nuclear a cuenta gotas, limitándose a informar que la solución a la fuga radioactiva llevará meses. Se habla de unos meses como si se tratara de dos días, mientras se pasa de puntillas sobre los efectos que dicha fuga ya tiene y tendrá durante muchos, muchos años. Este exceso de serenidad y normalidad del gobierno se suma a una ciudadanía japonesa generalmente poco interesada en política creando un clima de extraña calma que tanto desconcierta.

Al respecto del carácter japonés, recordemos que en los tiempos del «Japón negativo», durante la Segunda Guerra Mundial e incluso antes, el ciudadano nipón era presentado como una pieza en el engranaje, un obediente robot, incluso fanatizado, como modelo de ciudadanía opuesto al occidental. Por contra, en tiempos del «Japón positivo», es decir, ya como leal aliado de la superpotencia estadounidense durante la Guerra Fría, el país pasó a ser modelo de ciudadanía, de orden y de disciplina igualmente opuesto, en cierta medida, al modelo occidental. Ahora, en época de crisis y predominio de las pautas laborales norteamericanas, que exaltan las inquietudes y ambiciones de los trabajadores, acabando con el trabajo de por vida, el «modelo japonés» de empresa como gran familia y trabajador fiel ya no es bien visto. Su contradicción con la coyuntura actual del «tijeretazo» y el «recorte» abre otro frente de cuestionamiento.

Por lo tanto, Japón está sufriendo una importante crisis de imagen, que pone en duda la capacidad de supervivencia de los pequeños países orgullosamente aislados en este mundo globalizado que creíamos inmune a las fuerzas de la naturaleza. Cabe preguntarse si Japón, al igual que aquella URSS de Chernóbil, está sufriendo un proceso de decadencia irreversible. Una coyuntura de crisis económica arrastrada desde hace dos décadas, un sistema político arraigado en el conservadurismo y un exceso de disciplina social sobre los que Fukushima parece actuar como la gota que desborda el vaso.

La crisis japonesa alienta asimismo otra reflexión acerca del tratamiento condescendiente que los medios de comunicación occidentales mantienen con Japón. Un desastre como el que se está viviendo en Fukushima acaecido en Rusia o China, hubiera sido presentado como una hecatombe, como un exceso de pretensión y como prueba irrefutable de la decadencia tecnológica de esos países, de la misma forma que en su día fue mostrada la catástrofe de Chernóbil que, por cierto, ayudó a poner en marcha la Perestroika y el final del sistema soviético.

 

Fuente: http://www.eurasianhub.org/index.php/inicio/publicaciones/54-los-analisis-de-eurasian-hub-5