El actual conflicto entre Israel y Hizbolá, unido a la guerra que se libra ostensiblemente contra Hamás en Gaza, presenta un complejo campo de batalla en el que las victorias tácticas ocultan vulnerabilidades estratégicas cada vez mayores. Aunque Israel ha logrado éxitos militares clave, como el asesinato de destacados dirigentes de Hizbolá y Hamás y la destrucción de infraestructuras críticas, estos logros no se han traducido en seguridad a largo plazo. Por el contrario, Israel parece estar cayendo en un «agujero negro de seguridad», en el que su dominio militar se ve socavado por la inestabilidad interna, las tensiones económicas y la erosión social.
La estrategia actual de Israel se basa en gran medida en la fuerza militar, con un enfoque específico en infligir bajas civiles masivas en un intento de fracturar el apoyo popular a Hizbolá y Hamás en el Líbano y Gaza, respectivamente. En el sur del Líbano, los ataques aéreos más extensos de Israel en décadas han causado una destrucción significativa tanto de la infraestructura militar de Hizbolá como de las zonas civiles. Este enfoque está diseñado para erosionar la base de apoyo de Hizbolá poniendo a la opinión pública libanesa en contra del grupo. Sin embargo, esta estrategia parece estar teniendo el efecto contrario. En lugar de debilitar la posición de Hizbolá, los ataques han provocado una condena generalizada de Israel, y muchos libaneses -independientemente de su postura respecto a Hizbolá- se han manifestado en contra de la agresión israelí.
La guerra del Líbano de 2006, en la que también se produjeron intensos bombardeos israelíes, no logró desmantelar a Hizbolá. Al contrario, el movimiento salió fortalecido políticamente, mientras Israel se enfrentaba a las críticas internacionales por sus ataques indiscriminados contra civiles. Hoy, lo que está en juego es aún más importante, ya que la frágil situación política y económica del Líbano lo hace más vulnerable a los choques externos. Los ataques aéreos de Israel, en lugar de crear disensión en el Líbano, han unificado a la población libanesa contra un enemigo común.
El predicamento estratégico de Israel se ve agravado por su incapacidad para asegurar victorias decisivas, a pesar de su superior tecnología militar. El concepto de «agujero negro de seguridad» refleja la paradoja de que, aunque Israel puede ganar batallas aéreas, está perdiendo el juego estratégico más amplio. Hizbolá sigue lanzando ataques con cohetes contra ciudades israelíes, que llegan hasta Tel Aviv, a pesar de los esfuerzos israelíes por neutralizar sus capacidades militares. La moderación del movimiento libanés en el uso de su avanzado arsenal de misiles -probablemente influida tanto por presiones internas como externas- ha sorprendido a muchos observadores. Esta moderación puede deberse a la grave situación económica del Líbano, ya que una guerra a gran escala devastaría el país y alejaría a Hizbolá de una población que ya sufre el colapso económico.
Las reticencias de Hizbolá a intensificar el conflicto refleja un complejo conjunto de cálculos. Por un lado, sigue siendo un miembro comprometido del «Eje de la Resistencia» dedicado a oponerse a Israel. El grupo posee la capacidad militar para golpear profundamente en territorio israelí con sus misiles guiados de precisión. Sin embargo, ha optado por un enfoque más comedido, limitando sus ataques al lanzamiento esporádico de cohetes. Esta moderación es probablemente el resultado de un cuidadoso ejercicio de equilibrio. Hizbolá es plenamente consciente de la devastación que una guerra prolongada podría infligir al Líbano, como demostró la guerra de 2006, que, aunque en cierto modo fue una victoria para Hizbolá, provocó daños catastróficos en la infraestructura civil libanesa. Sin embargo, tal planteamiento de contención puede no durar mucho si Israel continúa con su estrategia de matanzas masivas.
La sociedad libanesa, ya de por sí tensa por años de inestabilidad política y colapso económico, puede no ser capaz de soportar las consecuencias de un conflicto a gran escala con Israel. Es probable que los dirigentes de Hizbolá sean muy conscientes de los límites de sus apoyos internos y estén calibrando sus acciones militares para evitar desencadenar un descontento generalizado. Además, la decisión de Hizbolá de retener su armamento avanzado está probablemente influida por su principal patrocinador, Irán. Teherán, que le proporciona ayuda financiera y militar, también está inmerso en delicadas negociaciones sobre su programa nuclear y objetivos geopolíticos más amplios. Una escalada del conflicto podría complicar los esfuerzos de Irán por equilibrar sus objetivos regionales con su deseo de evitar una confrontación directa con Estados Unidos e Israel.
Los continuos ataques con cohetes de Hizbolá, a pesar de la destrucción causada por los ataques aéreos israelíes en el Líbano, han creado una profunda sensación de inseguridad en la sociedad israelí. El coste psicológico de estos ataques es significativo, ya que perturban la vida cotidiana y socavan la sensación de seguridad que los ciudadanos israelíes esperan de su gobierno y de su ejército. Esta sensación de vulnerabilidad se ve agravada por la polarización política dentro del propio Israel, ya que las facciones del gobierno y de la sociedad discrepan sobre la mejor forma de actuar frente a Hizbolá y Hamás.
Desde el punto de vista económico, el conflicto también está pasando factura. El gasto militar de Israel ha aumentado significativamente, mientras que el impacto económico más amplio de la guerra es cada vez más evidente. Sectores clave de la economía israelí, como el turismo y las industrias de alta tecnología, están sufriendo las consecuencias de la inestabilidad. El coste de mantener un estado constante de preparación militar es inmenso, y cuanto más se prolonga el conflicto, más se constriñen los recursos de Israel. El impacto económico también se deja sentir en el desplazamiento de ciudadanos israelíes de las zonas afectadas por los ataques con cohetes, así como en la perturbación general de la vida cotidiana.
La estrategia de contención de Hizbolá puede formar parte de un cálculo más amplio destinado a agotar a Israel en una guerra de desgaste. Manteniendo vivo el «anillo de fuego» en torno a Israel, el «Eje de la Resistencia» pretende desgastar gradualmente a la sociedad israelí y a sus fuerzas militares. Aunque esta estrategia ha tenido un alto coste para Hizbolá y sus aliados, sobre todo en términos de víctimas civiles en Gaza y el Líbano, está diseñada para conseguir ganancias a largo plazo. El objetivo no es derrotar militarmente a Israel a corto plazo, sino imponer suficiente presión a lo largo del tiempo para que Israel se vea obligado a reconsiderar su postura estratégica.
A pesar de los éxitos tácticos de Israel, el panorama estratégico a largo plazo sigue siendo sombrío. Los asesinatos de comandantes clave de Hizbolá y la destrucción de su infraestructura militar son logros significativos, pero no han llevado al colapso del movimiento. Por el contrario, sigue operando y su resistencia se ha convertido en una fuente de frustración para Israel. Lo mismo puede decirse de Hamás en Gaza. La dependencia de Israel de la fuerza militar para lograr sus objetivos ha provocado víctimas civiles masivas, que a su vez han erosionado la credibilidad de Israel en la escena internacional. Organizaciones de derechos humanos y gobiernos extranjeros han condenado las acciones de Israel, aislando aún más al país diplomáticamente.
Aunque pueda lograr victorias tácticas y eliminar a figuras clave de Hizbolá y Hamás, no ha sido capaz de garantizar una paz o estabilidad duraderas. Hizbolá y Hamás siguen operando, y el «Eje de la Resistencia» más amplio permanece intacto. Al no lograr una victoria decisiva, se corre el riesgo de socavar la seguridad de Israel a largo plazo, ya que el constante estado de conflicto desgasta su sociedad y su economía. La percepción de que Israel está atrapado en un «agujero negro de seguridad» podría envalentonar a sus adversarios, que podrían creer que pueden sobrevivir a Israel en una prolongada guerra de desgaste.
En última instancia, Israel se enfrenta a una dura elección: continuar por el camino de la confrontación militar, con todos los costes y riesgos que ello conlleva, o buscar un enfoque diferente para los retos de seguridad. Por ahora, los logros tácticos conseguidos en el campo de batalla quedan eclipsados por las crecientes pérdidas estratégicas que amenazan su futuro.
Hamid Bahrami es un analista independiente de relaciones internacionales e investigador sobre el Cáucaso Meridional y Oriente Medio.
Texto original: Middle East Monitor, traducido del inglés por Sinfo Fernández