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Genocidio en Gaza: los regímenes árabes se convirtieron en el enemigo interno

Fuentes: Voces del mundo [Foto: El presidente egipcio Anwar Sadat (izda.), el primer ministro israelí Menachem Begin (dcha.) y el presidente estadounidense Jimmy Carter (centro) sellan su acuerdo en la Casa Blanca en 1978 (AFP)].

En un discurso televisado el mes pasado el presidente palestino Mahmud Abbas arremetió crudamente contra Hamás llamándoles «hijos de perros» y exigiéndoles que se desarmaran y liberaran a los israelíes cautivos que quedaban. En su discurso pareció olvidar su anterior petición a la «comunidad internacional» de protección frente a la agresión de los ocupantes en mayo de 2023, cuando se dirigió a las Naciones Unidas. «Pueblos del mundo, protegednos», dijo Abbas. «¿Acaso no somos seres humanos? Incluso los animales deben ser protegidos. Si tienes un animal, ¿no lo protegerás?».

El pasado mes de febrero los medios de comunicación israelíes informaron de que Arabia Saudí había presentado un plan para Gaza centrado en desarmar a Hamás y apartar al grupo del poder.

Fuentes árabes y estadounidenses declararon al periódico Israel Hayom que Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos no participarían financiera o prácticamente en la reconstrucción de Gaza a menos que se garantizara que Hamás entregaría las armas y no desempeñaría ningún papel en la gobernanza de la posguerra.

En marzo Middle East Eye informó de que Jordania estaba proponiendo un plan para desarmar a los grupos palestinos de Gaza, así como para exiliar de Gaza a 3.000 miembros de Hamás, incluidos dirigentes militares y civiles.

A mediados de abril, pocos días antes de que Abbas amenazara a Hamás, Egipto presentó ante una delegación de Hamás en El Cairo una «propuesta de alto el fuego» que incluía la exigencia del desarme del grupo.

Patrón de hostilidad

Los llamamientos de Abbas y de destacados regímenes árabes para que Hamás entregue las armas reflejan un patrón más amplio de hostilidad del orden político árabe hacia la resistencia en Gaza. Esto plantea cuestiones cruciales y legítimas sobre la esencia misma de la lucha por la liberación: ¿Tienen los ocupados derecho a resistirse ante su ocupante? ¿Cómo puede una resistencia desarmada hacer frente a una brutal ocupación militar que comete genocidio contra personas indefensas? ¿Qué garantías hay de poner fin a la ocupación y levantar el asedio si el sionismo continúa su agresión sin control, mientras los regímenes árabes y el mundo hacen la vista gorda?

Los llamamientos al desarme de Gaza se considerarían en el discurso occidental como un «apaciguamiento» y una recompensa a la agresión. Tales exigencias evocan una larga y dolorosa historia de regímenes árabes que traicionan a Palestina.

Con los años esta traición se ha transformado en la complicidad de estos regímenes, arraigada no en la incapacidad, sino en el diseño. Para ellos, la resistencia es inútil, derrotar a la ocupación es un mito y la existencia de una Palestina libre y desafiante amenazaría el orden regional que pretenden preservar.

A lo largo de la lucha contra el colonialismo sionista ha habido numerosos momentos críticos en los que los gobiernos árabes han tenido la oportunidad de intervenir de manera significativa, ya sea para desafiar el proyecto sionista o, como mínimo, frenar su avance. En lugar de ello, el orden político árabe ha traicionado repetidamente la causa palestina. Destacan tres hitos clave.

Silencio en Damasco

El primero se remonta a 1948, el año de la Nakba, cuando se estableció el Estado de Israel sobre las ruinas de Palestina.

En los prolegómenos de la Nakba, un venerado combatiente palestino, Abd al-Qadir al-Husseini, fue asesinado mientras dirigía una contraofensiva para retomar la estratégica aldea de al-Qastal, situada al oeste de Jerusalén. Husseini, que había adquirido prominencia durante la rebelión palestina de 1936, viajó a Damasco en marzo de 1948 para pedir armas a la Liga Árabe ante el avance de las milicias sionistas. Entonces llegó la noticia de que Qastal había caído. Husseini suplicó armas a la Liga Árabe, pero se encontró con el silencio.

Antes de regresar a Jerusalén se dirigió a la Liga Árabe diciendo: «Voy a ir a al-Qastal, la asaltaré y la ocuparé, aunque eso me lleve a la muerte. Ahora deseo la muerte antes de ver a los judíos ocupando Palestina. Los hombres de la Liga y los dirigentes están traicionando a Palestina». Más tarde, escribió una carta a la Liga: «Os hago responsables después de que dejarais a mis soldados en el apogeo de sus victorias sin ayuda ni armas».

Tras regresar de Damasco Husseini organizó rápidamente una operación militar para recuperar Qastal, pero murió en combate el 8 de abril de 1948. Posteriormente muchos combatientes abandonaron la aldea, que fue destruida por bandas sionistas. Al día siguiente las milicias sionistas perpetraron una horrible masacre en la cercana aldea de Deir Yassin, mataron y mutilaron a decenas de civiles, y redujeron la aldea a escombros.

Muchos historiadores árabes consideran la batalla de Qastal, que fue el primer pueblo palestino ocupado en 1948, como una de las batallas decisivas de la guerra. Su situación estratégica, encaramada sobre carreteras de acceso críticas a Jerusalén, hizo de su pérdida un momento crucial que facilitó la ocupación sionista de Palestina.

Esto es lo que hace que la traición de los regímenes árabes sea significativa y vergonzosa. El periódico israelí Haaretz describió la batalla como «una lucha a muerte» y una «traición del mundo árabe», que condujo a «las 24 horas más desastrosas de la historia palestina».

La traición de Egipto

La segunda traición devastadora se produjo cuando el Estado árabe más influyente, Egipto, confirió oficialmente legitimidad a la colonización sionista del 80% de Palestina mediante la firma de los Acuerdos de Camp David por parte del expresidente Anwar Sadat.

A cambio de la retirada de Israel de la península del Sinaí, de una soberanía egipcia limitada sobre el territorio y de un «soborno» anual de 1.500 millones de dólares estadounidenses, Egipto abandonó de hecho la causa palestina, al dejar Jerusalén, Cisjordania y Gaza bajo ocupación israelí.

Los Acuerdos de Camp David apartaron a Egipto del conflicto árabe-israelí e hicieron realidad un sueño sionista largamente acariciado. El escritor israelí Uri Avnery describió el acuerdo como uno de los acontecimientos más significativos de la historia de Israel y escribió en 2003 que Sadat «estaba dispuesto a vender a los palestinos con tal de firmar una paz separada con Israel y ganarse el favor (y el dinero) de Estados Unidos».

Esta traición no hizo sino ahondar la sensación de impunidad y arrogancia de la ocupación. El acuerdo no trajo la paz ni evitó las guerras. Por el contrario, marcó el inicio de un prolongado proceso de normalización entre Israel y los dirigentes árabes, que abandonaron los principios revolucionarios y rompieron el antiguo tabú contra la negociación con el sionismo al eligir en su lugar lo que percibían como un enfoque pragmático basado en el realismo y el interés propio.

En Preventing Palestine: A Political History from Camp David to Oslo el erudito judío Seth Anziska sostiene que los acuerdos desempeñaron un papel fundamental en la perpetuación del apatridia palestino y en la creación de desafíos paralizantes a sus aspiraciones de una patria, sentando en última instancia las bases conceptuales para los desastrosos Acuerdos de Oslo.

Varios años después de Camp David Israel lanzó una brutal invasión del Líbano, mató a miles de civiles y destruyó ciudades. Los frutos de la traición deben ser amargos.

Masacre en el Líbano

La invasión, que tuvo lugar en el verano de 1982, fue el tercer hito en la funesta historia de la traición de los regímenes árabes a Palestina. Mientras las fuerzas israelíes asediaban Beirut y bombardeaban implacablemente la ciudad, los gobiernos árabes no respondieron más que con un despliegue de emociones.

Finalmente Estados Unidos y algunos Estados árabes intervinieron para cumplir los objetivos de la invasión: la expulsión de los combatientes de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) del Líbano. El príncipe saudí Bandar bin Sultan contribuyó a persuadir a líder de la OLP, Yasser Arafat, para que abandonara Beirut asegurándole que los palestinos de los campos estarían a salvo.

La «fuerza de protección» occidental dio garantías similares a Arafat, que se tragó el anzuelo y aceptó el plan en agosto de 1982. Lo que siguió a la marcha de los combatientes de la OLP fue la pesadilla que muchos habían temido: las promesas de protección se hicieron añicos y en la mañana del 16 de septiembre de 1982 miembros de una milicia cristiana libanesa conocida como Falange irrumpieron en los campos palestinos de Sabra y Shatila para llevar a cabo una masacre, todo ello bajo la vigilancia de las tropas israelíes.Hasta 3.500 personas fueron masacradas en un periodo de tres días. Se exterminó a familias enteras, se aplastó la cabeza de bebés contra las paredes, se desmembró a las víctimas y se violó a las mujeres antes de matarlas a hachazos.

Pocos días después de la masacre Arabia Saudí recibió a Arafat. Recuerdo haberle visto en la recepción que el rey Fahd ofreció a los dignatarios musulmanes en Mina el 28 de septiembre de 1982, con una medalla que probablemente le había concedido el rey. Sin embargo, lo que permanece grabado en mi memoria es el tono pálido y amarillento de su rostro, como el de un limón exprimido.

El 16 de diciembre de 1982 la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció oficialmente la masacre de Sabra y Shatila como un acto de genocidio. Las estimaciones de la ONU sobre el número de muertos han cifrado la cifra en 3.500, pero es posible que nunca se conozca el número real, ya que muchas víctimas están enterradas en fosas comunes o bajo los escombros.

Cosecha de tiranía

La masacre genocida de Sabra y Shatila podría haberse evitado si Estados árabes influyentes, como Arabia Saudí y Egipto, hubieran adoptado una postura de principios, en lugar de buscar el apaciguamiento y los beneficios políticos a corto plazo.

Hoy, 43 años después de aquel horrible crimen, la historia se repite. Arabia Saudí, Egipto, Jordania, los EAU y la Autoridad Palestina quieren que Gaza se rinda ante la agresión de Israel y que Hamás libere a los cautivos israelíes y se desarme. Hay llamamientos a los dirigentes de Hamás para que sigan los pasos de Arafat y abandonen Gaza, una propuesta que circula ampliamente en las redes sociales desde el 7 de octubre de 2023.

El orden político árabe parece ansioso por la derrota de la resistencia de Gaza y el triunfo de lo que muchos académicos y grupos de derechos humanos, así como millones de personas en todo el mundo consideran una campaña de genocidio. Esta repetición de la historia no pasa desapercibida a los observadores: las mismas fuerzas que presionaron a Arafat para que abandonara Beirut y posteriormente acabaron con la Primavera Árabe, un fenómeno extraordinario que abrió una ventana de esperanza para la liberación de Palestina, piden ahora el desarme de Gaza.

La implicación de algunos regímenes árabes en estos esfuerzos pone de relieve su complicidad permanente en socavar la autodeterminación palestina. Mientras que la población de todo el mundo árabe ha mostrado un apoyo abrumador a Gaza, sus gobiernos no han hecho nada más allá de ofrecer una retórica vacía.

Esta brecha entre la voluntad pública y la inacción de los gobiernos pone de relieve el dominio de la tiranía y la dictadura en toda la región, donde las agendas personales y la supervivencia del régimen tienen prioridad sobre las normas éticas e incluso los imperativos de seguridad nacional, como la causa palestina.

Las vergonzosas posturas de Estados como Egipto, Arabia Saudí y Jordania ante el genocidio de Gaza revelan una cruda realidad: el abandono de Palestina se ha convertido en complicidad absoluta, la culminación de décadas de distanciamiento calculado, maniobras políticas y cambios en las prioridades regionales.

El contragolpe que se avecina

Los acuerdos de normalización entre Israel y algunos Estados árabes no son incidentes aislados, sino que reflejan una pauta más amplia de abandono y complicidad. El relato ampliamente aceptado de que los regímenes árabes no consiguen enfrentarse a Israel debido a la desunión o a la falta de armamento avanzado es simplemente un mito. Implica que en otras circunstancias estos regímenes defenderían la causa palestina. En realidad, su inacción no se debe a su incapacidad, sino a una calculada alineación estratégica con los intereses sionistas, a menudo en contradicción directa con los valores y sentimientos de sus propios ciudadanos.

Un claro ejemplo de esta postura surgió después de que los líderes árabes aprobaran un plan de reconstrucción de Gaza en El Cairo a principios de marzo. Días después MEE informó de que los EAU estaban presionando a la administración Trump para que desechara el plan y presionara a Egipto para que aceptara a los palestinos desplazados por la fuerza.

Durante los meses de derramamiento de sangre en Gaza la mayoría de los gobiernos árabes tardaron en emitir condenas, aunque fueran leves. Aunque su retórica acabó cambiando de tono, sus acciones siguieron siendo en gran medida pasivas o, lo que es peor, apoyaron abiertamente a Israel y le ayudaron a eludir el aislamiento diplomático y la reacción económica. Por el contrario, los hutíes de Yemen emprendieron acciones tangibles en un intento de detener el genocidio.

Un niño camina entre los escombros de una mezquita destruida por los ataques israelíes en el campo de refugiados de Nuseirat, en el centro de la Franja de Gaza, el 12 de mayo de 2025 (Eyad Baba/AFP).

En su nuevo libro War el periodista Bob Woodward revela que algunos funcionarios árabes tranquilizaron en privado a los dirigentes estadounidenses sobre su apoyo a la agresión israelí destinada a desmantelar la resistencia armada palestina. Su principal preocupación no era la matanza masiva de civiles, sino la posibilidad de que las imágenes del sufrimiento palestino desencadenaran disturbios en sus sociedades.

Gaza ha hecho añicos la ilusión de credibilidad en el orden político árabe y ha dejado al descubierto su profunda bancarrota estructural y moral. Ninguna cantidad de riqueza, alianzas extranjeras o represión interna puede ofrecer una verdadera estabilidad a Arabia Saudí o a sus homólogos mientras los palestinos estén siendo asediados y asesinados.

No existe ninguna justificación moral o política para asociarse con el sionismo. El genocidio de Gaza ha puesto al descubierto su esencia como ideología en bancarrota construida sobre la desposesión y el terror. Creer que Palestina puede ser aplastada, o que el sionismo puede sobrevivir indemne después de todo este salvajismo es una fantasía ridícula.

¿Se dan cuenta los regímenes árabes que en su día facilitaron la expulsión forzosa de los combatientes palestinos de Beirut de que desmantelar la última línea de defensa de Gaza podría despejar el camino para una matanza mucho peor que la de Sabra y Shatila? Y si ese horror se desencadena, ¿soportarán el peso de lo que han ayudado a desencadenar?

La historia ha demostrado que apoyar las legítimas aspiraciones del pueblo palestino es el único camino a seguir. Traicionar esas aspiraciones erosiona la legitimidad de las élites gobernantes. Durante más de 19 meses las incesantes imágenes de sufrimiento de Gaza se han grabado en la memoria colectiva del mundo. La gente está mirando. Y no van a olvidar.

Ahmad Rashed ibn Said es un profesor jubilado de comunicación política, poeta y periodista que ha dirigido varias revistas a lo largo de su carrera. Ha publicado numerosos artículos en inglés y árabe, y es autor de varios libros en árabe, entre ellos The Power of Description y Stereotyping the Other. También ha traducido dos libros en inglés al árabe, entre ellos Collateral Language e Information War. Sus intereses de investigación incluyen la propaganda, la teoría del encuadre y el análisis crítico del discurso.

Texto publicado en inglés en Middle East Eye y traducido por Sinfo Fernández.

Fuente: https://vocesdelmundoes.com/2025/05/21/genocidio-en-gaza-los-regimenes-arabes-se-convirtieron-en-el-enemigo-interno/