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Genómica: la Inversión en los genes, una mina de oro

Fuentes: Ecoportal.net

La búsqueda de variaciones genéticas ya se había desatado aun antes de que fuera completado el mapa del genoma humano. Para estos modernos exploradores, lo más atractivo son los grupos poblacionales más aislados por razones geográficas, culturales o políticas, debido a su relativa homogeneidad genética. México, por su diversidad étnica, es uno de los países […]

La búsqueda de variaciones genéticas ya se había desatado aun antes de que fuera completado el mapa del genoma humano. Para estos modernos exploradores, lo más atractivo son los grupos poblacionales más aislados por razones geográficas, culturales o políticas, debido a su relativa homogeneidad genética. México, por su diversidad étnica, es uno de los países más codiciados por las grandes trasnacionales farmacéuticas, que emplean las nuevas tecnologías para producir medicamentos «a la carta». Son las mismas empresas que están detrás del Instituto Nacional de Medicina Genómica, cuya creación fue anunciada recientemente por el presidente Vicente Fox y que recibirá fondos públicos

 

Sin duda, la genómica, o estudio de los genomas y sus variaciones, es una ciencia altamente promisoria. Pero no desde el punto de vista de la prevención y predicción de enfermedades, como declaran sus promotores, sino como gran salto cualitativo para acumular ganancias en la voraz industria farmacéutica trasnacional, y en el negocio de la atención médica privada.

La industria farmacéutica es un sector que percibe un muy elevado porcentaje de ganancias por sus inversiones. Las 10 mayores compañías acaparan más de 53 por ciento del mercado mundial y sus márgenes de ganancia rondan en promedio 30 por ciento anual, aunque Pfizer y Merck alcanzaron porcentajes de más de 46 por ciento de ganancia en 2002. Esto representa una tasa de retorno mucho mayor que las industrias petroleras o informáticas, y es mucho más elevado que la utilidad que obtiene Wal Mart, la trasnacional con mayores ventas en el mundo.

Las empresas farmacéuticas alegan que necesitan este rendimiento del capital por los altos costos y el largo periodo de investigación para producir nuevos medicamentos. Sin embargo, el análisis más extenso que se ha hecho sobre la producción de fármacos, muestra una realidad muy diferente. La Oficina de Evaluación Tecnológica de Estados Unidos elaboró en 1993 un estudio de los medicamentos de receta que se habían producido en un periodo de siete años. En ese plazo, de 348 fármacos lanzados al mercado por 25 compañías líderes en ese país, 97 por ciento eran copias de medicamentos existentes, reformulados para prolongar la validez de sus patentes. Sólo restaba 3 por ciento para genuinos avances terapéuticos. De estos últimos, 70 por ciento era resultado de investigación pública. Más de la mitad de los medicamentos realmente nuevos distribuidos por las compañías privadas fueron retirados posteriormente del mercado, porque causaban efectos secundarios no previstos1. Según el Informe para el Desarrollo Humano, de Naciones Unidas, de 1975 a 1996 se lanzaron al mercado mil 223 nuevos fármacos, pero sólo 12, o menos de uno por ciento, se dirigían a atender enfermedades tropicales que afectan a los más pobres2.

En lo que más invierten las grandes farmacéuticas es en aumentar sus ganancias, muy lejos de objetivos altruistas con respecto a la salud, y mucho menos a la salud de quienes no puedan pagar por ella. Pretenden, además, con diferentes estrategias, como la ampliación de la validez temporal y geográfica de sus patentes, eliminar de los mercados cualquier opción, salvo los fármacos que ellas producen.

No obstante, el negocio más redituable de esta industria no es producir medicamentos, sino el uso de las mismas drogas para venderlas a gente sana, que es un mercado muchísimo mayor. La lógica comercial es muy sencilla, la gente enferma se cura o muere, pero deja de comprar medicamentos. En cambio, el concepto de «saludable» siempre puede ser manipulado, sobre todo a partir del concepto «mejora del desempeño humano». En este contexto, nadie es normal y saludable, todos podemos ser siempre mejorados.

Como las agencias que regulan el uso de fármacos se orientan al contexto médico, y no muestran gran interés en aprobar fármacos para «mejorar el desempeño humano», como aumentar la memoria, la inteligencia, prevenir el sueño, incrementar la resistencia física o cambiar la figura, para obtener la aprobación de estas drogas las empresas las presentan, por ejemplo, como fármacos contra el Alzheimer, diabetes, distrofia muscular, senilidad, demencia, narcolepsia, etcétera. En realidad, las ventas de las mismas sustancias son mucho mayores (10, 20, 50 veces más) como drogas para bajar de peso, medicamentos «inteligentes» para la memoria, mantenerse despierto, agilidad mental y otras, además del enorme mercado legal e ilegal, como ocurre con los narcóticos relacionados con los deportes.

La genómica aparece entonces como la nueva mina de oro para la industria farmacéutica y otras relacionadas, por el enorme potencial de aumentar el consumo en todos estos mercados, creando una demanda interminable de «mejor desempeño» y la ilusión de los fármacos y drogas diseñadas a medida. Se abre el horizonte para desarrollar un concepto de drogas para terapias génicas (interviniendo en los genes a escala molecular) o saber por anticipado si determinadas variaciones genéticas pueden indicar resistencia a ciertos medicamentos y adaptarlos según esta información (farmacogenómica).

La puesta en práctica de esta estrategia lleva hacia la «medicina personalizada», pues aunque básicamente compartimos la información genética, cada individuo tiene pequeñas variaciones llamadas poliformismos singulares de nucleótido (SNP, por sus siglas en inglés), por lo que se necesitaría disponer de la información genética de cada individuo. Solamente el negocio del diagnóstico rendirá enormes ganancias. Ya hay varias empresas especializadas en el desarrollo de estas tecnologías, todas patentadas.

Precisamente estas variaciones o SNP constituyen «las joyas de la corona» de la genómica, porque son las que iluminan la relación entre determinados genes (y sus variaciones) con enfermedades ?o resistencia a ellas? y otras funciones de los genes en relación con el organismo en general.

Por esto, la caza de variaciones genéticas ya se había desatado antes de que se completara el mapa del genoma humano, avizorando el tremendo valor comercial que tendrían. Para los cazadores de genes, lo más atractivo son los grupos poblacionales que están aislados por razones geográficas, culturales o políticas, debido a su relativa homogeneidad genética. De esta forma, es más fácil identificar genes relacionados a una enfermedad que se trasmite en una familia o una comunidad.

En función de esto, en una controvertida negociación a principios de 1999, el gobierno de Islandia, vendió la herencia genética de su población entera a la compañía de genómica deCODE Genetics, que luego la vendió a Hoffman LaRoche, por 200 millones de dólares. Entre otros casos, el gobierno de un pequeño estado báltico de Estonia, puso en venta los genes de sus ciudadanos, con una inversión inicial de 200 millones de dólares, sin ninguna discusión pública. El gobierno de Tonga (Oceanía), vendió los derechos de toda la combinación genética de su población a una compañía biotecnológica australiana, sin el consentimiento de los tonganos. Esa firma reclama acuerdos para acceso a la información de las islas Mauricio (en el Indico), Nauru (Micronesia) y Tasmania (Australia).

Por su parte, varias de las mayores trasnacionales farmacéuticas formaron un consorcio para la búsqueda de estas variaciones, llamado SNP Consortium y que está detrás de varios proyectos «públicos» de investigación. Sin embargo, el mayor valor comercial no estriba en las secuencias, sino en su interpretación y las aplicaciones que se logren a partir de esta información. Por ello, las empresas que al principio intentaron patentar masivamente genes humanos y SNP, finalmente se pusieron de acuerdo, por la presión de varios grupos, en que la información sería pública, accesible por Internet. Celera Genomics, empresa líder en el sector, fundada por Craig Venter, magnate de la genómica, no tuvo empacho en explicar públicamente que esto en realidad no tiene importancia, porque sin las herramientas y la tecnología adecuada, esta información no podría ser utilizada. Y esa parte sí que está bajo férreo control de patentes monopólicas de empresas con estrechos lazos con las farmacéuticas.

Desde muy temprano, México, por su diversidad étnica, es uno de los países señalados y codiciados para este tipo de cacería, y varios de los grupos indígenas de este país, han sido seleccionados como «grupos de interés» para el secuenciamiento de sus poblaciones, tanto por el Proyecto Diversidad Genética Humana, que se desarrolló paralelamente al Proyecto Genoma Humano, como por el proyecto HapMap. Ambos son iniciativas gubernamentales encabezadas por Estados Unidos, en el caso del HapMap con participación directa de trasnacionales farmacéuticas, como el SNP Consortium.

En México no sólo no ha habido ninguna discusión pública sobre las múltiples implicaciones de este secuenciamiento o estas formas de medicina «individualizada» y (teóricamente) «predictiva», sino que ha sido presentado como beneficio para la población, hasta el punto que se debe pagar por ello con fondos públicos, por ejemplo, mediante el financiamiento del Instituto Nacional de Medicina Genómica (Inmegen).

Este instituto, que explícitamente se propone hacer el mapa de variaciones genéticas de la población mexicana, está ligado a las trasnacionales farmacéuticas en sus objetivos explícitos, y estructuralmente por conducto de la privada Fundación Mexicana para la Salud (Funsalud), donde participan entre otros socios institucionales Bayer, SmithKlineBeecham, Glaxo Wellcome, Wyeth y Merck, junto con hospitales privados del Grupo Angeles y muchos otros representantes de grandes capitales mexicanos y trasnacionales.

Según el analista Gustavo Leal, la Funsalud es el organismo privado que más ha influido en la definición de políticas de salud en México, para adecuarlas a las «expectativas del mercado»3. No es extraño entonces que el Inmegen haya sido promovido desde sus comienzos por este grupo ni tampoco que este instituto vaya a brindar asistencia al público (tradición de servicio de los nueve institutos existentes). En realidad, el «público» para el Inmegen es más bien un insumo, necesario para llevar a cabo sus cometidos de investigación e industriales, que nada tienen que ver con las necesidades reales de salud de la gran mayoría de la población mexicana, ni ninguna otra mayoría en el mundo, sino quizá, con los ricos que puedan pagar por la medicina elitista «y de mercado» que se promueve.

En un folleto de la Funsalud, titulado Oportunidades para la industria farmacéutica en el Instituto de Medicina Genómica de México, traducido al inglés con la colaboración de la trasnacional Novartis, se afirma que los 60 grupos étnicos del país «auguran la formación de una sólida plataforma para el desarrollo de la famacogenómica en México». Significativamente, el folleto se encuentra disponible en el sitio web de la Funsalud solamente en inglés, lo que da claramente la pauta de a quiénes ofrece el genoma de los 60 grupos étnicos de México.

En esta perspectiva, las «generosas» donaciones de empresas farmacéuticas, son en realidad, una jugosa inversión. Según un documento de la Funsalud referido al Inmegen, «de 1999 […] a julio de esteaño, se han recibido donativos por 172 millones 431 mil 138.80 pesos y 85 mil dólares; la rentabilidad es asombrosa, pues la Funsalud, por cada peso aportado por los asociados de la fundación para el desarrollo del Inmegen, ha recibido 37.2 de donativos de otras instituciones, principalmente la Secretaría de Salud»4.

Nada mal, pensando que en todo el resto del mundo las empresas comerciales dedicadas a este rubro, han sustraído o tenido que pagar por la información, pero en México, los propios muestreados subsidiarán con su información y dinero público a las multinacionales.

Las autoridades del Inmegen afirman, por el contrario, que las investigaciones reducirán los gastos públicos en salud y beneficiarán a los más pobres. ¿Qué otra cosa podrían decir para hacer digerible el subsidio público en dinero y recursos humanos nacionales, a las trasnacionales? Según Gerardo Jiménez Sánchez, director del consorcio promotor del Inmegen, «en unos 30 años, México podría estar en condiciones de reducir hasta 30 por ciento del gasto en la atención de la diabetes, que absorbe 6 por ciento del presupuesto anual de salud de 600 millones de dólares»5. Hipotéticamente, en 30 años se podrían ahorrar 10 millones de dólares anuales. Basándonos en las cifras entregadas al público6, que afirman que se necesitan unos 132 millones de dólares en los dos primeros años del Inmegen, con un costo de aproximadamente 60 millones de dólares anuales en 30 años, serían mil 800 millones. Es decir, en unos 180 años se recuperaría la inversión y quizá para entonces (si las trasnacionales farmacéuticas lo permiten) hayan vencido las patentes de esas nuevas tecnologías.

Inconscientes de estas enormes posibilidades de ahorro de las que serán los ingredientes fundamentales, más de 60 por ciento de la población mexicana ?que aportaría sus genes a la investigación? utiliza para su salud hierbas medicinales y prácticas de salud tradicionales que ni siquiera están contabilizadas en el presupuesto anual de la Secretaría de Salud. Por cierto, algunos de esos conocimientos tradicionales han mostrado ser tan efectivos para tratar la diabetes que han sido pirateados por investigadores de la Universidad de Bonn.

¿Quién se beneficiará entonces de las actividades del Instituto Nacional de Medicina Genómica?

El Inmegen declara que la información genética obtenida no será patentada (no aclara cómo ni quiénes lo controlarán), pero mediante lo que denomina «vinculación horizontal», afirma: «La naturaleza multidisciplinaria del instituto permitirá el desarrollo de frecuentes y variadas colaboraciones con otras instituciones académicas ydel sector productivo en México y en el extranjero. Las primeras tendrán mayor enfoque hacia el desarrollo de proyectos de investigación científica y las segundas al desarrollo de productos y servicios, para su validación y comercialización»

Traducción: México aporta los genes, la infraestructura, los científicos formados en instituciones públicas y con remuneraciones mucho menores que sus colegas en el exterior, la investigación hasta donde le permitan las tecnologías patentadas de las multinacionales que necesitará para cumplir sus objetivos; y las empresas farmacéuticas, sobre todo trasnacionales, lo procesan y lucran con ello, vendiéndolo a quien pueda pagarlo. Definitivamente, un proyecto con futuro… para aumentar las ganancias de esas grandes empresas§

Silvia Ribeiro
Investigadora del Grupo ETC, Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración

1 La cita de las fuentes originales, así como otros datos e ideas expresadas en este artículo, están tomados de la investigación colectiva del Grupo ETC, www.etcgroup.org, en particular del documento «La nueva agenda genómica», ETC Communiqué, núm. 72, sept-oct. 2001, http://www.etcgroup.org/article.asp?newsid=299

2 PNUD, Informe del Desarrollo Humano 2001, Oxford University Press, Nueva York/Oxford, 2001.

3 Leal F., Gustavo. «Evidencia para las políticas», en Temas de Salud y Sociedad 1, Imagen Médica, México, 2003

4 La Fundación Mexicana para la Salud y la medicina genómica, en
www.funsalud.org.mx/Sites/funsalud-site/htdocs-funsalud/inmegen/FUNSALUD-Genomica.pdf

5 Franco, Pilar, y Mario Osava. «México y Brasil no quieren perder el tren genómico», en Tierramérica, julio 2003, http://www.tierramerica.org/2003/0519/articulo.shtml

6 «Requiere el Inmegen al menos 132 millones de dólares para operar», Notimex, 19/7/2004.