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Respuesta a Pepe Escobar

Geopolítica turca, la primavera árabe y el Estado Palestino

Fuentes: Rebelión

1. ¿Y de ésto qué dicen los turcos? He de reconocer, para empezar, que en gran medida comparto el entusiasmo que Pepe Escobar muestra en sus artículos en relación con la creciente importancia internacional que Turquía viene adquiriendo gracias, en principio, a la inteligente labor de su Ministro de Asuntos Exteriores, Ahmet Davutoğlu. Parte de […]

1. ¿Y de ésto qué dicen los turcos?

He de reconocer, para empezar, que en gran medida comparto el entusiasmo que Pepe Escobar muestra en sus artículos en relación con la creciente importancia internacional que Turquía viene adquiriendo gracias, en principio, a la inteligente labor de su Ministro de Asuntos Exteriores, Ahmet Davutoğlu. Parte de ese entusiasmo derivaría, y con razón dada la vistosidad de las últimas disputas públicas, del progresivo distanciamiento entre Turquía e Israel y, en paralelo, el acercamiento de Turquía a los países árabes.

Si todo fuera así de sencillo, y teniendo en cuenta que la sociedad turca apoya masivamente la causa palestina al mismo tiempo que (también masivamente) critica las políticas israelíes y las pretensiones imperialistas de Estados Unidos en la región, la izquierda turca debería reconocer, aunque fuera a regañadientes, los éxitos de su gobierno. Y, sin embargo, eso no sucede.

Recuerdo, por ejemplo, una conversación con un militante del TKP (Partido Comunista Turco), con el que hablé poco tiempo después de llegar a Estambul. Yo, que hasta entonces habría suscrito el análisis de Pepe Escobar sin ningún tipo de reserva, le pregunté qué opinaba, no de la política interior del AKP, sino de los éxitos de su política exterior. «No puedes tomarte eso en serio», me dijo. «¿Por qué?», respondí, «¿no es evidente el giro de su política exterior?». «¿Acaso vuestros gobernantes no mienten?».

De repente tuve la sensación de sentirme un idiota y se abrió ante mí un mar de dudas y ambigüedades en el que sigo inmerso. Lo que me gustaría hacer es aportar dichas dudas al análisis de Pepe Escobar, que por lo demás me parece indiscutible, para enriquecer la interpretación de los acontecimientos. Una interpretación que, por lo demás, no es inocente, puesto que implica posicionarse en relación con los conflictos en que están inmersos otros.

2. La política interior turca

Partamos, sin embargo, del supuesto de que la posición exterior del AKP fuese tan clara y homogénea como la que hemos presentado al comienzo. Si la política exterior turca está orientada entonces, más o menos, según las reclamaciones de la izquierda turca, algún motivo distinto tendrá que haber para que dicha izquierda siga fragmentada en multitud de partidos (que jamás consiguen superar la barrera del 10% de los votos que determina la posibilidad de acceder al Parlamento). Dicho motivo está sin duda anclado en la política interior.

Es imposible hacer aquí un ejercicio de revisión histórica como el que sería necesario para explicar, con todos sus pormenores, los vaivenes políticos de la República de Turquía. Podemos decir, sin embargo, que se trata de un país que en general no ha conocido lo que es el puro liberalismo político-económico (si es que tal cosa existe en algún sitio) sino que, desde la fundación de la República de Turquía en 1923, ha sido la mayor parte del tiempo un Estado de tipo más bien corporatista, con incluso dos períodos relativamente amplios de planificación económica (1930-1950 y 1961-1980) y ciertos vaivenes políticos (marcados por los golpes de Estado de 1960, 1971, 1980 y, aunque no fue un golpe convencional, 1998) que, en cualquier caso, difícilmente pusieron en cuestión la estructura corporatista del Estado.

Dicho corporatismo, sin embargo, difícilmente resistió los vaivenes económicos de la década de los 90, resultado del desarrollo de políticas neoliberales y el crecimiento desmedido del sector financiero. La crisis política, social y económica en que se encontraba el Estado turco a finales de los 90 sólo pudo ser reconducida a través de un cambio (aparentemente radical) de modelo, propuesto y diseñado por el AKP. El «problema» al que ha dado lugar el éxito de este partido es que ha roto todos los esquemas al introducir un discurso liberal en una sociedad que no lo había conocido salvo en las diluidísimas dosis de los diferentes posicionamientos «kemalistas». A los turcos cansados de los desmanes constantes del CHP les pilló por sorpresa un gobierno que, de repente, pretendía terminar con las políticas de represión armada en el Kurdistán y abrir un período de multiculturalismo e integración, que pretendía apartar al ejército de la vida política, que daba expresión política a la población anatolia, sobre la que aún hoy pesan prejuicios impuestos por las grandes urbes de la costa occidental, prometiéndoles la prosperidad económica que la gestión del CHP les había negado al fomentar la inversióne exlusivamente en las zonas «europeas» del país. Hacían eso al mismo tiempo que se declaraban europeístas, defensores del liberalismo económico y vinculados a la larga tradición de partidos de corte relativamente confesional que habían quedado siempre en los márgenes de ese sistema corporatista que no estaba dispuesto a aceptarlos.

Había en Turquía, y todavía hay, quienes creen que el AKP no sólo está llevando a cabo una transformación radical de la sociedad turca sino que además dicha transformación es a mejor. La fragmentación de opiniones se vio bien hace un año, cuando se realizó el referéndum acerca de la reforma constitucional; los había que defendían directamente el «No» (como el CHP o los partidos comunistas de corte más tradicional), también los había que se inclinaban por el boicot y la abstención (los movimientos pro-kurdos), y los había que daban un «Sí» cualificado, porque consideraban que ese sólo podía ser el primer paso de una transformación mayor.

El discurso liberal embelesa, pero las políticas concretas son difíciles de neutralizar con el discurso. Podré el ejemplo que he vivido de forma más próxima: el YÖK. Se trata de una institución creada en los años 80 para filtrar la promoción de personal universitario, docente o investigador, garantizando la homogeneidad ideológica del ámbito universitario en lo referente a los temas sensibles: el conflicto kurdo y la represión política, fundamentalmente. El AKP tenía un gran interés en deshacerse de dicha institución, puesto que gran parte de sus bases intelectuales se conforman por universitarios no promocionados, e incluyó la eliminación del YÖK en su programa electoral de 2007. Pues bien, no sólo no cumplió la promesa (provocando el enfado de una cantidad importante de nuevos votantes que asumieron que valía la pena cambiar el voto si se conseguía la desaparición de dicho organismo) sino que además ha llevado a cabo una transformación integral del organismo para ponerlo a su servicio, de manera que ahora es la oposición al AKP, la que toca los nuevos temas sensibles (que, a veces, como en el caso del conflicto kurdo, no son tan nuevos), la que se ve trabada. Los efectos concretos, por ejemplo, en el caso de la Universidad del Bósforo (cuyo rectorado es fuertemente kemalista), son devastadores: de que el YÖK asigne o no formalmente nuevas plazas de profesorado a la Universidad depende, no ya el propio mantenimiento de la actividad docente, sino que mejore la situación de profesores que, de momento, trabajan sin ser oficialmente titulares del puesto y sin percibir el sueldo correspondiente.

A esto se podría añadir el fuerte componente financiero de la economía turca, base de su crecimiento y motor de su transformación productiva (decrecimiento proporcional de los sectores primario y secundario para un país que, tal vez todavía y si no hasta hace bien poco, gozaba de soberanía alimentaria), siendo el sector de la construcción uno de los que mejor sustenta esa creciente financiarización. El gobierno turco parece actuar como si la crisis económica mundial no fuera con él, pero posiblemente no hay motivos para ser optimistas. Además, como buenos neoliberales, están desmantelando progresivamente el conjunto de mecanismos e instituciones corporatistas que, de forma relativa y precaria, mantenían económicamente cohesionada a la sociedad turca; ello produce, por un lado, el surgimiento de grandes capas de nuevos ricos (que, evidentemente, entran en una relación clientelar con el AKP) cuyas aspiraciones quedaban limitadas por la estructura corporatista, y, por otro, deja en una desasistencia total a aquellas capas sociales más bajas que hasta entonces sobrevivían precisamente gracias a esos mecanismos corporatistas.

3. La geopolítica del Medio Oriente

Se puede decir que la geopolítica es la rama de la geografía que se encarga de forma explícita de descubrir las «leyes» que rigen la relación política que existe entre poblaciones y territorios, y de determinar, a partir de dichas leyes, dónde se encuentran los espacios «vacíos de derecho». Esa necesidad se impone una vez que se ha universalizado el derecho de gentes europeo y que, precisamente por eso, se ha disuelto la frontera que distinguía a Europa del resto del mundo.

Desde entonces, se trata con insistencia de descubrir las leyes que rigen el espacio de Oriente Medio para aplicar en consecuencia un criterio razonable de distribución territorial del espacio que favorezca, al mismo tiempo si es posible, a los intereses generales de la acumulación capitalista y a los intereses particulares del imperialismo occidental. El primer diseño se armó como respuesta a la «cuestión oriental», como se llamaba a la eterna disputa de despacho entre Gran Bretaña y Francia para repartirse los territorios que entonces pertenecían al Imperio Otomano.

Aunque pareciese que estamos inmersos en una digresión, resulta que no es así, puesto que fue Mustafá Kemal Atatürk quien, dirigiendo la Guerra de la Independencia y consiguiendo que se constituyera políticamente la Turquía moderna, desbarató los planes de las potencias coloniales e hizo inocultable el juego sucio que había practicado, prometiendo los mismos territorios a distintos grupos étnicos con aspiraciones de constituir sus propios Estados (como sucedió con kurdos y armenios en el Este de Anatolia) para así conseguir apoyo de las poblaciones locales en la creación de colonias y protectorados.

Lo que Atatürk consiguió por encima de todo fue mostrar la aplicabilidad universal del discurso antiimperialista que se había gestado en los movimientos comunistas europeos y que había tenido su expresión primera en la Revolución Rusa. Mostró que era capaz de unirlo, si sus adversarios le incitaban a ello, con la identidad religiosa y nacional, dando herramientas potenciales para la sublevación anticolonial de todo Oriente Medio. Enfrentados al resurgimiento turco, Gran Bretaña y Francia no reaccionaron de la misma manera, ya que la segunda se prestó pronta a negociar mientras que la primera quería garantizar a toda costa el control de los territorios ocupados (a los que consideraba de gran importancia económica, como Mosul, y geoestratégica, como los estrechos o el Cáucaso).

Aunque finalmente Atatürk fue mucho más moderado en su esfuerzo de agitación, obedeciendo también a los propios intereses turcos y a la necesidad de crear un Estado homogéneo donde no lo había (debiendo para ello turquizar a las poblaciones turcas, armenias y laz), lo cierto es que se puede considerar que los movimientos anticolonialistas, laicos y panarabistas que emergieron a partir de los años 50 son en cierto modo herederos del modelo kemalista y parten de las mismas claves.

Se podría decir, sintetizando mucho, que el reparto de Oriente Medio acordado en la I Guerra Mundia fue sólo parcialmente exitoso. Por una parte, como hemos dicho, porque la revolución turca introdujo un cierto disenso entre las potencias ocupantes, hizo evidentes sus prácticas tramposas y dejó fuera de su alcance ciertos puntos clave. Por otro, porque en el contexto de la Guerra Fría y la descolonización el ejemplo turco sirvió como modelo para dar lugar a un conjunto de transformaciones políticas radicales que, en la segunda mitad del siglo XX, pusieron en jaque a las pretensiones imperialistas.

En el contexto de la política de bloques, y dadas las propias convulsiones polítias internas de Turquía, el papel internacional de dicho Estado fue ambiguo. En ciertos momentos pareció desarrollar una posición política autónoma y en oposición más o menos directa frente a las pretensiones de control de Gran Bretaña (por ejemplo durante la Guerra Civil Española, durante la cual la cooperación turca era fundamental para que llegaran a España los barcos soviéticos, o con la intervención militar turca en Chipre de 1974, que suponía un enfrentamiento directo con Grecia, incondicional aliada de Gran Bretaña), mientras que en otros, con su integración en la OTAN y participación relativamente activa en las misiones, parecía ser un «caballo de Troya» norteamericano en la esfera de influencia soviética-rusa.

4. El Nuevo Oriente Medio

En este contexto, la pregunta por la posición internacional turca toma la siguiente forma: ¿qué modelo de política exterior está aplicando el AKP?, ¿se trata, como hizo Atatürk en los años 20 y 30, de desarrollar una política autónoma, o se trata, por el contrario, de seguir actuar como agente de los intereses imperialistas en la zona? Las explicaciones de Pepe Escobar, que no están faltas de pruebas empíricas, nos llevarían fácilmente a concluir que se trata de lo primero. El escepticismo de la izquierda turca, que defiende por lo general ese tipo de política interior y que no se muestra nada convencida por los pasos dados por el AKP, nos indica lo contrario. Aunque es verdad que posiblemente asistimos a un proceso de «toma de conciencia» del potencial geoestratégico turco, que se ve reflejada en la célebre doctrina del «cero problemas», no deberíamos pensar que sea más que un tira y afloja entre el gobierno turco y Estados Unidos.

No es descabellado pensar que, tras el fin de la Guerra Fría y especialmente a partir de finales de los 90, ha habido un nuevo y sesudo esfuerzo por desentrañar una vez más las leyes (tal vez nuevas dadas las rápidas transformaciones ocurridas en la región) que rigen la relación política entre poblaciones y espacios en Oriente Medio, intentando una vez más diseñar políticas de acción que tengan como resultado la revisión o reparación de aquello que comenzó siendo la «cuestión oriental» y que, casi un siglo después, sigue siendo en gran parte una chapuza.

Parte de ese posible plan de rediseño podría estar ya a la vista en los efectos de la invasión de Irak y Afganistán, dos países que están en evidente proceso de descomposición territorial (ya existe en el Norte de Irak un Estado kurdo que pronto estará en condiciones de ser reconocido por la ONU como tal, y no es raro oír, en relación con el caos afgano, que lo que sucede es que «Afganistán es en realidad cuatro países»).

Otro elemento de dicho plan es, sin duda, buscar una solución al conflicto entre Israel y Palestina. Conflicto que, igual que en el caso de Afganistán e Irak, pasa por la partición del territorio y la constitución de dos Estados. Es una solución perfecta, porque permite dar al gobierno israelí carta blanca para seguir desarrollando políticas de apartheid y hace inútil cualquier protesta ulterior de un Estado palestino sin ningún tipo de capacidad de acción política independiente frente a un vecino de superioridad tal como la israelí.

Aunque entre los propios palestinos la discusión siga hasta cierto punto abierta, entendemos que hay motivos para afirmar que la solución de los dos Estados no beneficia a Palestina. Si estamos de acuerdo en esto, entonces las declaraciones de Erdoğan (que, además, no presta la atención que el núcleo kemalista duro reclama a la creación en Irak de un Kurdistán independiente) se vuelven sospechosas: ¿por qué apoya Erdoğan una solución que no beneficia a los Palestinos y que permite a Israel salir indemne?¿Qué está en juego, a nivel general, cuando la política exterior turca se mueve en este mar de ambigüedades?

Una forma de explicarlo sería recurrir a la combinación dual, repetida hasta la saciedad en la novela negra, del poli bueno (Turquía) y el poli malo (Israel), que, bajo las órdenes del jefe de policía (Estados Unidos) persiguen un mismo objetivo: hacer de una vez por todas de Oriente Medio una zona segura.

Como sabrán los lectores de buena novela negra (como las brillantes obras de James Ellroy), el poli malo no «se hace» el malo, sino que más bien «lo es», de manera que, cuando el poli bueno lo deja entrar en la sala de interrogatorios, no puede saber exactamente lo que va a pasar y cómo de lejos llegará su compañero, sino que sólo es consciente de que acaba de dejar a un sospechoso sentado a solas frente a un psicópata con placa y pistola.

Israel es un poli malo especialmente desequilibrado tras cuarenta años de racismo institucional, censura, política de miedo y bombardeo ideológico, por eso está desbocado y se ha convertido él mismo en un obstáculo para el cumplimiento del objetivo. Ante ese riesgo, es necesario reforzar el papel activo del poli bueno, Turquía, que se hace oportunamente este tour después de que se haya declarado exitosa la ocupación militar de Libia, sobre la cual el ejecutivo turco ha dicho bien poco.

Esta es la explicación que, tomando unas cervezas, nos daría (tal vez) un turco de izquierdas.

Miguel León es estudiante de Ciencia Política Universidad Complutense/Universidad del Bósforo

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.