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Gideon Levy, ¿el hombre más odiado de Israel o solamente el más heroico?

Fuentes: The Independent

Traducido para Rebelión por J.M. y revisado por Caty R.

Durante las tres últimas décadas, el escritor y periodista Gideon Levy ha sido una voz solitaria que cuenta a sus lectores la verdad de lo que pasa en los territorios ocupados.

Gideon Levy es el hombre más odiado de Israel y, posiblemente, el más heroico. Este «buen muchacho de Tel Aviv» -un hijo sobrio y serio del estado de Israel-, fue atacado repetidamente por las fuerzas de defensa de Israel, le amenazaron con «molerle a palos» por las calles del país y se ha enfrentado a demandas de ministros del gobierno que le describen como «un riesgo para la seguridad». Y todo esto porque hizo algo muy simple, algo que casi ningún otro israelí ha hecho. Casi semanalmente, durante tres décadas, viajó a los territorios ocupados y describió lo que veía, descarnadamente y sin propaganda. «Mi modesta misión», dice, «es la de prevenir una situación en la cual muchos israelíes serían capaces de decir ‘no lo sabíamos'». Y por esto, mucha gente querría verlo silenciado.

La historia de Gideon Levy, el intento de ridiculizarlo, suprimir o negar sus palabras, es la historia de un Israel intoxicado. Si él pierde, el propio Israel estará perdido.

Nos encontramos en el bar de un hotel de Escocia mientras realizaba una gira europea promocionando su libro último, The Punishment of Gaza (El castigo de Gaza. NdT). Este hombre de 57 años parece un intelectual europeo occidental en su día libre, alto y corpulento, vestido de negro habla en inglés con acento y voz de barítono. Se siente como en casa en el mundo de las ferias de libros, cerca de un fuerte café negro. Es posible imaginarlo la última vez que estuvo en Gaza, en noviembre del 2006, antes de que el gobierno israelí cambiara la ley para impedirle entrar.

Ese día informó de un asesinato, otro de los cientos que registró a lo largo de los años. Contó que los veinte niños del jardín de infancia Indira Gandhi mientras bajaban de su autobús escolar vieron que a su maestra Najawa Khalif, de 20 años, que los saludaba, le lanzaron una granada y estalló en mil pedazos ante ellos. Gideon Levy llegó un día después y encontró a los temblorosos niños dibujando los pedazos del cuerpo destrozado. Los niños se mostraron «asombrados al ver a un judío desarmado. Todos los que habían visto hasta ese momento eran soldados o colonos».

«Mi mayor lucha», dice, «es la de humanizar a los palestinos. Funciona toda una maquinaria de lavado de cerebros en Israel que realmente nos acompaña a cada uno de nosotros desde la más temprana infancia, y soy un producto de esa maquinaria como cualquiera de los otros. [Nos enseñan] algunas narrativas muy difíciles de quebrar. Que nosotros, los israelíes, somos en definitiva las únicas víctimas. Que los palestinos nacieron para matar y que su odio es irracional. ¿Son los palestinos son seres humanos como nosotros? De esta manera consigues una sociedad sin cuestionamientos morales, sin nada que preguntarse, con escaso debate público. Alzar tu voz contra todo esto es muy duro».

Describe la vida de palestinos comunes como Najawa y sus alumnos en el periódico Haaretz, diario oficialista israelí. Las historias se leen como los cuentos cortos de Chejov sobre personas acorraladas en donde no pasa nada y pasa todo y donde el único escape es la muerte. Un artículo se titulaba «La última comida de la familia Wahbas». Gideon Levy escribió «ordenaron todo para comer en la casa, la madre, Fatma, embarazada de tres meses, su hija Farah de dos, su hijo Khaled, el hermano de Fatma, el doctor Zakariya Ahmed, la nuera Shayma, con un embarazo de nueve meses, más la abuela de 78 años. La familia Wahbas reunida en Khan Yunis para honrar la visita del doctor Ahmed, que había vuelto a casa seis días antes, de Arabia Saudí. Una fuerte explosión se escuchó afuera. Fatma se apresuró a sacar al más pequeño y trató de escapar a una habitación interior, pero inmediatamente siguió otra explosión. Esta vez el impacto fue directo».

En los detalles de una breve biografía, Levy recobra la humanidad de esta familia, ignorada dentro de una cuota de muertes en aumento. Los Wahbs intentaron durante muchos años concebir un hijo hasta que finalmente la mujer quedó embarazada a sus 36 años. La abuela trató de levantar al pequeño Khaled del piso, allí se dio cuenta que su hija y su hijo habían muerto.

Levy usa una técnica simple: pregunta a sus colegas israelíes, ¿cómo nos sentiríamos si esto mismo nos lo hiciera a nosotros una inmensa fuerza militar superior a la nuestra? Una vez, en Yenin, su auto quedó atascado detrás de una ambulancia, en un retén militar, durante una hora. Vio que había una mujer enferma y preguntó al conductor qué estaba pasando, quien le respondió que esa era la norma de espera para todas las ambulancias. Furioso preguntó a los soldados israelíes cómo se sentirían si la mujer enferma de la ambulancia fuera su madre. Primero lo miraron estupefactos, luego se enojaron y le apuntaron con sus armas diciéndole que se callase.

«Una y otra vez me asombra lo poco que los israelíes saben de lo qué está ocurriendo a sólo 15 minutos de sus hogares», dice Gideon Levy. «La máquina de lavar cerebros es tan eficiente que tratar de [revertir sus efectos] es tan inútil como querer que una tortilla se convierta otra vez en huevos. Llena a la gente de ignorancia y crueldad». Da un ejemplo. Durante la operación plomo fundido, el bombardeo israelí a la bloqueada Gaza en 2008-2009, «murió un perro israelí alcanzado por un cohete Qassam y salió publicado en la primera plana del diario israelí más popular. Al mismo tiempo y el mismo día, decenas de niños palestinos fueron asesinados y se publicó en la página 16 en dos líneas».

A veces la ocupación le parece menos trágica que absurda. En el año 2009, el payaso más conocido de España, Iván Prad, aceptó concurrir al festival de payasos de Ramala en Cisjordania. Fue detenido en el aeropuerto y luego deportado «por razones de seguridad». Levy va más a fondo y pregunta: «¿puede ser el equipaje del payaso, sus maletas llenas de risas y carcajadas, un elemento hostil? ¿Bombas de risa para los yihadistas? ¿Una barrera de puñetazos para Hamas?».

Pero el absurdo casi lo mata. En el verano de 2003 viajaba por Cisjordania en un taxi claramente identificado como israelí. Explica: en cierto momento el ejército nos detiene y nos pregunta qué hacíamos allí. Les mostramos nuestros papeles todos perfectamente en orden. Cuando volvimos a la carretera dispararon sobre nosotros. Dirigieron el fuego hacia el centro del parabrisas delantero, directamente a nuestras cabezas. No dispararon al aire, tampoco utilizaron un megáfono para detenernos, tampoco dispararon a los neumáticos. Dispararon para matarnos directamente. Si no hubiera sido por el vidrio antibalas, no estaría contando esto ahora. No pienso que sabían quiénes éramos. Nos dispararon como dispararían a cualquiera. Y esto les provocó mucha risa, siempre están así. Era como si fumaran un cigarrillo. No nos dispararon sólo una bala. El auto estaba lleno de balas. ¿Sabían ellos a quienes estaban por matar? No, no lo saben, y tampoco les importa».

Sacude su cabeza visiblemente desconcertado. «De esta manera disparan sobre los palestinos de forma rutinaria. Pudiste escuchar esto porque se trataba de un israelí».

I ¿Quién vivía en esta casa? ¿Dónde está ahora?

¿Cómo ha llegado Gideon Levy a ser tan diferente de sus compatriotas? ¿Por qué tiene empatía con los palestinos mientras tantos otros los llenan de disparos y de bombas? Al principio era igual que todos: los argumentos de los demás son los que utilizaba él mismo en su juventud. Nació en Tel Aviv en el año 1953 y de joven «era absolutamente nacionalista, como todos. Pensaba: somos los mejores, y los árabes lo único que quieren es matar. No lo cuestionaba».

Tenía 14 años cuando ocurrió la Guerra de los Seis Días, poco después sus padres lo llevaron a ver los territorios ocupados. «Estábamos tan orgullosos yendo a ver la tumba de Raquel [en Belén], y no veíamos a los palestinos. Veíamos a través de ellos, como si fueran invisibles», dice Levy. «Siempre fue así. Siendo niños pasábamos por las ruinas [a causa de la limpieza étnica de los poblados palestinos en 1948]. Nunca preguntábamos ‘¿quién vivía en esta casa? ¿Dónde está ahora? Debe de estar vivo, tiene que estar en algún lado’. Era parte de nuestro paisaje, como un árbol o como el río». Entrado en su segunda década de vida «veía a colonos arrancando los olivos y a soldados maltratando a mujeres palestinas en los puestos de control, y solía pensar «esto debe ser una excepción y no parte de la política del gobierno».

Levy dice que se convirtió en alguien diferente debido «a un accidente». Cumplió su servicio militar en la radio del ejército y luego continuó trabajando como periodista. «Así comencé a viajar a menudo a los territorios ocupados, algo que no hacen la mayoría de los israelíes. Y después de un tiempo, gradualmente, los fui viendo como realmente son».

Pero, ¿es esto todo? Bastantes israelíes van a los territorios -y no solamente las tropas ocupantes y los colonos- y no necesariamente se produce un cambio. «Pienso que también fue que mis padres eran refugiados. Vi lo que eso produjo en ellos. Entonces pienso que los veía a ellos y en ellos veía a mis padres». El padre de Levy era un abogado alemán de los Sudetes. En 1939, a sus 26 años, y cuando ya era obvio que los nazis estaban determinados a llevar a cabo un genocidio en Europa, fue con sus padres a la estación de trenes de Praga, donde lo despidieron. «Nunca los volvió a ver ni supo de ellos», cuenta Levy. Nunca encontró rastros que pudieran decirle qué fue de ellos. Si mi padre no hubiera abandonado el territorio europeo, seguramente no estaría con vida». Durante seis meses vivió en un bote lleno de refugiados, navegado de un puerto a otro, hasta que finalmente obtuvieron un permiso del Mandato Británico en Palestina, como se denominaba por aquella época.

«Mi padre estuvo traumatizado toda su vida», dice. «Realmente, nunca se asentó en Israel. Nunca pudo aprender a hablar más que un hebreo destartalado. Vino a Israel con su doctorado y debió comenzar a ordenar su vida, así que empezó a trabajar en una panadería y a vender pasteles de puerta en puerta, montado en su bicicleta. Esto debió ser una tremenda humillación, poseer ese título universitario y tener que ir golpeando puertas ofreciendo pasteles. Se negó a estudiar nuevamente para poder ser abogado. Se convirtió en un dependiente de categoría menor. Creo que fue esto lo que lo destruyó, ¿quién sabe? Vivió aquí sesenta años, formó su familia, tuvo sus alegrías, pero en realidad se sentía un extraño. Un extranjero en su propio país. Siempre estaba contrariado por cosas, pequeñas cosas. Nunca entendía cómo la gente se atrevía a telefonear entre las dos y las cuatro de la tarde. Se horrorizaba. Nunca entendió el concepto de una cuenta bancaria al descubierto. Todos los israelíes hacen operaciones en descubierto, pero él se horrorizaba si escuchaba de alguien que tenía su cuenta en rojo».

Su padre «nunca» habló de su casa. Algunas veces traté de alentarlo para que hablara del tema, pero se encerraba. Nunca fue hacia atrás. No había ningún lugar [adonde regresar], todo el pueblo fue destruido. Allí dejó una vida entera. Dejó una novia, una carrera, todo. Lamento mucho no haberlo podido presionar más para que hablase, yo era muy joven. Y no tenía demasiado interés. Ése es el problema. Cuando nos viene la curiosidad por nuestros padres, ya no están con nosotros.

El padre de Gideon Levy nunca vio un paralelismo entre el hecho de que él se convirtiera en un refugiado y los 800.000 palestinos que fueron convertidos en refugiados por la creación del Estado de Israel. «¡Nunca! La gente no pensaba de esa manera. Nunca discutimos sobre esto, jamás». No obstante, Levy comenzó a ver semejanzas con su padre en todos lados en los quebrados hombres y mujeres imposibilitados por siempre para establecerse, soñando eternamente con el regreso al hogar.

Luego, Levy, comenzó a darse cuenta lentamente de que la tragedia de ellos se filtraba profunda y silenciosamente en su propia vida -por debajo del suelo que pisaba y hasta en los ladrillos de la misma ciudad donde vive, Sheikh Munis-. Se filtra en las ruinas de «uno de los 416 pueblos palestinos que Israel borró de la faz de la tierra en 1948», dice Levy. «La piscina donde nado cada mañana era el tanque de agua que utilizaban para regar sus árboles. Mi casa está construida sobre una de esas arboledas. La tierra fue ‘rescatada’ por la fuerza, sus 2.230 habitantes fueron cercados y amenazados. Se escaparon para no volver nunca. En algún lugar, quizás en un campo de refugiados, en una terrible pobreza, vive la familia del campesino que labró la tierra donde ahora se levanta mi casa». Añade que es «estúpido y equivocado» comparar esta situación con el holocausto, pero dice que la persona refugiada está tan traumatizada como lo estuvo su propio padre -y aunque finalmente fuese a parar a los territorios, él y sus hijos y nietos viven bajo el bloqueo o la ocupación militar.

En una ocasión el historiador Isaac Deutscher presentó una metáfora de la creación del Estado de Israel. Un judío salta de un edificio en llamas y cae sobre un palestino lastimándolo. ¿Puede culparse al hombre que salta? El padre de Levy huía para salvar su vida, era Palestina o el campo de concentración. Sin embargo Levy dice que esa metáfora es imperfecta, porque aún hoy el hombre que salta, sesenta años después sigue aplastando contra el piso la cabeza del hombre sobre el cual cayó, apaleando a sus hijos y a sus nietos. 1948 aún está aquí. 1948 está aún en los campos de los refugiados. 1948 aún clama por una solución», dice Levy. «Israel está haciendo lo mismo ahora… deshumanizando por donde puede a los palestinos y limpieza étnica dondequiera que es posible. 1948 no se superó. Y ya es demasiado tiempo.

II La estafa de las conversaciones de paz

Levy echa una mirada al entorno que nos rodea en el bar donde estamos sentados, una mirada que también abarca el Medio Oriente. Como si las secas arenas del desierto del Negev nos alcanzaran y bañaran. Cualquier conversación referida al tema en estos momentos está dominada por una sarta de mitos propagandísticos, dice Levy. Y quizá el engaño más fuerte es que Israel es una democracia. «Hoy tenemos tres clases de habitantes bajo el gobierno de Israel», explica. «Tenemos judíos israelíes, que tienen democracia y derechos civiles completos. Tenemos a los árabes israelíes, que tienen ciudadanía israelí pero hay una severa discriminación contra ellos. Y tenemos a los palestinos de los territorios ocupados, que viven sin ningún tipo de derechos civiles, tampoco de derechos humanos. ¿Es esto una democracia?»

Se sienta de nuevo y pregunta en tono fuerte, como si le estuviera hablando a un amigo con una enfermedad terminal: «¿cómo puedes decir que es una democracia cuando en 62 años no se estableció un solo poblado árabe? No es necesario que te diga cuántas ciudades y poblados judíos se levantaron. Y ningún poblado árabe. ¿Cómo se puede decir que es una democracia cuando se hizo una investigación que demostró que los castigos por el mismo delito para árabes y judíos son diferentes? ¿Cómo puedes decir que es una democracia cuando un estudiante palestino difícilmente pueda alquilar un apartamento en Tel Aviv, porque en cuanto escuchan su acento o su nombre, casi nadie hace trato con él? ¿En qué es Israel una democracia? Jerusalén invierte 577 shekels anuales en cada alumno de la población palestina de Jerusalén oriental a diferencia de los 2.372 shekels anuales en cada alumno de la Jerusalén occidental, o sea la judía. Cuatro veces menos, ¡y sólo por la pertenencia étnica del niño! Cada parte de nuestra sociedad es racista».

«Quiero sentirme orgulloso de mi país», dice. «Soy un patriota israelí. Quiero que hagamos lo que es correcto». Y esto requiere de él que señale que la violencia palestina en realidad es mucho más limitada que la violencia israelí y que generalmente es en respuesta a esta última. «Los primeros veinte años de la ocupación transcurrieron de forma tranquila, y no movimos un dedo para ponerle fin. En cambio aprovechando la cobertura de la tranquilidad construimos la enorme y criminal empresa de los asentamientos», donde la tierra palestina linda con judíos religiosos fundamentalistas que claman la pertenencia de esa tierra por mandato divino. Solamente entonces, luego de un largo período de latrocinio y luego de sus intentos de resistencia pacífica y de encontrarse como respuesta la brutal violencia, ¿se puede decir que los palestinos tienen una idiosincrasia violenta? «¿Qué habría pasado si los palestinos no hubieran disparado los Qassam [los cohetes lanzados hacia el sur de Israel, incluyendo a poblaciones civiles]? ¿Habría levantado Israel el asedio económico? Un disparate. Si los habitantes de Gaza se hubieran quedado tranquilos, como Israel espera, su situación habría desaparecido de la agenda. Nadie habría elevado un sólo pensamiento sobre el destino de esa población si no hubiera reaccionado con violencia».

Gideon Levy condena inequívocamente los disparos de los cohetes sobre la población civil israelí, pero agrega: «se debe poner a los Qassam en contexto. Siempre se lanzan después de una operación de asesinato del ejército israelí, que son numerosas». Según la actitud israelí «nos está permitido bombardear todo lo que queramos, pero a ellos no les está permitido lanzar Qassams». Haim Ramon, ministro de Justicia en tiempos de la segunda guerra de Líbano, lo resumió de esta manera: «Tenemos permitido destruir todo».

Incluso los términos que utilizamos para plantear la operación plomo fundido son equivocados, argumenta Gideon Levy. «Aquello no fue una guerra. Fue un brutal asalto a una población desvalida y acorralada. Lo puedes definir como un combate entre Mike Tyson y un boxeador de 5 años, es decir, un niño. Pero las proporciones, ¡oh, las proporciones! «Frecuentemente, Israel hizo blanco sobre personal médico, [y] bombardeó una escuela bajo jurisdicción de las Naciones Unidas, que además servía como refugio para la población que se desangró hasta la muerte durante días porque el ejército israelí no permitió la evacuación mediante disparos y bombardeos… Un estado que utiliza esos métodos no se distingue de las organizaciones terroristas. Dicen, para justificarse, que Hamás se esconde entre la población. ¡Como si el ministerio de Defensa israelí no estuviera enclavado en el corazón de la ciudad de Tel Aviv! ¡Como si hubiera algún lugar de Gaza que no esté en el corazón de la población!

Gideon Levy apela a quien se sienta afectado por la defensa de Israel y su seguridad a encontrarse para escuchar la verdad en un lenguaje llano. «Un verdadero amigo no le facilitará a un drogadicto un bono para que compre su droga, en cambio hará todo lo necesario para acercar a su amigo a la rehabilitación. Hoy solamente aquellos que hablan en voz alta contra la política del Estado de Israel -los que denuncian la ocupación, el bloqueo y la guerra- son los verdaderos amigos de la nación». Las personas que defienden el curso de los acontecimientos están «traicionando al país» por apoyarlo en la «senda del desastre. Un niño que vio su casa destruida, a su hermano muerto y a su padre humillado, no perdonará fácilmente».

Levy cree que estos supuestos «amigos de Israel» en la práctica son amigos del Islam fundamentalista. «¿Por qué tienen que dar a los fundamentalistas más excusas, incrementar su furia, más oportunidades y más reclutas? Miren a Gaza. No hace mucho Gaza era totalmente laica. Hoy difícilmente se puede encontrar allí alcohol, a partir de toda esa brutalidad. El fundamentalismo religioso es el lenguaje al que se retorna en la desesperanza, cuando todo lo demás se cae. Si Gaza hubiera sido una sociedad libre no se habría convertido en lo que es, les dimos adeptos.

Levy cree que el gran mito -el que pende sobre todo el Medio Oriente como un perfume derramado por un cadáver- es la idea sobre las actuales ‘conversaciones de paz’ lideradas por los Estados Unidos. En un tiempo él también creyó. En la cumbre de las conversaciones de Oslo de la década del 90, cuando Isaac Rabin negociaba con Yassir Arafat, «al final de una visita, me di vuelta y me despedí de Gaza con un gesto digno de las películas. ¡Adiós Gaza ocupada, quédate en paz! No nos volveremos a encontrar, no por lo menos en tu ocupado Estado. ¡Qué tonto!»

Ahora, dice Levy, está convencido que fue «una estafa» desde el principio, condenado al fracaso. ¿Cómo lo sabe? «hay una prueba muy simple para cualquier instancia de conversaciones de paz. Una condición para la paz es que Israel desmantele las colonias de Cisjordania. Para que comiences a desmantelar pronto, deberías parar la construcción de las nuevas, ¿cierto? Siguieron construyendo mientras se desarrollaba Oslo. Y hoy Netanyahu se niega a congelar la construcción mínimamente. La situación dice todo lo que necesitas saber.

Dice que Netanyahu -como otros dirigentes más cercanos a las alternativas de la izquierda, como Ehud Barak y Tzipi Livni- siempre se opuso a verdaderas conversaciones de paz, y que incluso en privado se jactaba de destruir el proceso de Oslo. En 1997, durante su primera etapa como dirigente israelí, insistió en que solamente continuaría con las conversaciones si se incluía una cláusula diciendo que no es necesario que Israel retroceda de los indefinidos «emplazamientos militares», y luego fue atrapado con una fanfarronería en una cinta grabada: ¿Por qué es eso tan importante? Porque desde ese momento, paré los acuerdos de Oslo». Si él se jacta de haber «parado» el último proceso de paz, ¿por qué querría ahora que estas conversaciones sean exitosas? Agrega Levy «¿Y cómo puedes hacer la paz con sólo la mitad de la población palestina? ¿Cómo puedes dejar afuera a Hamás y a Gaza?»

Estas falsas conversaciones de paz son peores que la ausencia total de las mismas, cree Levy. «Si hay negociaciones no hay presión internacional. En calma, estamos en discusiones, las colonias pueden continuar ininterrumpidamente. Esta es la razón por la cual las inútiles negociaciones son negociaciones peligrosas. Bajo su cobertura las esperanzas de paz aumentan aún cuando oscurecen… Detrás yace el deseo de Netanyahu de obtener el apoyo estadounidense para bombardear Irán. Para hacer esto, piensa que necesita responder a la necesidad de llevar a cabo las conversaciones de Obama. Es por esto que Netanyahu está allí».

Después de decir esto, Levy se queda en silencio. Y nos quedamos observándonos mutuamente. Luego dice con una voz más calmada: «los hechos están claros. Israel no tiene la intención real de abandonar los territorios o de permitir a los palestinos ejercer sus derechos. No habrá cambios en el complaciente, beligerante y condescendiente Israel de hoy. Este es el momento para gestar un programa de rehabilitación para Israel».

III Ondeando la bandera israelí hecha en China

Según las encuestas de opinión política, la mayoría de los israelíes apoyan la solución de dos estados, aunque hayan votado por gobernantes que expanden las colonias, lo cual torna imposible esa solución. «Se necesitaría un psiquiatra para explicar esta contradicción», dice Levy.»¿Esperan que los dos estados caigan del cielo?» Actualmente, los israelíes no tienen ninguna razón para hacer cambios», continúa diciendo. «La vida en Israel es estupenda. Puedes vivir en Tel Aviv y tener una buena vida. Nadie habla de la ocupación. Entonces ¿por qué se molestarían [en cambiar]? La mayoría de los israelíes piensa en sus próximas vacaciones y en el próximo todoterreno, el resto de las cosas, no importan». Ellos viven dentro de la historia, y esto los hace olvidadizos.

En Israel, el espacio público en las plazas de las ciudades, está vacío desde hace muchos años. Si no hubiera habido protestas significativas durante la operación plomo fundido no habría una izquierda de la cual hablar. El único grupo que hace alguna campaña por algo más que sus caprichos personales son los colonos, que son muy activos. Entonces, ¿cómo puede producirse algún cambio? Dice que «es muy pesimista», y el futuro más probable es una sociedad cada vez más abiertamente volcada al puro «apartheid». Con un movimiento de cabeza, dice, «Ahora tenemos dos guerras, la flotilla -no parece que Israel aprendió alguna lección, tampoco parece que tenga que pagar algún precio. Los israelíes no pagan ningún precio por las injusticias de la ocupación, así no terminará nunca. No terminará ni un momento antes de que los israelíes entiendan la conexión entre la ocupación y el precio que les obligarán a pagar por ella. Nunca se desharán de ella por propia iniciativa».

Suena como si hiciera de esto una oportunidad para apoyar el boicot contra Israel, pero su postura es más compleja. «Primeramente, la oposición de los israelíes al boicot es increíblemente hipócrita. Israel mismo es uno de los países que más boicotean. No solamente boicotea, sino que insta a boicotear a otros países, a veces hasta los fuerza, y remolca a otros a hacer lo mismo. Israel impuso el boicot cultural, académico, político, económico y militar en los territorios. El boicot más brutal, expuesto, es el bloqueo a Gaza y el boicot a Hamás. A requerimiento de Israel, casi todos los países occidentales se alinearon al boicot con inexplicable celeridad. No se trata solamente de un bloqueo que dejó a Gaza en estado de desabastecimiento por tres años. Es una serie de bloqueos en lo cultural, académico, humanitario y económico. Israel también urge a boicotear a Irán. Entonces los israelíes no pueden quejarse si el boicot se usa contra Israel».

Cambia de posición en su asiento. «Pero yo no boicoteo a Israel. Pude haberlo hecho, pude haber abandonado Israel. No tengo en mente moverme. Nunca. No puedo pedir a otros que hagan igual que yo. También está la pregunta de si esto funcionará. No estoy seguro de si los israelíes harán la conexión. Vean el terror de los años 2002 y 2003: la vida en Israel era realmente horripilante, los buses que explotaban, los hombres bomba. Pero ningún israelí conectó el terrorismo con la ocupación. Para ellos el terror era solamente ‘la prueba’ de que los palestinos son monstruos, de que nacieron para matar, de que no son seres humanos, y esto es así. Y si usted se anima a hacer la conexión, la gente le dirá que ‘usted justifica el terror’ y que usted es el traidor. Sospecho que lo mismo ocurrirá con las sanciones. Las condenas después de la flotilla y de la operación plomo fundido sólo lograron hacer que Israel se vuelva más nacionalista. Si [el boicot] se viera como el enjuiciamiento del mundo podría ser más efectivo. Pero la tendencia de los israelíes es tomarlo como una ‘prueba’ más de que el mundo es antisemita y siempre nos odiará».

Levy cree que solamente hay una forma de presión que puede devolver a Israel a la cordura y la seguridad: «El día que el presidente de los Estados Unidos decida poner fin a la ocupación, ésta se terminará. Porque Israel nunca fue tan dependiente de los Estados Unidos como ahora. Nunca. No sólo económicamente, militarmente, por encima de todo, políticamente. Israel está totalmente aislado en la actualidad, excepto para Estados Unidos». Al principio, Levy tenía la esperanza de que Obama lo hiciera, -recuerda que tenía lágrimas en los ojos durante el discurso victorioso que daba en Grant Park-, para luego dar tímidos pasos, desapercibidos, cuando lo que se necesitan son grandes pasos». No solamente es malo para Israel, es malo para Estados Unidos. «La ocupación es un buen argumento para muchas organizaciones terroristas de todo el mundo. No siempre es genuino, pero lo usan. ¿Por qué le permite usted utilizarlo? ¿Por qué los enfurece? ¿Por qué no soluciona el problema de una vez cuando la solución es tan simple?»

Para avanzar, «el ala derecha del judaísmo estadounidense que hace una orgía cada vez que Israel mata y destruye», debería ser expuesta como «enemiga de Israel», condenando al país que supuestamente aman a una guerra eterna. «Son los judíos estadounidenses de derecha quienes escriben las cartas más repugnantes. Dicen que soy el nieto de Hitler, que rezan para que mis hijos enfermen de cáncer. Y esto es porque les toco un nervio. Algo hay allí». Esos derechistas alegan ser opositores a Irán, pero Gideon Levy señala que se oponen con vehemencia a dar los dos posibles pasos que podrían aislar inmediatamente a Irán y despojar a Mahmud Ahmadinejad de su mejor excusa y propaganda: «la paz con Siria y la paz con los palestinos, ambas están en oferta, y ambas son rechazadas por Israel. Son los mejores caminos para debilitar a Irán».

Gideon Levy se niega a traspasar Israel a las personas «que hacen flamear sus banderas hechas en China y sueñan con un parlamento limpio de árabes y un Israel sin [la organización por los derechos humanos] B’Tselem». Se lo ve enojado, indignado. «Nunca me iré». Es mi lugar en la tierra. Es mi lengua, es mi cultura. Incluso la crítica que hago y la vergüenza que llevo provienen de mi profunda pertenencia al lugar. Me iré solamente si me obligan a hacerlo. Deberán arrancarme fuera.

IV Un silbido en la oscuridad

¿Piensa Gideon Levy que ésa es una posibilidad -la de quitarle su libertad en el mismo Estado de Israel-? «Oh, sí, muy fácilmente», dice. «Ya lo hacen prohibiéndome ir a Gaza, y esto solamente es el comienzo. Tengo una tremenda libertad para escribir y para aparecer en la televisión en Israel, y tengo una muy buena vida, pero no tengo garantías para mi libertad. Para nada si la actual atmósfera de extremo nacionalismo continúa en Israel, por uno, dos o tres años. Suspira. «Puede haber nuevas restricciones, Haartez podría cerrar -Dios no lo permita-. Nada tomo como garantía definitiva. No me sorprendería si los partidos de los palestinos israelíes son criminalizados en la próxima elección, por ejemplo. Ya están yendo a por las ONG [organizaciones no gubernamentales que abogan por los derechos de los palestinos]. Las encuestas de opinión ya muestran una mayoría que está por el castigo a quienes muestren equivocaciones militares y restringir los grupos por los derechos humanos.

También está el peligro de ataque por un mercenario. El pasado año, un hombre con un perro grande se abalanzó cerca de su casa y le anunció: «me habría gustado golpearlo hasta dejarlo inválido por mucho tiempo». Levy escapó por los pelos y el hombre nuca fue atrapado. Ahora dice: Estoy asustado, pero no vivo con miedo. Pero decirle que mi sueño nocturno es como el suyo… no sé si podría. Ante cualquier ruido mi primera asociación es ‘puede ser ahora, ya viene’. Pero nunca hubo un caso concreto en el cual realmente pensé ‘aquí viene’. Pero sé que es posible que venga».

¿Consideró alguna vez no contar la verdad y diluir sus declaraciones? Se ríe por única vez durante nuestra entrevista, su elocuente torrente de palabras chisporrotea. «Ojalá pudiera» De ninguna manera podría. Para nada es una opción. Realmente no puedo. ¿Cómo podría? De ninguna manera. Me siento solo, pero mi entorno es comprensivo, por lo menos parte de él. Y aún hay israelíes que aprecian lo que hago. Si usted camina conmigo por las calles de Tel Aviv verá toda clase de reacciones, algunas muy positivas. Es duro, pero así es. ¿Qué otra posibilidad tengo?

Dice que su entorno privado es comprensivo «en parte». ¿Cuál es la parte que no lo es? En los últimos años, dice, salió solo con mujeres no israelíes. -«no podría estar con una persona nacionalista que diga esas cosas sobre los palestinos»- Sus dos hijos no leen nada de lo que él escribe, «tienen diferencias políticas conmigo. Creo que fue difícil para ellos, muy difícil». ¿Ellos son de derecha? No, no, no, nada de eso. A medida que se van haciendo mayores me vienen a ver más. Pero no leen mi trabajo. No», dice mirando hacia abajo, «no lo leen».

Cabecea débilmente, y sonríe. «Noam Chomsky una vez me escribió que yo era como los primeros profetas. Fue el mayor cumplido que alguien me hizo alguna vez. Pero… bueno… mis opositores dirían de una larga tradición de judíos que se odian a sí mismos. No tomo esto seriamente: seguro, siento que pertenezco a una tradición de autocrítica. Creo profundamente en la autocrítica». Pero esto lo deja en situaciones desconcertantes: «Muchas veces me encuentro entre palestinos en manifestaciones, mi espalda hacia ellos, mi cara hacia los soldados israelíes, y ellos estaban disparando en nuestra dirección. Ellos son mi gente, y son mi ejército. Estoy entre las personas consideradas como enemigos. Así es…» Sacude la cabeza. Debe de haber veces, digo, en que usted se pregunte: ¿qué hace un lindo chico judío en un Estado como éste?

Pero luego, como si algo le hubiera fastidiado, vuelve abruptamente a una cuestión anterior. «Seguramente soy muy pesimista. La presión proveniente del exterior podría ser efectiva si fuera estadounidense, pero no veo que esto ocurra. Otras presiones provenientes de otras partes podrían no ser efectivas. La sociedad israelí no cambiará por sí misma, y los palestinos son demasiado débiles para hacerlo. Pero habiendo dicho esto, debo decir, si hubiéramos estado sentados aquí a finales de la década del 80 y usted me hubiera dicho que el muro de Berlín caería en unos meses, que la Unión Soviética también, que el régimen sudafricano caería en unos meses, me habría reído de usted. Quizá la única esperanza que tengo es que el régimen de ocupación esté ya tan podrido que acaso caiga alguna vez bajo su propio peso. Usted debe ser lo bastante realista como para creer en milagros».

Hasta entonces Gideon Levy continuará documentando pacientemente los crímenes de su propio país, tratando de llamar a su pueblo para que regrese al sendero de la justicia. Frunce levemente el ceño. Como si estuviera imaginando a Najawa Khalif estallando en pedacitos frente al ómnibus escolar, o a su propio padre quebrado, y me dice: «Un silbido en la oscuridad sigue siendo un silbido».

Fuente: http://www.independent.co.uk/news/world/middle-east/is-gideon-levy-the-most-hated-man-in-israel-or-just-the-most-heroic-2087909.html