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¿Gripe porcina o gripe industrial?

Fuentes:

Un niño mexicano de no más de 10 años, portando un cartelito modesto de trazos escolares, con tachaduras y todo, podría tener la clave del tema de moda en el mundo, el virus AH1N1. La foto y el evento los publicó el diario La Jornada de México en su edición del 4 de abril pasado. […]


Un niño mexicano de no más de 10 años, portando un cartelito modesto de trazos escolares, con tachaduras y todo, podría tener la clave del tema de moda en el mundo, el virus AH1N1. La foto y el evento los publicó el diario La Jornada de México en su edición del 4 de abril pasado.

La nota de prensa se refería a la protesta impulsada por la comunidad de La Gloria ubicada en el Estado de Veracruz en México, que reclamaba a las autoridades respuestas por la creciente presencia de enfermedades respiratorias que se sospecha son incubadas en las granjas de pollos y cerdos levantadas por los consorcios multinacionales en la zona.

El cartelito infantil ilustrado con un cerdito de cuaderno encerrado en un círculo y tachado con una equis como pidiendo prohibición iba acompañado de un exhorto: «Ya peligro, granjas Carroll». La granja es una productora de cerdos subsidiaria de la poderosa estadounidense Smithfield Foods, el monopolio de la cría de cerdo en el mundo.

Como es habitual nadie le prestó atención a la gente de La Gloria, mucho menos al papel ajado del anónimo niño y luego el mundo quedó inmovilizado ante la impresionante propaganda gestada por la Organización Mundial de la Salud, OMS, en todos los medios del planeta invitando a gobiernos y autoridades sanitarias a desocupar los bodegas de las multinacionales de los fármacos que tenían listos millones de dosis de Tamiflu y Relaxin. De la noche a la mañana se le apareció la virgen en forma de OMS a Donald Rumsfeld, principal accionista de laboratorios Gilead Sciences Inc, comercializador del antiviral y a sus pares Roche y Glaxo SmithKline. Estos mismos han retado (extorsionado) al planeta a que flexibilice las medidas sobre control de pruebas y a cambio producen la vacuna en cuestión de semanas. El negocio perfecto, perfeccionamos el virus y vendemos a nuestro criterio el fármaco, por publicidad no se preocupen para eso están la OMS, los gobiernos del mundo y los medios masivos, sólo necesitamos un poco de pánico, por eso es preciso invertir unos centenares de muertos, eso si, ubicados lejos de la metrópoli.

Y claro, no es tan descabellado hacer la asociación de gripe porcina, laboratorios y exsecretario de defensa y por ende armas biológicas. Baste releerse el texto de William Bloom «Matando la esperanza», donde se relata con estupor la manera como el Pentágono en 1971 sembró en Cuba la fiebre porcina africana que llevó a que el gobierno ordenara el sacrificio de centenares de miles de cerdos; o la criminal acción de transmisión de dengue con mosquitos cosechados en los laboratorios de la guerra bacteriológica que afectó a más de 300 mil isleños, matando alrededor de 150 personas dentro de ellas un centenar de seres que como el «chamaquito» mexicano no llegaban a los 15 años de edad.

A los seres humanos nos han ido apilando como pollos en las ciudades, que más que crecer se hinchan ante la llegada masiva de más pollos… perdón, personas. Los espacios cada vez más reducidos, las zonas comunes o públicas que antes eran de dominio comunitario como extensión de la morada ahora está copadas por los centros comerciales, las avenidas para los carros, los parqueaderos, las ciclovías, el tránsito de las motos, las ventas de quiosco, la contaminación visual, sonora, ambiental o tomadas por el hampa. El hogar del futuro es una persona con sobrepeso sentada frente a un computador que apenas se levanta para ir a dormir o al baño. Debe comer sin moverse del monitor y todo le llega a domicilio. Su vida útil será lo suficiente como para cumplir con la hipoteca del apartamento y del carro, pagar impuestos, servicios y consumir toda la chatarra disponible. Luego deberá morir previo pago del seguro funerario. Lo heredarán otros pollos a quienes les tocará conformarse con menos espacio.

No hay diferencia alguna con los pichones que salen de la cáscara de huevo para inmovilizarse en una jaula donde engordan antes del sacrificio sin sentir sobre sus plumas la luz solar ni experimentar el uso de sus patas. Mueren sin contacto con la naturaleza, jamás caminan y sólo conocen un único alimento. Un concentrado hecho a base de sus propias eses. Las multinacionales los deforman, los atrofian. Les estandarizan el peso, el color, sabor y la relación grasa-carne magra. Les recortan la vida, les racionan el aire. Han pensado en producir en serie pollos de 4 patas ante la demanda de muslos en las ferias de comida, pronto engendrarán sólo pechugas o alitas. La ambición de la industria no tiene límites. Si los humanos quieren imaginar las comodidades del hombre del futuro sólo tienen que observar «el ciclo de vida» del alimento plastificado que les traen del asadero. Todo esto ha sido seguido de cerca por muchas ONGs ambientalistas, dentro de ellas destacamos a Grain.

Con los cerdos sucede exactamente lo mismo. Los virus se originan en esos galpones multiplicadores de capitales. A altas temperaturas, en dónde los animales pelean hasta la muerte con sus pocos alientos centímetros de vida y de aire. Los niveles de estrés en esos campos soñados por los nazis son inimaginables. Los fármacos, concentrados, químicos y números que inundan las explotaciones porcinas y aviares son delirantes. Y es allí al estrecharse el contacto cerdo-aves-humanos (la gallinaza hace parte de la dieta de los porcinos) donde se combinan, mutan y diversifican, lo demás lo hace el laboratorio, los virus que dispararán las ganancias de la industria farmacéutica. Todo el negocio está garantizado, no ocurre lo mismo con la suerte de centenares, pronto seremos millones, de muertos pobres cuya memoria será apenas estadística.