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Günter el Terrible

Fuentes: zope.gush-shalom.org

Traducido para Rebelión por LB

Discúlpenme si ya les conté antes este chiste:

En algún lugar de EEUU se celebra una manifestación. Llega la policía y comienza a aporrear con saña a los manifestantes.

«¡No me pegue!», grita alguien: «¡Soy anticomunista!»

«¡Me importa un bledo qué clase de comunista eres!», le responde un policía alzando su porra.

La primera vez que conté este chiste fue cuando un grupo de alemanes visitó la Knesset y se reunió con parlamentarios de origen alemán entre los que me encontraba.

Se deshicieron en elogios hacia Israel, alabando todo lo que habíamos estado haciendo y condenando hasta la más mínima crítica, por inofensiva que fuese. La situación se hizo francamente embarazosa, pues algunos de nosotros en la Knesset éramos muy críticos con la política de nuestro gobierno en los territorios ocupados.

En mi opinión este tipo de filosemitismo extremo es simplemente una forma de antisemitismo disfrazado. Ambos comparten una creencia básica: que los judíos -y por lo tanto, Israel- son algo aparte que no puede medirse con arreglo a las normas que se aplican al resto del mundo.

¿Qué es un antisemita? Alguien que odia a un judío por ser judío. No lo odia por lo que es como persona sino por su origen. Un hebreo macho o hembra (por citar un chiste de Ambrose Bierce)(1) puede ser bueno o malo, agradable o desagradable, rico o pobre, pero debe ser odiado por el mero hecho de ser judío.

Naturalmente, el mismo razonamiento sirve para cualquier tipo de prejuicio, incluido el sexismo, la islamofobia, el chovinismo o lo que sea.

En esto los alemanes son, como suelen, un poco más concienzudos que los demás. El término «Antisemitismus» fue inventado por un alemán (pocos años antes de que se inventaran «sionismo» y «feminismo»), y el antisemitismo fue la ideología oficial de Alemania durante los años del nazismo. Ahora la ideología oficial alemana es el filosemitismo, llevado otra vez al extremo.

Otra palabra nazi fue «Sonderbehandlung», que significaba «tratamiento especial». Fue un eufemismo para referirse a algo terrible: el asesinato de prisioneros. Sin embargo, tratamiento especial también puede significar lo contrario: conceder a personas y países un trato particularmente amable, no por lo que hagan sino por lo que son, por ejemplo por ser judíos.

Bueno, pues a mí eso no me gusta, aunque yo mismo sea beneficiario del trato preferente. Me gusta que me elogien cuando hago algo bien y acepto que me critiquen si hago algo mal. Pero no me gusta que me elogien (o critiquen, es lo mismo) por el mero hecho de haber nacido judío.

Esto nos lleva, naturalmente, a Günter Grass.

Confesión: me he encontrado con él una sola vez, cuando a ambos nos invitaron a una conferencia del PEN Club alemán en Berlín. Durante un descanso lo conocí en un restaurante muy bueno. Le dije con toda sinceridad que sus libros me gustaban mucho, sobre todo la novela antinazi El tambor de hojalata, y que me gustaba su posterior actividad política. Y eso fue todo.

Nunca me encontré con él durante las numerosas visitas que hizo a Israel. Al menos en una de ellas se echó novia, una conocida escritora.

Ahora Grass ha hecho lo impensable: ¡Ha criticado abiertamente al Estado de Israel! ¡Y lo ha hecho un alemán!

La reacción ha sido automática. Inmediatamente lo han tachado de antisemita. Pero no un antisemita común y corriente, ¡sino un criptonazi que habría podido ser perfectamente el hombre de confianza de Adolf Eichmann! La prueba de ello es que a los 17 años, hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, fue reclutado por las Waffen-SS igual que lo fueron decenas de miles de personas más y que luego -sospechosamente- ocultó ese dato durante muchos años. Ahí tienen la prueba.

Los políticos y comentaristas israelíes y alemanes competían entre sí por ver quién maldecía más al escritor, y en esa carrera los alemanes ganaban por goleada a los israelíes, aunque lo cierto es que nuestro ministro del Interior, Eli Yishai, podría haber ganado el campeonato individual cuando declaró a Grass persona non grata y le prohibió la entrada en Israel para toda la eternidad (como mínimo).

Yishai es una mediocridad política que jamás ha escrito una línea que valga la pena recordar. Es líder del partido ortodoxo Shas no por haber sido elegido sino por ser colega del hombre fuerte del partido, el rabino Ovadia Yosef. El poderoso Interventor General del Estado le acusa de crasa incompetencia en relación con un gigantesco incendio que se desató en el Monte Carmelo y por ello su carrera está en peligro. Grass llegó justo en el momento justo para salvarle el pellejo.

Entonces, ¿qué es lo que Grass dijo en realidad? En un poema de 69 líneas (en realidad se trata de una polémica en forma de poema) titulado «Lo que hay que decir» Grass ataca la política israelí en relación con la bomba atómica.

El feroz contraataque se ha centrado casi por completo en el axioma de que un alemán no tiene derecho a criticar a Israel bajo ninguna circunstancia.

Pasemos por alto ese «argumento» y detengámonos en el propio poema, sin considerarlo necesariamente una obra maestra de la literatura.

El argumento básico de Grass es que Israel ya dispone de «potencial nuclear» y que, por consiguiente, es de hipócritas culpar a Irán de desear, tal vez, asegurar su propia capacidad nuclear. En especial, Grass denuncia al gobierno alemán por haber suministrado otro submarino a Israel.

Considerado el asunto de manera racional, ¿tienen sentido sus argumentos?

Grass presupone que Israel planea iniciar una guerra preventiva con un «primer ataque» a Irán que podría «borrar del mapa» al pueblo iraní. Esa posibilidad sólo tiene sentido si Grass asume que el «primer ataque» israelí se realizaría con bombas nucleares. De hecho, el término «primer ataque» pertenece exclusivamente al léxico de la guerra nuclear.

Es en este contexto en el que Grass condena al gobierno alemán por proporcionar a Israel otro submarino (el sexto) con capacidad para lanzar bombas nucleares. Este tipo de submarino está diseñado para que un país que ha sido golpeado por un «primer ataque» pueda lanzar un «segundo ataque». Se trata básicamente de un arma de disuasión.

Grass deplora el hecho de que nadie en Alemania (ni en el mundo occidental) se atreva siquiera a mencionar que Israel posee armamento nuclear, y que esté prácticamente prohibido «mencionar el nombre de ese país» en este contexto.

A continuación, Grass afirma que «el poder atómico de Israel pone en peligro la frágil paz del mundo». Para evitar este peligro propone que «el potencial atómico de Israel y las instalaciones atómicas de Irán» se sometan a un régimen permanente de inspecciones internacionales irrestrictas previo acuerdo de ambos gobiernos.

Al final también menciona a los palestinos. Sólo de esta manera, dice, será posible ayudar a israelíes y palestinos, así como al resto de los habitantes de esta «región ocupada por la locura».

Bueno, yo no me caí de la silla cuando leí todo eso. El texto puede y debe ser criticado, pero no hay nada en él que merezca una condena severa.

Como dije antes, no veo ninguna razón que impida a los alemanes criticar a Israel. No hay nada en este texto que deslegitime al Estado de Israel. Al contrario, Grass proclama su solidaridad con Israel. Menciona explícitamente el Holocausto como un crimen indeleble. También llama a los iraníes «un pueblo esclavizado por un ‘bocazas'».

Dicho eso, la idea de Grass de que Israel podría «exterminar» al pueblo iraní en un «primer ataque» preventivo es extremadamente exagerada.

Ya he dicho varias veces que toda la cháchara israelí y estadounidense sobre un ataque israelí a Irán forma parte de una guerra psicológica liderada por Estados Unidos para presionar a los líderes iraníes para que renuncien a sus (presuntas) aspiraciones nucleares. Es totalmente imposible que Israel ataque a Irán sin el expreso consentimiento previo de EEUU, y es totalmente imposible que EEUU ataque -o autorice a Israel a que lo haga- habida cuenta de las catastróficas consecuencias que tal ataque traería: colapso de la economía mundial y una larga y costosísima guerra.

Supongamos, a efectos puramente retóricos, que el gobierno israelí decide realmente atacar las instalaciones nucleares de Irán. Ello no «exterminaría» al pueblo iraní, ni siquiera a una parte de él. Sólo un loco usaría bombas nucleares con ese propósito. Y los líderes israelíes, a pesar de lo que uno pueda pensar de ellos, no están locos.

Incluso si Israel tuviera (u obtuviera de EEUU) bombas nucleares tácticas con un poder y radio limitados, la reacción mundial que provocaría su uso sería catastrófica.

Por cierto, no es por elección propia que los gobiernos israelíes mantienen una política de opacidad nuclear. Si pudieran, nuestros líderes se jactarían de nuestro poderío nuclear proclamándolo a voces desde los tejados. Es EEUU quien insiste en la mantener el asunto en secreto para no verse obligado a hacer algo al respecto.

Así pues, la afirmación de Grass de que Israel pone en peligro «la paz mundial» es un poco exagerada.

En cuanto a la propuesta práctica que hace Grass de someter a inspección internacional las instalaciones nucleares israelíes e iraníes, creo que la idea merece una consideración seria. Si nuestros dos países congelaran el statu quo nuclear puede que no fuera en absoluto una mala idea.

Al final, sin embargo, necesitamos una región libre de armas nucleares dentro de un marco de paz general en la región que incluya a Israel, Palestina, la Liga Árabe, Turquía e Irán.

En cuanto a Günter Grass, me agradaría volver a encontrarme con él, esta vez para invitarlo a una buena comida en Tel Aviv.

NOTA:

(1) El calembour de Bierce al que alude Avnery es: «A Hebrew or a Shebrew«.

Fuente: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1334242715 

rCR