La administración Bush es famosa por haber creado una Casa Blanca inusualmente favorable a los negocios. Sitúen a la secreta Fuerza de Tarea de la Energía de Dick Cheney y a los enormes recortes de impuestos junto con los cabilderos corporativos que escriben las regulaciones para sus propias industrias y tendrá un argumento que parece […]
La administración Bush es famosa por haber creado una Casa Blanca inusualmente favorable a los negocios. Sitúen a la secreta Fuerza de Tarea de la Energía de Dick Cheney y a los enormes recortes de impuestos junto con los cabilderos corporativos que escriben las regulaciones para sus propias industrias y tendrá un argumento que parece bastante persuasivo.
Sin embargo, hay razones para considerar una idea contraria: después de todo, quizás George Bush y Dick Cheney no sean tan buenos capitalistas.
Es bien conocido el fracaso de George W. Bush como hombre de negocios. Dick Cheney, considerado por los conservadores como un brillante ex Director General y por los progresistas como un pelele de Halliburton, también tiene un pasado sospechoso. Aunque ciertamente hizo más conocida a Halliburton durante los cuatro y medio años en que fue su jefe, su mayor logro fue la adquisición por $7,7 mil millones de Dresser Industries, un competidor que resultó estar plagado con aplastantes reclamaciones relacionadas con asbestos. Después del reinado de Cheney múltiples divisiones de Halliburton se declararon en quiebra y el precio de las acciones de la compañía se derrumbó. La revista Rolling Stone publicó en agosto de 2004: «A pesar del rebote que han tenido las acciones de Halliburton gracias a la guerra, un inversionista que colocó $100 000 en la compañía justo antes de que Cheney se convirtiera en vicepresidente, tendría hoy menos de $60 000.»
Muchos analistas aseguran que el Vicepresidente es responsable del descenso, señalando que los problemas de Dresser con el asbesto, los cuales costaron a Halliburton miles de millones, eran predecibles. Sin embargo, críticos menos severos cuestionan su éxito como líder de los negocios. Por ejemplo, Jason E. Puynam, un analista de energía en Manejo de Capitales Victory dice que como jefe de Halliburton, «en sentido general Cheney en el mejor de los casos tuvo un desempeño promedio.» El editor de Newsweek para Wall Street, Allan Sloan, es menos elogioso, y sugiere que Cheney fue un «Director General que se equivocó en grande.»
En relación a Irak, oímos decir muchas cosas acerca de la generosidad del gobierno hacia Halliburton, Bechtel y un puñado de otras firmas favorecidas. Con menos frecuencia consideramos la posibilidad de que la «guerra al terrorismo» de la administración ha sido una importante metedura de pata de la administración desde el punto de vista de los negocios. Pero si se comienza con la ausencia de éxitos en los antecedentes de negocios de Bush y Cheney, la política exterior de la administración se ve de manera diferente. Aunque uno crea que la Casa Blanca está diseñando su cruzada en el exterior para beneficiar a las corporaciones norteamericanas, no existen razones para suponer que lo haya estado haciendo de manera exitosa.
Cada vez con más frecuencia la prensa especializada en los negocios está sugiriendo que los líderes de las corporaciones, que una vez esperaron que la actual administración llevara la globalización corporativa de los años de Clinton a nuevas alturas, ahora temen otro destino a partir del orden internacional que Bush ha creado. Las reducciones de impuestos y las desregulaciones en el frente interno han sido regalos adicionales evidentes, pero por otra parte, muchas transnacionales norteamericanas se enfrentan a un panorama preocupante. Los fracasados Directores Generales en la Casa Blanca han promovido una agenda global que, en el mejor de los casos, beneficia a un pequeño sector de la comunidad norteamericana de negocios y deja al resto expuesto al resentimiento popular y a la incertidumbre económica.
Cuando se trata de las intervenciones de Bush, Cheney, Condi y los neoconservadores en la economía global, «en el mejor de los casos (Š) un desempeño promedio» sería un juicio caritativo, y equivocaciones «en grande» algo más cerca de la realidad.
Esa gente de negocios que aún no se han unido a la mayoría que se opone al manejo que el presidente ha hecho de su guerra en Irak -o el creciente coro de críticos conservadores que han comenzado a cuestionar la política exterior de la administración- puede que pronto tengan una larga lista de razones para subirse al carro, comenzando por el balance de ganancias.
No es la guerra de KFC
En los últimos años Kentucky Fried Chicken (KFC) ha tenido algunos momentos malos en el mundo musulmán. A principios de septiembre una bomba estalló dentro de uno de sus establecimientos en Karachi, Pakistán. No era la primera vez que la cadena había sido blanco de un atentado. En mayo un grupo de chiíes, airados por el apoyo de EEUU al Presidente Pervez Musharraf y por abusos reportados en la base de Guantánamo, incendiaron otro establecimiento de KFC -uno que estaba decorado con grandes imágenes del Coronel Sanders sobre un campo de barras y estrellas. Dos otros establecimientos fueron destruidos poco después del ataque de EEUU a Afganistán en el 2001.
Las desgracias que afectan a KFC van más allá de una cadena de comida rápida -McDonald’s también ha sido atacado en Pakistán e Indonesia- y el incendio intencional de establecimientos de comida rápida es sólo la señal más dramática del nuevo clima de negocios promovido por una política exterior norteamericana cambiante. Si los asuntos diplomáticos de Clinton podían ser descritos como un esfuerzo sostenido para hacer al mundo seguro para el Ratón Miguelito, Microsoft y el pollo frito, la agenda de Bush/Cheney representa algo mucho más peligroso para los negocios.
La administración Clinton sirvió como firme promotor para la construcción de una economía internacional cooperativa, «basada en reglas» -un orden multilateral conocido por los críticos como «globalización corporativa». La administración Bush, aunque supuestamente está interesada en temas como el «libre comercio», ha ofrecido un conjunto de políticas muy diferentes. Agresiva y unilateral, ha diseñado un nuevo modelo de «globalización imperial» que ha puesto en peligro a instituciones multilaterales como la Organización Mundial del Comercio, vilipendiada por activistas anti-globalización. En vez de trabajar por medio de tales instituciones, la actual administración ha mostrado regularmente intransigencia en las negociaciones internacionales acerca del comercio y el desarrollo; se ha dedicado a condicionar directamente su ayuda a otros países con sus prerrogativas militares; y ha tratado de negar a la «Vieja Europa» cansada de la guerra su papel tradicional como socio menor en el empeño globalizador. Mientras tanto, ha comenzado a desmantelar un orden internacional que sirvió muy bien a las corporaciones transnacionales durante el crecimiento del siglo 20 y que facilitó su ascenso en los últimos 30 años.
En resumen: si Bush es un presidente petrolero, no es un presidente Disney, ni de Coca Cola. Si Cheney está trabajando diligentemente para ayudar a Halliburton a recuperarse, la guerra que él ayudó a liderar no ha funcionado tan bien para Starbucks.
Si la atrevida jugada de la administración a favor de la dominación global norteamericana demuestra ser positiva o no en el futuro cercano o a largo plazo, los costos comerciales de este enfoque ya se están haciendo evidentes. Para comenzar. una nueva ola de anti-norteamericanismo que está arrasando el planeta va mucho más allá de las bombas en los establecimientos de Kentucky Fried Chicken en Asia del sur o la amplia hostilidad en el Medio Oriente. En Asia, el South China Morning Post ha publicado que una «fuerte y creciente hostilidad» hacia Estados Unidos ha complicado los planes de expansión de Disney en el área. Además, la política exterior imperial de Bush está inspirando una reacción de los consumidores, incluso entre los aliados tradicionales.
En diciembre de 2004 Jim Lobe, de Inter Press Service, reportó acerca de una encuesta a 8 000 consumidores internacionales publicada por Global Market Insite Inc. (GMI), de Seattle. La encuesta demostraba que «un tercio de todos los consumidores de Canadá, China, Francia, Alemania, Japón, Rusia y Reino Unido decía que la política exterior norteamericana, particularmente la ‘guerra al terror y la ocupación de Irak constituía su más fuerte impresión de Estados UnidosŠ Desgraciadamente, la actual política exterior norteamericana es percibida por los consumidores internacionales como significativamente negativa, cuando solía ser positiva’, comenta el Dr. Mitchell Eggers, el director general y principal encuestador de GMI.»
Las marcas que la encuesta identificaba como particularmente en peligro en aquel momento era los cigarrillos Marlboro, American Online (AOL), McDonald’s, American Airlines, Exxon-Mobil, Chevron Texaco. United Airlines. Budweiser, Chrysler, Muñecas Barbie, Starbucks y General Motors.
Evaluaciones más recientes han verificado esas tendencias. Es más, en los últimos meses una sarta de artículos en la prensa financiera presentaron cuestiones enervantes para los negocios. Típicas de ellas fueron el British Financial Times de agosto (El Mundo Vuelve la Espalda a Estados Unidos) y Forbes en septiembre (¿Están en Problemas las Marcas Norteamericanas?)
Un artículo de la revista norteamericana US Banker en agosto que reproducía los resultados de una encuesta de Barómetro de Confianza Edelman entre élites globales descubrió que «41 por ciento de las élites canadienses tenían menos probabilidad de comprar productos norteamericanos debido a las políticas de la Administración Bush, comparado con 56 por ciento en el RU, 61 por ciento en Francia, 49 por ciento en Alemania y 42 por ciento en Brasil.
Tampoco son sólo extranjeros presuntuosos los que son negativos. Los propios líderes norteamericanos de negocios han comenzado a relacionar sus desgracias económicas con la política imperial. El artículo anteriormente mencionado de US Banker advirtió que «La mayoría de los Directores Generales norteamericanos, cuyas firmas emplean a ocho millones de personas en el extranjero, están reconociendo ahora que el sentimiento anti-norteamericano es un problema». Y un artículo de 2004 en The Boston Herald cuyo titular decía «Ejecutivos de Massachussetts: El Daño de la Guerra de Irak; la Competitividad de EE.UU. se Convierte en una Baja», señalaba que «sesenta y cinco por ciento de ejecutivos encuestados por Opinion Dynamics Corp. Dijeron que la guerra está haciendo daño a la competitividad global norteamericana».
Un grupo de ejecutivos de corporaciones que se ha formado bajo el nombre de Negocios Pro Acción Diplomática (BDA) está apareciendo con regularidad en artículos acerca de los problemas de imagen que tiene Estados Unidos. Aunque evita una posición explícita acerca de la guerra de Irak, el BDA argumenta:
«Los costos asociados a un creciente sentimiento anti-norteamericano son exponenciales. De los costos de seguridad y económicos a una erosión de nuestra capacidad para provocar la confianza en todo el mundo y reclutar a los mejores y más brillantes, EE.UU. se arriesga a perder su ventaja competitiva si no se toman medidas para invertir la negatividad asociada con Estados Unidos».
Comparados con los impactos adversos de la globalización imperial de Bush, los esfuerzos de la administración en una rehabilitación de marcas al estilo de Karen Hughes son risibles -y el BDA lo sabe. Tomando las cuestiones diplomáticas en sus propias manos, el vocero del BDA declaró abiertamente: «En estos momentos, el gobierno de EE.UU. no es un mensajero creíble».
Un pantano de corporaciones
¿Es sólo un problema de percepción o los costos de la guerra han afectado las ganancias de los negocios? En junio de 2004 el reportero USA Today James Cox escribió de cómo compañías con problemas financieros señalan a la guerra como la culpable:
«Cientos de compañías culpan a la guerra de Irak por los pobres resultados financieros de 2003, y muchas advierten que la continuación de la participación militar norteamericana podría dañar el desempeño de este año. En informes regulatorios a la Comisión Controladora de Acciones y Valores (SEC), aerolíneas, constructores de casas, emisoras, proveedores de hipotecas, fondos mutualistas y otros culpan directamente a la guerra por la baja en los ingresos y las ganancias en este año».
Entre los que se quejan, Hewlett-Packard aseguró que la ocupación de Irak ha creado incertidumbre y ha dañado el precio de sus acciones; mientras que compañías de medios como Televisión Hearst-Argyle, Grupo de Emisiones Sinclair and Comunicaciones Journal se quejaban del número de anuncios de radio y TV que han sido desplazados por las noticias de la guerra.
Aunque culpar a la guerra podría ser una excusa conveniente para algunos ejecutivos que no han estado a su altura, llama la atención el nivel de queja, así como los comentarios de administradores de fondos citados por Cox:
«‘La guerra de Irak creó un pantano para las corporaciones’, dice en su carta a los accionistas David J. Galvan, gerente de portafolio del Fondo de Ingresos Wayne Hummer.
«Fondos Mutualistas Vintage asegura que ‘el precio de estos compromisos (en Irak y Afganistán) puede que sea mayor de lo que público norteamericano había esperado o esté dispuesto a tolerar».
En una declaración presentada a la SEC, Domenic Colasacco, administrador del Fondo Balanceado Boston, califica a la actual ocupación norteamericana de ‘triste y de un riesgo en aumento’.»
Por supuesto, sabemos que las compañías reconstructoras están declarando ganancias. Las ventas de máscaras antigas y Humvees blindados también han aumentado. Pero tales compañías mantenidas por la guerra son una pequeña minoría. Por otra parte, las distintas compañías de la industria turística han recibido un fuerte golpe. Delta Air Lines, JetBlue, Orbitz, Priceline.com, restaurantes de carne Morton, Fairmont Hotels & Resorts y Host Marriott, por mencionar sólo a algunas, han culpado a la guerra por sus decepcionantes ingresos. Los líderes de la industria de viaje han advertido:
«EE.UU. están perdiendo miles de millones de dólares, ya que los turistas internacionales dejan de visitar EE.UU. debido a una imagen deteriorada en el exterior y más políticas burocráticas de visaŠ ‘Es un imperativo económico enfrentar estos problemas’, dijo Roger Dow, ejecutivo principal de la Asociación de la Industria de Viajes de Estados Unidos, el más importante organismo profesional del turismoŠ El Sr. Dow subrayó que el turismo contribuyó a una percepción positiva de EE.UUŠ. ‘Si no enfrentamos estos temas en el turismo, el impacto a largo plazo para marcas norteamericanas como Coca-Cola, General Motors y McDonald’s podría hacer mucho daño’.»
Pesadillas económicas anunciadas
Todos los años la élite global de los negocios se reúne en un centro turístico en Davos, Suiza, para celebrar el Foro Económico Mundial. En los años prósperos de Clinton, un sentimiento de exuberancia dominaba la reunión de los globalistas -a pesar de las protestas fuera de las reuniones. Sin embargo, para enero de 2003 el ambiente en Davos se había deprimido perceptiblemente. El optimismo económico iba desapareciendo. En particular causaba preocupación la inminente guerra en Irak. Los líderes corporativos mostraron poco más entusiasmo por la inminente invasión unilateral que los manifestantes afuera. Los analistas tenían las mayores reservas, citando que «la amenaza de guerra es la mayor interrogante que pende sobre las perspectivas de crecimiento global».
Por la misma época los economistas progresistas Dean Baker y Mark Weisbrot detallaron lo que parecía ser la peor perspectiva en un informe de política titulado «El Costo Económico de una Guerra en Irak». Además del costo del anti-norteamericanismo en el extranjero, ellos mencionaba tres áreas adicionales de preocupación: un choque petrolero relacionado con la guerra que pudiera costar a la economía norteamericana cientos de miles de empleos en un período de siete años; un mayor riesgo de ataques terroristas en EE.UU. que pudieran provocar aumentos de los costos de seguridad, disminución del crecimiento del Productor Interno Bruto (PIB); y la posibilidad de que el incremento de los precios del petróleo llevara al mundo en vía de desarrollo a una profunda recesión.
Pregunté a Baker hasta dónde había sido visionario el informe. Aunque subraya que lo peor no llegó a suceder, él nota que hay señales inquietantes. Los precios del petróleo han subido a las nubes, debido principalmente al incremento de la demanda por parte de China y la India, pero exacerbado por la ausencia de petróleo iraquí. Es más, como cada nuevo estimado de inteligencia pronostica que estamos menos seguros, no más, debido a la ocupación de Irak crece el riesgo de un ataque devastador a la economía. Baker señala las horas que esperamos en las colas de seguridad en los aeropuertos o los retrasos en los metros urbanos, lo que representa costosas pérdidas económicas.
Luego, por supuesto, está la posibilidad aún no sucedida de que la guerra de guerrilla y el terrorismo se convierta en sabotaje contra los enormes y poco defendidos tramos de oleoductos en el Medio Oriente. Es esta posibilidad entre otras las que provocaron que el profesor de historia del Medio Oriente y blogger de Informed Comment Juan Cole comparara la debacle de Bush en Irak con el «lanzamiento de granadas en la cabina de la economía mundial».
Tales costos predichos antes de la invasión, sugieren que el pesimismo de anteguerra en Davos estaba bien justificado. Y una lista tan modesta apenas agota los posibles inconvenientes de las políticas de la administración Bush en Irak y más allá. El debate acerca del gasto del Congreso, por una parte, merece que se le mencione al menos de pasada. Si los conservadores tienen razón en que Irak, los recortes de impuestos y los déficits abultados son necesariamente malos para los negocios, o si el Keynesianismo Militar en realidad ha venido ayudando a suavizar un descenso económico periódico, la idea de la guerra sin sacrifico debiera sonar extraño a cualquier ejecutivo que tenga en cuenta el balance. Tómense los costos directos de la guerra que llegan a los cientos de miles de millones, agréguense los gastos médicos para los veteranos impedidos, luego súmense los costos de los reservistas de la Guardia Nacional que son sacados de los pequeños negocios, y pronto verán que eso significa dinero de verdad. En algún momento el dólar sobrevaluado, que nuestros acreedores en los bancos centrales de China y Japón han decidido mantener por el momento, tendrá que descender y probablemente arrastre hacia abajo consigo a la economía. Cuando eso suceda, el Coronel Sanders no será el único en sentirlo.
¿Cambiarán los negocios?
Por allá por agosto de 2004, durante el ciclo eleccionario, la campaña de Kerry distribuyó una lista de 204 ejecutivos de negocios que apoyaban las políticas del candidato. Fue un buen intento pero, como reportó Noticias Blomberg, el demócrata iba bastante detrás de Bush en cuanto a apoyo corporativo. A esas alturas cincuenta y dos ejecutivos principales de importantes compañías habían donado dinero a Kerry; 280 a la campaña de reelección del presidente, (Como los negocios son los negocios, «al menos tres ejecutivos de la lista de Kerry también donaron el máximo de $2 000 a la campaña de reelección de Bush».)
Ha pasado un año desde las elecciones. La tasa de aprobación para el victorioso presidente continúa hundiéndose a niveles nunca vistos, y «mantenerse firmes» sigue siendo la política oficial de Washington para Irak. En este contexto, no es sorprendente que «realistas» republicanos como Brent Scowcroft (quien antes de la guerra alertó en un artículo de opinión en The Wall Street Journal que «indudablemente sería muy costosa -con serias consecuencias para la economía global y la de Estados Unidos») están haciendo ruido otra vez. Y sería de una lógica perfecta si un número cada vez mayor de esos Directores Generales de Bush estuvieran lloriqueando ahora en busca de un regreso a la globalización multilateral al estilo de Clinton del tipo que aún defiende el derrotado senador por Massachussetts y muchos otros demócratas.
Ninguno de estos campos alternativos parecerá particularmente atractivo a los progresistas, pero ellos significan una genuina amenaza a los imperialistas globales que parecen incapaces de deshacerse de Irak. Es más, la rivalidad intra-partido entre los republicanos -la cual debe incrementarse a medida que avance el año de elecciones- podría desempeñar un papel vital en convertir a los halcones de la Casa Blanca en patos muertos. Mucho mejor si esta transformación aviar es acelerada por la insatisfacción de los líderes corporativos que están reevaluando los costos de la política exterior de Bush y decidiendo que el imperio sencillamente no paga.
— Mark Engler, escritor residente en la Ciudad de Nueva York, es analista de Foreign Policy In Focus. Se le puede contactar por medio del sitio web http://www.DemocracyUprising.com. Kate Griffiths colaboró en la investigación para este artículo, e cual apareció primero en Tomdispatch.com (http://www.tomdispatch.com/index.mhtml?pid=33201) y se reproduce aquí con permiso del autor.
Traducido por Progreso Semanal.