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Historias de ida y vuelta

Fuentes: Rebelión

Una vez me dijeron que todos los caminos eran de ida y vuelta, que sólo había que querer mirar bien el paisaje. Con los propios, a decir verdad, es más difícil, pero en ocasiones los pasos ajenos nos llevan a andar y desandar algunos trechos. Hace meses que sucedieron estas tres historias, pero el tiempo […]

Una vez me dijeron que todos los caminos eran de ida y vuelta, que sólo había que querer mirar bien el paisaje. Con los propios, a decir verdad, es más difícil, pero en ocasiones los pasos ajenos nos llevan a andar y desandar algunos trechos.

Hace meses que sucedieron estas tres historias, pero el tiempo no es una variable que influya mucho cuando uno habla de los otros.

La primera tuvo lugar durante una huelga, la que afectó a un sector de los especialistas en pediatría de la sanidad pública española.

Ese día, la rutina del examen y las quejas de Marta (no sé muy bien si porque le miraran los oídos o porque le apretaran la barriga) dieron paso a una especie de confesión médico-paciente: «…yo no he venido aquí a apoyar ninguna huelga».

Durante años aquel médico había estado en África y, según reconoció, había visto «cosas terribles, países donde no hay derecho a la vida». Entonces formaba parte de las misiones internacionalistas de médicos y especialistas en salud cubanos que trabajan en ese continente y a las que el Gobierno de Cuba encomienda invertir esa realidad, que allá donde estén sí se defienda el derecho a vivir de todo ser humano»

«En una escala me quedé y ahora no me planteo añorar nada…» (empezó a decir). Tenía lógica, cuando se renuncia a luchar por el derecho a la vida, cómo no dar la espalda a otras luchas y a otros derechos. «…Hacerlo sería una incoherencia» (concluyó). Y tenía razón.

La segunda ocurrió en los pasillos de una radio, que son como las cocinas de las casas, todo lo importante se trata entre sus paredes y son el mejor sitio para enterarse de cualquier cosa. Cuando iba por la mitad de uno de ellos escuché que alguien decía: » (…)me voy a Cuba, a estar con la gente para ver de cerca la verdad…». Casi pude terminar la frase al mismo tiempo que él, la había escuchado mil veces y sabía que la verdad de Cuba es difícil verla si vas con las lentes trucadas con que te enseñan a mirar desde fuera.

Un mes más tarde más o menos, en el mismo pasillo retumbaba una palabra….»decadencia». Así resumía el compañero su viaje a la verdad.

No es que me sorprendiera, es que no entendí a qué se refería y pregunté: «¿qué es ser decadente?, ¿garantizar la salud, la educación y, más allá de eso, el desarrollo pleno de todo un pueblo?, ¿asegurar un sistema de vida que no tenga a la explotación del trabajo como motor y al consumo o la acumulación sin escrúpulos de riquezas como objetivo?, ¿poner en práctica y fomentar unas relaciones entre países basadas en la solidaridad?, ¿avanzar en la investigación científica hasta alcanzar niveles de referencia mundial y poner los resultados al alcance, no sólo de los cubanos y cubanas, sino de cualquier pueblo del mundo?, ¿poner las bases reales para favorecer el trabajo de las mujeres?, ¿asumir de forma directa el ahorro energético como una urgencia para el planeta y para los seres humanos?».

Creo que me paré aquí, que no le hablé de los Cinco y de la lucha contra el terrorismo que se libra desde Cuba. Supongo que exigir que los liberen de su secuestro también hubiera sido un signo de «decadencia».

Al compañero no lo he vuelto a ver más. Supe que lo habían ascendido y que se había ido a la capital.

Pero aún queda hablar de lo que sé de Mayté. Lo cierto es que no conozco su nombre (la mayor parte de esta historia es una metáfora), y que nunca he visto una foto suya. Sólo me contaron que su vida era normal hasta que cambió para convertirse en una especie de mal sueño. Que lo peor fue atreverse a abrir los ojos, empujar el tiempo para que llegaran las doce y el cristal no siguiera oprimiéndole los pies, sin dejarla irse de aquella absurda fiesta.

Por eso Mayté va a volver y a quedarse un tiempo largo en Cuba, porque cuando acabó la pesadilla pudo bajar por la Rampa y oír, por fin, el sonido limpio del mar. Por eso y porque, según cuenta su madre, ella dice que se quedó «enganchada a su humanidad».

Con un poco de suerte, y esto no es literatura, Mayté caminará por el Malecón cuando esta historia vaya de vuelta.