Cuando se produjo la intervención del Presidente Fidel Castro referida a los canallescos infundios, aparecidos en la revista norteamericana Forbes, vino de inmediato a mi espíritu la dedicatoria que aparece en mi libro Aldabonazo. Memorias de los 60, en el que expreso que Fidel llevaba en su conciencia toda la ética y la sabiduría política […]
Cuando se produjo la intervención del Presidente Fidel Castro referida a los canallescos infundios, aparecidos en la revista norteamericana Forbes, vino de inmediato a mi espíritu la dedicatoria que aparece en mi libro Aldabonazo. Memorias de los 60, en el que expreso que Fidel llevaba en su conciencia toda la ética y la sabiduría política que faltó en el siglo XX. También afirmé allí que me había hecho «fidelista» porque él había representado la mejor tradición ética y revolucionaria cubana. Y es que los que hemos tenido el privilegio de acompañarle en su vida política sabemos que el apego a principios éticos ha regido todo su accionar público y privado. En su personalidad se entrelazan en una identidad lo ético y lo político y alcanzan en él un sentido universal. Este rasgo le confiere en nuestros días una estatura internacional como estadista que incluso aquellos que no comparten sus ideas se ven obligados a reconocer. Es depositario de una tradición intelectual cubana que se asume en lo individual por una inteligencia creadora superior.
Conocí al Comandante en Jefe cuando yo tenía 15 ó 16 años. Fue a mi casa en Matanzas con un grupo de la Federación Estudiantil Universitaria para conversar con mi hermana Marina y otros estudiantes de derecho de aquella ciudad y obtener su apoyo en las elecciones estudiantiles. Recuerdo que mi padre, refiriéndose a Fidel, dijo que le parecía un joven noble por su rostro y su palabra. Y aquél muchacho noble que mi padre percibió tuvo el valor y el corazón abierto para, desde la ética martiana, vencer al mundo corrompido de la República neocolonial y abrir cauce a lo más puro y elevado en la práctica política de los últimos 47 años.
De aquí que las torpes y malvadas afirmaciones de la Revista Forbes contra Fidel y la Revolución Cubana, además de constituir injurias sancionadas en todos los códigos penales del mundo civilizado, han servido para poner de manifiesto una vez más que la actual camarilla que controla al gobierno en Estados Unidos carece de ética y alienta el irrespeto a las normas jurídicas. Y cuando no se respeta la juridicidad hay que obrar como lo hizo Fidel Castro, apelando a la denuncia del crimen ante los pueblos y la historia.
Toda esta patraña de Forbes y de los círculos neofascistas que están detrás se estrellará contra el sólido y bien ganado prestigio de Fidel Castro, avalado por una vida dedicada por entero al servicio de la revolución y del pueblo. Él contiene en su corazón todo el decoro político y moral de la mejor tradición cubana y latinoamericana que se corresponde con las exigencias más profundas de la humanidad del siglo XX y del recién iniciado siglo XXI.
La palabra de Martí nos da una vez más la respuesta precisa:
«Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Estos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que le roban a los pueblos su libertad, que es robarle a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Estos hombres son sagrados».
Fidel Castro está entre ellos. Es el más alto exponente de la política, la cultura y la historia de Cuba en los últimos 53 años, contados desde el asalto al cuartel Moncada, con un enorme prestigio e influencia internacional y figura por derecho propio entre esos hombres excepcionales que llevan en sí y representan el decoro de millones de personas. Los ladridos de los cancerberos del Imperio decadente constituyen la más evidente expresión de su impotencia.