Conocí a Um Adnan en 2006 en la aldea de Chehabiyeh, al sur del Líbano, ubicada no lejos de la frontera con Israel, por lo que sufre regularmente. Viajé al Líbano a finales del verano, 34 días después del ataque israelí que había causado la muerte de unas 1.200 personas y que dejó el país repleto de municiones sin explotar.
Um Adnan nació en 1939, nueve años antes de la violenta autoinvención de Israel en tierra palestina. Se había casado con un refugiado palestino de las cercanías de Nazaret, que había huido al Líbano en 1948 cuando era niño y fue separado de su familia en el camino. Su marido ya había fallecido cuando nos conocimos, pero su hijo Hassan me dijo con una sonrisa nostálgica que el primer encuentro de la pareja había sido «mágico».
Um Adnan dio a luz ocho hijos, dos niños y seis niñas, tres de los cuales murieron, uno en un accidente automovilístico y otro durante la guerra civil libanesa de 1975-1990. El tercero fue víctima de un disparo accidental por parte de un primo.
Um Adnan, una mujer robusta y reservada, ya tenía dificultades para caminar cuando mi amiga Amelia y yo llegamos en 2006 a su casa que, a diferencia de muchas otras residencias del sur libanés, había logrado evitar daños irreparables durante el ataque del verano. Amelia y yo habíamos estado haciendo autoestop a través de un paisaje devastado, y Hassan había sido uno de los innumerables automovilistas que nos recogieron al lado de la carretera, para luego llevarnos a su casa para ser atiborradas de comida y alojarnos por la noche.
Regresé sola al Líbano en 2008 después de tomar el autobús de Turquía a Siria, donde Hassan se ofreció a recogerme. Luego pasé la mayor parte de los siguientes dos meses durmiendo en el piso de la sala de estar de Um Adnan debajo de un colorido retrato de su difunto esposo. Hassan dormía en un colchón junto a mí, un arreglo que no ocasionó ni mucho menos alguna miradita de Um Adnan.
En ese momento Um Adnan tenía aún más dificultades para moverse y, sin embargo, rara vez se la veía quieta y sentada, ya que se dedicaba a una interminable cantidad de tareas, a la jardinería y la cocina. Un cuenco de frijoles verdes siempre estaba reservado para mí, así como una serie de otros bocadillos, y el hecho de que una debiera pasar por la cocina para llegar al único retrete de la casa, significaba que Um Adnan siempre tuvo muchas oportunidades para interceptarme y poner en la mesa otra sesión de alimentación obligada.
Um Adnan tenía una sonrisa para todos, su gracia estoica era aún más notable dada la trayectoria de su vida que incluye sobrevivir a episodios de masacres masivas, como la invasión israelí de 1982, que mató a decenas de miles de personas en el Líbano. Las profundas pérdidas que había sufrido a lo largo de los años (todo en un contexto de constante tormento por parte de un Estado que había convertido a su marido en un refugiado) hacían que el mero hecho de levantarse cada mañana fuera un acto de feroz resiliencia.
Ya fuera cocinando, limpiando, cantando o gritando a uno u otro nieto para que se apresurara a hacer un recado, Um Adnan encarnaba un heroísmo cotidiano que se niega en el discurso orientalista, el cual reduce a la mujer árabe musulmana a una figura débil y oprimida. Eso no es real: en el Líbano y en Palestina, lograr mantener unidas a las familias durante la siempre presente contienda de la amenaza existencial israelí es todo lo contrario a la debilidad.
Durante la brutal ocupación israelí del sur del Líbano, que duró de 1978 a 2000, Hassan luchó con la resistencia libanesa, lo que significaba que Um Adnan nunca sabía en qué momento podría perder un cuarto hijo. Ahora que lo tenía en casa, lo mantenía cerca.
Aunque se mostró inmutable por el acuerdo para dormir en su sala de estar, Um Adnan celebró el anuncio de que Hassan y yo nos íbamos a casar (como parte de un plan que habíamos ideado mientras estábamos bajo la influencia de demasiado vino). Según nuestra visión inducida por el vino, el matrimonio de Hassan conmigo, una ciudadana de los Estados Unidos, le permitiría finalmente obtener un pasaporte estadounidense y así viajar a la aldea de su padre en el actual Israel.
Sin duda no era la nuera que Um Adnan había imaginado para sí misma dados mis modales poco correctos y mi inutilidad generalizada en la cocina, pero lo tomó todo con mucha nobleza.
Nos casó un jeque en la aldea de Tibnine y me inscribieron como la primera esposa en el documento de identidad de Hassan para refugiados palestinos en el Líbano, una categoría a la que había sido asignado por la ley del Líbano, que prohibía a las mujeres libanesas como Um Adnan transmitir su ciudadanía a sus hijos.
No hace falta decir que el plan del pasaporte no funcionó, pero Um Adnan nos regó de buenos deseos a nuestro regreso de estar con el jeque y prometió una fiesta en condiciones en el futuro.
Más tarde perdí el contacto con Hassan durante muchos años, y temí lo peor, hasta que un día en diciembre de 2022 se materializó entre mis mensajes de WhatsApp con una serie de emojis y un «Belennnnnnnnnn». Estaba vivo, pero Um Adnan no lo estaba, ya que había fallecido durante la pandemia del coronavirus. Su voz se quebró cuando me dijo: «Me rompió el corazón».
Desde entonces la casa de Um Adnan se ha convertido en escombros junto con gran parte del resto de Chehabiyeh, obra, por supuesto, del ejército israelí, que lanzó su última invasión al Líbano en el otoño del año pasado. Su familia no pudo salvar nada de las ruinas, quedaron solo recuerdos del lugar donde Um Adnan había amado y perdido, y emanado fuerza ante la adversidad, día tras día.
Hoy, 8 de marzo, es el Día Internacional de la Mujer. Mientras Israel continúa haciendo todo lo posible para hacer de la existencia de innumerables mujeres internacionales un infierno en la tierra, pienso mucho en Um Adnan.
N. de la T: este artículo se escribió en el marco del Día Internacional de la Mujer en 2025.
Las opiniones expresadas en este artículo son propias de la autora y no reflejan necesariamente la línea editorial de Al Jazeera.
Belén Fernández es autora de Inside Siglo XXI: Locked Up in Mexico’s Largest Immigration Detention Center (OR Books, 2022), Checkpoint Zipolite: Quarantine in a Small Place (OR Books, 2021), Exile: Rejecting America and Finding the World (OR Books, 2019), Martyrs Never Die: Travels through South Lebanon (Warscapes, 2016) y The Imperial Messenger: Thomas Friedman at Work (Verso, 2011). Es redactora colaboradora en Jacobin Magazine y ha colaborado con New York Times, el blog London Review of Books, Current Affairs y Middle East Eye, entre otros muchos medios.
Texto original: https://www.aljazeera.com/opinions/2025/3/8/a-tribute-to-um-adnan
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