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Palestina y su resistencia noviolenta contra el muro (II)

«Hoy, en la batalla, pensad en mí»

Fuentes: Rebelión

¿Qué vas a hacer cuando te lancen una granada sonora? «Es un arma peligrosa, de color naranja. Tras cinco segundos de impactar contra el suelo, estallará. La explosión puede herirte, pero lo peor es lo que viene después. El sonido es tan potente que te dejará sorda». Mansour, que nos prepara para la manifestación de […]

¿Qué vas a hacer cuando te lancen una granada sonora? «Es un arma peligrosa, de color naranja. Tras cinco segundos de impactar contra el suelo, estallará. La explosión puede herirte, pero lo peor es lo que viene después. El sonido es tan potente que te dejará sorda». Mansour, que nos prepara para la manifestación de mañana, lo explica y acto seguido le lanza un botellín de plástico a una mujer inglesa. Dice: «mañana el ejército israelí te las lanzará de verdad». La mujer finge asustarse, agarra la granada y se la lanza de vuelta a Mansour. Después se aleja, arrastrándose, con sus 60 años a cuestas. Algunos de los internacionales, que asisten a la IIª Conferencia sobre Resistencia Popular y Noviolenta de Palestina, aplauden el gesto de la mujer. Mansour parece contrariado. Se agacha y coge de vuelta el botellín y dice: «Nuestra primera reacción, cuando alguien nos ataca siempre es la de responder con la misma violencia; a veces aumentada. Pero yo os pido que miremos más allá: debemos mostrarle al mundo que los Palestinos no somos violentos. Os pido que si os lanzan una granada sonora, aviséis a gritos a vuestros compañeros, os tapéis los oídos y abráis la boca. ¡Protegeos! Pero no se la lancéis de vuelta al ejército». También nos explica cómo reaccionar ante los golpes de los soldados, «sentaos y gritad que sois pacifistas e internacionales», ante el gas lacrimógeno, «observad la dirección del viento y poneos del otro lado», qué hacer si los soldados empiezan a disparar balas de goma, «Giraos y tapaos la nuca y recordad que no está permitido que os disparen a menos de 60 metros». Stéphane Frederic Hessel, el embajador de Francia en Tel-Aviv que participó en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, le pregunta a Mansour: «¿Y si nos disparan munición activa?». Mansour se queda un momento en silencio; nos dice que, en ese caso, nadie va a poder ayudarnos. «Yo voy a estar con vosotros. Pero si empiezan a disparar voy a ser el primero que va a salir corriendo». Una mujer francesa parece asustada. Pregunta si los soldados israelíes han disparado contra manifestantes en otras ocasiones. Mansour responde que sí: «Hace un año nos manifestamos ciudadanos palestinos, sin presencia de internacionales. Murieron tres personas. Esta es la razón por la que os pedimos, a los internacionales, que os interpongáis entre el ejército y nosotros. Creemos que a vosotros no van a dispararos tan fácilmente». Hay unas cien personas escuchando. El miedo está en todas las caras.

La mañana siguiente desayuno con Martí Olivella, de la ONG Catalana: NOVA, que ha financiado la conferencia, y con Mohammed Alkhatib, uno de los miembros destacados del Comité Popular de Bil’in. Su mujer nos ha preparado una pizza, de estilo palestino, y pastas y té. Como un trozo de pizza. Después otro. Cuando la mujer me ofrece un tercero le digo que no puedo más. Mohammed me dice que aproveche para comer todo lo que pueda: «En Palestina, cada vez que comemos, creemos que va a ser la última vez. La batalla va a empezar dentro de poco, así que come.» Habrá una conferencia de prensa delante del muro de separación entre Israel y Palestina a las 11:30. Asistirá el Portavoz y Ministro del Nuevo Gobierno de Unidad Palestino, Dr. Mustafá Bargouti. Mohammed me pide que no vaya: «puede ser peligrosa». Se despide de su mujer, con una sonrisa y coge en brazos a sus tres hijos. Tienen prohibido asistir a manifestaciones. El mayor, Walid, acaba de cumplir cuatro años y el pequeño todavía camina a tientas. Los abraza y les besa y les dice: «Hoy, en la batalla, pensad en mí». Hemos quedado en encontrarnos a la 13:00 delante de la Mezquita de Bil’in. Allí empezará la manifestación. Dos quilómetros de marcha. Nuestro objetivo es que los habitantes del pueblo, acompañados por los ciento veinte internacionales que han acudido a la conferencia, realicen una acción pacífica. Debemos crear una cadena humana frente al muro. Exigir, así, el final de la ocupación militar israelí sobre Palestina. El final de toda violencia. A las 11:30 corro hacia la televisión. La mujer de Mohammed abre la puerta de mi habitación y me dice: «¡Bil’in in the TV! ¡Bil’in in the TV!» En la cadena Dubaití Al-Jazeera, una de las más vistas del mundo árabe, el Dr. Mustafa Bargouti le habla a la prensa. Habla en inglés, para que los pocos occidentales que lo escuchamos podamos entenderlo. Pide la pronta liberación del periodista de Al-Jazeera que detuvieron la semana pasada. «¿Qué pasó?» se lo pregunto al Alcalde, que fuma un Marlboro a mi lado. Me dice que las manifestaciones pacíficas de Bil’in contra el muro (hacen una cada semana desde hace dos años) atraen cada vez a más prensa. Las autoridades israelíes están preocupadas por la notoriedad que vamos alcanzando. Por esta razón, hace tiempo que detienen a los reporteros que asisten a las manifestaciones. «¿Pero qué hizo?» Insisto. Asistir a la manifestación y grabarla. Nada más. En la televisión, Bargouti, levanta la voz: «No quiero que las televisiones hagan propaganda a favor de Palestina. No quiero que los internacionales que han asistido a esta conferencia nos defiendan. No quiero que se hable bien de nosotros. Sólo pido que quien hable, diga la verdad. Mirad a mis espaldas, mirad el muro que han construido las autoridades israelíes. ¿Acaso no ha declarado la ONU que su construcción es ilegal? ¿No veis la verdad? Esta ciudad a mis espaldas es una colonia israelí de 50.000 habitantes construida en territorio Palestino. ¿No la veis? Este muro ha robado al municipio palestino de Bil’in el 70% de sus tierras. ¿No lo veis? Este pequeño pueblo lleva dos años manifestándose. A esta gente le han cortado sus olivos. Han detenido a sus hijos, a sus padres, a sus madres. Les disparan cada semana, les tiran gases, les pegan con palos. Algunos de ellos han muerto. Pero hoy van a volverse a manifestar de forma pacífica en defensa de la legalidad internacional. ¿Quiénes son los terroristas? ¿No lo veis?».

A la 13:00 estoy en la azotea de la casa de Abdallah, el Presidente del Comité Popular de Bil’in, a unos metros de la mezquita del pueblo. Desde allí, a dos quilómetros de distancia, observo como un pacifista de Puerto Rico, Tito Kayak, escala una torre de vigilancia israelí. Es un escalador activista que ya colocó, hace unos años, una bandera de Puerto Rico en la coronilla de la Estatua de la Libertad, en Nueva York. La torre es alta, de unos 50 metros, y es uno de los símbolos más odiados de la ocupación israelí. La cámara que hay en su cima, observa todos los movimientos de los habitantes del pueblo. Es como el gran hermano. Si paseas por la calle, no vas a poder huir de su mirada. Tito parece pasarlo mal en los últimos momentos, se le ve dudar, pero consigue escalarla, tapa la cámara, despliega una bandera Palestina y se pone a gritar: «¡Stop the Apartheid Wall! ¡Parad la construcción del muro del Apartheid!». También grita: «Viva Puerto Rico libre». Un grupo de cinco pacifistas grita bajo la torre: «¡Tito!, ¡Tito!, ¡Tito!». Y también: «Viva Puerto Rico», «Freedom for Palestine». Bargouti se ríe. Le pregunto a Abdallah qué le va a ocurrir cuando baje. «Si no lo ayudamos, puede que lo deporten. Va a pasar unos días en prisión, seguro». Le pregunto si a lo largo de estos dos años de resistencia, ha habido muchas detenciones. Me dice que la gran parte de los habitantes de Bil’in ha sido detenida en alguna ocasión. Que algunos están en prisión desde hace más de un año. Vuelvo a mirar a Tito, que sigue gritando. La cosa no es tan sencilla como pasar unos días entre rejas. Entre los métodos de tortura empleados por los israelíes se cuentan «Shabeh» (privar de sueño con ataduras, en posiciones dolorosas y con la cabeza cubierta), «Gambaz» (Obligar a estar en cuclillas durante más de dos horas), «Tiltul» (sacudir con violencia al detenido) y «Khazana» (Encierro en un armario). Otros métodos incluyen palizas, presión en los genitales y exposición al frío y al calor. Dice Amnistía Internacional que «Hay una aceptación general entre la Comunidad Internacional de que Israel ha legalizado el uso de la tortura». Si no conseguimos que la manifestación llegue hasta el muro y Tito, que sigue gritando en la cima de la torre, se sume al grupo, lo va a pasar muy mal. Miro al grupo de palestinos que rodean a Abdallah. Ninguno de ellos cree que vayamos a conseguirlo.

Al cabo de unos minutos empezamos a caminar. Abdallah toma el altavoz y recuerda a todos que la manifestación será noviolenta, que no se deben tiren piedras. En todas las acciones de protesta en Palestina se lanzan piedras al ejército israelí. Le pregunto a Naseer, un chico del pueblo, si esto siempre es así: «¿Lo hacéis porque están todos estos internacionales? ¿De verdad lleváis dos años manifestándoos y nunca habéis tirado piedras?» Naseer se ríe. Dice: «Siempre somos noviolentos, pero cuando la manifestación se dispersa no impedimos que los niños del pueblo tiren piedras. Es un símbolo de la resistencia palestina». Vuelve a reírse: «Para la manifestación de hoy todos los padres han prohibido a sus hijos que lo hagan». Seguimos avanzando. A unos pocos metros camina también Mairead Corrigan Maguire, la que fue Premio Nobel de la Paz de 1976 por su labor pacifista en Irlanda del Norte. Dio una de las charlas inaugurales de la Conferencia sobre Resistencia Popular Noviolenta de Bil’in. Anoté algunas frases de su discurso: «Cuando renunciamos a la guerra, cuando defendemos los derechos humanos y la legalidad internacional, cuando contribuimos a construir un mundo donde no se asesine, cuando buscamos soluciones noviolentas a nuestros problemas, entonces estamos construyendo la era de la familia humana». Pienso en el idealista discurso y observo lo que ocurre a mi alrededor. Entre nosotros, está Amira Haas, la corresponsal del Haaretz, Ilan Pappe, el famoso profesor de la Universidad de Haifa, y variados representantes de los movimientos sociales, organizaciones, ONG, parlamentos y gobiernos de todo el mundo. Incluidos miembros de la Knesset (el parlamento de Israel) contrarios a la ocupación. Hay un pacifista Indio, seguidor de las enseñanzas de Mahatma Gandhi, que camina portando un estandarte: «Repara el mundo, no lo destruyas». Los pocos italianos que han asistido, llevan la multicolor bandera de PACE. Los internacionales, contando a los israelíes, debemos ser unas doscientas personas. Muchas de 60 o 70 años. Vamos cantando canciones palestinas que ninguno de nosotros, los internacionales, entendemos. No suenan muy pacíficas. Vamos aplaudiendo. Entre olivos. En Bil’in. ¿Y frente a la manifestación? Todavía a un kilómetro de distancia, hay un grupo de militares en formación, unos diez jeeps con estética de camuflaje, un camión cisterna blanco con un cañón de agua encima, unos 50 soldados y 50 metralletas de munición activa y disparadores de granadas de gas lacrimógeno y miles de balas de goma (en realidad, son pelotas de acero recubiertas de goma) y granadas sonoras y palos y escudos y cascos. Un pequeño ejército en silencio, esperando a seiscientos civiles desarmados cantando.

Pero no esperan a que lleguemos. Todavía estamos lejos del muro cuando empiezan a llover granadas de gas lacrimógeno. No se ha lanzado ni una sola piedra. No ha habido provocaciones. Han visto que nos acercábamos y han decidido disparar. Las primeras se dirigen hacia un puesto de la prensa internacional. Después empiezan a llover sobre la gente. El miedo en todas las caras. Las granadas antes de llegar, avisan. Cruzan el cielo dejando a su paso una estela de humo. Hacen ruido. Naseer me grita que corra hacia los olivos que crecen a la derecha del camino. Me dice que mire hacia el cielo. Que esquive las granadas que caen por todas partes. Si una granada de gas lacrimógeno me alcanza podría herirme de gravedad. Avanzamos hacia el muro, entre olivos. El grupo se ha dispersado en varias direcciones. En mi grupo, somos unos cuarenta internacionales caminando con las manos levantadas. El ejército israelí, del otro lado del muro, empieza a dispararnos balas de goma. Una pacifista argentina, Azucena, recibe un impacto en su pierna a menos de diez metros. Todas las convenciones internacionales prohíben que un ejército dispare contra civiles desarmados. Hay militares que lo consideran una cuestión de honor. Israel dice que sólo dispara balas de goma a personas que estén a una distancia mínima de sesenta metros. A Azucena le dispara un militar israelí de 18 años a menos de diez metros. Imagino que no tuvo en cuenta el «honor militar». Sólo quería que nos alejásemos del muro. Ella empieza a sangrar, pero sigue caminando. Luego se observa la pierna y empieza a cojear hacia un puesto de socorro. Las granadas de humo pueden cruzar en el cielo una distancia de cientos de metros. Vuelan con fuerza. A seis metros de distancia, a una mujer francesa le disparan una granada directamente en el estómago. Un chico griego les grita en castellano: «¿Pero qué haces?» luego le insulta «¿No ves que no vamos armados? ¡No nos dispares!» Después recibe dos impactos seguidos de balas de goma. Uno en el trasero. El otro iba dirigido a su cara. Él, esquiva el golpe y lo acaba recibiendo en el hombro. También se aleja dolorido.

Un grupo de manifestantes ha conseguido cruzar los olivares y llegar hasta los soldados. Están a pocos metros del muro. Se les oye gritar. El grueso de los manifestantes sigue en el camino. Unos voluntarios van cargando a hombros a los heridos y los acercan a unas ambulancias cercanas. Veo el estandarte del pacifista indio envuelto en una nube de gas lacrimógeno. Es un gas violento. Hay gente que vomita. Personas que pierden la vista unos minutos. Hay personas temblando en medio de la carretera. Han perdido la conciencia. Los sucesos van rápido. Pasan las horas. Las balas de goma también pasan. Por encima. A mi lado. Un miembro del Comité Popular nos dice que el Portavoz y Ministro de Información del Gobierno Palestino está en la avanzadilla que ha llegado hasta los soldados. Que le están pegando con palos y que lo intentan detener y que los palestinos e internacionales que le acompañan han creado una piña a su alrededor para protegerlo. Que están exhaustos y necesitan ayuda. Miro hacia el grupo de avanzadilla y distingo como tres soldados apalean a un grupo de personas estiradas en el suelo. Mairead Corrigan Maguire, la Premio Nobel de la Paz, se dirige hacia el frente del grueso de la manifestación. Lo cruza. Va de camino hacia los soldados. Levanta las manos. Grita que es noviolenta. Que es internacional. Le tiran una granada de gas lacrimógeno que cae a su derecha. Está a unos 20 metros de los soldados. Ellos saben quién es. La han visto hace unas horas dando una conferencia de prensa al lado del Dr. Bargouti. Otra granada de gas lacrimógeno cae frente a ella. Después le alcanzan con una bala de goma. Otra bala de goma. Ella cae. Tiene unos 65 años. En el suelo le llueve una última granada de gas lacrimógeno. Ella lo respira. Un hombre se le acerca corriendo, la coge en brazos. Ella vomita sangre. Sangra por la nariz. Unos camilleros se le acercan. La cargan. Ella sigue escupiendo sangre. Llora. Se limpia con una gasa. Va diciendo que no pasa nada. Que en seguida se le va a pasar. La protegen tras un olivo. Un olivo de dos mil años. Ella insiste: «Estoy bien». Un periodista alemán le pasa el teléfono móvil para una entrevista en directo. Ella acepta. Le oigo repetir que no le pasa nada. ¿De verdad no pasa nada por herir a una premio Nobel de la Paz? Eso parece. Luego la oigo llorar explicando la situación que se vive en Bil’in. Quizá sea por el gas.

«Hay que formar un grupo de voluntarios dispuestos a caminar hacia la avanzadilla donde se encuentra el Dr. Mustafa Bargouti». «Hay que ayudar a nuestros compañeros». Lo dice uno de los miembros del Comité Popular de Bil’in. Hay mucho miedo en todas las caras. Al frente de la manifestación ya solo quedan los jóvenes y sobre todo: los palestinos. Ha habido unos 20 heridos. Cuesta decidirse. Pero al final salimos. Unas 30 personas avanzamos entre las granadas de gas. Caminamos muy lentamente. Con las manos levantadas. Es estúpido hacerlo. A una chica italiana le hieren en el bajo estómago; mientras tenía las manos levantadas. El grupo sigue caminando. Ya llegamos. El grupo de manifestantes que se había acercado más al muro nos ve. Se levantan. Ellos también caminan hacia nosotros. Cesan los disparos de balas de goma. Ya no hay granadas. Una chica empieza a aplaudir. Después todos. Y ya está. Estamos juntos. Hay abrazos. Sobretodo se abraza al Dr. Bargouti. Parece cansado. Volvemos a cantar. Un hombre coge el altavoz: «The wall will fall» «El muro caerá». Os puedo jurar que parece una victoria. Euforia. Siguen los abrazos. Tras el reencuentro nos volvemos a dirigir hacia los soldados. Ahora estamos a unos pocos metros del muro. No nos disparan. No nos lanzan gases. Nos sentamos. Todos. Frente a los soldados. Ellos nos graban. Mohammed pide el altavoz. Habla con los soldados. Luego se dirige a nosotros. Lo primero que nos pide es que miremos hacia Tito Kayak. Sigue en lo alto de la torre. Alza un puño. Grita «Libertad para Palestina». Nosotros: «¡Tito!, ¡Tito!». Mohammed nos pide silencio. Quiere hablar. «Quiero daros las gracias. Quiero daros las gracias a todos los que habéis participado en esta manifestación. A los internacionales, a los israelíes, a mis amigos de Bil’in: gracias. Gracias por haber soportado los golpes, los gases, las balas de goma. Gracias por estar con nosotros en nuestra lucha por la libertad y contra el muro del apartheid. Pero sobre todo quiero daros las gracias… por haber soportado todo esto y que nadie de vosotros haya respondido con violencia a los soldados. Hay 24 heridos entre los asistentes. Pero nadie de nosotros ha lanzado una piedra, ni ha disparado, ni ha respondido a la violencia con más violencia» los asistentes, exhaustos, aplauden. Mohammed sigue hablando: «Quiero pediros algo. Os pido que volváis a vuestros países y lo contéis. Contad lo que ha ocurrido hoy. No defendáis a Bil’in. No os lo pido. Decid lo que habéis visto. La verdad.»

Estoy en Palestina y es el 19 de abril de 2007. Hace tres días que he llegado; a través de Jordania. El motivo de mi viaje es participar en la Conferencia sobre Resistencia Popular Noviolenta de la pequeña aldea de Bil’in. Entre el público, Todos los asistentes apoyamos a un pequeño pueblo en su particular lucha noviolenta contra la ocupación de sus tierras, su lucha contra la construcción del muro ilegal de separación entre Israel y Palestina. Aquí, en lo que va convirtiéndose en un símbolo de otra forma de hacer las cosas, otra forma de resistir, alejado de todo aquello que pueda calificarse de terrorismo. Aquí, en Bil’in.

Bil’in es una aldea de unas 300 casas donde viven 1600 personas. Es un pueblo antiguo. Hay olivos milenarios en todas las laderas escarpadas que lo rodean. Es un paisaje que evoca lo descrito por Miguel Hernández en los aceituneros de Jaén. Hasta hace 20 años era una población aislada. Con un camino de tierra que les unía a Ramallah y Jerusalén. Estas gentes han pasado por la historia sin apenas cambiar sus costumbres. ¿Qué importa estar bajo protectorado británico o ser parte del imperio Otomano? Nada cambiaba en Bil’in. Tenían sus tierras y sus olivos y sus muertes y sus nacimientos. Abdallah me cuenta que nació el primer día del año, el 1 de enero, pero que en su carné de identidad consta que nació el día 15. «El alcalde solo bajaba a Jerusalén una vez al mes», dice. Pasaron los años y construyeron carreteras… pero hoy vuelve a estar aislado. Ningún niño de Bil’in conoce el mar, ni un río, ni ha traspasado jamás la línea verde. Estamos a menos de 10 kilómetros de la línea de aire que marcó la guerra de 1967; entre los países árabes e Israel. A unos 40 kilómetros del Mar de Tel-Aviv.

Vine aquí, por primera vez hace cuatro meses. Como todo ciudadano europeo llegué cargado de prejuicios. Mucha buena voluntad y ganas de ayudar a los demás y contribuir a mejorar el mundo más allá de las 100 personas que te rodean. Pero también tenía prejuicios. Las personas de mi generación, de entorno a los 30 años, hemos crecido con una palabra que nos han repetido miles de veces: terrorismo. Es una palabra extraña que sirve para etiquetar un variopinto

Es una historia triste… ¿pero qué pasa en Bil’in? En septiembre del 2000, Ariel Sharon invadió algunos de los lugares musulmanes sagrados de Jerusalén acompañado de unos mil policías israelíes. A las veinticuatro horas, francotiradores judíos abrieron fuego contra manifestantes palestinos que se enfrentaban a la policía en el suelo de la mezquita de la cúpula de la Roca del siglo VII. Al menos cuatro hombres murieron y 70 manifestantes fueron heridos de gravedad. El jefe de la policía Israelí confirmó que «los tiradores habían hecho fuego contra la multitud cuando les pareció que los palestinos estaban poniendo en peligro la vida de los oficiales». Así empezó la segunda intifada. Oslo quedaba ya tan lejos… En función de los acuerdos entre Arafat y Rabin, Palestina aceptaba perder el 80% de su territorio anterior a la limpieza étnica que sufrieron en el `48 a cambio de una cierta autonomía en el 20% restante: la rebelde Gaza y Cisjordania. ¿Y qué pasaba con los colonos? Todos los gobiernos israelíes han incentivado la colonización y ocupación de Cisjordania. Pero nunca tan intensamente como lo han hecho a lo largo de los últimos cinco años. Toda Bil’in está rodeada de colonias judías. Hay un enorme cinturón de cemento, una ciudad protegida por una valla electrificada de unos cuatro metros de alto, con jeeps destartalados que patrullan a un ritmo de uno cada cinco minutos, por cámaras colocadas en lo alto de las colinas que observan cada uno de tus movimientos. No son las roulottes o las casas prefabricadas donde se apiñan judíos ultra-ortodoxos de larga barba que nos presentan los medios de comunicación. Se trata de una ciudad con edificios de 7 plantas y una enorme infraestructura de servicios. Se prevé que en el 2.010 habrá 140.000 personas viviendo en Modin Illit, la colonia israelí que rodea a Bil’in, la más grande en tierras palestinas. 140.000 personas atraídas por una casa barata, el suelo es gratis, y por la posibilidad de vivir a unos 20 minutos del centro de Tel-Aviv.

¿Cómo reaccionó Bil’in al principio de la segunda Intifada? Se sumó a la rebelión contra la ocupación. Las muertes de Jerusalén del año 2000, generaron una insurrección en toda Palestina. Hubo mártires, suicidas estallando en Tel-Aviv, lluvias de piedras en todas las fronteras, disparos contra los colonos. La respuesta de Israel fue firme. Colocaron nuevos Check Points por todo el territorio Palestino. Se optó por construir el muro, carreteras para uso exclusivo de los colonos protegidas por el ejercito Israelí. Se generaron innovaciones clamorosas en su legislación: la pena por tirar piedras contra el ejército pasó a ser de pena de muerte. Aunque fueses un niño de 8 años.

Entre otros, se creó un Check Point entre Bil’in y Ramallah. En una angosta carretera que recorre los escasos 20 quilómetros que las separan. Se mantuvo durante semanas. Pocos en el pueblo tenían el permiso para poder pasar y empezó la escasez, el hambre. Mustafa Alkhatib lo recuerda bien. Una patrulla del ejército israelí le disparó en una pierna en el año 2002; a pocos metros de su casa. Pretendían destruir su coche, que servía para abastecer al pueblo, y lo hirieron por «error». Era de noche. Su hermano lo acompañó en coche hacia el hospital de Ramallah, sangrando. En el Check Point los mismos soldados que le habían disparado le informaron de que no tenía permiso para pasar. Mustafa todavía cojea. Unos meses después una brigada de los mártires de Al Aqsa se dirigió hacia este Check Point. También era de noche. Mataron a 7 de los 8 soldados. El día siguiente, todo Bil’in fue una fiesta. Después hubo una invasión del ejército israelí.

En el 2004 Mohammed Alkhatib llamó a todos los habitantes del pueblo y convocó una reunión en la escuela. Pidió a grupos pacifistas de Israel que asistiesen y al International Solidarity Movement. Acudieron unas 100 personas. Les explicó que la Intifada debía seguir, pero que era necesario cambiar de estrategia. Les dijo que: «la violencia solo generaría más violencia, que ojo por ojo, todos ciegos, que había que seguir luchando contra la ocupación, contra el muro: pero de otra manera. La resistencia debe ser popular y pacifica. Acudir solo con nuestras manos frente a las armas de los soldados israelíes. Estamos perdiendo apoyos. La Comunidad internacional está horrorizada con las muertes israelíes producto de la Intifada. Es injusto, lo sabemos, pero es así. Los medios de comunicación occidentales son muy benevolentes con la versión de los hechos que ofrecen las autoridades israelíes. Nuestra versión, por el contrario, se pierde. Es como si no existiese. Ellos controlan las televisiones, los medios, transmiten la historia a su manera. Los palestinos morimos en enfrentamientos. Los israelíes mueren producto de acciones terroristas de grupos fundamentalistas islámicos. A sus ojos las acciones del ejército israelí parecen acciones de defensa. Tenemos que poner en evidencia la injusticia. Tenemos que ser noviolentos.»

Así se creó el Comité Popular de Bil’in, el encargado de organizar la resistencia pacifica y noviolenta en el pueblo. Se escogieron a siete representantes, entre ellos a dos mujeres, y se marcaron las reglas de la resistencia: «Se prohíbe cualquier forma de violencia. No hay piedras; nada. Se realizará una manifestación noviolenta cada viernes, pase lo que pase. Se prohíbe cualquier bandera de partido político, solo se permite la Palestina. En las manifestaciones participan ciudadanos/as y organizaciones israelíes contrarios/as a la ocupación así como internacionales.»

Hace un año un soldado israelí recibió un codazo en un ojo en una manifestación de Bil’in. Como resultado se le incrusto un micro en la cornea. Quedo ciego de un ojo. Los miembros del Comité estuvieron llamando al hospital donde se encontraba el soldado. Solo dejaron de interesarse en el momento en que supieron que ya había recuperado la vista. Dos meses después. A raíz de este incidente el ejército israelí juró venganza. El rostro herido del soldado apareció en la portada del «Jerusalem Post». Venganza. El Comité no se asustó. Organizaron una manifestación de personas que habían sido heridas como producto de la intifada. Cientos de personas en silla de ruedas, ciegos, paralíticos, amputados. En Palestina se calcula que hay 50.000 personas que han quedado paralíticas a raíz de los golpes y disparos recibidos por el ejército israelí durante la segunda intifada. ¿Qué pasó? A dos quilómetros de distancia el ejército empezó a disparar balas de acero recubiertas de goma contra personas ciegas, paralíticas. Se lanzaron gases lacrimógenos. La imagen de Ronnie, sin movilidad de la cintura hacia abajo, en silla de ruedas, con dos impactos de balas pasivas en el pecho (los soldados siempre disparan de cintura hacia arriba) es un buena imagen para entender lo que pasó.

No se trata solo de manifestaciones. La idea es generar una comunidad unida. Es un plan comunitario. Las reuniones del comité son abiertas, a todos. Todos pueden opinar, aportar ideas, decidir. Sus proyectos futuros pasan por obtener la independencia económica de Israel. Por el boicot. Como en todo el Mediterráneo, la gente se mueve libremente de casa en casa. Todos se saludan. Todos participan en las manifestaciones. Algunas de las acciones que han protagonizado tienen la creatividad e inventiva de las obras que inundan los teatros más alternativos de Barcelona o Madrid. En una ocasión acudieron a la manifestación cargados de espejos: querían reflejar la imagen de las pistolas, los rifles, las granadas, el miedo que sienten ellos al enfrentarse tan solo con sus manos a un ejército organizado. Utilizan la sicología del miedo como arma de defensa. Casi siempre intentan cortar la valla electrificada de cuatro metros que rodea Bil’in. Colocan piedras rojas sobre el suelo gris entre los Olivares. A veces escriben: «Freedom for Palestine» otras «Stop the Apartheid Wall». Se atan a los olivos para evitar que los corten. Graban todas las acciones (tienen mas de 500 horas grabadas). Una vez cortaron la valla y consiguieron entrar una Roulotte al otro lado y plantarla cerca de un asentamiento de Colono. Es una colonia palestina dentro de Modin Illit. Los Anarquistas contra el Muro se turnan para dormir allí. Siempre tiene que haber alguien, especialmente israelíes o internacionales, para evitar que los colonos la destruyan. También duermen, siempre, dos chicos Palestinos de Bil’in. El Comité les ofrece un sueldo y comida a cambio. A esta Roulotte la han llamado el «Center for Joint Struggle». Es un centro que reclama la necesidad de unir la lucha contra la ocupación de los ciudadanos israelíes y los ciudadanos Palestinos. En realidad: solo es una roulotte con un fuego y cuatro literas. Nada más que un símbolo. O todo eso.

Hace unos meses decidieron que tras dos años de lucha en el pueblo, de construir una comunidad firme, en lucha, unida, había llegado el momento de salir hacia el exterior. De hacerse oír en otros lugares. Varios pueblos han intentado seguir su ejemplo y todos han fracasado. Tienen miedo. Temen morir, ser detenidos, torturados, asesinados. ¿Podemos juzgarlos? Bil’in resiste. Les pregunto a unos pacifistas israelíes porque Bil’in ha resistido. Me dicen que sin lugar a dudas es porque en cada manifestación hay israelíes e internacionales. Si una sola vez se enfrentan 200 habitantes de Bil’in contra el ejercito, sin que haya internacionales ni israelíes, los masacrarán. «No lo dudes ni un momento». Ellos creen que este modelo de lucha contra la ocupación (noviolencia, presencia de israelíes, presencia de internacionales) puede ser una respuesta al deseo de paz y justicia del pueblo Palestino. ¿Será verdad? Lo cierto es que no han conseguido casi nada. El Muro se ha construido. El ejército israelí ha ido cortando todos los olivos centenarios que ha querido: para asegurar un perímetro de seguridad desde la valla.