Llama poderosamente la atención el desalojo violento de Jerusalén, ciudad sagrada, si las hay, a la que se la supone tan respetada…
Prácticamente no hay casi informaciòn de los gases, balazos, malos tratos, abusos, torturas, que la policía y el ejército israelí inflige a pobladores de barrios civiles. Que tienen una peculiaridad: son palestinos.
Salvo la que logran traspasar algunos muy aislados y dignos periodistas, valientes, palestinos y algunos de otro origen, que por diferentes razones han estado o están en Jerusalén o en el territorio de la Palestina despojada (por ejemplo, Jonathan Cook o Mohamed Omer).
Por su parte las agencias noticiosas occidentales tienen sus destacados en Palestina/Israel que exclusiva o casi exclusivamente reportan la versión que los sistemas comunicacionales israelíes “informan” y filtran.
En EE.UU., por ejemplo, se hizo viral el video que mostró la atrocidad de la rodilla en el pescuezo asfixiando a George Floyd, afronorteamericano. Pero los videos en que, por ejemplo, se ve que están asfixiando a Mahmoud El Kurd en el operativo de despojo de las viviendas en un barrio jerosolimitano (ahora, mayo 2021, unas 8 viviendas con varias decenas habitantes) no aparecen en Occidente. No es que no se viralicen, ni siquiera alcanzan cualquier circuito (salvo el de los más inmediatos seguidores de la cuestión palestino-israelí).
Pero no sólo no se ve un desalojo violento. Tampoco se vieron, salvo fugazmente, los palestinos gaseados, baleados, lisiados y asesinados durante las Marchas por la Tierra que desde el 30 de marzo de 2018, en forma totalmente pacífica mantuvieron los palestinos durante años. Y no hablamos de hechos aislados: cada viernes, decenas de francotiradores israelíes se apostaban en taludes, cómodamente, para herir o matar. Las primeras manifestaciones fueron “tratados” mediante balazos en las ingles de los manifestantes. Como la cantidad de muertos idos en sangre fue alta y la condena desde determinados círculos, muy notoria, los mandos de la seguridad israelí variaron la tarea de los francotiradores: tirar a los tobillos. Así se lograron varios objetivos: no matar directamente que es muy chocante, y sólo algunos regímenes demenciales como el de Uribe en Colombia, el de Duterte en Filipinas o la Junta Militar de Myanmar, como tantas juntas militares, se atreven a hacer abiertamente. Una democracia modelo como la israelí… no podría.
Pero evitar la muerte franca permitía a la vez recargar el fragilizado sistema sanitario palestino con baldados de por vida. No estarían muertos, pero llegarían a ser una una carga, para la sociedad palestina.
Ese mismo estilo de “tiro al blanco” fue ejercido contra futbolistas. En un momento Palestina e Israel disputaron su presencia en los certámenes futbolísticos internacionales. No muy directamente, puesto que Palestina es un estado asiático y debería competir en los encuentros asiáticos. Israel, en cambio, mediante buda geográfica, ha sido “incorporado” a Europa. Si pensamos en la etimología de “incorporación” –es el cuerpo el que entra, juega– tendríamos que decir que Israel, mediante este ingreso a la Europa del fútbol, ni siquiera por vía aérea sino por transportación ideológica, ha procesado una espiritual, ya que no territorial, europeización. La disputa futbolística palestino-israelí ya no existe, pero los futbolistas baleados en las piernas lo serán de por vida.
La presión israelí es despiadada, cruel, abusiva. Se ha ido embruteciendo y profundizando a medida que se sintieron con menos impedimentos materiales, que la resistencia palestina se hizo menos armada, menos violenta. Colonos, religiosos, sionistas, sienten que pueden avanzar con su comportamiento agresivo más impunemente.
Como dice Mohammed El Kurd, palestino de Jerusalén: “¿Por qué estamos forzados a probar que somos humanos? [1]
Recordemos que entre los judíos más fundamentalistas es muy común negar la humanidad de palestinos, puesto que no pertenecen al “pueblo sagrado”.
Otro testimonio recogido en el mismo reportaje: “Sajafi dice que las familias que el estado israelí anunció que van a ser desalojadas para dar ese suelo a colonos niegan rotundamente que tengan la propiedad de nuestra tierra. Este suelo ha sido propiedad de musulmanes durante más de 500 años. Nos empujaron a un rincón del territorio, pero nos negamos a reconocerles como dueños legítimos. Hace más de medio siglo que estamos luchando a brazo partido parta quedarnos. Si ellos hubiesen tenido derechos legítimos sobre nuestra tierra, no nos habrían permitido habernos quedado tanto. Si tanto alegan los colonos que esta tierra es de ellos, ¿por qué nos están ofreciendo 10 millones de shekel (3 millones de dólares)? Hemos vivido aquí en esta casa nuestra vida entera, el solo pensamiento de ser expulsados se hace terriblemente difícil.” [2]
Es importante ver cómo ven los ojos israelíes: el diario oficialista Noticias de Israel titula así una nota sobre el tema: “Sheikh Jarrah: ¿Qué es todo este alboroto?”, minimizando lo acontecido, trivializándolo. Negarse a ver lo que está pasando en Jerusalén oriental hoy como un eslabón más en la cadena de arrebatos y despojos con que el sionismo ha construido Israel a costa de la Palestina histórica.
Jugando impiadosamente con la verdad inician su nota con: “Nadie ha muerto, a pesar del uso constante de la palabra ‘derramamiento de sangre’.”
Este deslinde inicial, a la luz de la multitud de muertos palestinos que ha cosechado la ocupación sionista es realmente sobrecogedor.
Cualquier palestino sabe que la muerte acecha en casi todos los ojos israelíes. Alguien podrá decir que también los israelíes están prevenidos ante los gestos palestinos, que también han cosechado violencia. Pero si miramos los números, nos damos cuenta de la diferencia abismal entre los daños sufridos por Israel y sus habitantes y los sufridos por Palestina y los palestinos. La diferencia entre la violencia desde una sociedad herida y la violencia desde una institución omnipresente altamente militarizada como es Israel, gran exportador mundial de know how, policial, militar y penitenciario, que “prueban” antes de colocarlos en el mercado internacional, sobre la sociedad palestina).
Burlarse ante la posibilidad de derramamiento de sangre da la estatura moral de ese periódico.
Este borrador de nota fue escrito el 6 de mayo, mejor dicho desde el 6 de mayo. Estaba rematando esta nota y viene la info que Israel acaba de invadir, una vez más, la Franja de Gaza. 13 mayo. 2021
La burla sobre el derramamiento de sangre adquiere toda su brutalidad y desprecio. Solo un supremacismo racial, un racismo al estilo del que se suele atribuir a los nazis (y que en realidad, ha caracterizado a todos los colonialismos) se puede permitir este abuso. Contra un millón y medio de seres humanos encerrados desde hace 15 años, privados o dosificados hasta la penuria, de alimentos, medicamentos, plantas eléctricas, plantas potabilizadoras, elementos de cultura, materiales para la construcción de viviendas, hospitales, escuelas.
Con el pretexto de combatir a Hamas, Israel se permite destruir la sociedad palestina para instalarse en su lugar… por un mandato “divino”. En pleno siglo XXI, con razones que avergonzaría a cualquier humano sin delirios místicos…
Y como decía el sabio Gandhi:
“Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente
buena.”
[1] https://www.972mag.com/sheikh-jarrah-palestinian-youth/, 5 mayo 2021. Oren Ziv.
[2] Ibíd.