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La perspectiva palestina

In-sha-allah

Fuentes: Rebelión

La ciudad de Nablus es uno de los bastiones de la Intifada de Al-Aqsa. Mientras las miradas de la comunidad internacional se centran en Gaza, Cisjordania sigue viviendo bajo ocupación israelí. La situación palestina es analizada normalmente desde una perspectiva política o de conflicto, obviándose a la sociedad palestina. Este reportaje quiere reflejar distintas perspectivas de los hombres y mujeres que viven cada día con la ocupación.

Hemos pasado los cuatro últimos años recorriendo las calles de la Ciudad Vieja en ambulancia, recogiendo cadáveres y ya estamos cansados. No quiero ver ni un muerto más, dice Abed, voluntario de Medical Relief en la ciudad Cisjordania de Nablus. A sus veinticinco años muestra el rostro cansado de un hombre de cuarenta. Es palestino y ha pasado los últimos cinco años de su vida encerrado en su propia ciudad, bajo un extraño arresto domiciliario. Salir de Nablus exige poner en funcionamiento una apisonadora burocrática de permisos solicitados al IDF – Israel Defense Forces- o DCO – District Coordination Office- que se resuelve con una categórica negativa, salvo en caso de emergencia médica extrema. Hay que morir o agonizar o dar a luz para conseguir un permiso de salida y, aún así, se dependerá en última instancia del arbitrio o la voluntad del comandante de puesto del checkpoint a atravesar (Procedure for the Handling of Residents of Judea and Samaria who Arrive at a Checkpoint in an Emergency Medical Situation. Legislación militar Israelí. IDF) Issam Sameer solicitó permiso al DCO para obtener una ambulancia con la que transportar a su tío, enfermo de cáncer, desde Huwara hasta Allenby Bridge, la frontera con Jordania. El permiso fue denegado y el transporte se realizó en taxi.

Abed sonríe con franqueza y encoge sus hombros mientras sueña con un posible viaje a Alemania. Insha Allah, concluye, con una expresión a la que todo fían los palestinos porque su voluntad no es suya, sino ajena y el más nimio deseo no depende sólo del dios invocado, sino de que nada ocurra en la atmósfera de tensa calma que oprime la ciudad de Nablus donde, más allá de lo que suceda, sobrevuela el temor ante aquello que, en cualquier momento, pueda suceder.

Basta con situarse en Ad dawar, el centro de Nablus, y echar una mirada alrededor para comprender porqué. El valle en el que se erige la ciudad está rodeado por las montañas de Ebal y Jerzem en cuyas cimas hay bases militares israelíes desde las que controlan la actividad palestina. Los límites de la ciudad están marcados por los checkpoints de Huwara y Beit Eiba, controlados por los soldados del IDF y, circundando la ciudad, también desde sus atalayas, un anillo de asentamientos –settlements– creados por colonos israelíes sirven como puestos militares avanzados de vigilancia y defensa ( Elon Moreh, Yizahr e Itamar los más cercanos. No muy lejos de ellos los asentamientos de Shavey Somron y Quedumin) De tanto en tanto los cazas F16 del Tsahal sobrevuelan la ciudad en controles de rutina. Sin embargo, no se puede albergar la certeza de que la rutina del control se torne la ponzoña de un ataque.

Pese a no vivir bajo un estado de sitio explícito, los nablusíes acatan un implícito toque de queda a las doce de la noche. Todo movimiento más allá de esa hora se produce bajo propia responsabilidad. De este modo tanto el tiempo como el espacio están medidos como una coreografía en la que nada se deja al azar.

Según B´Tselem – Israelí Information Center for Human Rights in the Occupied Territorios- las restricciones en la libertad de movimientos son la principal causa del deterioro de la economía palestina y del aumento del paro y la pobreza en los Territorios Ocupados. Estas restricciones se traducen en checkpoints permanentes -27 en Cisjordania- donde todo transeúnte es registrado, causando graves retrasos en la circulación de personas; checkpoints temporales – 16 registrados. Datos de B´Tselem- que los palestinos pueden cruzar sin ser registrados; carreteras prohibidas – 41 en Cisjordania- en las que no se permite el tráfico a los palestinos, pero que los israelíes pueden transitar libremente y obstáculos físicos, tales como bloques de cemento o montañas de basura, que impiden el acceso a determinadas ciudades y pueblos.

Cualquier persona que atraviesa un checkpoint o que circula por carreteras cisjordanas con matrícula palestina se ve obligada a un ejercicio de paciencia; no sólo por las colas formadas en los checkpoints permanentes, donde cada persona es registrada e interrogada, ni por las colas de automóviles, camiones y sheruts -taxis compartidos- de matrícula verde palestina que aguardan su turno en los checkpoints improvisados mientras los coches de matrícula amarilla israelí circulan por el carril adyacente con plena libertad, sino porque todos los obstáculos físicos, carreteras prohibidas y controles temporales o permanentes fragmentan la geografía y, por tanto, las comunicaciones palestinas.

Debido a dicha fragmentación se ha producido un aumento en el número de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza -establecido en 650 dólares al año según la Oficina Central de Estadísticas Palestinas- y un incremento del paro -26´8% a principios de 2005 según OIT-

Lo difícil de las estadísticas es atribuir rostros e historias humanas a la frialdad del número. El paro en Nablus se hace carne en los hombres, siempre los mismos, ociosos que, en Faisal Road, toman un shay -te- de horas al borde de la carretera cualquier día de la semana. Dejan correr el tiempo, transcurrir el día sorbo a sorbo. No hay trabajo, dicen, y no podemos buscarlo fuera de Nablus. Estamos atados.

Campos de refugiados

Esta situación se agudiza en los campos de refugiados. Hay tres en Nablus: Balata es el mayor de ellos y cuenta con unos diecisiete mil quinientos refugiados. Askar, dividido en dos campos, Askar al Qadim y Askar Yadid, que acoge a unos ocho mil quinientos refugiados y el más pequeño campo de Al Ayn.

En Askar Yadid los hombres se resguardan bajo la sombra de los zaguanes mientras las mujeres se quedan en casa y niños y jóvenes deambulan por sus calles, buscando algo que hacer. Los refugiados son los parias entre los parias. Viven una doble exclusión: por un lado expulsados de sus hogares por los israelíes y, por otro, despreciados por los nablusíes que les consideran delincuentes de la peor ralea y hacen una clara separación. Una cosa es Nablus. Otra cosa los campos.

Amjed A., como la mayoría de los habitantes de Askar Yadid, fue expulsado de Jaffa por el ejército israelí. Es farmacéutico y trabaja en la Palestinian Child Care Society Safeer, integrada en el comité que dirige el campo. Señala que el principal problema en Askar Yadid es el paro:

Los adultos en edad de trabajar carecen no sólo de empleo, sino de la posibilidad de encontrarlo. Los jóvenes se topan con la misma situación. La ocupación ha acabado con nuestra economía y en número de personas desocupadas no cesa de aumentar. Cada vez hay que buscar más medios con que mantenerlos y cada vez es más difícil encontrarlos. Muchos de ellos viven de la caridad.

Safeer se ocupa de los niños menores de doce años. Intenta que, dentro de lo posible, crezcan con normalidad. Para ello ofrece servicios médicos y educativos, así como ayudas económicas para las familias más necesitadas, en especial a los huérfanos. Obtiene fondos de organizaciones más grandes (UNRWA) o colaboran con otras asociaciones palestinas de la ciudad como Project HOPE (Humanitarian Opportunities for Peace and Education) que envía a sus voluntarios para impartir clases de inglés u organizar talleres de juegos, arte o drama. Estas colaboraciones sirven para vertebrar la sociedad civil palestina, para crear el tejido social que la ocupación desteje.

Los niños están muy crispados, muy nerviosos, apunta Ibrahim, profesor de árabe en una de las escuelas abiertas por UNRWA. La Culpa la tiene la ocupación, dice mientras señala el asentamiento de colonos de Elon Moreh, visible desde la cresta en la que se eleva Askar Yadid. Cuando hay un ataque en el otro lado la respuesta inmediata es una incursión en los campos de refugiados…Siempre hay muertos, heridos…Los niños ven. Oyen y crecen con ello. ¿Cómo van a desarrollarse con normalidad?

Las incursiones de las que habla Ibrahim son más frecuentes en Balata. Carlos, voluntario de ISM – internacional Solidarity Movement- señala lo difícil que resulta la vida en el interior de los campos: A partir de las diez de la noche es mejor no salir. Ha vivido varias incursiones en Balata donde su misión es salir a proteger a los niños que haya en la calle, cámara en mano para, además retratar cualquier abuso. Si ven cámaras, los soldados se cortan más ante ciertas cosas. No disparan a los niños que tiran piedras.

Abdelnasser, colaborador con Safeer y residente en Askar Yadid, formula una petición a su interlocutor: Cuando vuelvas a tu país cuanta cómo somos los palestinos y cómo vivimos. Cuenta lo que has vivido y di si somos o no somos terroristas como dicen las noticias.

Perspectiva palestina: Distintas formas de resistencia

Fighters

La Ciudad Vieja de Nablus está cubierta por innumerables carteles que recuerdan a los mártires muertos durante la Segunda Intifada. Normalmente son jóvenes que posan con sus armas para la foto, pero el kalashnikov que sostienen con determinación no oculta su adolescencia recién adquirida o su adolescencia apenas abandonada. A los lados pueden verse los símbolos de Hamas, Yihad Islámica o Mártires de Al Aqsa. La Ciudad Vieja les pertenece. Said es uno de ellos. Su hermano mayor está preso en una cárcel del IDF. Su tío es una gloria local que se inmoló en un ataque suicida. Porta orgulloso su retrato colgado del cuello y lo besa con fervor.

¿Por qué los israelíes tienen que invadir mi ciudad, mi barrio y matar a mi gente?

¿Por qué ocupan mi tierra? Si fuera tu ciudad ocupada, tu barrio asediado, tu gente asesinada, ¿no cogerías un arma para defenderla?

Said no duerme por la noche, no lo hace desde hace años. A partir de las doce de la noche empuña su arma y vigila la Ciudad Vieja. Hace guardia frente a una posible incursión israelí. Defiendo mi hogar, dice. Duerme por la mañana y por la tarde va al instituto. Muestra su arma como muestra su fe, con orgullo, pero una no tiene que ver con la otra: el arma hace frente a una ocupación que no entiende ni acepta – ¿Por qué habría de hacerlo? Responde- La fe es su consuelo, su refugio. Una cosa son los hechos, la otra su justificación, siempre a posteriori.

Camina por la Ciudad Vieja con soltura, confiado. Saluda a todo el mundo y todos le muestran respeto. Es un fighter de Aqsa que, junto a los de Hamas y Yihad Islámica, forman la autoridad real en Nablus. La ley es la que ellos imponen porque ellos son los combatientes que arriesgan la vida en la defensa de su ciudad y por ser resistentes activos se les muestra respeto.

Le acompaña una corte de adolescentes que le admiran y desean emularle en el futuro.

Tuta, tuta, tuta, Sharon aju sharmuta, cantan y se enardecen disparando con armas imaginarias a imaginarios enemigos. Por lo demás ríen, cantan y quieren conocer mujeres como cualquier adolescente en cualquier lugar del mundo.

Said llega hasta un puesto que expone sus frutas. Un hombre mayor, casi anciano, charla con otro junto a él. Es su padre. Said le pide dos shekels para comprar te. No deja de ser un muchacho de veinte años que pide dinero a su padre. Éste le mira con orgullo y habla de su hijo mayor, encarcelado por arrojar piedras a los blindados israelíes. Ocho años de condena de los que apenas han transcurrido dos. No puede visitarle. Su madre podría, pero murió. Su amigo, con el que charla, también perdió a su hijo. Señala al cielo y dice insha Allah. Todos repiten: Insha Allah. Fue abatido por una bala cuando arrojaba piedras a los jeeps del IDF.

Said muestra las placas que, por toda la Ciudad Vieja, recuerdan a los caídos en la Segunda Intifada, los nombres de cada fighter – Naif abu Sharekh, Ahmed Tavuk- Pide que se tomen fotografías, pero se niega a posar en ellas. No sería la primera vez que alguien se hace pasar por terrorista para abatir a un fighter.

En los límites de la Ciudad Vieja se produce la despedida. Comienza a sentirse nervioso, mira hacia todos lados, nada se le escapa. Ofrece un dinero que no tiene en caso de apuros – Nada te ha de faltar. Si tienes problemas, búscame, ofrece generoso

Said es pobre. No muy lejos de donde se encuentra, un cartel anuncia una multitudinaria boda organizada por Hamas que corre con todos los gastos, incluidos regalos para los recién casados que no podrían adquirir de otro modo -frigoríficos, hornos- o que no podrían afrontar el coste de la boda. Sólo tiene una cosa que perder, la vida, pero no le importa demasiado: Algún día seguiré a mi tío. Moriré, pero defendiendo lo que es mío.

Murad

Murad es teniente de la policía palestina. Su vida podría resumir la Segunda Intifada. A los 19 años, cuando todo empezó, estudiaba psicología en la Universidad de An Najah. Tenía planeado casarse con una chica. Pero todo cambió de repente y se sintió obligado a hacer algo ante tanta muerte como veía. Se alistó como voluntario en Medical Relief. Muestra un desgastado carné que le acredita como miembro. La foto ya no se corresponde con la persona que la sostiene: Antes un rostro aniñado, tímido, delgado. Ahora unas facciones duras, unos ojos entristecidos, una sonrisa franca.

Más tarde se dedicó a prestar ayuda psicológica a los niños que habían sufrido y estaban sufriendo los efectos de la violencia y la ocupación. Finalmente se alistó en la policía palestina y vivió desde dentro la destrucción de la Mukata -entonces cuartel de policía y prisión- de Nablus por el bombardeo de los F16 y helicópteros de combate Apache -7/02/02- Él escapó a tiempo, pero once de sus compañeros y amigos murieron allí.

Entre tanto, la mujer con la que deseaba casarse le abandonó y él compaginó su trabajo con el grupo de circo creado en Project HOPE.

La policía palestina tiene escasa presencia en Nablus. Apenas cuenta con armas y medios – Murad aprende unas pocas palabras en español porque asistirá a un entrenamiento dirigido por la Guardia Civil, que, además, entregará nuevos uniformes- para mantener el orden. Su autoridad queda deslucida y limitada a evitar enfrentamientos entre fighters locales de distintos grupos y preservar el exiguo orden en la ciudad, pero no en la Ciudad Vieja o en los campos de refugiados que viven bajo la ley de autodefensa impuesta por los fighters.

Cuando se exige que la ANP – Autoridad Nacional Palestina- evite los ataques a los israelíes no se da nada con qué hacerlo. Se prohíbe que Palestina tenga un ejército o que la policía tenga armas. ¿Con qué lo haremos entonces?, dice Murad.

La Mukata es aún el cuartel de la policía palestina. Está en ruinas que amenazan con vencerse aún más. Una mínima parte es habitable. Allí una bandera raída ondea en lo alto. Queda la dignidad por encima de las ruinas. Cada uno resiste como puede, con lo que tiene, concluye Murad.

Él se encontraba de servicio con Medical Relief el 26 de junio de 2004. Recogió los miembros despedazados de Nayef Abu Sharkh, líder de Mártires de Al Aqsa en Cisjordania, Fady Bahti, líder de Yihad Islámica y Jaffar Masri, líder de Hamas: Manos, torsos, piernas, cabezas recogidas del escondite subterráneo en la Ciudad Vieja descubierto por los soldados del IDF cuando Bahti intentaba escapar y volado por los aires con granadas.

Había sangre y humo por todas partes. Los soldados pidieron que llevásemos una camilla…Pero no había cuerpos. Sólo pedazos sueltos de distintos cuerpos. Nadie reconocible. Trozos de carne. Los ojos de Murad son acuosos cuando recuerda, pero contenidos, ni una lágrima brota de ellos. Las retiene con una sonrisa que nunca se borra. Por dentro puedo estar triste o enfadado, pero por fuera siempre estoy feliz.

Baker Sarawi

La resistencia de Baker es la del corredor de fondo, que consiste en la perseverancia y el tesón. Es un hombre de negocios y, desde esa perspectiva, observa la ocupación: No hay guerra ni conflicto porque los contendientes no parten en igualdad de condiciones. Hay ocupación y, en ella, como en los negocios, el pez más grande se come al pez más pequeño. Sólo la persistencia -la resistencia- del que se mantiene vivo e intenta seguir el curso de su vida, dentro de las normas que impone el ocupante, hace mella porque no se desanima ni desespera, sino que continúa con su actividad. Personas como Baker mantienen cierta normalidad, cierto orden, ciertos servicios – comercio, educación, etc.- que, aunque nimios por separado, impiden que el caos se apodere de la ciudad. Sobre cada persona que, cada mañana, acude a su trabajo se teje la vida nablusí. Son los cimientos de la resistencia y quienes sufren en carne las consecuencias de la ocupación.

Baker Sarawi ronda los cincuenta años. Regenta un pequeño taller donde repara máquinas de coser. Antes de la Intifada de Al-Aqsa recibía numerosos encargos, incluso del lado israelí. Ahora el volumen de trabajo ha disminuido y los encargos menguan cada vez más, dice, mientras mira las escasas máquinas de coser que ha de reparar.

No siempre fue así. Antes mi hermano y yo teníamos un taller enorme, con muchos empleados, pero fue destruido por los Apaches – Helicópteros de combate- israelíes. Perdimos una maquinaria muy costosa y ya no podíamos pagar a los empleados. Perdimos todos los encargos y el trabajo de años, pero volví a empezar. Desde entonces – 28 de septiembre de 2000- he perdido dos talleres más. La última vez hace un año y medio. Llegué al taller por la mañana, como cada día, pero, al levantar la persiana, vi que se había convertido en una piscina. Los Apache habían destruido las cañerías y el taller se inundó. Era verano y unos chiquillos chapoteaban dentro del agua, jugaban y se reían. También yo terminé por reírme. ¿Qué iba a hacer? A veces sólo puedes encomendarte a Dios y volver a empezar. ¿Cuántas veces? Tantas como él considere necesarias.

Las palabras de Baker son las de quien, tras años de convivir a diario con la muerte – no con su posibilidad remota y abstracta, sino con la realidad de los cadáveres, de vísceras asomando por abdómenes abiertos y humeantes a causa de la metralla- descubre que lo realmente es sobrevivir, aunque la muerte sea cuestión de estar en el momento y el lugar inadecuado. Se resta importancia al hecho de morir porque a todos acecha, pero también por ello se valora más el hecho de seguir vivo. Es el alivio del superviviente -la muerte de otros, pero no la mía- sin el sentimiento de invulnerabilidad porque la amenaza de muerte es constante – Hoy no fui yo, pero ¿Y mañana?- y acaso una extraña culpa sobre los hombros – ¿Por qué ellos murieron y yo no? ¿ Por qué su vida ya no es y la mía sigue siendo?- que, o bien puede ignorarse porque la muerte de los otros no fue causada por ellos, por los supervivientes, que también eran y son potenciales objetivos, porque la vida en Palestina es cuestión de oportunidad o inoportunidad; o bien puede asumirse y llegar a atormentar tanto la muerte de los esos otros, especialmente de alguien cercano, que quiera redimirla con la propia muerte y unirse a él o que quiera vengarse porque esa muerte le atormenta. Esa es la desesperación: no poder soportar en la propia conciencia la muerte de alguien querido, no ver otra salida más que la muerte para vengar la muerte.

El primer día de la Segunda Intifada Zakeria Kilani fue abatido. Era joven y fue uno de los primeros tres mil trescientos muertos palestinos -Más de quinientos en la ciudad de Nablus según cifras de Palestine Red Crescent-

Los nombres significan historias particulares. Suponen personalizar un solo número de una lista monstruosa, otorgarle unos rasgos, devolverle una vida vicaria que ya no tiene en los recuerdos de quienes le sobrevivieron y, después, comprender que cada número restante de la lista oculta un nombre y una historia similar.

Existen innumerables imágenes de madres palestinas llorando las muertes de sus hijos y familiares, reflejando el dolor inagotable de quien ha de vivir con una muerte más a sus espaldas, de quien ha de quedarse viendo como los demás parten hacia el lugar del que nunca han de volver, de quien ha de recordar su pérdida cada uno de los días que le resten por vivir. Una imagen vale más que mil palabras, pero sólo en el momento en que dicha imagen se ve porque después esa imagen se borra o se sustituye por otra igual y la anterior se olvida y pasa a la estadística, a la anonimia del número: un muerto más. Sin embargo, poco o nada vuelve a saberse de la plañidera, del dolor de los supervivientes.

Zakeria Kilani fue abatido el primer día de la Intifada de Al-Aqsa. Dos amigos le sobrevivieron. Hamed Abu Hiljeh no entendió la muerte de Zakeria, no comprendió porqué tuvo que morir. El dolor le llevó a la desesperación y ésta a la venganza:

Hamed Abu Hiljeh se inmoló para vengar a Zakeria: Un muerto más. Un nombre más que personalizar en la monstruosa lista de bajas nablusíes.

Su otra amiga es Samah A. Es aún muy joven. Sólo tiene veintidós años. Fundó Project HOPE junto a un voluntario canadiense. Se involucró en la resistencia civil pacífica y colaboró con organizaciones internacionales – MSF, UNRWA, Internacional Red Cross- y ONGS – ISM, Médicos del Mundo, Medical Relief– que trabajaban sobre el terreno. Ha madurado bajo la ocupación y ahora muestra una férrea determinación en la defensa de los derechos humanos en Palestina. Explica con claridad su posición sobre el proceso de paz y la situación en Gaza y Cisjordania:

Con la retirada de la franja de Gaza se aplaude un gesto que no es más que devolverán territorio ocupado. Nada hay que aplaudir en ello. Además cuando se habla de Gaza se silencia Cisjordania, Jerusalén Este incluido, donde el muro de separación se sigue construyendo sobre las ruinas de pueblos palestinos que son arrasados por el trazado del mismo que no respeta la Línea Verde – Frontera establecida entre Israel y Cisjordania en el armisticio de 1949- Otros pueblos son separados o aislados – Ar-Ram, al noroeste de Jerusalén cuenta doscientos mil habitantes que oficialmente son residentes jerusalemitanos. Sheik Sa´ad, al este de Jerusalén, tiene dos mil habitantes que dependen para cualquier servicio de Jerusalén Este. Ejemplos recogidos por B´Tselem- expropiados y anexionados como parte del territorio israelí. Además los colonos de Gaza, con las ayudas prometidas por su gobierno, ¿dónde crees que se establecerán?

Abdel Hakim, amigo y colaborador de Samah en Project HOPE, interviene en la conversación: La presión se pone siempre sobre los palestinos cuando se habla de paz. Se nos pide que acabemos con la violencia, pero ¿Qué se le pide a Israel?

Cuando convocaron elecciones tras la muerte de Arafat y Abbas salió ganador me encontraba en Francia. Allí todo el mundo me preguntaba si Abu Mazen cambiaría algo, si tomaría el control de la situación. Pero la paz no depende de él. Es Israel quien tiene la sartén por el mango, quien puede hacer o no hacer, dar o no dar. Abu Mazen no tiene nada que ofrecer.

Tras cuatro años de Intifada, la paz es la máxima aspiración. Pero la pregunta es qué tipo de paz y a qué precio. La solución de dos estados no convence a Samah:

No es una opción viable. Gaza y Cisjordania se convertirían en dos enormes campos de refugiados al aire libre, cercados por el muro de separación y apenas comunicados entre sí por una pequeña carretera, pues no existe continuidad territorial entre ellos.

Y el control sobre comercio, economía, comunicaciones y fronteras, ¿Quién lo ejercería? La mejor solución es un único estado con dos nacionalidades. Pero eso lleva tiempo.

A pesar de la ocupación, Nablus se empeña en vivir, en seguir su curso. Cuando la ciudad despierta, las mercancías ya están expuestas en el mercado de Ad dawar, las bocinas de los taxis service ya increpan al peatón que cruza con descuido y los estudiantes emprenden su camino hacia la universidad de An-Najah. Todos aquellos que ven despertar el día tienen la sensación de que viven un día «de más», en el que aún les cabe esperar un mañana…Y lo celebran. Es viernes y el grupo de circo ha comprado una enorme Kunafa– Dulce nablusí- Issam reparte las cucharas regalando muecas, guiños y palabras a cada invitado. Islam explica las reglas del Otrob-Orob mientras Abed y Murad dan la orden de empezar. Bahá trepa hasta los hombros de gigante Ahmed para comer desde el punto más alto y Said repite, una vez más la borma de la puerta. Todos ellos han sido miembros de Medical Relief. No han visto las estadísticas, sino los cadáveres. Saben cual es la diferencia entre la vida y la muerte. Los vivos celebran la vida, los muertos ya no celebran nada.

Comparten la Kunafa e invitan a todos los presentes. Los palestinos son famosos por su hospitalidad. Basta con que un transeúnte pida un cigarrillo al primer extraño con que se cruza para tener una larga conversación y recibir una invitación para tomar el te o compartir la comida con su familia. Si abren las puertas de su casa, el invitado se convierte en amigo y el amigo, agasajado sin pausa, se convierte en parte de la familia.

Amjed A. de Askar Yadid ha visitado varios países. Ha trabajado en Francia y Holanda, pero allí nunca he sentido lo que siento aquí. Aquí los amigos se preocupan unos por otros, los lazos entre la gente son muy fuertes.

Baker Sarawi apunta: Acaso occidente tiene más cabeza, pero no tiene corazón. Introduce así una perspectiva, compartida con otros países árabes, sobre la posibilidad de dirigir su propio destino, su evolución y desarrollo, sin injerencias ajenas que concluye Samah A. recordando la conversación que mantuvo con un voluntario español:

Me dijo que, a nivel económico y tecnológico, occidente está más desarrollado, pero a nivel de relaciones humanas, los palestinos están más desarrollados que occidente. Quizá esas sean nuestras señas de identidad. Eso es algo que no debemos olvidar, incluso cuando la situación mejore…Insha Allah.