El informe de las Naciones Unidas sobre la situación de los pueblos indígenas del mundo para 2010 ha puesto sobre el tapete político internacional la situación de exclusión social y de extrema pobreza de este colectivo. Hasta aquí nada nuevo, ya que muchas de estas comunidades se localizan en países en desarrollo o subdesarrollados, pero lo […]
El informe de las Naciones Unidas sobre la situación de los pueblos indígenas del mundo para 2010 ha puesto sobre el tapete político internacional la situación de exclusión social y de extrema pobreza de este colectivo. Hasta aquí nada nuevo, ya que muchas de estas comunidades se localizan en países en desarrollo o subdesarrollados, pero lo que es sorprendente es que la calidad de vida y el grado de integración social de los pueblos indígenas también sea pésima en los países del denominado primer mundo. Los datos sobre la población indígena estadounidense son especialmente alarmantes, ya que pese a tratarse de la primera potencia económica mundial, sus pueblos indígenas viven muy por debajo del umbral de la pobreza, y ocupan los peores puestos en los ránkings sobre desempleo, ingresos per cápita, abandono escolar, riesgo de contraer enfermedades como la tuberculosis, suicidio o desnutrición infantil.
La integración social de la población nativa nunca ha ocupado un papel relevante en la agenda política estadounidense. Durante el periodo de conquista y colonización, millones de indígenas fueron esclavizados, perseguidos, confinados en reservas de escaso o nulo valor económico, privados de su dignidad y asesinados impunemente. Hasta finales del siglo XIX, este colectivo no pudo acceder a la ciudadanía estadounidense y, a cambio, tuvo que someterse a un profundo proceso de americanización que contribuyó a erradicar gran parte de sus tradiciones y cultura. En la actualidad, su presencia continúa siendo incómoda para la sociedad estadounidense, tal y como demuestra la ausencia de instituciones o de museos que expliquen desde la perspectiva indígena cómo se produjo la famosa conquista del Oeste, qué les ocurrió a los nativos que se negaron a vender sus tierras a Estados Unidos, o los motivos por los cuales los millones de indígenas que habitaban los actuales Estados Unidos cuando llegó el hombre blanco se redujeron a apenas 250.000 individuos a finales del siglo XIX.
El objetivo de las políticas expansionistas estadounidenses no fue exterminar sistemática y completamente a los indígenas, de ahí que no pueda hablarse técnicamente de un genocidio. Ahora bien, no parece
coherente, y además es hipócrita, que una nación que hace bandera de ser la tierra de las libertades todavía no haya sido capaz de integrar a su población nativa con la dignidad que este colectivo merece.
Nota editor:
Un lector escribía en el blog de Público del sábado 28 de agosto:
Sr. Oscar Celador Angón,
sin quitarle razón a su escrito, también echaría de menos que un día escribiera cómo España, no hace mucho, allá por el 1885, comenzó la ocupación de nuestra nación del Sáhara Occidental, convirtiéndola en provincia española en 1958, y abandonándola en 1975, produciéndose uno de los periodos de desconolización más trágicos de la historia de las colonizaciones (no por los métodos, sino por sus consecuencias).
Y no me estoy remontando a hace 500 años, cuando fuimos uno de los países colonizadores y destructores de culturas más importantes de la historia, sino a hechos actuales.
yo también destacaría la ausencia de instituciones o de museos que expliquen desde la perspectiva indígena cómo se produjo la famosa conquista del nuevo mundo, o para el caso que he introducido, como se abandonó a los saharauis convirtiéndolo en nuestro propio conflicto «palestino».
Obviamente la derecha de este país le trae al pairo este tipo de temas relacionados con la solidaridad y la justicia social pero ¿existieron durante los 16 años de socialismo de Felipe González o los ocho de Rodríguez Zapatero, algún tipo de intención seria por querer solucionar ese conflicto y querer defender los derechos humanos de aquellos que un día fueron nuestra responsabilidad? lo dicho porque a la izquierda siempre se le llena la boca de solidaridad hasta que hay que actuar.
Así que para terminar Sr. Oscar Celador, también le recomendaría un poco de autocrítica antes de escribir sobre los demás países. Empiece por el nuestro, que tiene para escribir tela.
Otro lector añadía:
Segundo artículo sobre el indigenismo y la exclusión social y segunda ocasión en la que nos omite todo el problema del indigenismo en centro y sur América.
Mi percepción personal es que la sociedad norteamericana (léase EE.UU y Canadá) ha hecho un tímido ejercicio de autocrítica sobre lo que significó la colonización que no veo, por ejemplo, en España. Basta coger un libro de historia de ESO para darse cuenta que la autocrítica siempre va acompañada de un notable esfuerzo de justificación para hacer creíble que, pese a todo, la colonización no fue tan mala como «la leyenda negra» nos ha querido hacer creer. Y de museos, ya nos contará.
En España (y en no pocos países latinoamericanos), el orgullo nacional de muchos historiadores nos ha llevado a explicar las cosas desde un punto de vista muy edulcorado. La Iglesia Católica, por regla general, salvo muy meritorias voces aisladas, siempre ha callado. No puede ser de otra manera, porque tuvo una enorme responsabilidad en la destrucción de las culturas precolombinas al objeto de facilitar la asimilación y evangelización de la población indígena. Para ello destruyó cualquier vínculo de unión entre el indígena y su comunidad de origen. Colonizadores e Iglesia fueron, pues, de la mano en la destrucción del nuevo mundo y, hasta cierto punto, siguen yendo de la mano. Unos por negocios terrenales y los otros por negocios espirituales … ¿es éste el modelo de integración que debemos dar por bueno?.
Hay algunos datos en su artículo con los que no puedo estar de acuerdo. En primer lugar, los estudios más rigurosos que se han hecho sobre la materia señalan que norteamericana no estaba tan poblado como el resto del continente, ni mucho menos. Para Norteamérica (EE.UU y Canadá), antes de la llegada del hombre blanco, la población amerindia se cifra entre 1 y 2 millones de personas, no más. Para el resto del continente, entre 20 y 25 millones.
En segundo lugar, Vd. habla de las reservas sin querer comprender que, en su concepción inicial no eran campos de reclusión o confinamiento, sino territorios libremente administrados por las Naciones indias. La idea inicial, pues, era conservacionista con todos los peros que se quiera. Es el mismo espíritu conservacionista que llevaría a los EE.UU a ser el primer país en crear parques nacionales. Este hecho se observa más claramente en Canadá, en donde el daño ha sido menor y el respeto mayor y en donde las Naciones indias tiene cabida en los distintos Parlamentos federales.
En tercer lugar, el concepto «integración», hasta cierto punto, hace que me ponga en guardia. No tengo una respuesta clara al respecto, pero, bajo la llamada integración lo que se acaba produciendo es la asimilación del más débil en la cultura del más fuerte (destrucción, a la postre). Es un problema no resuelto, porque, la alternativa, esto es, no intervenir y dejar que las poblaciones indígenas sigan su propia evolución, acaba por generar exclusión y marginación en el mundo del hombre blanco.
* El autor es profesor de Derecho Eclesiástico del Estado y de Libertades Públicas
Fuente: http://blogs.publico.es/delconsejoeditorial/754/indigenas-estadounidenses-y-exclusion-social/